Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

BLANCO Y NEGRO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en BLANCO Y NEGRO

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán relatos que desarrollen el concepto BLANCO Y NEGRO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE DICIEMBRE

Relatos

46. HERNÁNDEZ & FERNÁNDEZ S.L.

Para llegar a la cima de aquella empresa familiar sin ser pariente había que demostrar talento, arrojo o algún otro mérito, pero nunca demasiado, ya que el linaje arrabalero de los fundadores, desconfiado e inseguro, nunca mostró más que la dudosa valía de no tener escrúpulos en los negocios, y así llegaron a ocupar un vistoso edificio, en cuyo ático se reunía el consejo para contar fajos de billetes y humillar a los empleados.

Muchos trataron de alcanzar el cielo de la séptima planta, pero llegaron sin resuello por falta de ascensor; otros lograron traspasar la puerta, pero acabaron sirviendo café o despedidos. En cambio, yo logré, peldaño a peldaño, ascender hasta la planta noble sirviéndome de mis largas piernas, a las que en vano intentaron trepar los Hernández y los Fernández, concediéndome unos y otros bulas y privilegios hasta que no solo rompí el techo de cristal sino que renové el suelo carcomido. Al menos hasta hoy, fecha en la que la firma desaparece aplastada por las deudas y mis malas decisiones.

Soy la última que baja por esas escaleras. La familia prefirió arrojarse por la ventana.

45. SUEÑO CON ESCALERAS AL CIELO (Fernando da Casa)

–Qué razón tenía Machado cuando renegaba del cantar de los gitanos –proclamaba el nuevo pastor ante su feligresía–. ¿Para qué queremos escaleras que nos lleven a la cruz, símbolo de la mayor desgracia? Basta ya de lamentarnos y alabar el sufrimiento, gocemos del amor de nuestros prójimos y proclamemos la paz verdadera.

El escándalo removió los cimientos del pueblo, ¡un cura renegando de la cruz! Los más leídos redactaron una carta de protesta dirigida al obispo, la mujer del alcalde se declaró en huelga de hambre hasta que rectificara, las cofradías organizaron una procesión de desagravio, se suspendieron todas las bodas, bautizos y comuniones y la venta de cilicios se triplicó en un mes.

Cuando el sacerdote despertó, desterró la idea de su nueva homilía.

44. Esguince de tobillo en grado 3. (Alfonso Carabias)

Estando en juego el papel de protagonista, Marta sabía que cualquier detalle podía decantar la decisión final del director, y por ello buscaba siempre la perfección en cada uno de sus ensayos, pues a su juicio esa era la mejor herramienta, junto con la capacidad de observar y aprender del entorno, para disputarle el puesto a cualquiera.  

En la última prueba del proceso de selección en el que participaba debía interpretar una canción mientras descendía bailando por una amplia escalera con peldaños de mármol, flanqueada por balaustradas de forja y barandales de madera.  

La rival con la que iba a jugarse el puesto, una vieja conocida, comenzó su número bajo la atenta mirada de Marta. 

Los primeros pasos se ciñeron a lo esperado, con tres giros y dos saltos perfectos. En la mitad del número, su contrincante se gustaba interpretando eficazmente el estribillo, y ya en el tramo final, sin fallos, y viéndose con el contrato firmado, pisaba con fuerza para coger impulso en el último escalón, justo donde Marta había dejado, en su ensayo anterior, y con absoluta discreción, tres gotas de aceite lubricante, las suficientes para garantizarse el puesto, y avanzar un paso más en su carrera.  

43. SUPERHÉROES CON BOINA Y GARROTE (Modes)

La kilométrica escalera apareció de repente.

Llegaba desde las nubes al suelo.

Y al verla, supimos que nuestra partida de dominó había acabado.

Entonces Anselmo murmuró: «Esos hijos de puta han vuelto».

Y yo añadí: «Pues si ya olvidaron la somanta de palos que les atizamos la última vez, habrá que refrescarles la memoria».

Y los otros paisanos, levantando sus bastones, gritaron: «¡Vamos a medirles el lomo!».

Así que, tras salir de la tasca, nos montamos en mi Ebro Kubota y fuimos a su encuentro.

Al principio parecían muy bravos, con sus gritos de guerra y tal, pero en cuanto les dimos la primera ración de hostias, su chulería pasó a mejor vida.

Y jugamos a la piñata con sus pellejos, hasta que, vapuleados, subieron los peldaños y la escalera desapareció.

Entonces nos abrazamos, volviendo a renovar nuestro pacto de silencio.

