Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

QUIJOTERÍAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en QUIJOTERÍAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el tercero serán QUIJOTERÍAS Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE MAYO

Relatos

29. ARMONÍA (A. Barceló)

Cierra los párpados suavemente y comienza a respirar de forma consciente, profunda y acompasada: cuatro segundos de inspiración, siete de retención y ocho de espiración. A la cuarta o quinta serie se siente relajado y puede observar un cielo azul celeste lentamente atravesado por blancas y almidonadas nubes de caprichosas formas. Continúa controlando su respiración y consigue percibir un reconfortante aroma de petricor. Centrado en su paz mental, comienza a escuchar la suite para piano de Debussy “Claro de luna”. Ha conseguido abstraerse completamente de todo cuanto le rodea. Unas voces interrumpen su meditación, el equipo de salvamento en alta montaña ha conseguido localizarle, justo en el momento en que él acababa de encontrarse a sí mismo.

 

28. DESARMADOS (Belén Sáenz)

No era inusual que hubieran instalado las cámaras con antelación en aquel despacho. Tampoco que se emitieran en directo pruebas de grabación. El acontecimiento era de tal magnitud que la gente se agolpaba desde la madrugada ante los escaparates de tiendas de televisores y en los bares no cabía un alfiler.

Ni era necesaria música ambiente ni había narrador. En un primer plano, dos hombres se besaban en la boca. Algo que ya casi a nadie escandaliza, pero que a todos nos hacía contener la respiración. El más corpulento acariciaba la entrepierna del otro al tiempo que le posaba delicadamente la mano en la nuca antes de reclinarle sobre la mesa del escritorio. Con su flequillo rubio le hacía cosquillas en la mejilla. Se frotaron la nariz punta con punta y culminaron el gesto con un leve lamido de la comisura, como buscando la gota perdida de un vodka raro y exquisito.

El clamor de los aplausos y vítores desde todos los rincones del planeta atravesó fronteras y les llegó a través de la ventana entreabierta. Hicieron una reverencia desbordante de expectativas, sonrieron a la pantalla y carraspearon juguetones.

«¿Estás preparado para la rueda de prensa, Don?»

«Sí, Vladímir».

27. En blanco y negro (Ana María Abad)

Mis sueños solían ser blanditos como mullidas ovejas saltando en fila india una valla de madera pintada de verde. O idílicos como velas blancas y azules flotando en el horizonte de un mar en calma. O amables como nubecillas de algodón desfilando por el cielo al compás de la suave brisa del oeste.

¡Cómo añoro esa etapa de la niñez, llena de inocencia y de buenos deseos, de colorines, de helados de fresa y nata, de cuentos en los que el lobo nunca vence!

La dura verdad es que, en la vida real, son los lobos los que triunfan y, después de toparme con unos cuantos en mi camino, ahora paso muchas de mis noches en blanco, entre despidos improcedentes, hipotecas abusivas y letras impagadas. Y, si en algún momento me quedo traspuesta, mis sueños son negros, tan negros como el carbón que siempre falta en la vieja cocina.

26. El mundo al revés

Los compañeros de la inmobiliaria apagan sus ordenadores y él, con la excusa de una hoja de cálculo engorrosa, espera a que todos salgan. Los techos son altos. Eso ayuda. Una vez solo se arremanga, inspira hondo y coloca una silla sobre su mesa, formando una atalaya. La escala y logra hacer el pino allí arriba, con los pies rozando los focos. El equilibrio perfecto de un gimnasta bien entrenado. Mercurio, Venus, Tierra, Marte se alinean en ese instante sublime que prolonga durante un minuto. Sesenta segundos de placer en que los escritorios penden del suelo sin obedecer a la fuerza de la gravedad gracias a su pericia. En ese tiempo invertido es el héroe de su propia infancia, aquel artista que viera en el circo. No hay hojas de cálculo, fincas urbanas ni rústicas. Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno también en línea. Sonríe y, con los pies en el suelo, esa mueca con las comisuras de los labios hacia abajo podría leerse como un gesto triste. Cuestión de perspectiva. Entonces, con movimientos lentos, baja de su atalaya, ordena las sillas, apaga el ordenador, las luces, echa el cierre y se dirige a casa silbando el Carmen de Bizet.

