Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

QUIJOTERÍAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en QUIJOTERÍAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el tercero serán QUIJOTERÍAS Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
días
2
3
horas
2
3
minutos
0
1
Segundos
0
6
Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE MAYO

Relatos

41. Mamadou

Empujada por la nostalgia, me he sentado en aquel banco de la plaza donde fumaba a escondidas y vigilaba tus juegos. Mientras aspiraba el humo del pasado, te he visto aparecer con tus rizos enredados y el paso atrevido —como cuando no hacías preguntas—. Pero, de repente, has vuelto a mirarme con gesto de extrañeza, a comparar tu mano morena con mi mano pálida, a negarme tus abrazos. Has vuelto a rastrear en mis ojos la mirada de tu madre, a demandar razones para apagar la desazón de su abandono. Luego, de nuevo, te has ido a buscarla en los portales de las calles prohibidas, en los dossieres ocultos y en los mapas lejanos. Sin éxito.

Envuelto en amuletos y una cobija de colores, llegaste hace años para poner música a mis versos y nombre a mi esperanza. Sin embargo, fracasé en mi misión de retenerte y ahora soy un corazón deshabitado que lamenta verte convertido en un joven malcontento y taciturno… por haber alimentado fantasías y no atreverme a confesarte, en su momento, que tu madre era sólo una niña que tenía hambre y yo, una mujer yerma que tenía dinero.

40. La vereda

Separaba mi casa de la suya un prado con un árbol en el centro, un frondoso alcornoque bajo el que tenían lugar nuestros encuentros furtivos. Eran cien pasos desde su puerta y otros tantos desde la mía, unos setenta metros que todavía hoy, en mis continuas noches en vela, imagino que recorro desbocado.

Fue en verano que empezaron las idas y venidas, ávidas de amor y pasión y con la hierba reseca crujiendo ante nuestras pisadas, se prolongaron a través de los charcos del otoño, en cuyo barro los pies se clavaban, cuando no resbalaban hasta hacernos caer, y no se detuvieron en invierno pese al frío y la tierra helada, esa que las suelas hollaban un poco cada vez.

Ni ella ni yo tuvimos la culpa de que todo acabara mal. Siempre fuimos cuidadosos en extremo, citándonos cuando todos dormían para no ser vistos ni oídos, retirando al regreso las briznas y espigas que traíamos en el pelo y la ropa, o los restos de barro del calzado y los bajos del pantalón. Fue la primavera, haciendo crecer de manera profusa plantas y flores, pero incapaz de hacerlo bajo la obstinación de nuestros pasos, la que nos acabó delatando.

39. Y a ti en todos los mares

Llevo muchos mares en los ojos, tantos que no sabría nombrarlos… Pero qué importa, el mar es siempre el mar: esta bahía gris se solapa con las playas azules de mi infancia; la tempestad que azotó mi barco en aguas de Sicilia iguala a una tormenta frente a las costas de Tasmania; la angustia de mi propio naufragio es la misma del Titanic, del Pequod, de cuantos navíos reales o imaginarios han sufrido las iras del dios de los océanos.

No recuerdo cuándo dejé de contar años, ni cuándo, hastiado, me establecí en este puerto elegido al azar. Ese día morí un poco, como cualquier marino anclado en tierra. Pronto la descubrí  y nos reconocimos. No puede hablar, pero sé que los dos guardamos añoranzas y maldiciones. Ella añora los tiempos gloriosos en que atraía las naves con su canto, y maldice al escultor que logró atrapar su espíritu en esa grácil anatomía de bronce varada en Copenhague. En cuanto a mí, el poeta mintió: sí, acepté la inmortalidad a cambio de no regresar, y hace siglos que maldigo mi vida y añoro cada día que renuncié a pasar contigo, amada Penélope. ¿Hasta cuándo estuviste tejiendo y destejiendo tu corazón?

38. La habitación (Susana Revuelta)

Iluminan los primeros relámpagos el cielo, retumban los truenos y, diluidas en ese estruendo, distingue Emily ―como cada vez que hay tormenta― las risas marchitadas, las voces antiguas del hijo muerto.

