Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

01. MANCHITA, LA ARDILLA

Nos detenemos en una calle con árboles en las aceras. Mi nueva mamá -no recuerdo su nombre, Alicia o Amelia, creo- me dice que hemos llegado. Antonio, que ahora será mi papá, me coge la mano y me pide que cierre los ojos como si fuera un “juego de sorpresas”. Cruzamos un jardín. Subimos unos escalones. Avanzamos por un pasillo largo y, al fin, entramos en mi habitación. Papá me suelta la mano y me dice que ya puedo abrir los ojos. Es preciosa. Colores luminosos y dibujos en las paredes. Hay una jirafa de peluche junto a la cama, una mesa fucsia con un bloc nuevo y cajas de pinturas, y una lámpara que llena de estrellitas el techo cuando es de noche. Pero si pienso en la oscuridad, sé que la echaré de menos. Con su cabecita graciosa como la de cualquier ardilla, su cola larga, sus manitas, y esa agilidad juguetona para esconderse cuando encendían la luz. Aunque para los demás niños solo fuese otra mancha más de humedad en el muro.

92. BILLETES

Te duelen las manos por el frío, ¿qué esperabas en una estación de autobuses en Burgos en diciembre? Menos mal que te has puesto dos camisetas por debajo, que tienes un calefactor viejo y que con el lío que hay de gente tienes que estar concentrada para no confundir los billetes. Estos de ahora van al pueblo pero los dos anteriores iban hasta Madrid para después volar a Sídney. Ya te gustaría a ti viajar a Australia, a ver los canguros y el palacio ese de la ópera. O lo que sea. Te conformas con ir a Málaga como los cuatro chavales del bus de las nueve. De Málaga sabes poco pero te imaginas tomando una cervecita en una terraza disfrutando del paisaje… Uno para Donostia, en el bus de las tres y media. El golpe en la ventanilla te ha sacado de tu ensimismamiento andaluz pero ya te has ido a la playa de la Concha. Y allí te quedas un rato, hasta que te pidan el próximo billete, disfrutando del olor a sal que te llega del mar aunque desde tu ventanilla solo se vean autobuses, humo de tubo de escape y gente con maletas.

91. Punta de pincel

Ya estaba enjuto de carnes y con articulaciones crepitantes, por eso al alba ya ascendía la pequeña colina para estar dispuesto ante la luz deseada. Aunque exhausto y con su viejo corazón acelerado, lo consiguió. Y fue tras darse un inevitable descanso cuando buscó el ángulo idóneo donde colocar el caballete y el lienzo.

Ante él se encontraba la montaña rocosa que en su descenso daba paso a un bosque abrupto de coníferas que acababa por besar el musical arroyo. Pasado este se extendía el manto de la pradera que se desplazaba hasta él plagada de una pléyade de flores de variopintos colores.

Preparó la paleta y los pinceles, como un rito amable y minucioso, hasta que decidió que era el momento. Tras la primera pincelada comenzaba el instante mágico en que el blanco deja de serlo. Le sucedieron muchas otras durante las horas que su mirada se alejaba y se acercaba.

Fue llegado el momento, tras el último trazo, cuando contempló de nuevo el autorretrato de un triste y decrepito pintor en blanco y negro. Y levantando la vista, para observar el paisaje, salpicó de rojo su última obra.

90. Cazado

La puerta que abre los recuerdos de la infancia no entiende de generaciones. Al mirar por el hueco de la cerradura, contemplamos las risas intactas de los niños y los mismos juguetes dormidos en los dinteles.
Pero, venid, asomaos. Si observáis a través del oxidado ojo, encontraréis que hoy la chiquillería anda revuelta. Cuatro amigos cumplen castigo en la biblioteca del convento por robar naranjas a los monjes. El prior les ha impuesto la tarea de ordenar alfabéticamente los viejos manuscritos.
Y ahí están, en pleno proceso creativo. El más espabilado ha trasladado un tomo al suelo, debajo de la ventana. Los demás en seguida entienden el juego. Estratégicamente van amontonando libros, e improvisan una escalera hacia su libertad. ¡Mirad cómo corren! Estos gandules nunca aprenderán nada.
Pero… un momento. ¿Qué esconde el pelirrojo bajo la blusa? Un dragón sobre una página debió haber llamado su atención. Con el brillo de la curiosidad en los ojos, espera que nadie sepa que ha tomado prestado el último «escalón».
¿No es increíble presenciar cómo las musas escogen a un futuro escritor?

