Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

07. Silencio ergo ruido/Ruido ergo silencio

Me encanta oir los gritos de los niños jugando al fútbol  bajo mi ventana, el ir y venir de gente en la cafetería de enfrente, los perros ladrando en el parque, eso que te obliga a subir el volumen de la tele, eso que suena a vida.

Ayer mismo en esa dialéctica que nos mantiene siempre alerta, yo defendía que el ruido significaba vida, que en el cementerio sólo había muerte y silencio y él, que todo hay que decir, siempre ha soñado con pasar unos días en un monasterio, me rebatía: ¿Y en la guerra? Hay mucho ruido y mucha muerte.  Y mucha “vida”, le respondía yo, pugnando por sobrevivir.

Acabo de subir. Él está en absoluto silencio concentrado en la lectura de un libro y yo lo desconcentro, enciendo la tele y empiezo a hablar;  cierra el libro, me escucha. Ea, pues otra tarde más en la que nos envolvemos en un rifirrafe apasionado de opiniones diferentes.

Hace un rato  frente a una página en blanco pensaba que mis neuronas se habían ido de resort pero con un poco de realidad y otro tanto de silencio he conseguido dar vida a un pequeño texto lleno de ruido.

06. UN CÍRCULO DE SILLAS (Jesús Alfonso Redondo Lavín)

Era la primera vez que me encontraba en medio del pabellón de baloncesto.  Los otros siete estaban ensimismados, envueltos en una atmósfera de silencio solo roto por el roce de las sillas, dispuestas en círculo, contra el parqué, en las que esperábamos sentados. Se palpaba la desgana. Me peguntaba si estuvieran cumpliendo una obligación como parte de una condena judicial; tal era mi caso.

El que tenía enfrente disimulaba con un pañuelo al cuello una cicatriz; ¿el roce de una cuerda?, pensé. Una chica joven, a mi derecha, escondía sus muñecas estirando las mangas del jersey. A mi izquierda uno extremadamente delgado, de edad indefinida y sucia melena, balanceaba su cuerpo de atrás a adelante apretando con sus puños las fosas de sus codos tatuados. Los demás miraban hacia un horizonte perdido tras las ventanas por encima de las gradas vacías.

Llegó la sicóloga de gafas grandes y melena corta con un block de notas. Todos hablaron. Ella con ganas de terminar, escuchaba y apuntaba.

Llegó mi turno.

Miré al techo, tratando de ausentarme de aquella rueda de rostros anónimos que clavaban sus miradas en mí.

Invadido por la vergüenza vacilé antes de hablar:

Soy… Luis, y soy… ludópata, balbucí.

05. CADA DOMINGO (Ángel Saiz Mora)

Desde que he llegado me dedico a plegar en mil dobleces mis manuscritos. Desecho firmarlos, no es necesario. Los introduzco por una grieta de la lápida.
Desde el cementerio me dirijo a un hospital con enfermos de edad avanzada. Descartada toda desgana, por la tarde acudo a una residencia. Busco ancianos solitarios, descatalogados por el desprecio de sus familiares, que no les visitan ni en día de fiesta.
Desde mi corazón destilo palabras y comprensión hacia ellos. Recibir su gratitud me satisface, aunque no lo suficiente para deshacer remordimientos.
Desde que regreso a casa he de enfrentarme al desasosiego culpable. Maldigo las horas en las que no quise responder a las llamadas telefónicas de mi padre, tras una discusión llena de descalificaciones injustas por mi parte. No podía saber que él iba a fallecer de repente esa noche, sin reconciliación ni despedidas.
Desde que comparto mis jornadas festivas con quien necesita compañía soy mejor persona. Quien tanto me dio, hasta después de muerto parece desvivirse por mostrarme el camino correcto.
No desisto de escribir una y otra vez todo lo que hubiera querido decirle en papeles como este, que uniré a sus restos dentro de una semana.

04. OOOMMM

De 365 días, 15 son míos.