Aguarda inmóvil en la cama, con los ojos muy abiertos. Ve entonces aterrada al niño encaramándose a lo alto del armario. Después la caída.

El golpe seco.

Pero el muchacho continúa trasteando, ajeno a su desconsuelo, y se pone a dar volteretas sobre el colchón hasta que tropieza con la mesilla de noche ―siempre fue un poco torpe― y tira el vaso de agua. Al instante Emily, aún temblorosa, se levanta y recoge con las manos los añicos del suelo.

A la luz de los rayos que alumbran las paredes, vigila la sombra del chiquillo que no para de moverse, de fisgarlo todo, y aguanta despierta hasta que amaina el temporal y el niño se queda quieto.

Hacia las siete entra la celadora, ve los cristales rotos y va a buscar recogedor y escoba. La despertará más tarde ―«pobrecita,  por una vez que duerme plácidamente»― para cambiarle el camisón salpicado de sangre. De los tirabuzones rubios que algunas mañanas descubre en el puño de la anciana, prefiere guardar silencio.

37. Abismos

Decidido a tirarse, ha caminado hasta el borde del precipicio. Al detenerse, ha levantado las manos a la altura de los ojos para contemplar, una vez más, la grotesca imagen de sus nudillos inflamados, los dedos deformes, incapaces de sostener la maza y el cincel con los que antes daba vida al mármol. Abajo, las olas rompen furiosas contra las paredes del acantilado. Ráfagas de viento y agua le golpean la cara, las piernas, el torso.

Ha dejado caer los brazos y ha cerrado los ojos. Había tomado la decisión, pero la lucha interna no cesa. Hasta que la luz del rayo atraviesa la piel de los párpados y enseguida retumba el trueno. Suena como si la bóveda celeste se resquebrajara lentamente. Después, queda un silencio absoluto. Solo siente las gotas de agua que se desprenden de su cabello mojado y le resbalan por la frente. Entonces inspira hondo, despacio. En este instante, decide no dar el paso.

Permanece un tiempo allí, inmóvil, rechazando cualquier idea que pudiese alterar el significado de aquel momento. Finalmente, da la vuelta. Mientras se aleja del abismo, se humedece los labios con la lengua. Saben a sal.

36. NECESARIAS Y SUFICIENTES (Rafa Olivares)

Cada tarde, Bonaparte camina hasta una playa apacible de la isla de Santa Elena. Con el sonido de fondo de las olas al besar la arena, rememora sus brillantes y exitosas campañas en Austria, Prusia, Egipto, Austerlitz, Rusia o España. La grandeza de su imperio, el más formidable jamás conocido, le invistió de un poder, que ahora añora, capaz de convertir en realidad cualquier deseo. 

Medita también sobre las causas que le trajeron a esta reclusión forzada después de llegar a dominar medio mundo. Sigue tratando de entender las razones que le cerrarán la puerta a figurar como el más grande personaje de la Historia, y las encuentra reconociendo sus tres grandes errores: dejar a Josefina meter baza en las últimas tácticas militares, llevar aquel ridículo sombrero con diseño de montaña rusa y, sobre todo, ese jodío vicio de rascarse la tetilla izquierda con la mano derecha por debajo del chaleco.

35. EN UN PARPADEO

Año 1986. Estoy subiendo las escaleras para llegar al aula Magna, hoy hay asamblea para decidir si vamos o no a la huelga. No soy consciente del empaque majestuoso y el romanticismo que emanan estos muros de la Real Fábrica de Tabacos donde paso mis horas entre libros y compañeros. Estoy llena de sueños, reivindicaciones, utopías y unas ansias enormes de aprender, imbuida de ambiente universitario veo abrirse un futuro precioso ante mis ojos.

