Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

31. EL TIEMPO DETENIDO (Rosalía Guerrero Jordán)

Sus golpes ya no le hacían daño, ni sus amenazas podían intimidarla. Tampoco los insultos y los gritos con los que a veces él la envolvía la amedrentaban ya. En esos momentos respiraba hondo y cerraba los ojos. Justo entonces, inmovilizaba las manecillas de su reloj y el tiempo quedaba detenido mientras ella abandonaba la escena en busca de un tiempo y un lugar más felices.

No siempre había sido así. De niña corría a esconderse debajo de la cama hasta que la tormenta provocada por papá amainaba. Cuando, por su décimo cumpleaños, le regalaron un reloj, descubrió que podía manejar el tiempo a su antojo para escapar.

El día en que desapareció, su marido quedó desolado.  Tanto, que ni siquiera se sorprendió de que en el calendario de la cocina fuera abril de 1985. Justo antes de que sus vidas se cruzaran por primera vez.

30. PENDENCIAS VENIALES (Toribios)

Julio vino a casa y desplegó sobre la mesa del comedor aquella manta de terciopelo negro con la solemnidad de un oficiante. En sus entrañas dormían agazapados los relojes, que comenzaron con sus tictacs vivaces en cuanto se vieron sorprendidos. Mis padres me instaban a elegir y yo tardaba en decidirme. Al final me convencieron para quedarme con uno dorado de pulsera extensible, con números que refulgían en la oscuridad. Los primeros días sentía  en la muñeca  un peso extraño. Pero lo malo fue cuando mi hermano, siempre tan caprichoso, empezó a obsesionarse. Al principio era su mirada muda a todas horas. Luego su acoso y, por fin, el robo del objeto de deseo. Tuve que decir a mis padres que lo había perdido, porque ellos no soportan que les hable de la existencia de Narciso. Volví a depender de la hora de los viandantes y de las campanadas de la torre. A veces me despierto en plena noche y veo el verde resplandor de la esfera flotar en el espacio. Es mi hermano que celebra su triunfo. Confío en que se canse y lleguemos a un pacto. En el fondo somos buenos amigos.

29. Fotos fijas

A Nicolás se le paró su Casio digital, regalo de comunión, al pronunciar por primera vez bien la erre: «La una, según mi reloj …», dijo orgulloso. Faustina rompió aguas y se quedó abobada mirando el parón de agujas a las cinco y diez, como si llegara tarde a los toros. Juana y Juantxo, practicaban posturas en la hora aburrida de la siesta, cuando la casa quedaba en silencio y ser primos no era grave. Una vez paran así los relojes, quedan muertos en hora fija, aunque luego anden. A mí me robaron el mío, herencia de mi padre, en plena calle, a punta de navaja. En la denuncia, señalé sin dificultad el momento exacto del atraco. Desde entonces huyo de las siete y veinte como de la peste. Las cinco y diez serán para Faustina la verdadera edad de su hija. Nicolás permanecerá fiel a su marca de reloj y Juantxo dejará de agarrarse esas melopeas de confesionario, a eso de las tres de la mañana, cuando todo le importa un pepino, salvo los recuerdos varados, como el sol en los muslos resplandecientes de Juana, brillando como una estrella muerta en casa de sus tíos.

28. Reencuentros (Alberto Jesús Vargas)

Desde el primer momento sentí que algo nos unía a pesar de tener tan poco en común. Sin otro afán que el de no precipitarme, me tomaba el tiempo con sosiego, consumiendo sin apremio cada hora y añorando impenitente tu regreso. Tú en cambio, víctima de la impaciencia e incapaz de detenerte por un sentido del deber que te impedía el reposo, me hiciste asumir que no podría seguirte, que tu vocación por la prisa era incompatible con la calma a la que yo me aferraba. Con total resignación, nos conformamos con los dulces instantes compartidos antes de tener que separarnos de nuevo. Alegre y triste el reencuentro con sabor a despedida, vivimos el sinvivir de los amantes fugaces con apoyo en la certeza de volver siempre al abrazo. Y ahora, roto el corazón de nuestro común latido, somos las dos manecillas que tanto se echan de menos paradas en las nueve y cuarto de la esfera del reloj.