Lo saben mi pareja, mis hijos, mis amigas y amigos, mis vecinos, en el trabajo, todos.

En el monasterio de Shivandanphandengyang, recóndito rincón del Nepal, el Maestro dicta OOOMMM y nosotros repetimos desde lo más dentro OOOMMM. Estoy deseando que acabe la sesión. Miro al Maestro y sus ojos me poseen.

En mi habitación, en el más absoluto silencio, el Maestro me recorre. Me besa, lame, acaricia, toca. Cuando me penetra alcanzo el éxtasis, el infinito, el paraíso, el más allá.

Y así 15 días.

OOOMMM

03. SOLO POR MÍ

En la casa de acogida en la que estoy desde que salí de la comisaría con mi parte de lesiones y mi denuncia por la última paliza de mi marido, solo puedo pensar en una cosa: ¿Por qué mi hijo, de 20 años, siguió mirando la tele en el salón y no vino al dormitorio al oír mis gritos por la agresión de su padre?

Él había presenciado muchas de las palizas que me propinaba al volver de sus copas nocturnas, pero nunca hizo nada por defenderme ni por intermediar siquiera.

Empiezo a pensar que yo les sobraba a los dos y no sé por qué. Solo sé que mi marido gana mucho dinero con sus negocios y nuestro hijo solo mira por él.

Y ahora, yo, desde que decidí huir del infierno, ya solo miro por mí, mientras, tranquila y sin miedo por fin, disfruto del sol de cada día.

02. Las voces – Calamanda Nevado-

No había perdido la curiosidad tras recibir el segundo  telegrama.  Antes de coger el avión, escondí las joyas en unas botas, entre  ropa interior  y otras prendas. Una vez allí, me convencieron para que abandonara mi soledad.    Caminé al lado del fuego y a través del humo. La humareda  se arremolinó cuando añadieron  más maleza seca. Agitaban la paja  frente a mí y me impregné  desde la cabeza a los pies. Así podía quedarme,  había quedado limpia.

Cómo describir lo ocurrido aquel día. No eran imaginaciones mías los cortes en las plantas y a los lados de los dedos. Con estos parientes, que no sabía que existieran,  iba a aprender cosas nuevas sobre el modo de vida de mis ancestros y esta última rama de la  familia. Estaba  agradecida.  Aquella gente  parecía muy experta, no llevaban provisiones,  ni dependían de ninguna cosecha, y sabían buscar agua dónde no había sin contaminar la zona.

Me lo tomé como algo divertido, para entretenerme, hasta que  brotó agua arenosa y oscura. Allí los pájaros bebían, salpicaban y excretaban a sus anchas. Me prepararon hierbas medicinales, pero   tras  semanas aún no estoy lista. Deseo regresar a casa y no sé  cómo  hacer.

01. MALEZA

37 corazones de plomo sin el consuelo de una sombra que les proteja. Solo el silencio agitado de las cunetas.

82. Cosas de humanos

Ella solo mantenía amistad con humanos cien por cien. Borré con esmero las huellas de ese cinco por ciento que me separaba de la etnia pura y así poder acceder a su reducido círculo. A estas alturas del siglo XXII era muy raro que algún antepasado no hubiese tenido algún mestizaje con humanoides, tan evolucionados desde los primitivos robots.

Nos conocimos y las citas eran cada vez más largas y frecuentes. La relación avanzaba viento en popa. De improviso ella decidió que era el momento de presentarme a sus padres. Y al ver que el tipo al que estrechaba la mano era el mismo a quien soborné para que autentificara mi árbol genealógico de humano con pureza de raza, creí que todo mi plan se había ido al traste. Entonces su progenitor me susurró al oído: «Si no dices nada, yo tampoco». Después apareció su madre con una bella melena teñida de un verde inconfundible. ¡Cómo olvidar esa noche y mi trabajo como estríper de bombero apagando los fuegos de una mujer tan fogosa! Me guiñó el ojo y dijo: «Bienvenido, te acogeremos con mucho amor».