Año 2024. Estoy sentada, tengo las reivindicaciones metidas en un cajón y sobre la mesa de camilla, los recibos de la luz, el agua, el teléfono…definitivamente este mes tampoco llego a fin de mes. Sé que muchos sueños no podré cumplirlos, ni la artrosis ni el cuidado de los mayores me permiten la libertad de movimientos que querría. He dejado de creer en utopías, sólo hay que ver las noticias en el televisor día tras día.

Mis ansias de aprender y mi ilusión siguen estando casi intactas, porque tengo la buena impresión de que la vida se ha portado muy bien conmigo.

En cualquier caso, Darío decía “juventud divino tesoro”, en la vida solo te da tiempo a parpadear, y eso a veces duele.

34. Noches de insomnio y sueños

Se tomó la pastilla y mutiló la tentación de ofrecerle una compañera. La oyó caer como un cuerpo inerte mientras su cabeza le repetía la inutilidad del gesto.

Se dirigió a la cama arrastrando los pies y se acostó encima de la colcha invocando a los dioses del sueño. Ninguno hizo caso, tal vez el tiempo de plegarias había pasado.

Sí llegó ella, como siempre, puntual a la cita, con sus veinte años y unos ojos donde cabía el universo, y él a su lado agarrando su mano como un naufrago el último salvavidas.

Y otra noche más fue feliz.

33. TIEMPO RECOBRADO

Y de repente aquella luz tan tenue me recordó la época ya lejana en que todo el mundo apuraba agosto dándose un último chapuzón en el mar, donde el sol también se acostaba cada día un poco antes, como anunciando el fin de las vacaciones estivales y el regreso a la rutina. Como entonces, la arena era mi frontera y yo lo observaba todo desde la terraza mojando una magdalena en la taza de tila. Conmovido, me di la vuelta respirando con nostalgia el aire húmedo de mi niñez. Aquellas tardes en las que ya había menos visitantes en el paseo marítimo y el ruido procedente de la playa no era tan molesto anunciaban el periodo del año que más me gustaba, pues tenía para mí toda la acera, aunque ya no pudiera ver hasta el verano siguiente a los niños con piernas.

32. Echar de menos (Alberto Jesús Vargas)

A todos les duele su ausencia. Antes estaban completos. Eran una familia como tantas que viven en el barrio, con su rutina diaria, su economía ajustada y sus domingos y festivos de parque con palomas o palomitas con cine. Una familia sencilla, unida, quizás feliz. Hoy les falta él y les cuesta aceptarlo. Los niños lo echan de menos, pero ninguno de los dos se atreve a preguntar qué ha sido de su padre. Ella, discreta, se esfuerza por aparentar normalidad, pero no puede evitar entreabrir los visillos, de vez en cuando, para mirar melancólica a la calle como si todavía esperara verlo regresar. Hasta el perro sigue haciendo guardia junto a la puerta de entrada deseoso de darle su aparatosa bienvenida de ladrido alegre y rabo inquieto. Aquel al que todos añoran está cada vez más lejos, aunque ahora, el extraño en el que se ha convertido tras perder el trabajo, duerma una nueva borrachera en el silencio oscuro de la habitación matrimonial.

31. SEQUÍA

Mi abuela fabricaba instrumentos para interpretar el gorjeo de los ruiseñores y cajas de música para atraer a las nubes. En su testamento me dejó unas fabulosas semillas para plantar pianos en el jardín, aunque hace tanto, tanto, que no llueve, que apenas alcanzan el tamaño de un xilófono.

30. Dedicación exclusiva

Mientras le vendaba los ojos, el verdugo recordó la gélida madrugada en que empezó todo. Aún conservaba en la memoria el aliento cálido de aquel condenado. No le costó girar la manivela porque entonces era un joven decidido. Ahora, sin embargo, muchas ejecuciones después habían crecido los inconvenientes. Su familia insistía en que cambiara de oficio, los amigos le hacían el vacío y esos malditos temblores de las manos no cesaban. Temía que todo ello perjudicara la calidad de su trabajo. Él se aferraba al hilo invisible que lo unía inquebrantablemente a sus víctimas. Eran lo más sagrado para él. Por nada del mundo se permitiría defraudarlas.

Nuestras publicaciones