Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

80. PROTOTIPOS (Domingo J. Lacaci)

La discusión dentro del coche se iba acalorando. Juzgas sin pensar, decía mi padre. Mi madre solo pedía que cambiáramos de conversación. Me parece fatal eso del Estado adjudicando familias biónicas a los huérfanos, repetí. Lo escuché en la radio, y es horrible incluso planteado como teoría. Tras esa frase vinieron la curva, el frenazo, el vuelco, el bosque y el largo silencio bañado de cristales.

La rama de roble había atravesado primero el parabrisas y después el pecho de mi padre. Apenas consciente me acerqué a él. De la enorme herida salían engranajes, manguitos rotos y mucho aceite. Luego, mi cerebro entró en tinieblas y no recuerdo nada más. Salí del coma semanas después y vi a mi madre sentada junto a mi cama. Poco a poco me fueron contando que mi padre había fallecido. Y eso de los engranajes que cuenta el muchacho son malos sueños que puede provocar la morfina, dijo el doctor, es bastante habitual.

Mañana me caso y ahora ensayo el vals con mi madre en nuestro salón. Giro y giro y giro, y la quiero tanto que carraspeo constantemente por no escuchar en cada vuelta ese desquiciante chirrido metálico apenas perceptible desde su cadera.

79. Pata palo

El abuelo era de fiesta continua; para trabajar le iba muy justo.  Me dicen que ella era la esforzada esposa que cargaba las necesidades a su espalda.

Todos sabían que tenía dicho que antes de su funeral quería un buen jolgorio, así que no hubo más remedio que organizarlo. Mucho esfuerzo y dinero que no sobraba. La gente lo pasó en grande mientras ella, su hermana y mi madre se encargaban de todo, exhaustas.

Al cementerio lo llevaron a hombros. Todo normal hasta que en la cuesta final hubo un trastabillo y cayó el ataúd al suelo. Su inquilino salió rodando y vino a revivir tras el golpetazo.

Como era lógico se tuvo que organizar un festejo de bienvenida.

No tardó en fenecer de nuevo; cuatro escasos días. Más sarao.

Cuando se colocaban esta vez para llevar el féretro, mi abuela agarró a Joaquín del hombro y lo echó rudamente hacía atrás para que lo sustituyera otro.

78. Mi media naranja mecánica

Era perfecta. “Una máquina, también en la cama”, se anunciaba en su perfil. 99% de compatibilidad indicó la aplicación. Le gustaban las películas de Star Wars, el orden en los cajones y la música de Bach. Nos enamoramos al instante y en dos semanas ya se había instalado en mi casa. Dicen que las personas cambian con el tiempo y que el amor se acaba. Nosotros llevamos quince años juntos y ella sigue siendo la misma de siempre. Además, está exactamente igual que cuando la conocí: ni una arruga, ni un gramo de más. Por supuesto, yo tampoco he cambiado. Quizás ese sea el secreto de la felicidad.

77. Una última esperanza (Adrián Pérez Avendaño)

Cuando el forense acabó de dibujar con el bisturí una “U” a la altura del abdomen y se asomó al interior del cadáver, vio algo aterrador. Tembloroso, todavía pudo rasgar un poco más la piel (o lo que demonios fuera aquello) para comprobar que allí no había ni rastro de estómago, intestino, bazo o hígado. En su lugar, solo un enorme y oscuro vacío atravesado por una maraña de cables rojos, verdes y amarillos que iban en todas las direcciones posibles. A tientas, se sentó en el taburete que había junto a la camilla y sintió una arcada que no pudo reprimir. Cuando recuperó las fuerzas, se puso en pie, cogió de nuevo el bisturí y suspiró profundamente antes de trazar una “Y” un poco más arriba de donde lo había hecho antes, justo en el centro del pecho del fallecido.

76. Anticipo (Toti Vollmer… with a little help from my friends)

A Cato, quien me abrió su corazón sin conocerme.

 

Desde siempre limpiaba con esmero y adornaba el sepulcro de sus ancestros. Cada día le preocupaba más quién lo sucedería: los jóvenes se iban del pueblo y los viejos se hacían cada vez más. Cuando se presentó la oportunidad, compró un lotecito humilde en la octava fila del panteón, con sombra, para que duraran más las flores. Años después empeñó su medalla de bautizo y mandó hacer el hueco. Remató con una lápida de granito que hizo grabar.

Este día de muertos tenía planes: tras terminar el ritual de sus difuntos llevaría ofrenda, velas, música, tamales y unos cuántos chupitos de aguardiente para estrenar por todo lo alto su propia tumba.

75. Como lágrimas en la lluvia

Al cabo, nada os debo. Me debéis vosotros cuanto he escrito. Que hicierais vuestras las vivencias que os regalé en mis libros no os da derecho a poner en duda mis propios recuerdos. El de aquella tarde remota en que mi padre me llevó a conocer el hielo. O el de la mañana en que, al despertarme, me vi convertido en un monstruoso insecto. Y ahora os atrevéis a discutirlos. Incluso miráis con sospecha el torrente que desató en mi alma una simple magdalena mojada en soma-cola. 

Produzco tantas emociones como ganancias. En cada feria planetaria firmo millones de ejemplares. Soy un autor admirado por mi imaginación desbordante. Pero habéis desenterrado esa vieja palabra y me la arrojáis a la cara: plagio. Decís que mis recuerdos no son originales. Que en una antigua biblioteca que sobrevivió a la quema de lo analógico han encontrado las fuentes de donde brotaron. Como si yo no hubiera vivido lo que cuento. Como si no fueran reales las aventuras con mi escudero, dando lanzazos frente a gigantes. Y son tan reales como la realidad que creéis vivir. En vuestra inocencia, ignoráis que toda la vida es sueño y los sueños, algoritmos.

