Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

55. SENDAS DE ALTA MONTAÑA

«No sueñes con llegar al refugio utilizando un atajo porque no lo hay» Dijo José «Al final del día descansarás caliente y seco, pero antes recorrerás la misma senda por la que pasaron muchos antes que tú y por la que pasarán muchos después que tú. No hay otra forma. Este es el camino».

«Repito que he oído hablar a los compañeros de ese atajo» Contestó Alberto «¡Mira el mapa! Además tengo la ruta en el GPS. Ahorramos tiempo, nos quitamos desnivel y ganamos en seguridad porque evitamos trepar paredes expuestas».

-Pero hay dragones.

-Los dragones no existen ¡Por Dios! ¿Qué te pasa?

Cuentan que decidieron separarse y que cada uno fue por donde le dictó su albedrío. José llegó exhausto, al límite de sus fuerzas. Necesitó ayuda para curar las heridas que se produjo en varias caídas.

Alberto nunca llegó al refugio. Sobre su suerte se sucedieron los comentarios que terminaron por originar una historia que pronto adquirió tintes de leyenda. Algunos alpinistas relatan que han visto a contraluz, siempre en las más altas cimas, la figura de un hombre acompañado de tres grandes animales alados y diez pequeñas crías solícitas. Él parece muy sano y las dragonas felices.

54. Declaración

Los niños corrieron hacia la loma sin percatarse del letrero clavado al borde del camino, hipnotizados por ese verde irreal. Al pisarla, la hierba crecía sin control a sus espaldas y los chicos desaparecían tras ella. Les grité que no se movieran, que regresaran sobre sus pasos, aunque la espesura ahogaba mis voces, y sus risas. No se detuvieron. El horror me mantuvo paralizado hasta la llegada de los jardineros, cuyas miradas parecían recriminarme nuestra sistemática tendencia a saltarnos las normas. Les hice ver que hubiera servido de poco la lectura del rótulo, ya que mis pequeños únicamente saben dar los buenos días en el idioma del país cuando no les puede la vergüenza. Sin cruzar más palabras, los operarios se dieron la vuelta y comenzaron a podar el cerro con meticulosa paciencia. Mientras avanzaban tijera en mano, se les oía decir «Good morning!» a cada rato, con la esperanza de que alguno respondiera. Fue así, señoría, como perdí a mis hijos.   

52. Envío especial

Santiago pasaba las mañanas trasteando en su garaje con los cachivaches que encontraba en la basura. Los empleaba para construir un traje espacial. Por la noche observaba dos estrellas, convencido de que una que parpadeaba se trataba de su padre, con ese tic en el ojo izquierdo que siempre lo acompañó, y la de al lado, cuyo suave balanceo lo hipnotizaba, de su madre sentada en la hamaca en la que se quedaba traspuesta antes de irse a la cama. Hasta percibía el olor a guiso y natillas que inundaba su casa cuando aún estaban en esta parte del universo. Mientras, repasaba planos y ecuaciones. Si sus cálculos iban por buen camino, pronto se reuniría con ellos. Cuando tuvo la certeza de que se acercaba el momento final, dejó de comer. Al tiempo que perdía peso, comenzó a levitar, cada día un poco más. La tarde en que descubrió la órbita para llegar a su destino, se liberó también por completo de la gravedad, se puso su atuendo recién terminado, salió al patio y se dejó llevar. Desde entonces viaja por la Vía Láctea dando bandazos, atado por una cuerda de perseidas de la que tiran un par de estrellas.

51. Calle Ítaca, s/n

Viene a mí nada más verme entrar y me abraza. Ya le he contado por teléfono la odisea que he sufrido para volver. Sé que está feliz porque al menos he llegado sano y salvo, pero es evidente que este no ha sido mi mejor atraco. El tipo de la joyería llamó a la poli en mis narices, obligándome a salir de allí a la desesperada. Destrocé el coche en mi huida y tuve que robar una moto que al poco dejó también de funcionar. He utilizado luego cuatro líneas de metro y otras tantas de bus para despistar a mis perseguidores, hasta llegar al barrio tras dar la vuelta entera a la ciudad.

Dejo el miserable aunque costoso botín en el suelo, me lavo un poco y nos sentamos a cenar. Le digo que las croquetas están muy buenas. Ella me explica que son fruto de la prolongada espera, cambios caprichosos propios de la inquietud, pues hace unas horas eran ropa vieja, y antes de eso, restos del cocido de ayer. Comemos hablando de trivialidades y riendo por tonterías, brindando una y otra vez por cosas que nunca tendremos, ignorando el cada vez más cercano ruido de sirenas.