25. Calostro (Aurora Rapún Mombiela)

Una ligera presión, un dulce dolor. Un fluido que pasa de un cuerpo a otro. Dos seres acoplándose por puro instinto. Vida a vida desde el origen de los tiempos. Irrepetible, perfecto, inolvidable.

24. ¡OCUPADO!

Ni su atuendo guerrero ni su voz de mando le sirvieron para echar abajo la puerta del servicio de la taberna donde, al salir de mis quehaceres, lo encontré, retorcido de vergüenza, cansado de gritar en vano y apestando a orines, como un pordiosero.
− ¡Ocupado!
Al llegar el comando, aquel insolente lloraba con los pantalones mojados, por lo que no ofreció resistencia alguna mientras los soldados, disimulando sus distintivos, lo arrastraban a empujones hacia el furgón, cubriendo su menguado uniforme con un saco de yute como único atuendo, ya sin medallas ni dignidades, y algo más limpio. Debía de ser alguien importante aquel fulano a juzgar por la cara de respiro que mostraba todo el mundo. Mirando hacia atrás, no me quitaba la vista de encima, a mí, a un aldeano con cara de bobo, vestido casi como él, aunque con ropa más aseada.
Pocos días después, entre los papeles del retrete se podía leer una primera página rasgada en la que se aplaudía el heroísmo anónimo frente al déspota. Viendo girar el gurruño en el agua, me sentí como el héroe discreto que siempre fui y que acababa de salvar al mundo.

23. CONVERGENCIA INVERSA (Mariángeles Abelli Bonardi)

Un desperfecto mecánico y un teléfono prestado los habían llevado a ese momento, a ese lugar… ¿El tren pasa una sola vez en la vida? Se lo volvió a preguntar allí, con ese Adonis besando su piel madura, entre sábanas mecidas por el aire de la costa amalfitana… Ella sesenta, él treinta… ¿Podía ser? Si la diferencia hubiese sido a la inversa, no hubieran enfrentado los prejuicios que después enfrentaron…

Había pensado que ya nadie la vería así, pero se equivocaba… En ese lugar, en ese momento, el amor no tenía edad.

22. Ironías del destino

Adiós a las cartas perfumadas de incienso. No más sesiones calibrando gestos, indagando miedos y ansiedades, reforzando certezas. Fuera los amuletos tangibles. Todo se había evaporado como el humo artificial con que ambientaba su gabinete. En las redes sociales tendría un nuevo espacio. El equipo y la conexión inalámbrica corrían de su cuenta.

Lo que más le incomodaba era el periodo de descompresión. Según le aclararon, ese paréntesis le serviría para reinventarse. Como los artistas, pensó. Él no era del gremio, aunque se preciaba de sus interpretaciones: de confesor, psicólogo, mago, curandero, hipnotizador o experto en pleitos y trucos contables.

Lo habían instalado en el sector C, sección cuarta. Las estancias estaban aisladas, pero le llegaba el runrún. Creyó identificar mensajes sobre el fin del mundo, gritos de furia indiscriminados, consignas contra la ciencia y la historia, promesas de soluciones drásticas. Confiaba en que el poco espacio disponible y la restricción de movimientos fueran el único peaje que tuviera que pagar. Y que sus convecinos ya no gritarían cuando se solucionaran los problemas de cobertura. Mientras tanto, él echaba de menos la vieja consulta en la que incluso llegó a prestar su voz a los muertos.