80. PROTOTIPOS (Domingo J. Lacaci)

La discusión dentro del coche se iba acalorando. Juzgas sin pensar, decía mi padre. Mi madre solo pedía que cambiáramos de conversación. Me parece fatal eso del Estado adjudicando familias biónicas a los huérfanos, repetí. Lo escuché en la radio, y es horrible incluso planteado como teoría. Tras esa frase vinieron la curva, el frenazo, el vuelco, el bosque y el largo silencio bañado de cristales.

La rama de roble había atravesado primero el parabrisas y después el pecho de mi padre. Apenas consciente me acerqué a él. De la enorme herida salían engranajes, manguitos rotos y mucho aceite. Luego, mi cerebro entró en tinieblas y no recuerdo nada más. Salí del coma semanas después y vi a mi madre sentada junto a mi cama. Poco a poco me fueron contando que mi padre había fallecido. Y eso de los engranajes que cuenta el muchacho son malos sueños que puede provocar la morfina, dijo el doctor, es bastante habitual.

Mañana me caso y ahora ensayo el vals con mi madre en nuestro salón. Giro y giro y giro, y la quiero tanto que carraspeo constantemente por no escuchar en cada vuelta ese desquiciante chirrido metálico apenas perceptible desde su cadera.

79. Pata palo

El abuelo era de fiesta continua; para trabajar le iba muy justo.  Me dicen que ella era la esforzada esposa que cargaba las necesidades a su espalda.

Todos sabían que tenía dicho que antes de su funeral quería un buen jolgorio, así que no hubo más remedio que organizarlo. Mucho esfuerzo y dinero que no sobraba. La gente lo pasó en grande mientras ella, su hermana y mi madre se encargaban de todo, exhaustas.

Al cementerio lo llevaron a hombros. Todo normal hasta que en la cuesta final hubo un trastabillo y cayó el ataúd al suelo. Su inquilino salió rodando y vino a revivir tras el golpetazo.

Como era lógico se tuvo que organizar un festejo de bienvenida.

No tardó en fenecer de nuevo; cuatro escasos días. Más sarao.

Cuando se colocaban esta vez para llevar el féretro, mi abuela agarró a Joaquín del hombro y lo echó rudamente hacía atrás para que lo sustituyera otro.

78. Mi media naranja mecánica

Era perfecta. “Una máquina, también en la cama”, se anunciaba en su perfil. 99% de compatibilidad indicó la aplicación. Le gustaban las películas de Star Wars, el orden en los cajones y la música de Bach. Nos enamoramos al instante y en dos semanas ya se había instalado en mi casa. Dicen que las personas cambian con el tiempo y que el amor se acaba. Nosotros llevamos quince años juntos y ella sigue siendo la misma de siempre. Además, está exactamente igual que cuando la conocí: ni una arruga, ni un gramo de más. Por supuesto, yo tampoco he cambiado. Quizás ese sea el secreto de la felicidad.

77. Una última esperanza (Adrián Pérez Avendaño)

Cuando el forense acabó de dibujar con el bisturí una “U” a la altura del abdomen y se asomó al interior del cadáver, vio algo aterrador. Tembloroso, todavía pudo rasgar un poco más la piel (o lo que demonios fuera aquello) para comprobar que allí no había ni rastro de estómago, intestino, bazo o hígado. En su lugar, solo un enorme y oscuro vacío atravesado por una maraña de cables rojos, verdes y amarillos que iban en todas las direcciones posibles. A tientas, se sentó en el taburete que había junto a la camilla y sintió una arcada que no pudo reprimir. Cuando recuperó las fuerzas, se puso en pie, cogió de nuevo el bisturí y suspiró profundamente antes de trazar una “Y” un poco más arriba de donde lo había hecho antes, justo en el centro del pecho del fallecido.

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