Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

ANIMALES

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en ANIMALES

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el 5º de este año serán LOS ANIMALES. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de AGOSTO

Relatos

83. Un vals

De la oscuridad del océano surgió frente al buque un enorme iceberg. Brillaba con la blancura de la nieve caída miles de años atrás, como un diamante de hielo. Le bastó rozar el casco del transatlántico para rajarlo sin remedio y continuar, ajeno a cualquier destino que no fuese su propia deriva, sobre las aguas calmadas y silenciosas. Quizás perdió algunas toneladas, pero le quedó una bonita franja de pintura roja en el costado.

En la cubierta de proa, donde disfrutaba de la inmensidad de la noche, la pasajera n.⁰ 1358 —maestra jubilada— se santiguó. Chocar contra algo tan hermoso y colosal se le antojó lo más parecido a tropezar con Dios en este mundo. Poco después corría, entre gritos, llantos y empujones, hacia los botes salvavidas. Fue de las primeras mujeres en subir a uno, mientras la orquesta tocaba música de Strauss.

La ayudó un marinero, cogiéndola fuerte por la cintura. Sintió el calor de sus manos, su aliento en el cuello, incluso el latido de su corazón. Se estremeció: nunca en su vida se había dejado querer, nunca la habían abrazado así. Sin pensarlo dos veces, le rogó que la llevase a bailar su primer y último vals.

82. Risa silenciosa (Salvador Esteve)

A mis ochenta años estoy postrada en una silla de ruedas —me acuerdo de mi edad; descartamos, pues, el maldito alzhéimer—. Todos creen que soy un vegetal, y lo soy de cuerpo, no así de mente. Mis recuerdos son mi sustento: sesenta años como profesora de literatura dan para mucha poesía grabada en mi memoria.

Hoy hay comida familiar —odio las comidas familiares— y mi nieto adolescente es quien desata la vorágine de acontecimientos.

Abuelo, soy gay —dice con el desparpajo que le otorgan los nuevos tiempos.

Su abuelo, que fue brigadista y un consumado boxeador del peso «materia orgánica» —yo para más señas— escupe su prótesis y se lleva las manos a su maltrecho corazón. Mi nuera resbala con los premolares, y una foto guardada en su escote muestra su boca lamiendo el cuerpo de la vecina. El agaporni, nervioso, muerde la oreja del perro —mejor amigo del hombre, que no de la mujer— que lo persigue saltando por la ventana, un sexto piso. Ante este caos soy feliz y sonrío —mentalmente, pues soy un vegetal—.

Por fin, puedo dejar que ese espectro con guadaña que últimamente me ronda entre en mi vida, bueno, en mi muerte.

81. Invertidos

La lluvia de fuego se convirtió en lo más insólito ocurrido en la comarca desde que amanecía a medianoche. Burros y asnos comenzaron con torpes balbuceos hasta recitar poemas con una dicción más exquisita que el mejor de los maestros. Estos, por su parte, enseñaron a los niños a entonar rebuznos y relinchos con declinaciones desconocidas en el mundo animal. Le siguió la transmutación de los ancianos en bebés de pecho y de los adolescentes en adultos con pensamiento crítico. Pero lo que de verdad no pudieron soportar los hombres fue la mirada lasciva de las mujeres que a ellos solo les levantaba un ligero dolor de cabeza. 

 

80. Papá, hoy te dejo a la peque

Ufff, acabo de cerrar la puerta tras de mí; el unicornio con ruedas me mira como exculpándose, el robot, de espaldas, no quiere saber nada junto a un montón de lápices de colores, en la caja grande apenas hay siete u ocho piezas de los puzles, mientras que el resto andan esparcidas como en grupos, las pelotas descansan por el sofá y la cocina, el libro electrónico hace de mesa para los artilugios de peluquera y los de médica, los peluches suben por la escalera y, a los pies de su trona, los muñequitos y piezas de plástico del castillo parecen querer repartirse las migas de pan y gusanitos…
Recogeré todo mañana, ahora me voy a la cama con sus risas y su mirada cómplice y azul; «adiós, abuelo», «hasta mañana, mi vida».