50. VIDA PARALELA (Rosalía Guerrero Jordán)

Algún duende travieso ha debido cambiar el guión, pues su vida no debería ser esto. Este caminar apresurado, sin tiempo ni para respirar; este agotamiento infinito que adormece la ilusión; esta tristeza espesa que la estruja por dentro hasta ahogarla.

¿En qué momento se desvió del camino que había dibujado para sí?

Ella quería ser libre, recorrer mundo, tener una vida preñada de aventuras. Sin embargo, las riendas escaparon de sus manos y las circunstancias la arrastraron hasta el borde del barranco por el que camina.

Solo durante las noches toma el control de sus sueños para vivir una vida que cada vez se vuelve más real. En ese lugar intangible puede saltar al vacío y volar, bailar hasta el amanecer y amar sin miedo a las consecuencias.

Cuando despierta todavía lleva la sonrisa colgada en sus labios.

Minutos después, una lágrima se desliza hasta el café.

Pasa las horas imaginando el siguiente capítulo de esa vida paralela, en la que puede ser feliz sin pedir permiso ni perdón, esperando que llegue el momento de regresar allí para seguir con su vida en el punto en el que se quedó.

Y pensando que quizás un día decida no despertar.

 

49. La promesa (Juana María Igarreta)

Sonia y Juan nacieron a la vez de los vientres sincronizados de sus madres gemelas.

En el edificio que compartían era habitual escucharlos llorar al unísono, y que sus llantos entraran en bucle por efecto del contagio. Circunstancia que hizo que ambos desarrollaran una envidiable capacidad pulmonar.

Sumaban pocos pasos sus zapatos cuando decidieron hacer de la voz su juguete preferido. En un descampado próximo a su casa, sirviéndose de cartones y viejos trapos como decorado, improvisaron un teatro. En él descubrieron que imaginando ser otros eran más que nunca ellos mismos. Y allí, contando y cantando, prometieron que un día sus nombres compartirían aplausos.

Más tarde el movedizo escenario de la vida adulta separó abruptamente sus caminos. Mientras Sonia bendecida por la suerte recorría medio mundo, la enfermedad paralizaba las cuerdas vocales de Juan. Pero éste supo armonizar el sufrimiento con la música que llevaba dentro.

El día del estreno de una de las obras de Juan en el Teatro Principal de su ciudad natal, Sonia, ovacionada y emocionada, no pudo evitar recordar aquella promesa infantil.

Tras la exitosa función, el viento se encargó de acercar hasta la tumba de Juan el eco de un aplauso interminable.

48. Amor espástico

Nadie comprende por qué Santiago es nuestro auxiliar favorito. Un hombre mayor, antipático… Sin embargo, es el único que nos lleva a nuestro rincón y nos deja solos. Tu silla de ruedas y la mía pegadas. Las bocas, también.

– Sabes… creo que si hubiera concursos de besos, ganaríamos.

– Sí —te contesto, mirando hacia tu pantalón—, pero a ti te echarían, por dar ese espectáculo.

Tú primero sonríes, orgulloso, y luego te pones colorado. Después ambos nos retorcemos con esfuerzo hasta conseguir que nuestros dedos apenas se entrelacen un poco, y seguimos charlando. Daríamos lo que fuese para que nuestros cuerpos, nuestras manos, tuvieran la mitad de agilidad que nuestros labios.

Este amor irremediable, descomunal, ha de condensarse en maravillosas conversaciones, y en esos cuatro besos de nuestro íntimo rincón. A veces, con suerte, Santiago nos tumba en tu cama, para echarnos la siesta. Juntos, desnudos. Y nos conformamos con eso, con ese calor.

Hoy, sin embargo, he tenido una idea: le he pedido que nos ponga al revés. Mi cabeza en tus pies.

Confuso, miras mis piernas torcidas; pero enseguida sabes qué hacer. Yo sonrío, y hago lo mismo.

Nos retorcemos. Sin prisa.

Nuestras bocas mostrando su gloriosa agilidad.

47. Camino a la gloria (Elena Bethencourt)

A mí nadie me pregunta, por eso yo no quiero hablar. El abuelo va penando desde que murió, dice mi madre, lo  mismo aparece en la cantina que en el burdel. No encuentra el camino para salir del mundo de los vivos.

