Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

50. Los sonidos del silencio (Blanca Oteiza)

Las últimas luces del día se cuelan por la ventana mientras escucho los sonidos de la calle y el silencio de mi casa. Cada tarde es lo mismo desde que ya no estás conmigo.
El otro día el médico me dio los resultados tras varios meses de calvario que achacaba a tu pérdida, a no acostumbrarme a estar solo. Pero no, me dijo que un monstruo me está devorando con rapidez, que seguramente para final de año se habrá comido todo mi ser. Si no fuera por el dolor, estaría feliz, ya queda menos para volvernos a encontrar de nuevo.
Mientras tanto paso las tardes, después de tomar la medicina que me alivia, sentado en mi butaca escuchando viejos vinilos. Bueno cariño, que ya comienza a sonar una de mis favoritas. «Hello darkness, my old friend. I’ve come to talk with you again»…

49. Composición interminable (Montesinadas)

Cada mañana, la nueva vecina, la pianista, cuelga del tendedero hojas mojadas de papel pautado que rezuman pentagramas y partituras llenas de nostalgia. Los acordes de tinta descienden por el papel y se derraman, gota a gota, en trágico silencio.

Todos podemos sentir cómo caen al vacío las notas sin emitir sonido. Un sentimiento de enorme tristeza impregna las paredes y la ropa tendida que, la mayoría de las veces, no tenemos tiempo de retirar y cuando las usas conservan un aroma extraño, mezcla de suavizante, tinta y sal de lágrimas. Al final de la tarde Marina, la del bajo, recoge con la fregona el charco negro que anega su patio y lo hace en silencio, sin quejarse.

Cuando llega la noche, la compositora recoge las hojas ya secas, sin rastro de métricas o compases escritos y vuelve a tocar. El sonido melancólico del piano se filtra por las ventanas, envuelve los cuerpos de los durmientes, acompaña a los desvelados, atraviesa la carretera y llega a los adosados de las afueras. De madrugada, la ciudad entera siente el pesar de la artista despechada cuyo llanto no le permite terminar la sinfonía.

48. LA MÚSICA EN COLORES – Epi

Se enciende la luz del despertador, son las 7:30. Tengo examen de Violonchelo. Ayer repasé las partituras y coloreé todas las notas. Cuatro cuerdas. La cuerda LA tiene todas sus notas de color azul, la cuerda RE de color naranja, SOL de color verde y DO de color rojo. Enciendo mis oídos azules, me los pongo. Estoy conectada. Llevo audífonos desde mis quince, pero en ocasiones prefiero la música sorda, vibratoria y poderosa. El violonchelo es de los instrumentos más agradecidos para nosotros, las personas sordas. Abrazas literalmente la vibración. Me da clases Evelyn Gleenie. En su escuela hay sensores de sonidos con las cuatro luces de colores mencionados anteriormente. Es una maravilla poder VER lo que mis compañeros interpretan, para que yo también pueda participar.
Se enciende la luz del despertador. Ha sido un sueño, estoy en España, y no existe tal adaptación, tal sensibilización, tal empatía. No existe ninguna escuela de música para personas sordas. Enciendo el ordenador, en Inglaterra, Estados Unidos o Alemania hay programas para personas sordas, aquí no, lo apago.
Vuelvo a coger mi querido violonchelo y con sus vibraciones me siento y no estoy sola.

47. NUNCA MUEREN (Belén Sáenz)

Desde el día que murió el rock, millones de guitarras se están cortando las cuerdas en todos los rincones del mundo. Los acordes desangrados se diluyen por los sumideros, descienden por las tuberías y salpican sobre los lomos de las ratas. A veces —dicen que en el aniversario de Elvis o cuando se invoca al espíritu de Freddy Mercury— boquea en los colectores una nota agónica, o retumban entre condones anudados y latas oxidadas algunos punteos moribundos. Y poco más. Algunas noches salen los viejos de las cazadoras de cuero. Arrastran sus botas de puntera desgastada y, siguiendo el triquitraque de sus huesos cansados, se juntan con porte de velatorio en los bancos de los parques, cerca de las tapas de las alcantarillas. Su único anhelo es esperar que pase flotando algún fragmento de sus temas favoritos, como pieles de nube desinflada, mientras escuchan cómo va muriendo todo. Todo, menos ellos.

46. UN TRABAJO DIVERTIDO

Podría enseñarte los callos de mis pies. Pero, claro, no lo haré.

¿Me escuchas? Decía que vaya trabajo divertido el tuyo. Siempre entre música.

