Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

ANIMALES

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en ANIMALES

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el 5º de este año serán LOS ANIMALES. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de AGOSTO

Relatos

14. Por senderos indeseables

Para descubrir el encanto del barrio -según rezaba en la guía- nada mejor que perderse por sus estrechas callejuelas sin preocuparse por el rumbo. Y eso hicimos, adentrarnos en sus calles al atardecer…

Parecía tan romántica la travesía que caminamos durante varias horas entre las callejuelas medievales y más estrechas de la ciudad. Una ciudad cosmopolita que se vende bien para los turistas que cada año la visitan.

En los folletos se muestra una urbe tranquila, moderna, apacible, con el encanto de edificios góticos, románicos y modernistas, entre iglesias, murallas y plazas. Sin embargo, y paradójicamente, el ambiente y el entorno que se vende dista mucho de la realidad. Tras esa fachada bonita, la ciudad esconde disturbios, miseria, adicciones, inseguridad, hombres y mujeres solitarios pidiendo limosna para sobrevivir, y los sin techo durmiendo al amparo de algún pórtico, cobijados entre sus pocas pertenencias y cartones.

Terminamos nuestro camino en un taxi, de regreso al hotel y sintiéndonos afortunados como dioses.

13. 1930, AMOK EN AGÜERO (CANTABRIA) (Jesús Alfonso Redondo Lavín)

─Al salir de misa daba tabaco. Nadie osaba negárselo, contaba Nel Setién mientras limpiaba el vaso en un cubo de agua para rellenarlo de leche ordeñando, allí mismo, la ubre de la frisona.

─Yo, de joven, arreglaba su ganado. Aquel día me recibió a tiros, continuaba el vaquero que alargaba el vaso a otro excursionista de los que bajaron de la lancha al prado en que termina lo navegable de la ría de Cubas.

─Al señorito Abelardo lo abandonó su familia, los Velarde de Agüero. Ninguno soportaba su carácter irascible y en aquella casa sólo lo atendía desde niño Constantina Cacicedo.

Nel limpiaba de nuevo el vaso y lo rellenaba a tres pesetas.

-Maribel, hija, súbeme de la ría otro cubo con agua limpia. Continuaba Nel; ni siquiera quiso atender al cura, él tan religioso, con su casa llena de santos y crucifijos. El guardagujas de Villaverde con artimañas lo sacó de casa y la policía pudo arrestarlo. El suelo estaba encharcado de sangre. Encontraron una pizarra afiladora ensangrentada, dos cuchillos rotos y un machete bajo el colchón. El “pirao”, sin mostrar turbación alguna declaró: “He matado a Tina, se rio de mí y de mí no se ríe nadie”.

12. Estrés (Susana Revuelta)

Manuel se sentía eufórico, ¡como para no, si acababa de volver a nacer! Los mareos, ahogos y dolor abdominal no eran síntomas de cáncer, tal como había leído en Internet, sino ansiedad, según el doctor que acababa de examinarlo.

—Para relajarse ―le explicó el facultativo― es importantísimo respirar bien. Recuerde: 4-7-8, inspirar, mantener, expirar.

La alegría le duró hasta que vio que el ascensor pasaba de largo, algún imbécil se le había adelantado desde otro piso. «Con la prisa que tengo» bufó. Bajó por las escaleras de dos en dos y renegó al dar un traspié, pues las bombillas de los rellanos apenas alumbraban y los peldaños de madera estaban recién encerados. «La hija de puta de la portera, querrá que alguien se mate». Desde el patio interior entraba un olor a coliflor hervida y fritanga que le puso de mal humor. «Qué asquerosidad de comida». Inspiró uno, expiró tres, uno, tres, «¿cómo era?, no me acuerdo…». En el portal, tuvo que aguantar que el pequinés de una vieja que olía a pis le llenase de babas los mocasines nuevos.

Hiperventilaba cuando salió a la calle. Aflojó entonces los puños, miró al cielo, llenó de aire sus pulmones y sonrió.

11. ¿DÓNDE VAS CAPERUCITA?