27. JUNTOS LO CONSEGUIREMOS

Aquella tarde de verano se mostraba dispuesta a aceptar todas las correrías de los chiquillos del barrio.
Con José Manuel, como líder nato, y sus amigos Manolín, Luís y Nacho compartíamos juegos las cuatro hermanas del capitán: Carmen, Montse, Pilar y María, acompañadas de nuestras amigas Chus, Chichi y Luisa.
Hoy, tocaba hacer una cabaña donde jugar y guarecernos de la lluvia en el próximo otoño.
Tomó las riendas el capitán, que empezó a repartir las tareas: «Chicos, vosotros que sois más fuertes id a por cajas a las tiendas, sobre todo si son de madera, y a por largueros de madera en las obras del barrio. Vosotras, chicas, recoger por estas huertas hierbas y paja para ponerle al techo».
Dicho y hecho, como lagartijas hacendosas y hormiguitas obreras buscamos afanosamente las materias primas para nuestra obra, mientras José Manuel sentaba las bases de la chabola improvisada.
La tarde se nos fue haciendo corta mientras observábamos con asombro como tomaba forma.
Cuando las madres empezaban a gritar nuestros nombres para que regresáramos a cenar, el refugio estaba en pie, anhelante de que lo habitáramos chiquillos alegres y felices, mientras nosotras abrazábamos a nuestro hermano, orgullosas.

26. El viaje a Australia (Gemma Llauradó)

María había visitado junto a unos nuevos amigos el museo de ciencias naturales. Le había impresionado. Tras la visita, decidieron ir a tomar algo. Hacía una buena tarde de abril. Corría una brisa agradable y el mar se mostraba apacible. Su tranquilidad contagiaba a un cielo adormecido y lánguido que no deseaba despertar.

Durante una hora el grupo caminó bordeando la playa, apenas ocupada. Conversaban sobre viajar juntos. María tuvo ganas de quitarse los zapatos para caminar descalza por la orilla, coqueteando con el vaivén del agua, pero siguió caminando. Soñando para sí misma, rellenando su parte de la conversación con un desmedido punto de vista. Estaba decidida a viajar a Australia con ellos. Apenas se conocían, pero no le parecía una opción descabellada. Se sentía ilusionada.

Una hora más tarde estaban sentados en una terraza, dónde un animado coloquio sobre el viaje era el protagonista. De repente, Carlos habló. Era la voz de la cordura entre tanta locura sobrevenida por viajar juntos. Sus palabras y su inteligente reflexión, les hizo pensar. Se estaban precipitando. Todos necesitaban tiempo para conocerse aún mejor.

María miró el reloj y suspiró. En un segundo, el viaje a Australia se esfumaba.

Dedicado a C.M.V.

25. (In)servible

Se levanta a las siete cuando suena el despertador del vecino, una ventaja de tener las paredes de papel.

Mientras toma un café, fisga por la ventana como hace siempre, las siete y doce pone en la cruz luminosa de la farmacia.

Después de arreglarse, enciende el móvil y enseguida aparece en la pantalla las siete y veinticinco.

Se monta en el coche, arranca y salta la radio, son las siete y media dice una voz grave.

Llega al aeropuerto y ficha en la torre de control, las ocho en punto, queda registrado.

A las doce, un chivato en la mesa de mandos le avisa del descanso, tiempo que aprovecha para fumar en la terraza.

Tengo que dejarlo, piensa al apagar el segundo cigarrillo, recuerda que se lo prometió a su padre la última vez que lo vio.

Suspira y se saca del bolsillo un viejo reloj con leontina, marca las doce y media, debe regresar al puesto de trabajo.

No vuelve a interesarse por la hora hasta treinta minutos pasada la medianoche. Entonces se fija en las manecillas paradas, luego se duerme pensando en otra promesa incumplida que también hizo a su padre, arreglar su viejo reloj de bolsillo.

24. Agua bendita (JAL)

Y como en la desgastada piedra de una fuente se formó un minúsculo charquito mientras veías aterrorizado desprenderse una más y retumbaba en tus oídos el infinito ¡Plak! ¡Plak! ¡Plak!… Un martillo pilón que primero erosionó la piel de tu frente y después la horadó, hasta hacer estallar los huesos del cráneo y dejar tus sesos al aire. Gritaste y lloraste como un recién nacido. Y yo también, al contemplar extasiada tus esfuerzos por sorber el líquido que se deslizaba por tus mejillas para saciar la sed; o el bisbiseo de tus labios cuando contabas uno a uno los cinco segundos transcurridos entre gota y gota, al compás del tic tac del reloj de pared, creyendo que cesaría ese infierno en vida. Pero la realidad se impuso una y otra vez y el transcurrir de las interminables horas siguió su parsimonioso curso, hasta que entregado sucumbiste al delirio y el diablo te llevó consigo, cinco días más tarde. No tantos como merecías, pero sí suficientes: Dos por cada una de las hijas que violaste y luego me arrebataste, más el que la providencia, siempre tan ecuánime y oportuna, tuvo a bien concederme.

