Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

95. RECORDANDO A JOHN DENVER

En el 87 me besó por primera vez. La noche, junio, su elegancia imponente. Su inteligencia de banquero joven. Acababa de aturdirme de amor cantando a John Denver. También sonó en nuestra boda.

Hoy ha tenido mus con los abogados. Malo. Trae la lengua más viva. Nunca la mano, que él no es un maltratador, dice. Y es verdad. Lo de la mano.

De su bellísima cabeza plateada vuelve a asomar su sorprendente habilidad para herirme, levemente turbinada por el gintonic.  Discutimos. Me recuerda otra vez mi dependencia económica y se va abajo. Veo su guitarra acústica y solo decido, porque pensándolo llevo medio matrimonio.

Quito la sexta cuerda. Un MI. No, mejor la primera, otro MI dos octavas más allá. Casi me corto al anudarla al somier. Hago un lazo bajo la almohada y ato un cepillo al otro extremo.

Después, mientras duerme, solo tengo que rodearle el cuello. Apoyo los pies en el cabecero y tiro del cepillo con la fuerza que da tanta frustración. La cabeza rueda mansa hacia mí sin que esa embriagante mirada de miel tenga tiempo de volverme a dañar. Y me viene al recuerdo John Denver. Hasta me ha parecido escuchar el MI.

94. ALLEGRO MA NON TROPPO (Pilar Alejos)

Siempre me costó compartir con los demás todo lo que llevaba dentro, pero llegaste tú, con tanta música en los dedos que me desnudaste por completo. Sin la protección de mi armadura, caí rendido ante tus notas, que tan dolcissimo llenaron mis silencios. Me hablaste a sotto voce y fuimos uno a prima vista. Nuestro tempo, que empezó como un adagio, fue crescendo hasta volverse appassionato. Fuiste tan insistente que, como muestra de mi obertura, acomodé mi clave de sol a tu pentagrama. Dejé que tus melodías marcaran el ritmo de nuestra relación, a cambio de que me hicieras vibrar cada noche con tu nocturne, como si fuera la prima volta.

Respirábamos al unísono, con la misma métrica, pero, de repente, todo cambio. Nuestra partitura fue adquiriendo un cariz melancólico. Perdiste tus ganas de abrazarme, de acariciarme. Tu tono de voz sonaba pianissimo y ya no me dedicabas tu pizzicato.

Lo nuestro finalizó tan presto como empezó. Te pareció insuficiente mi tessitura y me abandonaste por un «Stradivarius».

93. Strawberry fields forever ( Paz Monserrat)

Le cuenta a su nieta que ella y sus amigas espiaban a John desde los campos de fresas situados tras la casa de la estricta tía Mimi. Algunas eran más de Paul, pero ella supo desde el principio quién de ellos sería inmortal. Le habla de la conducta inexplicable en las adolescentes de Liverpool. Aquella música diáfana conseguía que se olvidaran del hollín y  las ratas del puerto, de sus vidas insulsas y sus habitaciones modestas. Deambulaban sonrientes, como hipnotizadas por un flautista que se ha confundido de cuento, de siglo y de país. Una riada de grititos y minifaldas atravesaba los suburbios. Listas para entrar en trance, para matar por un autógrafo o por un mechón de esas melenas. Por el camino se unían otras chicas parecidas a ella, en apariencia.

Pero, le puntualiza, lo de esas futuras amas de casa resignadas nunca fue auténtica pasión. Cuando la maldita japonesa cedió la vivienda al National Trust, fue ella la elegida como guía del museo. Cada día explica todo tal y como lo veía desde el exterior de los visillos. Siempre se queda un rato más. Después, bordeando los campos de fresas, camina hacia su casa pareada en Penny Lane.

92. Dueto (Pablo Cavero)

Uña y carne, así hemos sido desde que tengo uso de razón, siempre muy unidos, cómplices y distintos.

Él es el líder, gracioso y engreído, la voz cantante, poco amigo de las normas, soberbio y vengativo.

Yo en la sombra, en segundo plano, sacrificado y sumiso, apocado, racional, temeroso de las leyes.

La pauta se repite. A cada chica nueva le componemos una canción. Mi cometido crear música y letra, el suyo recitar y cantar con su voz melódica. Seguro de seducir. Ella sonríe, pero rehúsa los besos, caricias y demás acercamientos. Él, resentido le sustrae alguna pertenencia. Yo le recrimino y manifiesto mi radical desaprobación.