89. HERMOSAIJE

Se quedó sin palabras.

Al llegar a un alto del camino encontró las primeras sombras de la tarde que el sol dibujaba en la gran estepa. Quedó mudo. Quiso expresar esa idea, ese sentimiento encontrado que le arrebataba el ánimo. Quiso explicar cómo el horizonte encendía su alma.

Y no pudo.

Rebuscó con la punta de los dedos entre los recovecos de los fondos insondables de sus bolsillos. No había nada. En el zurrón descubrió que todas las palabras se le habían escapado, libres, a través de las desgastadas puntadas de las costuras.

Detuvo su caminar un instante.

Entonces encontró una solución de emergencia. Con un lápiz escribió en un trozo de papel olvidado en la chaqueta: “hermosaije”.

-¡Sí, eso es, “hermosaije”!

Y continuó en silencio el camino que serpenteaba a través de la infinita llanura mesetaria. Había perdido todas las palabras que guardó para el viaje, pero ahora, atesoraba la última en el interior de su puño.

Llegaba la noche. Sintió que sus pasos eran cada vez más cortos. Había cansancio y había sed. Su espinazo se doblaba fracasando en la lucha contra la gravedad. Pero continuaba caminando sin ver que tras de sí un frondoso bosque surgía.

88. Tierra de momias (Pablo Cavero)

El Nilo me hizo despertar de mi letargo de momia, renacer de nuevo a la vida, retomar el timón de mi existencia. Esa noche surcando las aguas mansas rodeadas de templos y pirámides, cargadas de historias de faraones y esclavos. El cocodrilo mordió las ataduras de mi sumisión, esas amarras que controlaban mi móvil, mis faldas y el carmín. Las que me cegaban a las evidentes vejaciones disfrazadas bajo el telón del amor. Las que justificaban los golpes, convenciéndome a mí misma de que serían merecidos. Me adapté a subsistir en una atmósfera donde el maltrato era el oxígeno y la humillación era el aliento habitual bajo su tufo a alcohol. Esa embriaguez intentó arrojarme al río. La oscuridad o quizá el espíritu de Nefertiti o de alguna esclava, le hicieron tropezar y caer a él. Por suerte aquel reptil del Nilo me liberó del yugo que me mantenía momificada, y amanecí a ser yo misma.

87. HOSTIAS (Mødes)

Nieva.

Nieva sin pausa sobre las deshilachadas vértebras del pueblo, y el paisaje que contemplan mis ojos al salir a la calle, se asemeja a una postal navideña.

Camino con dificultad sobre esta tundra castellana y el sonido de la nieve virgen, bajo mis pies, me recuerda al turrón almendrado.

Y minutos, o quizá siglos más tarde, llego a casa del feligrés moribundo.

Su bella mujer, preñada de lágrimas, abre la puerta y me lleva hasta el dormitorio conyugal, donde agoniza el enfermo.

Entonces me acerco a la cama, cojo su mano, le doy la extremaunción y, minutos después, exhala su último aliento.

Y ya van tres.

Todos los que ayer comulgaron.

86. Una noche de verano

En el campo el cric-cric de los grillos se confunde con el lamento de los cárabos, el ulular del autillo o el croar de las ranas de una charca.

La tranquilidad se respira en esta noche de agosto. Un cielo despejado exhibe orgulloso sus constelaciones. En una calle cualquiera de un pueblo manchego, los vecinos tras la cena, lo contemplan dormitando en sus hamacas.

Un avión surca la negra bóveda celeste. Dentro acoge decepciones, ilusiones, sueños de encuentros o comienzos de una nueva vida.

A cientos de kilómetros, bajo ese mismo cielo, dos enamorados refrescan sus cuerpos en un inmenso mar. Acariciados por la espuma, con besos de sal, danzan entre las olas al son de una melodía de sirenas.

El calor es sofocante; un bebé llora, la madre primeriza, aún no sabe si llora por hambre, porque está mojado o porque el calor no deja que concilie el sueño. Lo acerca a su pecho, el silencio vuelve a reinar.

