Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

ANIMALES

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en ANIMALES

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el 5º de este año serán LOS ANIMALES. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de AGOSTO

Relatos

02. Acecho y derribo

Más allá de la curva del mundo hay un hombre marrón robando miel a las abejas que anidan en un castaño centenario. Inmutable, fuma un cigarro apestoso mientras rebaña hasta la última gota dorada. Decenas de gatos verdes vigilamos sus movimientos sin decir ni miau. Estamos acostumbrados a ver lagartos hurgar en las entrañas de los exhaustos y culebras que chupan la sangre a los inocentes.

Después, con un velo en la mirada, se dirige como un autómata a un árbol cubierto de caracoles para recolectarlos en un saco. Su alma huele a amor podrido, a ego absoluto, a ambición insaciable. Esperamos pacientes que cometa un error para abalanzarnos sobre su rostro y sacarle los ojos. Lo hemos hecho otras veces, pero hay que tener cautela. Este tipo de bestias prepotentes suele cubrirse bien las espaldas.

Entonces, una niña blanca, como de nata, aparece cantando por el camino. Al hombre se le ilumina la cara: por fin un gesto de debilidad. Tensamos nuestras patas, afilamos las uñas.

Sin pensarlo demasiado le ofrece miel, le enseña los caracoles. Cuando abre su saco gris llega el momento. Un coro de maullidos le acorrala ensordeciendo su credibilidad, juzgando sus intenciones.

Ya es nuestro.

01. JUSTICIA

Augusto está contento. Esta mañana, mientras se preparaba la sopa de lentejas que tanto le gusta, ha recibido la notificación de su abogado. Ha sido un año incómodo desde el accidente. Que haya un joven guapo y deportista involucrado, y peor aún, que sea la víctima, hace que todo el mundo rastree la culpabilidad más fácil. Como si la vida fuera tan simple, piensa él.

Lo único probado es que el joven había bebido más de la cuenta y había incrustado su moto contra el coche a una velocidad no permitida en un cruce sin preferencia. Esa era la realidad. Él se había limitado a mantenerse sereno, pero los padres del chico le habían insultado en el juicio, le habían llamado canalla, bestia, insensible, asesino… Y ayer mismo el juez le había declarado inocente. Ahora qué…

Augusto está pensando llamar a sus abogados para agradecerles el buen trabajo realizado y de paso, pedirles que inicien las diligencias necesarias para denunciar a los padres del muchacho; les perdonará su comportamiento ofensivo, pero deberían correr con los gastos del arreglo del Toyota. Parece lo más justo.

75. Penurias

Tropiezo en los escalones de subida al escenario, las piernas me tiemblan. Mi mano escarba con torpeza en el bolsillo interior de la americana. Desdoblo el folio que escribí anoche, en donde la tinta de ciertas palabras se emborronaron salpicadas por las lágrimas de ausencia. Así las dejé porque la posibilidad de tener que leerlas era ínfima, y porque me las sabía de memoria. Un actor debutante y con un papel de mimo no tenía ninguna opción. Tras recoger mi estatuilla como mejor actor de reparto, mi voz entrecortada entona mirando hacia el techo: «Abuela, tu siempre serás mi Sirio, mi estrella más brillante. Gracias por tantos sacrificios».

74. Entre el suelo y el cielo

El turno de Ginés acaba a las ocho, pero desde las seis tiene los pies helados. Cuando sale de la gasolinera se pasa por casa de su madre y le lleva un inhalador para el asma y pistachos, que le encantan. Desde que murió su padre se siente muy sola y se queda un rato con ella viendo pasapalabra mientras acaban con media bolsa. Valeria lleva diez años en España. Se fue de Colombia huyendo de tantas guerras superpuestas, buscando terreno firme para empezar una nueva vida. Trabaja como un galeote en el servicio doméstico para enviar dinero a sus padres.
Ellos no lo saben, pero en el cielo algo ha empezado a moverse. Órbitas que se desplazan unos grados para asombro de astrónomos; lunas traviesas que olvidan sus fases y se ocultan durante semanas; estrellas que de forma sutil se mueven unos años luz.
Valeria paró de casualidad en la gasolinera de Ginés . Le llamó la atención su aire desvalido y su manoseado ejemplar de Cien años de soledad. Un mes después estaban desnudos en la cama mirando los astros por la ventana del techo, agradecidos y felices de que estos se hubieran alineado para que pudieran estar juntos.

