Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

BLANCO Y NEGRO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en BLANCO Y NEGRO

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán relatos que desarrollen el concepto BLANCO Y NEGRO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE DICIEMBRE

Relatos

22. MIS COMPAÑERAS DE PISO (Edita)

Soy huérfana materna de nacimiento. Mi padre me malcrió durante medio siglo. Comodidades urbanas y paseos por los bosques del entorno fueron mis ocupaciones relevantes. Una noche, se fue de repente, sin enseñarme primero a vivir sola y de rentas. Desde aquella tragedia, compenso ausencias y miedos con actitudes extrañas, dicen unos; obsesivas, aseguran otros.

En agosto, ya vareo erizos completamente verdes. Mis manos, aunque perforadas y doloridas, hurgan entre sus espinas. La experiencia me advierte que no madurarán antes de tiempo por más que lo intente, pero insisto como posesa. Al fin, en octubre, teñidos de otoño, van soltando perlas marrones con la boca abierta; tal vez riéndose de mí. Incluso algunos, camicaces, se estrellan adrede contra mi cuero cabelludo. Ni así consiguen aplacarme el ansia recolectora: día tras día, dejo la ciudad y recorro los castañares de la comarca con el único  objetivo de almacenar en casa las dichosas semillas a toneladas. Muchas veces, me sorprende el alba aún sin acostarme, disponiéndolas adecuadamente según su grado de humedad y categoría, para que se sientan lo más a gusto posible conmigo; deben aguantar en perfectas condiciones hasta la cosecha del año siguiente. Solo entonces, podré deshacerme de las viejas.

21. SORPRESAS

Limpié el cuchillo. Me hice con su reloj y su cartera. Tirando de los pies lo arrastré hasta la zanja que había cavado. La pala descansaba sobre el montón de tierra. Me quedé atónito. El hoyo estaba ocupado por otro cuerpo. Pensé en sacarlo y poner mi muerto en su lugar. Pero no, no quería comerme un marrón que no me correspondía. Así que busqué la forma de amoldar los dos cadáveres en el hueco. Una mano, no sé de cuál de los dos, me cogió con fuerza la muñeca. Otra, un tobillo. Luego una tercera me agarró del cuello.

20. LAS APARIENCIAS ENGAÑAN

 

 

El niño apareció en el quicio de la puerta  de la cocina. Se apoyó en la jamba mientras asomaba a su rostro una sonrisa traviesa.  Sus blancos dientes destacaban en medio de la boquita  rodeada de  manchas de color marrón. Las mismas manchas que adornaban su ropa y  sus manos.

Su madre, al verlo, abandonó la tarea que estaba realizando. Un pícaro mohín se dibujó en su gesto y poniendo los brazos en jarras, le dijo con tono falsamente enfadado:

– ¿Cuántas veces te he dicho que no cojas el tarro de la crema de cacao sin mi permiso?. Mira como te has puesto.

Se acercó a él de manera juguetona para agarrarle y lamerle los restos de la cara, pero al acercar su nariz a la mejilla del niño, se dio cuenta de que no era chocolate lo que ensuciaba la cara y las manos de su hijo.

 

19. TACITA MARINA (Mariángeles Abelli Bonardi)

Allí la encuentro, en esa calle de Olbia, sobre un andamio marrón, usada como cenicero; su hipocampo violeta, sus corales, sus peces rojizos circundando la porcelana…

Como el arqueólogo toma a la pieza, así la tomo yo, mis ojos bebiéndose el mar de un trocito de Cerdeña.

 

 

18. Rutina

Debía estar ahí parado, de pie, durante horas. Así un día tras otro sin respetar fines de semana. Era lo que tenía trabajar de vigilante de seguridad en un comercio. En cuanto salga otra cosa me marcho – se repetía en un vano intento por infundirse ánimos. Pero lo único que salían eran clientes y clientes con bolsas repletas de ropa siguiendo la moda marcada en inexpresivos maniquíes que desde el escaparate acompañaban a nuestro protagonista. Con el tiempo se convirtió en parte del mobiliario. Tanto fue así que con el cambio de temporada, los dependientes sustituyeron su insulso uniforme marrón por las últimas tendencias del momento.

17. Al cero

Sentada en esa vieja silla marrón de cuero desgastado, ojeaba el Hola sin levantar la vista. Pasaba las páginas muy despacio, como si le pesasen los brazos, ajena a bodas, divorcios y posados. Miraba sin ver. Tampoco oía. No percibía el bullicio de la peluquería en esa gélida mañana de sábado.

Poco antes había pasado por delante de la puerta del local y había entrado casi por inercia. Con la cabeza agachada y voz queda, había pedido que le cortasen el pelo.

—¡Claro! ¿Qué te apetece? ¿Una media melenita? ¿Unas capitas con flequillo, quizás? Algo tipo Blanca Suárez…

—Al cero.

—¿Disculpa?

—Rapado al cero.

Porque cuando la vida ya te lo ha quitado todo y te faltan agallas para quitarte la tuya propia solo te queda arrancar de cuajo lo que aún nadie te ha robado: recuerdos, promesas, ilusiones, esperanzas, finales felices, sueños y pelo.

16. El álbum (María José Escudero)

 

Ayer entró  en mi despacho un hombre avejentado y con pintas de tahúr fullero que dijo ser mi padre. No he conocido más padre que mi abuelo, sentencié desde la otra orilla de la mesa. Crecí bajo su amparo mientras mi madre, vejada y traicionada, cimentaba resentimientos, manifesté crecido. Horas antes, ella también había venido a visitarme y, con su perpetuo rictus de amargura, me entregó un álbum de tapas marrones con un montón de viejas fotografías. Me contó que había preparado otro igual para el abuelo que, aquejado de una bruma inexorable, dormitaba mansamente en un  geriátrico. Luego, sin mirarme,  añadió rotunda: “Es para que él recuerde, y para que tú no olvides”.