79. En punto muerto

Los tres segregamos silencio mientras el agua jabonosa del programa prémium cubre cristales y carrocería. Lo he soltado todo sin pensar, como quien se quita una tirita de un tirón. Así duele mucho, pero menos. Belén mantiene la vista fija en su horizonte espumoso. No pestañea. Sentada detrás, Marga pestañea, pero diría que no respira. Afuera empieza a caer una intensa lluvia artificial, como en las películas cuando alguien besa o mata a alguien. Llega el turno de los cepillos y su arrullo circular. Veo en el folleto que también incluye lavado de llantas. Es excesivo, pero, claro, por un euro más ni te lo planteas. Debería haberme quedado calladito o tal vez podríamos haber esperado fuera, más cómodos; esto lo pienso, pero no lo digo. Los cepillos se calman, las tiras rojas vuelven a su flácido letargo. «Créeme, cariño. Nosotros somos los primeros sorprendidos», añado. Marga asiente sin atreverse aún a respirar. No detecto ningún pestañeo en Belén y se le van a secar los ojos. Al menos sus nudillos recuperan algo de color. Se pone el cinturón y su mano derecha se dirige lentamente a la palanca de cambios. Comienza la primera de las dos pasadas de secado.

78. Poeta

—No lo molestes, que está vaciando armarios, estanterías, cajones y baúles

—¿Qué se le perdió ahora?

—Un adjetivo.

 

77. LA BELLEZA NO ES SUFICIENTE (Ana María Abad)

Lo encontramos en su despacho, ahogado en un océano de fórmulas pulcramente anotadas en folios blancos, garabateadas de cualquier manera en pedazos de papel cuadriculado arrancados del esqueleto de lo que algún día fue una libreta, dispersas en servilletas de papel con el emblema de algún local exótico, cuidadosamente agrupadas en un rimero de cuadernos de espiral.

Cuando llegamos, las letras griegas danzaban en corros sobre la pizarra; los símbolos matemáticos se columpiaban entre las sillas; las ecuaciones físicas se deslizaban a lo largo de la mesa y patinaban por el suelo de tarima. Constantes, incógnitas, polinomios, derivadas y logaritmos armaban un alboroto inimaginable. Y allí en medio estaba él, con el rostro casi translúcido de tan pálido, la boca abierta, y el asombro de la Verdad Universal grabado en los ojos inertes.

Desde entonces, su voz nos llega cada noche desde las estrellas, como un eco lejano que recita sin cesar su teorema inacabado. Nosotros escuchamos con atención, conservando aún cierta esperanza de que, en algún momento, nos revele el axioma final que le dé a todo esto el sentido que solo él llegó a atisbar.

76. La belleza del caos

Las piezas de Lego por el piso. Una magdalena mordiqueada sobre la mesa. La voz melodiosa de la sirenita que sale del televisor se confunde con las carcajadas de los dos mayores, que dan volteretas  en el sofá. Por el balcón entra un solazo de media mañana. Charo sigue en pijama,  la cara pintada de paz y el pequeño colgado del pecho. Un timbrazo se filtra a través del estrépito. ¿Quién vendrá a interrumpirlos?

¡Ringgg! ¡Ringgg!

Charo retira la colcha inmaculada. Amanece. Una música anodina se cuela a través de los altavoces.  Tres fotos de marcos idénticos brindan desde la pared una helada compañía. En la mesilla impoluta, lamparita y vaso de agua. Unos libros, pocos, estrictamente alineados en la estantería.

¡Zas! ¡Zas!

Vuelca el vaso de un manotazo, abre los libros al azar, arroja los retratos sobre la cama y los revuelve entre las sábanas, como si hubiesen establecido entre ellos una batalla de risas y almohadas. Su voz cascada compite con la música ambiental desentonando a gritos una vieja canción de su infancia.