Le dediqué una sonrisa mientras asentía levemente con la cabeza. Sonaba un bolero tranquilo, uno de los que más me gustaban. Sí, la música era lo mejor de aquel trabajo, me acompañaba, a veces calmaba mi ánimo y otras me empujaba, en esos momentos de desmayo que volvían cada vez más a menudo.

No te imaginas lo terrible que es trabajar en una oficina. Todos los días iguales y, encima, aguantar a un jefe plasta. La verdad es que vengo aquí a relajarme. Me encanta la música, sobre todo la de baile.

De plastas y de días iguales sé un rato largo, pero tampoco te lo contaré.

Y no creas que el sueldo compensa. Para nada. Pero, en fin, es lo que hay.

Sonreí de nuevo y me encogí de hombros. La canción acababa. Me enseñó otra moneda, quería repetir baile.

¡Ánimo! Tocaba un vals. Esa noche mis pies se agotarían y, quizás, mañana mi hija y yo podríamos hacer tres comidas.

45.- Renacimiento.

El invierno largo y criminal hizo prisionero al valle y no muestra intención de liberarlo.  La nieve sepulta la aldea mínima. El ganado no sobrevivió y la tierra permanece dormida, petrificada. Apenas brota humo de las chimeneas, demasiado arriesgado aventurarse a buscar leña. En la última choza, un vientre se desgaja hasta alumbrar una niña escuálida que cae al suelo tras un último conjuro que crispa la noche. Yacen unidas por un cordón sanguinolento que palidece por minutos. La criatura gana la batalla y se queda con el aliento terminal de su madre, pero el frío vence al calor mortecino de las brasas y la va amoratando, adormeciendo. La está matando.

Suena lejano un violín zíngaro desafinado y algunas notas traspasan el ventanuco desquiciado,  sorteando los copos de la nevada infinita. Invaden la cabaña y acarician a la niña, que despierta temblorosa, sin un ápice de calor para mantener esa vida que arranca ya miserable. La única compasión a su llanto desgarrado es una gata negra recién parida que hace por darle de mamar. Una hilera de antorchas amenazantes llega vociferando plegarias. Dictan sentencia.

Culpables. Las llamas danzan sin tan siquiera rozarla, aunque solo por esta vez.

Cosas del diablo.

44. Melómano (Miguel Ibáñez)

Después de hacer el amor surge un momento extraño. La orina acaba con la intimidad. Hubo mujeres a las que amó que se encerraron y otras que no. Algunas se quedaron a medias, hablando desde dentro con un trozo de papel higiénico en la mano y la puerta entornada. Follando no se dice nada. O casi nada. Recuerda chorros generosos y cómplices, otros sutiles, intermitentes, poderosos, descarados. Sones de aspersión y algún pedo hueco. Tiene solo frases y caras borrosas flotando en su cabeza, danzando al ritmo de aquellas melodías que vienen de vuelta cada vez que entra en un baño público y otras notas dictadas al descuido sobre la porcelana le devuelven amores que están lejos. Se siente viejo, lo único que hace ya con más frecuencia de lo que le gustaría es mear y olvidarse cosas. Aunque hay estribillos que tararea de memoria.

43. Si no te lo crees es cosa tuya (Fuera de concurso)

No recordaba bien si fue ella la que primero se metió en sus pantalones o él en los de ella, o quizás se deslizó bajo sus faldas. No recordaba su rostro y mucho menos su nombre. Evidentemente no recordaba si había sido en los aseos de unas o de otros, ni tan siquiera como se despidieron.

Curiosamente, si recordaba que en algún momento escuchó un tema de Bob Marley.

Seguía yendo al mismo lugar a tomarse sus copas, casi siempre solo rumiando sus pensamientos, que de tan repetidos tornaban en obsesiones. Le calentaban el cerebro con la frialdad del granizo hiriente y no de copos de nieve que deseaba le cayeran sobre el cuerpo desnudo como caricias frescas pretéritas del orgasmo de la existencia.

Pero érase (ya, como en los cuentos. Perdónese mi licencia) que aquel día sonó la misma canción y no pudo evitar ponerse a escrutar y dieron sus ojos en los de ella. Y ambos se supieron.

Bueno, ya estamos en la actualidad. Puedo deciros que cuando el niño se duerme, es muy habitual que ellos se dirijan al baño a jugar, con el jamaicano a bajo volumen por si el pequeñajo llora.

 

 

 

42. FUE EN ESE CINE ¿TE ACUERDAS? (Belén Mateos)

Eran las cuatro y diez. La lluvia interrumpía el tráfico, él llegaba tarde a la cita. Las dos entradas para el cine las sacó tres semanas antes de que ella aceptara la invitación y ahora el camión de la basura taponaba toda la vía y el aguacero reventaba las alcantarillas.

