Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

45. El efecto mariposa

La tierra tembló. Una grieta comenzó a abrirse en el suelo. Estalló la tormenta y al amainar, de entre las ranuras húmedas brotaron margaritas.

Nunca lo supimos, pero todo ocurrió mientras nosotros, ajenos al mundo y con los ojos cerrados, nos besábamos por primera vez.

44. Pequeña criatura (Jesús Navarro Lahera)

Tras seis meses con ella en casa, y aunque presuponía que iba a suceder, todo es un completo desastre. Las sábanas, que me gustaba dejar estiradas, ahora acaban convertidas en un revoltijo. Además, en los suelos, donde antes no había ni una mota de polvo, me encuentro sus pelos, que forman bolas que parecen tener vida propia y ruedan a su aire por el pasillo. Y luego está mi ropa, que suelo llevar arrugada tanto porque ya no dispongo de todo el armario para mí, como porque a la mínima la tengo pegada a mis brazos. Y claro, no hablemos de la cocina, cuyas baldosas blancas lucían impecables, y desde que ella campa a su gusto por allí no hay más que manchas.

Eso sí, ahora mis noches han dejado de ser solitarias, y en la cama siempre tengo su cuerpo pegado al mío. Tampoco me importa recoger las cosas que va tirando por ahí, ni las suyas ni las mías, a las que también le encanta esconder para que después juegue con ella a encontrarlas. Y cómo vivir ya sin las muestras de cariño que me da tan pronto cruzo la puerta, y se abalanza sobre mí mientras ladra.

43. EL PAÍS DE LA CANELA (Belén Sáenz)

«Más ponzoñosa es la fiebre de la canela que la del oro», decía nuestro capitán. La encomienda era encontrar bosques inabarcables de ese condimento sublime al oeste de Cuzco, pero no hallábamos sino unos pocos ejemplares agostados. Desencantados, nos adentramos en una selva extraña y bella, con una densidad que extasiaba los sentidos y hacía olvidar el abrazo de la anaconda y las lianas que se desmadejaban a nuestros pies. La fama de las enigmáticas Amazonas revivió nuestras armas cansadas y nuestro ardor embotado. Nos recibieron con cerbatanas y flechas y respondimos, viriles, con ballestas y arcabuces hasta perforar flores escarlatas en sus pieles desnudas, de un tono pardo como la especia que perseguíamos. Finalizada la lucha, amontonamos los cuerpos de las guerreras, que desprendían un aroma dulce y antiguo, en forma de pirámide. Fray Alonso les hacía la señal de la cruz en la frente con su propia sangre antes de acercar la tea. Permanecimos allí hasta la caída de la tarde, cuando se acalló el chillido de los monos. Recogimos sus cenizas en un cofrecillo y, sin mirar atrás, proseguimos nuestra expedición por el río grande, que seguía amarilleando sus aguas con el resplandor de las llamas.

42. BURBUJAS DE VIDA

Mientras la veía «organizar» la maleta, yo pensaba que no se podía ser más desastre, en su vida todo iba muy deprisa y querer estar en todos sitios no ayudaba a ubicar ni siquiera los pensamientos, todo en ella era un batiburrillo de ideas, unas más saludables que otras.

Era el último día para recoger el pasaporte y daba tantas vueltas alrededor de la habitación que unas veces había perdido los billetes y otras los zapatos….Yo entendería que estuviera nerviosa porque era la primera vez que iba de crucero pero el ir y venir antes de salir de casa pensando en la vestimenta , el peinado, las llaves…era tan usual como desesperante.

Después de toda suerte de accesorios, algunos bastante estrambóticos, por fin cerró el equipaje colocando con esmero un vestido lencero blanco.

Me llegan fotos al WhatsApp y allí está ella, su lencero blanco con dos collares tipo hawaiano para la fiesta ibicenca del barco, su lencero blanco y un broche tipo fíbula en la colina del Partenón, su lencero blanco con una blazer plateada, unos taconazos de infarto y un brazalete con forma de serpiente para la cena del capitán…pudo ser un caos, pero era una belleza.

41. Troya

Los nueve kilómetros que separan el desvío del pueblo se me han hecho cortos, de niño me parecían eternos. La carretera es más recta; la curva en la que se salieron muchos ha desaparecido tras las obras.

«Aquí se mató Simón», recordaba mi madre al pasar. Mi padre frenaba y torcía el gesto. Ninguno contestaba cuando les preguntaba quién era Simón.

Hacía mucho tiempo que no volvía y estoy seguro de que nadie me reconocerá, y no sé si entre los muros de la casa quedará algo de mí, de nosotros…

Si las paredes hablaran podría saber qué secreto se guardaba en aquella casa, pero las paredes no hablan. Ahora está hundida y entre los escombros solo hay caos, el mismo caos que llevó las riendas de mi familia.

Los muebles destrozados, los libros rotos y el suelo ennegrecido me indican que le ha servido de refugio a alguien, eso me reconforta.

Me siento en un rincón a fumar mientras contemplo esta armonía. Cuando la oscuridad me impide ver la estancia, enciendo otro cigarrillo. Una tos profunda me indica que debería dejar de fumar. Lo tiro al suelo y salgo. Desde la carretera veo arder mi casa como ardió Troya.