¡Toc! ¡Toc!

«Abra, por Dios, doña Charo. Le prometo que no vamos a ordenarle la habitación. Hoy se la dejamos como a usted le gusta».

75. Dafne

La acequia al lado del campo de las adelfas se estaba desbordando, las aguas suplicaban recuperar su cauce en la tierra natural que le había sido asignada hacia más de doscientos años y, solo apenas veinte que el nuevo propietario de la finca decidió soterrar su fluido acuoso por importunar con su murmullo la siesta, a esa deshora que el cuerpo se vence ante la pereza de vivir.

 

La lluvia no ayudaba demasiado a tragar el hastío, el recuerdo inmaculado que desconocía, esa partida de cartas al arrullo de eco, el sonido de unos caracoles enredados en la orilla de su humedad, la algarabía de los nietos que recolectaban con su risa la angustia de saber que ya no era su huerta.

 

Amanece. El sol destierra el cemento sepultando en la zanja, la azada acompaña al golpe repetitivo de la dureza del pasado.

 

El nuevo dueño da luz al canal que conduce al regadío, al abuelo, a las adelfas que reviven en el aire al lado del campo, a esa tormenta cuyo destino es sembrar recuerdos en la madre tierra fértil.

 

Se arquea y reposa en el sueño de Apolo doscientos años más.

 

74. Última cita

—¡Viene directo hacia nosotros!, gritamos en la oficina, justo en el momento en el que va a impactar en la cristalera y entonces me despierto sudando con el corazón a mil. Abrazo a mi mujer y me levanto a dar un beso a mis hijos para tranquilizarme, pero ya no hay manera de volverme a dormir, doctor.

—Tranquilo, es solo una pesadilla normal y corriente. No se imagina cuánta gente viene con la misma historia. A veces el cerebro es capaz de crear cosas inimaginables. No le dé más importancia. Bueno, es la hora, si le parece nos vemos ya para septiembre. ¿El once le parece bien?

73. NUKE

Ramé empezaba los libros por la última página y avanzaba de manera aleatoria hasta llegar a la primera línea. Entonces reconstruía la historia a su manera, casaba a enemigos, divorciaba a fallecidos o hacía regresar a los novios del viaje de bodas antes de siquiera haberlo empezado. Así mantenían intacta la ilusión y no decaía la trama, afirmaba muy convencida.

En la vida real seguía al pie de la letra la archiconocida sentencia de Pitágoras: “el orden de los factores altera el producto”: cuando todos sus compañeros de instituto fueron a la universidad ella se marchó de cooperante al primer mundo, donde adoptó una cohorte de milmillonarios y les convenció para que cedieran sus patentes a coste cero a las potencias mundiales del tercero.

A su regreso, pronto alcanzó un grupúsculo de seguidores en las redes sociales y se la rifaron en las peores universidades para que difundiera conocimientos aún no descubiertos, demostrara la cuadratura circumpolar de la tierra y errara de manera sistemática a la hora de asesorar a los lideres mundiales para solucionar los conflictos, arrastrando consigo a la humanidad a una felicidad inmensurable, segundos antes del Big Bang, cantando todos a coro:

 “What a wonderful world”.

72. CENA

Mamá me dice que no vaya a la cocina, los abuelos han venido y han querido hacer la cena. El abuelo es muy quisquilloso y, aunque se ciñe a la receta y mando por parte de la abuela, alguna que otra vez hace de las suyas provocando una pequeña revolución y entonces es cuando mejor no estar. Al final, la haya o no la haya, el resultado es siempre una variada y suculenta cena que a mis padres devuelve a su niñez, a mí confirmar que después de toda tempestad vuelve la calma con mis abuelos felicitándose por un nuevo éxito, y a todos brindar por todo lo bueno que nos ofrece la vida.

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