 

Las gotas se tornaron piedras, el capó del coche parecía de papel, igual que sus recuerdos húmedos de promesas. Odiaba demorarse, los helados de fresa, esas fotografías en las que se mostraban felices y se empeñó en conservar, arrugándolas hasta herirlas.

 

Luis Eduardo Aute sonaba en la radio cuando la vio aparecer con un vestido blanco y un paraguas color café.

En su cabeza comenzaron a amontonarse más preguntas que respuestas esperaba, siempre cabeceaba como réplica, siempre las eludía como a sus labios, como a sus caricias, como a su mirada.

Ella levantó la mano al ver el coche, él pisó el acelerador.

 

La acera se llenó de lluvia, de basura, de cristales, de rabia, de impotencia, de desesperanza.

Dos entradas color fresa estaban aferradas en su puño inerte y sus partículas se hicieron condena a las cuatro y diez.

 

 

41. Apocalipsis

Aún había vida, según constataron iracundos en el rompimiento celestial. Fue entonces cuando empezaron a sonar cornetas, trombones, trompetas y cornos, junto a un sinfín de tambores y timbales. El sonido fue cada vez más intenso, hasta violento, y no hubo lugar en el mundo en que no se oyeran las desgarradas notas que, sin melodía ni concierto alguno, comenzaban a hacer estragos en los seres más indefensos que habían subsistido.

Las aves comenzaron a desorientarse y chocar contra los árboles, los peces envararon en las playas y los animales terrestres enloquecieron. Los cristales estallaban, los edificios caían como cartas de una baraja, y finalmente, se produjo una extraordinaria cadena de alborotos, motines y suicidios que llevaron a un absoluto caos, que anunciaba el fin de los tiempos.

Alarmados por la situación, los mandatarios de los países más poderosos de la tierra, se reunieron para buscar, de la forma más rápida y contundente, la solución más adecuada.

Con los escasos recursos que quedaban armaron un potente ejército bajo el amparo de la Comunidad de Naciones, con el que persiguieron, apresaron y liquidaron a todos los sordos que, aprovechando los acontecimientos, se estaban convirtiendo en los nuevos amos del mundo.

40. El aire y la montaña (Antonio Bolant)

A pesar del esfuerzo por resaltar la fertilidad de sus laderas agitándole la exuberante vida que habían acogido durante milenios, el aire no podía consolarla. La montaña se empeñaba en calificarse como hija de la destrucción, se percibía como un simple cono hueco de entrañas arruinadas por el caos de un magma devastador.

—Pues escupe tu desolación —le espetó finalmente el aire—. Arroja ese vacío al exterior para que todos sepan de una vez de qué estás hecha realmente.

Su interior se desbocó como un resorte roto y la montaña comenzó a vomitar bilis de roca fundida. Y arrasó. Y abrasó lo que encontró a su paso dejando al enfriarse un reguero de rocas informes repletas de aristas y cicatrices. Su profunda tristeza le dio la razón al contemplar con febril autocomplacencia la negrura de su llanto y su zozobra le azuzó las entrañas dispuestas a una nueva erupción.

Pero el astuto aire aprovechó para colarse entre los angostos recovecos de aquellas rocas silbando melodías de tal belleza que hasta el tiempo contuvo el aliento. La montaña escuchó por primera vez el sonido de su alma, y entonces dejó de llorar.

39. Cuando la música cesó

– Permanezca en la sala. En cuanto los trámites estén listos lo llamaremos– anunció una voz sin rostro.

La orquesta de Ray Conniff ejecutaba entrañables melodías pop. Le incomodaba que canciones genuinas que formaban parte de su vida sucumbieran ahogadas en un mar de instrumentos rítmicos y coros inclementes. Él no era un entendido, tenía gustos musicales variopintos, pero antes muerto que soportar ciertas sinfónicas atrocidades. Esta mañana, sin ir más lejos, mientras hurgaba entre sus cosas había rescatado complacido el vinilo de Serrat dedicado a Miguel Hernández. Por la tarde recorría el medio centenar de kilómetros hasta la residencia de su madre acompañado por el exquisito fraseo de guitarra de Wes Montgomery.

Oyó pronunciar su nombre. Mientras se alejaba advirtió que la música que había logrado al fin adormecerlo ya no sonaba. Sin ella no pudo recordar qué hacía allí. Como si hubiera dejado la memoria en donde ardía el vehículo.

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