Mi madre me dice que no importa que esté solo en el cole, que es porque soy muy superior al resto y por eso me tienen envidia. Ella cree que algún día seré un gran jefe, que dirigiré una empresa  importante y que todos los que hoy me acosan, mañana vendrán a pedirme trabajo. Está segura de que me adoraran como un Dios y me llama “su lobo de Wall Street” aunque yo no entiendo bien que significa…

Con la cara hecha un cromo y llorando, le he contado a mi madre que hoy, un muchacho de tercero me ha acorralado en el despacho del orientador, que lleva más de dos meses de baja. Quería pegarme y aunque yo le decía que me dejase y haciéndote caso gruñía como un lobo feroz,  él se reía mientras me tiraba del pelo llamándome “Caperucita Rosa”. He logrado escabullirse de sus asquerosas y sudadas garras y  alcanzar un trofeo situado en la estantería. Lo reconocí al momento, lo había ganado mi grupo el año pasado en las Olimpiadas sobre Igualdad y Tolerancia. Lleno de rabia salí al pasillo aferrándome al frío metal como arma defensiva.

10. La última descarga

El hombre hurga en la caja de cebos por si encuentra alguna lombriz escondida. Ninguna, no hay más que serrín.

Es hora de irse, se dice resignado.

Al recoger el sedal se fija en los nubarrones que se acercan. Quita el anzuelo, mira alrededor y se da cuenta de que está solo en el espigón.

Será por este tiempo de locos, piensa en tanto dobla la caña.

Antes de marcharse, se sienta junto al cubo lleno de peces. Mientras observa como las olas se embrutecen arrojando su furia contra la escollera, se frota las manos, le huelen a una mezcolanza de tripas de pescado y algas que le fascina. Se pasa la lengua por los labios resecos y chupa el salitre que tienen adherido, un escalofrío le eriza la piel. Sonríe.

Cuando cae el primer relámpago en el mar, el hombre agarra el cubo lleno de peces y, con la caña bajo el brazo, camina dando zancadas como una bestia hasta llegar al coche.

Conduce sin pensar en nada. Ni en nadie. Enciende la radio y suena su canción. Se siente como un dios. Emocionado, saca un brazo fuera del vehículo, sin pensar siquiera en el cumulonimbus que tiene encima.

09. Conflictos interiores

Soy un ser solitario que se está volviendo viejo. Lo siento en mis huesos y en esos pensamientos que atormentan mi mente y hacen que cosas normales ahora me generan insólitos conflictos de conciencia.

Hoy me introduje en una casa, comí lo que encontré y me eché a dormir la siesta, Me costó conciliar el sueño por ese desasosiego que muchas veces me invade después de comer, pero al final me cubrí hasta las orejas y pude dormir.

Me sacaron del sueño unos ladridos agudos que, tras despertarme, se convirtieron en una voz de niña que llamaba: ¡Abu, Abu, Abu! No respondí; levanté una punta del cobertor y espié: vi los pequeños zapatos oscuros, unas bellas piernas que se perdían dentro de la falda breve y una capa de color sangre terminada en capucha que enmarcaba un rostro inocente y tentador.

–Hola, Abu, soy yo, Cape, te traigo tarta de fresas. –dijo la niña.

En ese momento mi conciencia me atacó con fuerza y yo me defendí: “Es la última vez que lo hago”, le mentí, y sin darle tiempo a réplica me dirigí a la niña:

–Hola, Cape. Ven, acércate y charlemos –le pedí con voz postiza.

08. LA PARTIDA (Sara Lew)

Azul y arena en su mirada, ahora desvanecida bajo una nube de sedantes y medicamentos. De sus labios entreabiertos se escapa un aliento leve y rítmico, como el murmullo de las olas rompiendo sobre la playa. Yo intento mecerme en ese vaivén mientras sujeto su mano pero no logro retenerlo, sus dedos laxos se me escurren. Se oye el pitido intermitente y fatalista de la máquina y entonces es él, en un último afán, el que tira de mí con fuerza. Me indica con apremio que su barca ya ha llegado a buscarlo, y que no quiere hacer ese último viaje solo.

07. Lobo solitario ( Fernando Garcia del Carrizo)

Mi verdad me ha apartado hasta de mí. Nunca toleré que los demás no compartieran los principios y las ideas en la que he fundamentado mi vida. Eso me llevó a alejarme de mi familia, que llamaban extremismo a lo que yo determinación y claridad de pensamiento. Recuerdo la mirada de mi madre con esa mueca de culpabilidad el día que me largué de casa. Los amigos se distanciaron con acusaciones de fanatismo donde solo había coherencia. Imagino que era frustrante para ellos confrontarse y ver su mediocridad. Cuando encontré a los de mi grupo me sentí comprendido por vez primera en años. Al descubrir su hipocresía y debilidad moral me separé también de ellos. Solo, conmigo mismo, reconozco la dificultad creciente de ser fiel a mis juicios. Ni los castigos físicos acallan esos momentos de duda o flaqueza. Por eso y por la urgente necesidad de cambiar este sistema enfermo me encuentro rodeado de toda esta gente. Cuando el vagón de metro arranca de nuevo me fijo en el rostro de una anciana que me recuerda a mamá. Sus ojos es lo último que veo antes de apretar el botón.