21. A la i hay que pillarle el punto

Estás contenta: es tu cumpleaños. En un café de tu calle te comes una caña de crema con un cortado y concluyes que va a ser un cumpleaños con c de colosal. Corres al colmado y compras clavo y comino para cocinar un cuscús. De camino a casa coincides con Iván, el interino de inglés de tu instituto. Le cuentas que es tu cumpleaños y te invita a una infusión en el Izmir. Consientes incómoda, porque intuyes que Iván es inmaduro, quizá inestable.

Iván coge el coche, comentáis la cartelera de cine. Pero en la intersección conduce hacia la izquierda. Inquieres, porque el Izmir no está a la izquierda. No contesta. Te inquietas. Insistes. Iván calla. Coge una carretera comarcal. Tu cerebro conspira contra ti, conjura imágenes de un cuerpo en la cuneta.

Tu cabeza cede al caos: aún en silencio, Iván para el coche junto a una zona arbolada y, por sorpresa, te tapa los ojos con un antifaz. Te ayuda a salir, guía tus pasos. Estás bloqueada, el corazón se te sale por la boca.

Os detenéis. Te quita el antifaz.

Hay una cabaña con cadenetas de colores. Catorce compañeros del centro te cantan una canción de cumpleaños.

20. EL TURIFERARIO (Jesús Alfonso Redondo Lavín»

Tengo que reconocer que me “jodía” que aquellas quinceañeras revoltosas de mi barrio cuchichearan entre sí llamándome “el niñito de misa”.

Todos en mi pandilla íbamos a misa, era obligado en aquellos años 60 del pasado siglo. Eran los tiempos del “Dúo Dinámico”, un poco antes de los pantalones de campana y de la llegada de las canciones con un inglés ininteligible que macarrónicamente traducíamos de los “LPs” de los Beatles.

Aquella “Semana Santa” el párroco quiso que participásemos en los oficios. Por mi aspecto de buen chico me asignó el papel de Cristo. Respondí con cara de solemne humildad ante un Pilatos preguntón aquello de “Tú lo has dicho”. Y en otra función me asignó, el mencionada presbítero, el oficio de turiferario. Levantabas con una cadenita la tapa del incensario decorada como el tornavoz de un púlpito rococó. Introducías en el seno del turíbulo un carbón vegetal en forma de gajo de naranja, lo encendías y cuando era brasa cernías en él dos cucharaditas de incienso. El cura no me vio dar aire al botafumeiro dibujando un círculo sobre mi cabeza.

Maldito fotógrafo. Decenas de copias de mi persona vestida de monaguillo armado de incensario circularon entre aquellas chismosas.

19. TIEMPOS DE ESCASEZ

Y mucha mala hostia, tanta que ya no le quedan motivos ni fuerzas para volver a enfadarse. Cada vez extraña más aquellos tiempos cuando en forma de oblea y acompañándola con un buen sorbo de vino dulce, con más que sobrada alegría y los mofletes enrojecidos frente a sus muchos feligreses que atendían entonces sus oficios, todos las saboreaban a medida que iban soltando el acumulado y repetido lastre que los enturbiaba. Ahora, sincerándose, no puede escudarse en aquello de “con la Iglesia hemos topao”, esa con la que lleva muchos años sacrificando la vida por los demás y donde las pocas monjas que van quedando en el convento, que horneaban también ricos y variados dulces y panes, no encuentran ya a nadie que les regalen aquellas buenas harinas de antaño.

18. Su momento

Desde que los nietos son mayores, la cena familiar de Navidad incorpora una nueva tradición iniciada por una torpeza de cuñado, una estúpida indiscreción acerca de la primera cita íntima de los abuelos.

Cada año la narración se enriquece con más detalles: la casualidad de quedarse solos en la casa, un vecino que apareció de forma inesperada, el ladrido de los perros, un jarrón de porcelana hecho añicos…

Al abuelo le cansan las nuevas versiones y se levanta de la mesa con cualquier excusa. La abuela es más paciente y, al cabo de un par de anécdotas, se escabulle en cuanto puede para reunirse con él.

Sin que los veamos, se sientan un instante en la cocina, cogiéndose las manos y se miran como nunca, como entonces.

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