Es mejor que el mundo ignore que hoy pudo desaparecer, si no fuera porque varios ancianos de una aldea zamorana derrotamos, un año más, a los cuatro jinetes del Apocalipsis.

42. CREER O NO CREER

La escalera ya estaba allí mucho antes de que construyeran la casa. Quién la hizo, con qué propósito, nunca se supo, pero allí mismo se quedó, como adorno, sin llevar a ninguna parte, porque a la señora de Bellvedere le pareció magnífica y le dio miedo derribarla por si  molestaba a algún espíritu. Prohibió que pie alguno la pisara, pero una noche, caminando sonámbula, subió por ella a un salón de baile que no existía, donde había gente vestida de etiqueta, una orquesta, hojarasca por el suelo, jabalíes y grandes ciervos, ventanales abiertos a una brisa fresca y una escalera idéntica que la bajó a la quietud de su dormitorio después de bailar hasta el amanecer. Al día siguiente no recordó nada, pero el eco de la música,  que bajaba peldaño a peldaño desde la inexistencia, le martilleaba la cabeza sin piedad. La señora, incapaz de soportarlo, marchó lejos pero mandó buscar el origen de aquel tormento y rompieron los techos, rompieron tabiques, echaron abajo la casa y solo la escalera quedó intacta.

Todavía hay quien asegura verla subir y desaparecer en las madrugadas. Siempre habrá quien crea en fantasmas.

41. La estadística

Subía y bajaba las siete plantas por las escaleras para evitar el ascensor. No comía nada crudo. Caminaba con el gas pimienta en la mano. No saludaba a extraños. Le huía a las aglomeraciones, las horas pico y los lugares populares. No utilizaba redes sociales ni traía a nadie a casa. Desconfiaba de inmigrantes y de las bondades de las vacunas. Solo tomaba agua hervida por ella misma. No consumía carnes procesadas (por los químicos), pollo (por las hormonas), ni pescado (por el mercurio). Mantenía cerradas las cortinas para evitar los peligrosos rayos UV. No cohabitaba con nada vivo.

Solo pasó por alto el asbesto de su inmaculado piso de vinilo.

40. Y no al cielo precisamente

Cayó al suelo aferrado a la escalera, sus dedos la agarraban como si fuera su tabla de salvación, aunque los tres agujeros en el pecho, por los que no cesaba de fluir sangre, aseguraban con plomiza certeza que se trataba del final.

No le dio tiempo a recomponerse, a salir del paso con cualquier absurda excusa. En innumerables ocasiones había salvado la situación con cuatro palabras ocurrentes, la labia siempre fue su arma más poderosa, mucho más que su habilidad con los naipes. Como última opción siempre le quedaba mostrar un arrepentimiento casi tan real que incluso alguna vez él mismo lo creyó. No tuvo oportunidad.

Mientras la acariciaba con los dedos creyó que esta era su baza, la que le sacaría de la vida miserable que llevaba, la definitiva. Se maravillaba de que la suerte que tantas veces le fue esquiva por fin le sonriera. Los tres fogonazos irrumpieron en su pecho un segundo después de que un par de ases, de un modo inoportuno, asomaran por la manga de su brazo izquierdo.

39. GUÍAS Y GUÍAS (Rafa Olivares)

Mientras la forense toma notas y el agente de la científica fotografía la escena, don Ireneo Ripalda lee el prospecto que le alude:

 

                                    «CUERDA DE CÁÑAMO: INSTRUCCIONES DE USO

        – Extraiga el producto de su envoltorio.

        – Introduzca la cabeza por la abertura de uno de los extremos. 

        – Sitúe el nudo corredizo a la altura de la nuca y ajuste sobre el cuello. No apriete en exceso para evitar accidentes.

        – Coloque una escalera de mano bajo el punto de enganche (una viga, el soporte de una lámpara, la rama de un árbol, una farola…).

        – Súbase con cuidado y ate con nudo marinero el otro extremo de la cuerda a la sujeción elegida.

        – Patee con fuerza la escalera alejándola de sí.

        – Trate de relajarse para obtener pronto un suave, cadencioso y elegante balanceo.

        – No olvide guardar en un bolsillo este folleto para mejor instrucción del señor Juez.»

 

Luego, don Ireneo ordena el levantamiento del occiso, dirigiéndose a su oficina a redactar el auto de archivo de la causa. Por el camino, no puede evitar cierto sentimiento de frustración al recordar la estantería de esa multinacional sueca que lleva cinco días sin conseguir montar.