06. O´SO´LO

La brutal tormenta de nieve zarandeaba la pequeña caseta de madera perdida en medio de los inmensos bosques, aislada de cualquier lugar habitado.

Salía arrastrándose cada media hora a palear delante de la puerta intentando no quedar sepultado.

El extravagante profesor dejó a sus colegas de universidad boquiabiertos al comunicarles que disfrutaría de un año sabático para preparar el ensayo definitivo sobre la esencia de la soledad. Dijo que quería ser recordado como el mejor filósofo del aislamiento.

Llevaba once meses absolutamente incomunicado pero sus apuntes eran exiguos. No conseguía avanzar hacia la verdad definitiva.

Sonó un fuerte golpe. Pensó que era una rama de abeto arrancada por el huracán.

Abrió la puerta para retirarla.

No tuvo tiempo de reaccionar. El enorme oso se abalanzó sobre él. Había olido su sangre caliente desde kilómetros de distancia.

Los dos entes solitarios por fin se habían encontrado.

Bajo el aliento del plantígrado ambos saciaron su hambre; el animal de alimento, el profesor de sabiduría.

Acababa de descubrir la verdadera esencia de la soledad en el instante mismo en que las descomunales fauces le arrancaban la cabeza, ahora sí, plena de conocimiento.

05. GRADOS DE DIFICULTAD (Ángel Saiz Mora)

Había sido sencillo, demasiado. El dependiente no puso cortapisas para venderle un revólver pese a su juventud y comportamiento poco desenvuelto.

Tampoco le resultó problemático volver al infierno, el que hizo de él un ser asocial. Si generaba una masacre en su antiguo colegio e instituto se convertiría en alguien poderoso. Bastaba mover un dedo, el del gatillo.

No esperaba contemplar la humillación de un muchacho por varios bravucones, arrojado al suelo entre burlas, ante la inacción general. Le recordó su propia experiencia pocos años atrás.

Los hostigadores desaparecieron en cuanto se acercó, al descubrir el cañón del arma. Con una facilidad aún más inesperada, inédita en él, conversó luego largo rato con los padres agradecidos del adolescente.

Tan simple como liberador fue dejar que se hundiese la pistola en un lago.

Con sus conocimientos informáticos, desarrollados durante años de soledad, lanzar ataques contra el negocio del armamento se convirtió en un juego divertido, de niños casi, de esa infancia que le robaron.

Mucho más complejo va a suponerle sacudirse el carácter retraído, pero está dispuesto a hacer ese esfuerzo por más que le cueste. Sabe que la asociación contra el acoso escolar necesita de su experiencia y apoyo.

04. Caperucita

A medianoche, mamá me levantaba de la cama y me hacía entrega de una cesta con comida para que la llevara al bosque. Siempre bajo el mismo árbol. Desde que papá huyó para evitar ser capturado por los hombres malos, me convertí en el hombre de la casa. Aquella excursión nocturna se hizo tan habitual que la mantuve aun cuando el fin de la guerra trajo de vuelta a nuestro padre. Y cada mañana, al retirar la cesta, la seguía hallando vacía.

03. GENIO Y FIGURA

Era un narcisista de manual. Un líder nato, admirado por sus amigos y compañeros de trabajo y adorado por sus colegas de correrías nocturnas. Para él, eran sus súbditos.

Pero quienes lo vivían más de cerca, como su familia o sus parejas, conocían también su lado oscuro cuando no se salía con la suya. Entonces era prepotente, nada empático y, con frecuencia, agresivo. Creía firmemente que llevaba siempre la razón, que no lo entendían, y ni se inmutaba cuando quienes de verdad lo amaban, acababan huyendo para preservar su propia salud mental.

Cuando tuvo el fatal accidente que lo postró en una silla de ruedas, sólo su perro, su dinero y la foto de su deportivo destrozado le hicieron compañía.

Pero, genio y figura, él seguía considerándose la injusta víctima de todos los demás.

Esos imbéciles.

 

“Nota manuscrita de D. Raúl Gil de Prado, hallada junto a su cadáver, su silla de ruedas y un frasco de ansiolíticos vacío”.

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