40. Sobre los camarones que se duermen (Relato fuera de concurso)

Don Lucio, el pez más viejo del río, hace mucho que huye de las turbulencias y busca las aguas tranquilas y el cobijo de aneas y juncos, lugares donde descansar el cuerpo y serenar el espíritu, como en los que se refugiaba siendo un diminuto alevín, aunque con la intención ahora, más que de observar las cosas pasar, de verlas venir. Por las mañanas imparte la asignatura de Corrientes a los camarones. Les enseña a esquivar peligrosos torbellinos y aprovechar la inercia de los vórtices, a buscar remansos y evitar torrentes, además de a sobrevivir en un medio tan cambiante y hostil. Al terminar las clases, tiene la deferencia de ponerles algas y gusarapos para que desayunen. Las tardes las aprovecha para comer él. «Lo cortés no quita lo valiente», conviene su razón con su instinto mientras aguarda apostado en el sitio idóneo. Le basta con sacar la cabeza del escondrijo y adentrarla en la vorágine del agua que desciende. La confusión impetuosa de millares de partículas golpeando en su rostro le hace sentirse más joven y fuerte, al tiempo que caza a dentelladas, entre la hermosura de un desorden precipitado y lleno de alimento, a sus alumnos menos aventajados.

39. El Aleph, de nuevo

En la calle Garay, encontré los restos de lo que antaño fue una confitería. Aun así no me importó haber gastado el dinero del premio literario en este viaje. Cuando  ya me disponía a marchar, apareció un anciano. Me invitó a entrar por una puerta que creí clausurada y me susurró: “Nunca  lo destruyeron”. Emocionado, le seguí. Solo y tumbado en la oscuridad, contemplé el aleph. Vi el amanecer en Kiribati y la puesta de sol en Gotemburgo, vi a hombres pidiendo auxilio con el móvil en una patera a la deriva en el Mediterráneo, vi jirafas, nenúfares, huracanes y baobabs, vi la Torre de Shanghái, vi ataques aéreos sobre el sur del Líbano, vi la selva amazónica, vi a una muchedumbre, vi tu cara, vi la sangre negra del anciano coagulada en sus venas, vi cadáveres en la pieza contigua a este sótano y junto a ellos un cuaderno escolar, vi una lista escrita a lápiz —ay, la misma letra que en los manuscritos del maestro expuestos en la Biblioteca Nacional argentina—, vi el título que decía: “Autores que nunca recibimos el Nobel de Literatura”, vi su nombre en la primera línea, vi el mío en la última.

38. Primera clase (Luisa Hurtado)

El niño solo veía manchas, garabatos, borrones y salpicaduras hasta que el dedo índice de la maestra se acercó a un dibujo concreto y dijo: “esto de aquí es la letra a” y al pequeño, el que con el tiempo se convertiría en un ávido lector, se le iluminó la mirada.

36. El viaje

Nos empeñamos en viajar a la Isla de Pascua y lo conseguimos. Y después de un vuelo nocturno, surcando el cielo de diversos países, llegamos al amanecer, agotadas pero con buen ánimo. Nada más bajar del avión nos obsequiaron con los famosos collares de flores y un coche de la agencia nos esperaba para llevarnos al hotel.

Una vez instaladas, desayunamos y nos marchamos a la playa. El día parecía radiante, nada hacía presagiar el desastre que nos aguardaba. Tumbadas en la arena planeábamos la estancia, cuando de repente el sol se ocultó tras unas nubes que consideramos pasajeras. Pero no fue así. El cielo se oscureció y comenzó a soplar un viento desapacible y fuerte. Comprobamos que la gente recogía y se marchaba…

Nosotras nos resistíamos, no queríamos marcharnos. Hasta que de pronto vimos cómo se desplazaba desde lejos una ola gigante hacia nosotras. Corrimos pero fue inútil. Aquella muralla de agua se estrelló contra la costa arrasándolo todo, sembrando el desorden y el pánico. Nos metimos dentro de un tubo de una alcantarilla, con tanta suerte que el agua nos cubrió hasta la cintura. Cuando salimos un sosegado y silencioso caos imponía un nuevo paisaje en la Isla.

35. Abstracta

El día de su cumpleaños Meissa recibió un regalo no grato; una mancha blanca en su piel daba los buenos días. Al transcurrir los meses, aparecieron más puntos claros resaltando el color de la piel. Las personas la miraban con extrañeza y se alejaban, ella no comprendía lo que pasaba.

Una tarde de primavera, Meissa asistió a su primera clase de pintura. Sentada frente a su lienzo en blanco escuchaba a su profesor decir: -«Observen la naturaleza, colores y formas se mezclan en total libertad, la perfección no se limita, es libre»

Meissa se acercó al pintor confesando su anhelo por lucir una piel normal como la de los demás, sus compañeros la miraban mientras ella mostraba áreas despigmentada de su anatomía. Él maestro la observó con detenimiento, y dirigiéndose al resto de la clase afirmó: – Las formas y los contrastes en su piel crean patrones únicos en su cuerpo. Su epidermis es un lienzo vivo, una obra de arte cambiante.

Desde esa día, Meissa ya no esconde su belleza, exhibe sus obras en la mayor galería de arte: El mundo.

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