Sus pataletas han pasado a golpes, e intentos de usar la fuerza bruta, para saciar sus apetitos. Le conozco muy bien y sé que rondan en su mente  las palabras: violación y asesinato; ambas están presentes en sus próximos estribillos. No lo permitiré. Ya lo he decidido. Es la única salida. Lo asumo, una solución suicida. Silenciaré su voz psicópata para siempre, nos apagaremos los dos a la vez.

91. Celebración (Juana Mª Igarreta)

Aurora ha vuelto a casa. Tras la puerta, habitando el pasillo, le esperaba el reloj de péndulo heredado de sus padres, que como fiel vasallo del tiempo ha seguido marcando las horas. Escuchar de nuevo su monótono tictac es para ella, profesora de música jubilada, la más excelsa de las melodías.

Acodada en la ventana, rememora los últimos momentos en el hospital, y aún resuena en sus oídos el efusivo y acompasado aplauso que a modo de despedida le dedicaron los abnegados sanitarios de la planta. ¿Qué obra musical logrará hacerle revivir una emoción semejante? Tal vez sea la ovación más larga que ha recibido nunca; aunque tampoco se había enfrentado hasta ahora a una partitura tan compleja. Su cuerpo arrugado y encogido, cual baqueteado violín, es todavía capaz de ofrecer afinadas notas de vida.
Aurora levanta la tapa de su viejo piano. Acomoda sus nudosos y trémulos dedos en las teclas que han permanecido calladas en su ausencia. Con los ojos cerrados ejecuta, exultante, la Novena Sinfonía de Beethoven. Así celebrará cada nuevo día durante años.

Una mañana, un estridente e incesante sonido sobresalta a los vecinos. El piano grita bajo el peso inerte de Aurora.

90. Sones de infancia, música de acordeones (María Rojas)

Indefenso, a su suerte, y bramándole el alma siguió navegando aguas abajo.
El cielo perdió el azul, la espuma desbordó su boca, el cuerpo se tambaleó con blandura y los ojos amarrados a la tierra se negaban a ahogarse.
Los arbustos lo engarzaban a la orilla invitándolo a volver, pero la corriente lo devolvía a su cauce.
Su madre, toda huesos, flotando en un neumático de tractor le advertía que el agua estaba helada, que le podía hacer daño, que dejara el acoquine y se saliera del río.
Pero él, desobediente se fue bailando tras unos peces, que entre música de acordeones y sones de infancia, lo llevaron a la profundidad, mientras con sus dientecillos puntudos lo desmigajaban.

89. La tricotea

Aventri, abatie Marcialli. Viedi la militium prestia arrivata dil proelium frointenie. Summi alli allegri festimenie dil Baco. Lul caldi remorderai nostri peccatories almi et tua adurminatiu anque animosei  membri. Canti, cantiemus cuni elli. Libemie sulie dolcie et pubeccentui nectarie. Cun tantum unei pepionum, fruaturei sul juvenesie et promiscium corpus. Do vais, Marcialli? Voltai… Invitaie io.

88. Música en la nueva normalidad (Mar González)

Cada día a las ocho de la tarde, Mauro salía al balcón con su oboe y ponía música al confinamiento. Lo hizo durante las tres primeras pandemias. Al principio sus vecinos le aplaudían e incluso, una vez, le citaron en el Telediario, pero ya no queda nada de aquello. Primero fueron faltando los vecinos. En un barrio antiguo y obrero, la gente humilde y anciana de su bloque fueron los primeros en caer. Él siguió tocando en el balcón hasta que declararon el estado de ruina del edificio.

El banco de la esquina tiene buena sonoridad y, a veces, los viandantes le dejan algunas monedas. De un tiempo a esta parte, son cada vez menos. La calle queda desierta y la música asciende sin obstáculos hasta los tejados, se enreda en las antenas y se mece con el viento.

Con cada nota, Mauro sueña que, en algún lugar del universo, a millones de años luz, alguien, algo, capta su melodía. Una estrella parpadea. Pide un deseo. Cierra los ojos y escucha los aplausos. Los de antes de los balcones.