El abuelo me recogía en la escuela cada tarde, me adiestró para la vida con abrazos y firmeza. También me enseñó a disparar, reviví pensativo al tiempo que me aproximaba  al intruso y palpaba la frialdad de la  pistola oculta en mi bolsillo.

15. Kalitipia

Dicen que los tesoros ocultos siempre aparecen dentro de grandes cofres marrones. Pero que a veces cuesta dar con la llave que los abra.

En su caso esa llave estaba a la vista. Fue la que le mostró el camino de vuelta al pueblo de su familia. Donde con un equipo de rodaje dirigió sus pasos para filmar un documental denunciando la situación de la España vaciada. Allí, donde su bisabuelo fotografió a todos y cada uno de sus vecinos delante de sus casas de resistente piedra marrón. El ‘loco Van Dyck’ lo llamaban. Nadie sabe si es que vino de Holanda o por su poblado mostacho. No importaba. En sus fotos todos, grandes, pequeños y él mismo, sonríen en sepia delante de un fondo marrón.

Dicen que los tesoros suelen contener oro, plata o piedras preciosas. Y que a muchos les solucionan la existencia. Pero unas fotos viejas y amarronadas, conservadas por nostalgia familiar, pueden ser a la vez el tesoro y la llave que abra la puerta y devuelva la vida a muchos pueblos marrones y vacíos.

14. MARRÓN GLACÉ

Esta mañana salí de la sala de electro shock muy contento, veinte sesiones en total. Ya era capaz de mirar un marrón glacé en su envoltorio, sin tener síntomas de ningún tipo.
He pasado un año malísimo, sin poder pasear por las calles, ni pasar por delante de una pastelería.
En qué momento decidí ir aquella noche a ver ese espectáculo erótico al club de la esquina. Varias copas después, empezó el show, yo estaba en la primera fila.
En medio de la pista, una barra vertical, se atenúa la luz y comienza una música suave y envolvente.
Entra una mulata, desnuda y depilada, baila y hace molinetes en un pole dance impresionante. Se para de espaldas a mí, agachada, y la boca se me hace aguas al contemplar un marrón glacé perfecto de color, meloso y jugoso.
Actuaron siete más, cada una con su castañita, todas diferentes, unas más hechas, otras menos, una peludita, que me provocaron un priapismo contumaz durante una semana.
Me creía curado, pero esta tarde en una esquina, una castañeira gritó “calbotes, calbotes”.
He recaído.

13. Dinka, dulce chocolate (Virtudes Torres)

Son los ojos ambarinos más bonitos que yo he visto,

en su pelo el azabache se divierte haciendo rizos;

de tan dulce como es, el chocolate por su piel se ha derretido.

Tras las perlas de sus dientes, se adivinan sus suspiros.

 

Dinka tiene una belleza más allá de lo prohibido

es alegre, es risueña, es tan dulce como buena

es la amiga de mi niña y con ella siempre juega.

Pero hoy me ha confesado un relato sin igual

que no volverá ya más con mi pequeña a jugar.

Pues en su casa ya piensan que la niña ha crecido

y la quieren desposar con Omar, un “conocido”.

 

Tiene vacas y dinero  que cambiará por la niña

¡y tiene cuarenta años más que la pequeña Dinka!

Pero Dinka tiene suerte, pues al contar su relato

ha encontrado el apoyo de las Leyes del Estado

y no se va a permitir llevar a cabo ese trato,

pues proteger la infancia es proteger lo sagrado.

 

12. CASANDRA

El barrio en donde se ubicaba la pensión me pareció tan desolado como yo. Bajo la lluvia, los escasos viandantes caminaban por las callejuelas urgidos por llegar a sus casas. La primera noche no conseguí pegar ojo, acababa de llegar y ya añoraba todo lo que había dejado atrás. En los días sucesivos traté de buscar un trabajo acorde a mi profesión, después un trabajo cualquiera. Imposible sin papeles ni referencias. Se me acababa la plata y la casera no parecía dispuesta a fiarme. Empecé a deambular por la ciudad y a fijarme en sus azoteas y sus puentes. Parecían ofrecerme la única salida.  Una mañana, estaba limpiándome el zapato mientras renegaba cuando se me acercó una mulata tocada con turbante.” No maldigas, niña, pisar mierda trae buena suerte”. ¿Suerte? – grité- me van a echar de la pensión, no encuentro trabajo, estoy sola- y me eché a llorar.

Esa tarde mientras bebíamos chocolate con su gato pardo sobre mis piernas, me contó que se ganaba la vida como pitonisa, que le hacía falta una ayudante y que tenía una habitación libre.

–¿Me propones todo eso para que crea en tus presagios?

Casandra con su risa ahuyentó mis malos espíritus.

11. SIMÚN (Mødes)

Mi nombre es Walid.

Soy un hijo del desierto.

Y juro que nunca vi una tempestad como ésta.

Apareció de repente, me envolvió, y me sepultó a la velocidad de la luz.

Y ahora estoy enterrado bajo una duna gigante y ya siento en mi alma el susurro de Allah.

Pero soy un tuareg, he combatido en cien guerras, he visto suficiente sangre derramada para llenar diez veces mi vida, y hoy no es un buen día para morir.

Por eso ignoro el sabor de la sangre en mi boca, e intento ascender. Y el cuscús en el que se han convertido mis huesos suplica que me detenga, pero no escucho sus gritos. Y subo, y subo, y mi cabeza llega a la superficie, y abro los ojos, y…

Y entonces veo como una mano se acerca, voltea el reloj de arena en el que estoy atrapado, y todo vuelve a empezar.

 

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