73, Así en el cielo como en la tierra

Me dedico a descubrir parajes auténticos, vírgenes de turistas y franquicias. Comprendo que mi labor ya no es posible aquí y decido emprender la ignota ruta del horizonte: cruzar las nubes, escalar galaxias, atravesar cascadas de estrellas.  

A partir de un punto la senda se desdibuja, la tierra firme desaparece y mis pies se sumergen en vapor de agua, en cráteres de lunas y planetas, o se embarran con polvo sideral. A veces me vence la soledad, y, pese a que el cansancio se acumula, no desfallezco. Me consuela imaginar la pureza de una civilización, la sabiduría de musas celestes, descubrir la divinidad. Casi al borde de la extenuación me deslumbran ráfagas de luces. Abrumado, tardo en comprender que son las puertas del paraíso celestial.  

Al atravesarlas me asalta el griterío de ángeles ambulantes ofreciendo descuentos por expiar mis pecados. Huyo. Doblo esquinas, cruzo avenidas. Todas plagadas de centros comerciales donde adquirir parcelas de cielo con vistas a la Osa Mayor, hamacas para las duermevelas del descanso eterno, alas ribeteadas con purpurina estelar. 

72. Las lágrimas de San Lorenzo

Sé que lee mucho mientras tiene paciendo las ovejas. El pueblo es pequeño, pero gozamos de una buena biblioteca.

Los poemas que me escribe son de revolver las sensaciones hacia donde él las dirige. No solo expresa su amor por mí, aunque a menudo, sino que me lleva a todos los lugares donde su ánimo transita.

Juan, el médico, me escribe cartas. No gozan de metáforas más allá de las de un jovenzuelo, pero deja clara su magna devoción por mí.

Me casé, acorralada por la familia y sin que sirva de excusa, con quien me daba seguridad y un emparentar envidiable.

Ya en la ciudad hemos progresado mucho. A las gemelas no les falta de nada.

Por mi parte, estoy muy pendiente de las presentaciones de los libros de mi poeta preferido. Voy a todas las que la distancia me permite. Los tengo todos repetidos.

Claro que me acerco siempre a por mi dedicatoria. La empieza por “Querida Estrella”, me llamo así, no hay que rebuscar. Luego siempre pone una hora y una dirección.

71. BIOPIC-BIOEPI

De niño soñaba en el colegio a ser astronauta para jugar con las estrellas. El borrador de la pizarra o algún capón, me volvían a la realidad.
Candice Bergen y alguna más me ayudaron durante mi adolescencia a perfilar mi sexualidad, aunque fuera en solitario. Puro egoísmo.
En mi época de ligue, mucho más frecuente el estrellado que el estrellato.
Como médico, me podría situar entre el doctor Barnard y los doctores Rosado y Cabezas, en un término medio.
De estomatólogo me di cuenta, que los que veían las estrellas eran los pacientes, por sus dolores de muelas, cosa que digo es cierta, pues desde que estoy en el lado oscuro de la medicina, soy paciente, las he visto en alguna extracción. Me oigo decir, si no es nada, si no duele.
Ya en el Ejército la búsqueda de estrellas me sobrepasó. No hice el curso de comandante pues prefería las tres estrellas de Capitán a la única de Jefe.
Durante mi largo camino por ENTC, la única vez que consigo llegar al estrellato la pandemia me impide reunirme en Cantabria, porca miseria.
Tantos años, 71, para darme cuenta, de que no quiero las estrellas, quiero su Luz. Mi Luz.

70. HOLLYWOOD BOULEVARD

A menudo, mis compañeras de clase me miraban desdeñosas porque, en los teatros de fin de curso, siempre era la protagonista. Aquella sensación de poder despertó en mí la vocación. Ya antes había demostrado desparpajo sobre el escenario y memoria para repetir frases; capacidades que influyeron menos.

Años después, con la polla de un productor en mi boca, pensaba en aquella niña que decidió ser actriz para sentirse poderosa. Deseaba triturar aquella polla, pero todo terminaría pronto y recibiría propuestas. Así llegaron los primeros contratos. Yo sabía que los merecía, únicamente había acelerado el proceso.