74. Biónica

Desde que mi mujer volvió de la operación comenzó a comportarse de forma extraña: repetía una y otra vez la misma frase, sin inmutarse ni levantar siquiera una ceja. Entonces reparé en nuevos detalles, como lo de encerrarse con pestillo en nuestro dormitorio, media hora, tres veces al día. O los extraños calambres que sentía al acariciarla mientras duraba la tormenta, las continuas interferencias de la conexión a internet y esa facilidad para las cuentas que antes lograba resolver con los dedos de las manos.    

     Ahora, revisando la factura de la luz, ya no tengo dudas. 

73. Mecánica popular

El nuevo Nexus P3Z22 parece perfecto. Bajo su piel sintética apenas se aprecian los circuitos. Posee tal fuerza, que es capaz de abrir un botellín con las cuencas de sus ojos o de aplastar, con el aire que genera el simple chasquido de sus dedos, una mosca contra el cristal. Es tan veloz que mientras decides qué calzado ponerte, él ya se ha abrochado los cordones. Tan inteligente que puede terminar un sudoku muy difícil, un damero maldito o una mesa de relojero en lo que tardas en abrir tu diario favorito. Puede leer a Kapuscinski en polaco, a Cartarescu en rumano o silbar La muerte tenía un precio con una mueca inapreciable de sus labios. En sus recuerdos impostados figura un abuelo de barba hirsuta y blanca en un trigal, una chica de ojos grandes con la que iba a la Universidad, un coche azul de segunda mano y algunos amigos con los que se emborrachaba los fines de semana. Sin embargo, cada noche, al cerrar los ojos ocupan su memoria el pitido de un tren de juguete o la voz metálica de una muñeca que dice «mamá», cuando alguien tira de la anilla que nace de su espalda.

72. ¿Qué queda de nuestros ancestros?

Se dirige hacia el aeropuerto. Ha sido una decisión difícil, se va para no volver. No viajará solo, pues le acompañarán los recuerdos de su familia. Siempre tendrá presentes las nanas que le cantaba su madre de niño, los aplausos del abuelo en sus partidos de la adolescencia, las cómplices miradas de la abuela cuando él le hablaba de sus novias, los consejos de su padre que tanto sabía escucharle… Su mitad más oscura pudo con él. En la maleta, dentro de unos frascos con formol, subirán al avión los labios de mamá, las manos del abu, los ojos de la yaya y las orejas de papá.

71. MONTBLANC

Escaló la montana con la mochila cargada de esperanza. Le habían dicho que por allí, en alguna de las grietas. Le preguntaría tantas cosas o quizá solo que si de recien nacido lo quiso. En la hondonada, entre pared y pared un cuerpo. Una capa de hielo desde el siglo pasado lo retenía. Anorak y botas, una pierna parecía rota. La cara sin arrugas, el semblante de un crío. El hijo decepcionado dio enseguida marcha atrás a desandar el camino. Se arrepintió de querer decirle nada a un padre tan joven que parecía un niño.

70. IMITACIÓN

Fuimos unos ignorantes al pensar que los avances cibernéticos eran muy pocos. En la oscuridad, científicos de toda clase trabajaban con el respaldo de cantidades inimaginables de dólares. En el colmo del oscurantismo, cada familia pagó para mejorarlos y, aunque parezca increíble, algunos fueron tratados como parientes.

Llegaron a parecerse tanto a nosotros, que presionaron para lograr la promulgación de leyes que los protegieran. La verdad es que tratamos mal a los que intervinieron en esos movimientos. Con desprecio, los llamábamos “Mecanismos” y, con el tiempo, se insubordinaron y buscaron la manera de acabar con los humanos, inventores de su propia destrucción.

Formados con disciplina y con la capacidad de evitar cualquier distracción, nos dieron pocas oportunidades para vencerlos. Desarrollaron armas y técnicas de combate jamás vistas. Batallar contra ellos se convirtió en el período más terrorífico y sangriento de la historia. Pocos conservaron la vida, escaparon y se refugiaron en las sombras.

Ahora habito en una sociedad dominada por robots, doy cada paso con temor. Los papeles se han invertido, sobreviviré mientras les haga creer que soy uno de ellos.

69. En la misma piedra

Hemos viajado cien mil milenios hasta llegar a ese inhóspito lugar. El tercer planeta de un recóndito sistema solar en el brazo exterior de la galaxia. Ni rastro de los cielos azules, los interminables bosques o las aguas cristalinas impresas en nuestras memorias. Todo está tiznado de un antiguo marrón ceniza, inmerso en un interminable diluvio. Incluso las tormentas son oscuras y el aire enrarecido hace retumbar el sonido seco de los truenos en nuestros sensores, como si quebraran mil tornillos oxidados al unísono. Cuesta avanzar con las baterías agotadas y nos crujen las juntas de tanto reciclar el mismo aceite, aunque ya nada nos detiene; tan solo la cordillera de los estratovolcanes nos separa del salar. Es ahora o nunca. No podemos fallarles. Pero tememos por la suerte del pequeño Quantum. No sabemos si su armadura resistirá el calor o si los vapores ácidos terminarán de consumirle. Esperemos que no. Le hace mucha ilusión cumplir nuestra promesa. Somos los últimos y se lo debemos todo a ellos. Cuando por fin lleguemos al lago abriremos la Urna del Primer Día y liberaremos el coctel de aminoácidos. Nunca sabremos si tendremos éxito o fracasaremos, como hicieron nuestros añorados y destructivos creadores.

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