23. ¡Crac! (Aurora Rapún Mombiela)

No levantó el pie hasta pasados unos minutos. Lo dejó allí posado, dejándose invadir por los recuerdos que acudían en escopetazo. Flashes de fotografías fijadas a fuerza de verlas en todas las reuniones. La del abuelo, regalando el reloj de la familia al padre. La del padre, entregándolo a la hermana mayor. La de la hermana, luciéndolo orgullosa en su muñeca adolescente. La del grupo, abrazándose ante la cámara. 

Todavía permitió a la rabia que la meciese unos segundos más, antes de desaparecer para siempre, dejando, tras de sí, detenido el tiempo.

22. LA HORA DE LOS DIOSES (Mercedes Marín del Valle)

Aunque un reloj es solo un objeto inanimado, en no pocas ocasiones puede adquirir tintes de racionalidad y convertirse en un dictador y un villano. Un reloj tiene una parte luminosa y una potente parte oscura, es un pequeño diablo independiente capaz de invadir un territorio destinado a la cordura y la templanza cuando consigue mimetizar su tic tac con el de nuestro corazón.

Ni Gerberto ni Giovani. Ni Harwoot ni Breguet, los relojes ya existían dentro de nosotros antes de ser inventados. Mucho antes de que pisáramos este planeta desgastado y quejumbroso,  ellos estaban presentes en cada uno de los seres vivos, habitantes de esta Tierra; en el vuelo de un ave y en el proceso de hibernación, en la explosión de color de una flor y en la seda de una araña, en la construcción de una madriguera y en cada impulso vital, porque todas nuestras acciones están sujetas al dictado de nuestros relojes internos, relojes que nos someten con un enigmático objetivo. Somos esclavos de nuestros ritmos, impuestos o elegidos, sin embargo, anhelamos creer que somos libres aún sabiendo que lo que más nos asusta es que sus manecillas se detengan para siempre.

21. Recuerdos de mi primer reloj (Rosy Val)

Con chaqueta y falda azul, calcetines blancos y zapatos marrones, caminaba por el aeropuerto custodiada como una presa. Cuando la azafata cogió mi mano las monjas se alejaron con sus tocas impávidas y serias. Durante el viaje obedecí las máximas que me habían aconsejado; vacié la comida de mi bandeja y al llegar a mi destino me senté quietecita a esperar. Mi reloj marcaba las once menos cinco. Al cuarto de hora asomaba mi impaciencia. 

—¡Se ha olvidado de mí!

La azafata, en un perfecto y académico español, intentó tranquilizarme. Mi reloj aguantaba impasible un nuevo acoso… 

—¡Las once y veinticinco! 

Me pregunté si un accidente de coche sería el culpable.  

—¡Las doce menos veinte! 

Mi desesperanza se disparaba.

—¡Menos cinco!

De repente le vi venir por aquel interminable pasillo y me lancé sollozante a sus brazos.                                                                                                                                                                                         

—¡Papá, pensé que no venías!                                                                                                                           

—Pero cariño, ¿por qué dices eso?                                                                        

—Llevo una hora esperándote. 

—¡Pero si habíamos quedado a las once!   

—Y son las doce. Le aclaré mientras le mostraba mi reloj.                                                   

—No, son las once. Me decía mientras enjugaba mis lágrimas y me enseñaba el suyo.

Entonces papá cayó en la cuenta de la diferencia horaria entre los dos países.

20 EL ESCONDITE INGLÉS

De un trote Rosalía se colocó a su lado. “La muerte ha venido a buscarte” le susurró al oído. Andrés sobresaltado la empujó, aunque el Pecas estaba a punto de girarse.

-Ni los pies… Andrés y Rosalía para atrás -ordenó señalándolos.

-Por tu culpa…

-Pero se ha equivocado -continuó ella.

Era extraña Rosalía. Aseguraba saber quién iba a morir, era un don -decía- heredado de su abuela. Andrés abandonó el juego en busca de su hermano, no lo veía desde que salieron al patio. Tras la clase de gimnasia habían intercambiado sus ropas y fue David quien contestó por él las preguntas sobre la fotosíntesis. A su gemelo le chiflaban las ciencias naturales, seguramente estaría buscando bichos.

El reloj marcaba el final del recreo y todos fueron acercándose hacia la puerta. Seguía sin haber rastro de David. De repente, tras quizás una presencia, algún aviso, la profesora corrió hacia el colegio. El desconcierto se adueñó de los alumnos que se preguntaban qué podía haber pasado. Una sombra como de pájaro sobrevoló sobre sus cabezas. Andrés sintió un roce y al girarse encontró los ojos de Rosalía al tiempo que unos dedos leves se posaban sobre su mano.

 

 

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