Mi éxito fue instantáneo, pues era realmente buena. Cuando me telefoneó Almodóvar le dije: «¿Por qué has tardado tanto, Pedro?» Y él se tronchaba. Jodie Foster me entregó el Oscar a la mejor actriz y no había preparado discurso. Me introduje aquel falo dorado en la boca y simulé hacer una felación.

—El camino hasta aquí ha sido duro —dije, bizqueando. Y todo el Teatro Kodak me ovacionó.

Anoche, en el Paseo de la Fama de Hollywood Boulevard, tras imprimir mis manos en el cemento, volví a recordar a aquella niña. Llevaba tiempo sin hacerlo y me deprimí profundamente, pero conseguí sonreír a los fotógrafos.

69. Constelaciones (Alberto Jesús Vargas)

Me quedé dormido contemplando la bóveda celeste y en mi sueño apareció ella, tan deseada como imposible, invitándome a pasear en cuerpo astral por todas las constelaciones. Despojados de materia aunque no de deseo, ascendimos ligeros hasta la Osa Mayor y desde allí alcanzamos las nebulosas de Orión. Nos besamos en Andrómeda y ya en Casiopea sentimos que formábamos parte de un infinito capaz de desplegar toda la belleza de un orgasmo. Cegado por tanta luz medida en años, no vi el agujero negro por el que me precipité y caí en un vertiginoso descenso que parecía no tener fin. Desperté sobresaltado en la realidad de una butaca reclinada que debía abandonar sin perder más tiempo.  Me esperaban el cubo y la mopa para seguir fregando, como cada noche, el suelo pisoteado del planetario.

68. Estrellados ( Nuria Rodríguez)

Entré en aquel tugurio de Broadway atraído por una maravillosa voz. Sobre el viejo escenario, escondida tras un micrófono, cantaba la chica más fea que había visto en mi vida. 

Sus movimientos eran lentos, seguramente fruto del alcohol y las drogas. Enseguida empaticé con ella porque, al igual que yo, solo era una pobre desgraciada que se había estrellado en el tortuoso camino hacia la fama, teniendo que hacer malabares para poder malvivir.

Sin saber cómo, acabamos juntos en el motel más cutre de los suburbios neoyorquinos.

Cuando metí mi cabeza entre sus piernas, ella empezó a cantar una triste balada mientras acariciaba mi pelo. Sus gemidos de placer se unieron a mis sollozos en lo que se me antojó una patética melodía. Lloré durante horas sin consuelo. Lloraba por ella y por mí, imaginando, otro escenario, otra mujer, otra vida…..

67. Siempre ella (Patricia Collazo)

Madre fue siempre una maniática de la limpieza. El suelo de casa, un brillante e impoluto tablero por el que había que deslizarse siempre sin zapatos y procurando no pisar lo recién fregado. Los cristales de las ventanas estaban tan limpios que podía dudarse de su existencia y al polvo, su peor enemigo, no se le permitía permanecer sobre las superficies más de los dos segundos de cortesía que su plumero presuroso les otorgaba.

Todos conocíamos sus estrictos castigos contra quien osara depositar una mota de suciedad sobre sus dominios, y nadie le discutía cuando decretaba “Día de limpieza general”.

Desde que ha muerto, por las noches padre pasa horas en el patio mirando el cielo. Si los nietos le preguntan qué mira se embarulla en explicaciones sobre basura espacial, polvo de estrellas y órbitas que pasan sobre la casa.

Los niños no lo entienden, pero yo, a menudo sigo su mirada y distingo la franja de la que habla. En ella no hay nubes, las estrellas están lustrosas, y las constelaciones perfectamente alineadas. Pero lo que la delata es la fina capa de polvo plateado que cae sobre las baldosas del patio, cuando canturreando, ella se pone a barrer.

66. Embrujados

Cada noche observamos el cielo. Cuando pasa una estrella fugaz, mi hermano dice que es nuestra madre. Me jura que la vio volar desde la ventana mientras papá le daba impulso y que, antes de que se lo llevara la policía, le susurró al oído el secreto de mamá.

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