Mientras, en un pueblo cualquiera, están celebrando las fiestas patronales. Música, luces, risas…

…en la carretera acecha el peligro: gritos, llantos… en Urgencias luchan por retener una vida.

En el cielo cruza una estrella fugaz.

85. El navegante (María Rojas)

Indefenso a su suerte, y bramándole el alma, el mulato Candelario, navega aguas abajo.
La espuma desborda su boca, el cuerpo se tambalea en blandura y los ojos amarrados a la ribera se niegan a ahogarse.
Los arbustos lo engarzan a la orilla invitándolo a volver, pero la corriente, terca, lo empuja a su cauce. Una pez, transparente, le advierte que el agua esta helada, que le puede hacer daño, que deje el acoquine y se salga del río.
Él, desobediente, se deja ir entre sones de infancia, hasta donde el cielo pierde la luz.

84 Oveja negra (La Marca Amarilla)

Sin derecho a jubilación, a mi edad, estar en una azotea reparando aparatos de climatización no es lo más indicado, y menos en un día lluvioso como este. La torpeza que producen los años hace que golpee sin querer mi “Pepsi Litio” derramando su contenido, ahora todo mi refresco se perderá en el suelo como lágrimas en la lluvia. Al otro lado de la terraza dos personas se pelean, pero finalmente, uno parece decaído y suelta al aire una paloma blanca que tenía sujeta, menos mal que son artificiales y no cagan; antes estropeaban en demasía los aparatos de climatización. Aparece ahora un spinner de la policía y aterriza a mi lado, el oficial -al verme- me da una figurita de origami que representa una oveja negra… ¿Sabrá este individuo que deseo tener una oveja eléctrica? ¿Y cómo sabe que me gustaría negra? Continuo con mi tarea planificada y pasado un momento retiran el cadáver, es entonces cuando los policías se marchan, inexpresivos, fríos, desafectos, sin lugar a duda son humanos en peligro de extinción.

83. No hay Retiro (montesinadas)

Volcada sobre la espalda del barquillero muerto se escucha la persistente carraca de su ruleta. La manecilla gira más rápido si le impacta la bala de algún francotirador, oculto entre los árboles, próximo a la Casa de Fieras. Las barcas del lago flotan, sin rumbo, sobre miles de peces que se amontonan en la superficie, con los ojos y las tripas abiertas por las granadas. No hay parejas abrazadas en los bancos, ni amantes ocultos en el secreto de sus besos. Solo la nada, el vacío; y pese al sol radiante, inunda el Parque la oscuridad de una fosa común, un agujero negro sin medidas para formular el espacio/tiempo. Sombreros arrastrados por el viento con orificios de entrada y salida; cochecitos de bebé que ruedan sin control por el Paseo de las Estatuas, alguno arrastra del uniforme a la pobre niñera, como una marioneta ensangrentada. Los perros, huérfanos, olisquean los cuerpos, que aún no han sido recogidos, en busca del olor de sus dueños. Otros muchos, se amontonan ya en los camiones quizás, entre ellos, alguno con vida. Las sirenas lanzan, otra vez, su desgarrador sonido y salimos a la carrera para alcanzar a empujones los túneles del metro.

82. Viaje con nosotros

Mi madre insistió tanto que accedí a salir con Frank. Solo una vez, le advertí. Es educado y tampoco tan feo, aunque mejoraría si vistiera diferente y llevara otro peinado. Ya hemos llegado, anuncia. Abre la puerta del camarote del tren y me ayuda a subir. Nos sentamos junto a la ventanilla y contemplamos la Torre Eiffel de París y Montmatre al fondo. Me pregunta si disfruto del paisaje e intenta cogerme de la mano, pero simulo necesitar algo de mi bolso. Volvemos a pasar por la Torre Eiffel y el tren se detiene. Hago el amago de levantarme pero Frank me dice que siga sentada, que comprará otro viaje, que a dónde quiero ir. A Roma, me vale Roma. Unos instantes después regresa. La moviola vuelve a encenderse y ahora es el Coliseo el que vemos pasar. Me enterneció su insistencia por acudir a este parque de atracciones vintage. Seré amable cuando me acompañe de regreso a casa y le daré las gracias, aunque sin beso de despedida. Entraré y, antes de llegar a la cama, ya estaré soñando con el sudoroso y forzudo feriante que, montado en su bicicleta, hace girar la moviola para recorrer el mundo.

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