38. Doña Berta

El día que faltó un calcetín de los tendederos le echaron la culpa a Manolín. Encarna no tuvo dudas de que la travesura era obra de aquel gamberro que tenía por hijo. Don Anselmo, dueño del calcetín perdido, le quitó hierro al asunto cuando el chaval, aturdido por la bronca de los vecinos y los gritos de su madre dirigiendo la orquesta, se acurrucó en el hueco de la escalera y comenzó a llorar.

Al día siguiente fueron las bragas de la señora Felisa. Manolín ya estaba castigado y solo salía para ir a la escuela vigilado por su hermana mayor, cuando desapareció la camisa de los domingos de Federico, alias el Pisaverde. La escalera se llenó de juramentos e insultos; alguien vio brotar espuma por la boca del Pisaverde y también algún sapo y varias culebras. Encarna no pudo resistir más y la emprendió a golpes con aquel que había llamado a su niño hijo de la gran… Bretaña.

Con el acaloramiento que dan las trifulcas nadie escuchó una risita ni sintió el frío que bajaba por la escalera cuando el fantasma de doña Berta se dirigía al cuarto de las calderas para consumar su plan macabro y perfecto.

37. Agencia de Viajes Patrióticos

Después de organizar safaris de ensueño, visitas a las profundidades de los fiordos, viajes por la enigmática Ruta de la Seda o circuitos para descubrir la auténtica Polinesia, mi agencia se encontraba en quiebra. Y yo, su director, con un pie en la calle. Entonces se me ocurrió la idea de los Viajes Patrióticos. Encargué un estudio de mercado para localizar el lugar de mayor impacto. Y después rehipotequé mi casa. Con el dinero del préstamo, mandé construir el mirador. Majestuoso. En la mejor meseta fronteriza. Sabedor de la importancia de las escaleras, no escatimé en gastos. Cien peldaños equilibrados hasta llegar a la cima. Los necesarios para escuchar por completo los mensajes entusiásticos de la audioguía. Así, con el corazón insuflado de orgullo, las vistas resultarían aún más espectaculares. Y el éxito ha sido apoteósico. Tanto que la lista de espera alcanza los seis meses. (Lástima del aforo limitado). Porque todos los clientes bajan enaltecidos los cien escalones. Arriba baten palmas y entonan canciones mientras observan el espectáculo: siseos de arcángeles en el cielo transformados en estruendo, en fuego purificador. Y al final lo sublime: el derrumbe de los edificios enemigos alcanzados por las bombas.

36. El blues de tu ausencia

Al subir las escaleras, era muy consciente de que lo hacía por última vez. Y aunque llevaba meses tratando de asimilarlo, comprendió, con un nudo en la garganta, que uno nunca está preparado para despedirse para siempre. Cada escalón que pisaba le traía a la memoria un sinfín de recuerdos, como si estuviera haciendo, en pocos segundos, el inventario de toda una vida. Y las emociones, el vinagre y las rosas de tantos años se le mezclaban por dentro a medida que ascendía. Se acordó de las veces en que lo había negado todo. De sus amigos y también de sus enemigos íntimos. De las buenas y las malas compañías. De sus grandes amores y de las aves de paso. De sus caídas y recaídas… Y así… llegó arriba, donde retumbaba el clamor de quienes le esperaban también llorosos. Sonaron los primeros acordes, y al pisar el escenario, sintió que le temblaban las piernas: «¡Buenas noches Madrid!», saludó entonces mientras, como siempre, levantaba con gracia su bombín de payaso.

35. SATURNINO

Saturnino soñaba que bajaba una escalera interminable. A veces, en alguno de los descansillos se encontraba con alguien. Sobre los siete años se topó con un niño de su edad en el tercero. Sería el amigo fiel que hallaría al día siguiente en el colegio. Años después, encontró a una chica en el entresuelo.  Aunque imperaba la penumbra, sintió su belleza como un bálsamo premonitorio, y el domingo siguiente conoció a Vanesa. Todos sus hijos se le aparecieron antes de su concepción en algún tramo de aquella escalera misteriosa. Ramiro, con el rostro de angelote de los tres años, y Angélica con los ojos vivaces que tendría siempre. Durante años siguió soñando con esa escalera sin llegar nunca a ningún sitio, pues cuando presentía ya el portal surgían más y más escalones que se internaban en lo oscuro. Dejó, en la madurez, de encontrarse con gente en los rellanos, solo quedó la sensación de una búsqueda incierta y la angustia de no encontrar una salida. Hasta que un día apareció una señora de luto riguroso en el piso más profundo y le pidió que la siguiera con un ademán imperativo.

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