87. La Guitarra

La guitarra

A pesar de su corta edad, cada vez que escuchaba aquel sonido se le erizaban los pelos de la piel y dejaba de jugar para poder disfrutar de la melodía.
Una tarde decidió, resuelta, pedir para su cumpleaños una guitarra; tras escuchar en el receptor al maestro Paco de Lucía y a Jimi Hendrix volando con su música.
Los padres de Marta quisieron hacer realidad su sueño.
Juan recorrió varias tiendas; entró en el mundo de las cuerdas y se empapó de información,hasta llegar al convencimiento que aquel instrumento, que había elegido, sería del agrado de su hija.
Llegó el día. Toda la familia había acudido a la fiesta y estaba expectante, porque conocían la ilusión de Marta.
Sobre la mesa del salón reposaba un bulto, enfundado en una caja negra, y la música de Narciso Yepes envolvía la estancia.
El corazón de Marta se aceleró y no conseguía abrir la caja; su cuerpo temblaba emocionado. Cuando al fin, sostuvo el instrumento de cuerda entre las manos; lo arrojó al suelo y escapó llorando.
Atónitos, los padres recogieron el laúd y la cajita de púas, que se había abierto con el golpe, y corrieron tras ella.

86. La canción del coro (Manuela)

Los del coro tenían una edad. Era el primer día para María. Una mujer de risa fácil. Había pagado cuarenta y cinco euros por todo el mes. La directora le dio una copia de las canciones. Un hombre le hizo un hueco a su lado. Empezaron a cantar la número cincuenta: Quizás, quizás, quizás. María echaba pecho para seguirlos. Se sintió rara toda la clase. Se había anotado de forma precipitada. Sin pensar. Terminaron de cantar. María recogió pecho y la voz. La voz del hombre la frenó. Se llamaba Rafael. Risueño le dijo hasta la semana. Ella contestó: Quizás.

María llegó a casa. Reflexionó lo que su mente había registrado en esa hora. Pantalón de pana. Voz grave. Reloj de pulsera, alto y con mocasines. Ella: sofocada, contenta. Discutió con su voz interior. ¿ A tu edad?. Qué te importa. Miró en internet. Era obvio. Se acostó con la canción de los tres sudamericanos en mente: «el que tenga un amor que lo cuide, que lo cuide».

85. Canciones que unen (Josep Maria Arnau)

A él le ha costado mucho dar el paso: hoy llama para explicar su historia de desamor con Rosa. Luego pide una canción: “La mujer que yo quiero”.

Ella sigue el programa y no puede evitar que sus ojos se humedezcan. Se arriesga y llama. Le dice en antena que aún revive su primer y único beso. Y que haría lo que fuera para seguir escuchando la canción a su lado.

A él le invaden las dudas, pero también apuesta. Le dice que, desde ese concierto al que fueron juntos por primera vez, la melodía nunca le ha abandonado.

Ella decide continuar y él la acompaña. Después de una multitud de recuerdos imaginados y compartidos en antena, quedan para una cita. Ajeno a lo ocurrido, un locutor emocionado bendice el reencuentro.

Cuando cuelgan, ambos saben quiénes no son. Y confían en que hoy haya sido su día de suerte.

84. MELODÍA IMPOSIBLE (Rosalía Guerrero Jordán)

Hace mucho tiempo que no sonrío como entonces, cuando creía que siempre estaríamos juntos.

He olvidado tu cara y el sabor de tus labios, pero no la canción que sonaba cuando nos besamos por primera vez. Nuestro amor, ahora borroso entre fotos viejas, se inició con la banda sonora de Fleetwood Mac. “Sara, you’ re the poet in my heart. Never change, never stop”.

Parecía el preludio de un amor inquebrantable. Cuan equivocada estaba.

También recuerdo qué sonaba cuando me dijiste, sin atreverte a mirarme a los ojos, que habíamos terminado. La Luna asesina de Echo and the Bunnymen hizo añicos mi corazón. Se rompió en tantos trozos que resultó imposible arreglarlo.

Desde entonces odio las noches con luna.

Hace más de treinta años que acabó nuestro amor, eternamente efímero. Nunca he vuelto a enamorarme igual.

Por eso, cuando he escuchado tu voz junto al mostrador que atiendo, los primeros acordes de ambas canciones han sonado a la vez en mi cabeza, en una melodía imposible. Y ahora, frente a ti, intento dilucidar cuál de las dos va a quedarse sonando entre nosotros.

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