No hay quien duerma en esta casa, de madrugada se pone a subir y bajar escaleras o a jugar a la petanca en el salón o a vaciar la despensa. Por fastidiar, dice la abuela.

A mí nadie me pregunta, por eso yo no quiero hablar. Pidieron ayuda al párroco que solo recomendó que le encendieran velitas para que viese por donde tenía que irse. Las puso todas en fila como las luces de las pistas de aterrizaje e hizo como que se marchaba, pero no. Luego las reorganizó y formó la palabra “imbéciles”.

Mis padres incluso han suplicado a los moribundos que cuando fallezcan, le lleven de la mano a destino, pero ni así. Todos llegan menos él.

Por último, contrataron a una médium, la mejor, pero no logró comunicarse con el espíritu del abuelo.

A mí nadie me pregunta, por eso yo no quiero hablar. Pero el que iba en la caja no era él.

46. ILUMINACIÓN

Maestro.

Dime, pequeño saltamontes.

Muéstrame el camino.

Cómo te lo voy a enseñar, alumno aventajado, si soy ciego.

Pues, elevado maestro, yo no veo un pijo con esta niebla.

Ah, hijo mío inexperto, cuántas veces te he explicado que ante la adversidad debes abrir tus chacras al universo de la iluminación y permitir que de este modo penetre la luz cegadora.

De acuerdo, sabio maestro, dejo que la verdad me inunde, ooommm.

Qué ves, distinguido alumno.

Nada.

Confía.

Ahora. Ahora observo claramente el camino, maestro de maestros.

Marchemos, alumno infinito, que es muy tarde y no vamos a llegar a la cena.

Últimas noticias. Tras una intensa búsqueda y un gran despliegue de medios, los servicios de salvamento han encontrado al Maestro Saolín y su alumno Songoku, desaparecidos hace 4 días. Han sido hallados en un lugar de imposible acceso en el impenetrable bosque a kilómetros de distancia del refugio de montaña en el que el Maestro impartía cursos de Visión e Iluminación. Están en observación en el hospital en buen estado de salud donde han tenido que ser separados en habitaciones diferentes ya que no cesan de discutir a gritos sobre chacras y caminos. Seguiremos informando.

45. GRACIAS AL FLEJ (FRENTE DE LIBERACION DE ENANOS DE JARDIN)

El  bosque estaba ahí, esperando. Un diminuto camino apenas imperceptible al ojo humano se vislumbraba entre los altos helechos. Fueron llegando a lo largo del día en una procesión interminable de miles de colores. En el aire se escuchaban alegres canciones en lenguas jamás oídas. Solos o en pequeños grupos, tirando de un carro o cargados de enormes sacos a la espalda. Sus ropas les identificaban perfectamente. Los puntiagudos gorros asomaban entre la vegetación y en los claros se veían destellos de sus brillantes casacas y vestidos. Tenían la cara rechoncha y colorada y sus bondadosos ojos brillaban con la dignidad de la libertad recién conseguida… Su hogar en el bosque les esperaba, acabando así con años de vida en descuidados jardines, soportando a molestas mascotas, descoloridos por la lluvia y el sol y rotos por los balonazos de maleducados niños. El F.L.E.J. les había salvado buscándoles un lugar donde poder vivir en paz, en la seguridad del gran bosque y convertirse así en guardianes de la naturaleza junto a elfos, hadas, duendes y trastolillos. Solo visibles a los ojos de los que aún creen en los sueños.

43. El penitente (Aurora Rapún Mombiela)

Al fin los dioses habían enviado, directo desde el cielo, un chiringuito a su playa. Alabados fueran por escuchar sus plegarias. No se arrepentirían, haría lo que estuviera en su mano por complacerles. Ya por la mañana realizó su primera buena acción y se acercó a por un helado para los niños; envió un beso al cielo cuando fue, más tarde, a por una limonada para la suegra; besó la cruz que colgaba de su cadena al dirigirse a por unas patatas fritas para sus cuñados; se santiguó al pedir una cervecita 00 para su suegro. 

A pesar de lo tortuoso del camino y de las dificultades que le fueron impuestas, él las aceptó sumiso. Las deidades le complicaban el camino cada vez más, pero él entendía que eran pruebas de fe y se enfrentaba a ellas trastabillando a través de un laberinto de toallas, incluso tuvo que cubrir algún paso a gatas. Y a pesar de la mala cara de su mujer y de esos brazos cruzados que indicaban que algo no iba bien, él estaba convencido de que al fin, las vacaciones de verano habían cobrado sentido.

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