Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

59. VOLVER A SENTIRSE VIVA

Sus pies acompasan aquel ritmo vibrante y lleno de sonoridad, aunque lo hace en soledad y rodeada de doscientos desconocidos.
Esa noche tiene unos deseos incontrolables por sentirse viva.
Necesita escuchar la cadencia de la música, la belleza inconfundible de los pasos elaborados por unos bailarines armoniosos para que en esas extrañas vacaciones, de este verano tan atípico, sean uno de los escasos instantes dignos de mención.
Y aunque sabe que son unos imitadores, muy alejados de la genialidad del bailarín y cantante americano, durante las horas que están sobre el escenario, el elenco de bailarines y cantantes logran irradiar una gran dosis de magia entre el aforo del teatro madrileño.
Los doce miembros del equipo del musical consiguen contagiar al público el frenesí de sus compases y que estos sigan con los torpes movimientos de sus pies sus inimitables bailes como moonwalk.
Los artistas desgranan una tras otra las ya universales melodías del incomparable Michael Jackson y dejan que su público acuda a mundos imaginarios, guiados por las notas de Billie Jean, Thriller o Black and White.
Y aunque solo sea por unos instantes estos olvidan que allí fuera, otro monstruo, mucho más peligroso, les está acechando…

58. Sonidos de un cuerpo desocupado

Estoy tumbado. Podría ser arena o hierba fresca. La certeza de no tener nada que hacer me lleva a palpar mi cuerpo. Lo encuentro desnudo y, lejos de perturbarme, me reconforta como solo reconforta lo natural.

Percuto mi abdomen, provocando un tamborileo. Es divertido. Alterno golpes con ambas manos, creando un ritmo sencillo que pretende parecerse al de “We will rock you”. Sonrío recordando cómo la cantábamos en el coche, durante los viajes de las vacaciones.

Redondeo entonces la boca, como para decir “u” y percuto la mejilla tensa con el tercer dedo, resonando mi cavidad oral como un pequeño cántaro vacío. Modifico la abertura de la boca para emitir diferentes tonos e interpreto “Oh! Susanna” en Mi bemol de forma aceptable, como hacía para mi hermano.

Acaricio la piel de mis brazos y la lenta fricción emula la eterna rasgadura de la aguja que acompañaba al sonido del tocadiscos cuando mi madre ponía una y otra vez aquel vinilo de “Mediterráneo”.

Mi corazón se acelera, latiendo con la fuerza de las baterías electrónicas de los ochenta. Como en aquella “Beat it” de Michael Jackson. Lo había olvidado, pero, por entonces, yo solo quería tener una cazadora de piel roja.

57. ÚLTIMA CANCIÓN (J.A. Iglesias)

Tic…tic…tic. El goteo inalterable del gotero de suero, se convierte en soniquete de un concierto incesante, en la planta del hospital.

En una incómoda silla, pasas día y noche esperando lo inevitable., después del tercer día, ya no te duelen los musculos, ni siquiera tienes sueño. Tu cerebro experimenta una metamorfosis, se convierte en la batuta de un tétrico concierto; chirriar de ruedas de camas o carros de comida, zuecos de enfermeras corriendo, quejidos taciturnos al final del pasillo, llantos desconsolados, sollozos apagados, el tic…tic…tic que no cesa.

Te aferras a su mano, notas el débil pulso de su muñeca, le acaricias su hermoso pelo negro, lleno de escarchas, besas su frente y le susurras cosas bonitas.

Ella semi sedada, inerte, con la mirada perdida.

Súbitamente sientes un impulso, sacas los auriculares y lo compartes con ella, suena » Serenade», su canción favorita.

Sus ojos brillan, te miran, sus labios sin fuerzas, esbozan una leve sonrisa.

Se fue despacio con la música.

56. Sueño de amor (Alberto Jesús Vargas)

Cuando vinieron a vivir al chalé pareado contiguo al mío, me pareció que formaban una pareja imposible. Él calvo, esférico, cetrino y tosco. Ella alta, delgada, de piel blanquísima y grácil como una bailarina rusa. Era fácil deducir que el piano que al mudarse trajeron, estaba hecho para la caricia armoniosa de sus manos. En ellas pensaba cada día mientras extasiaba mi soledad con las piezas musicales que, junto a la luz del ocaso, se colaban en mi salón. Cuanto más me enamoraba de aquella mujer, menos comprendía qué la llevaba a vivir con un tipo tan vulgar.

Una tarde, cercana ya la hora del acostumbrado recital, me atreví por fin a abordarla. Regresaba del paseo con su perrito e iniciamos una amable conversación. Le hablé de mis habilidades como quiromante y la convencí para pasar a mi casa a tomar un té. Ya con sus manos adorables en las mías de pretendido adivino, no fue lo que vi lo que provocó mi desconcierto. Atravesando la pared, con la perfección acostumbrada, empezaron a envolvernos las delicadas notas del Sueño de amor de Liszt.

55. Bip—bip—bip—bip-bip-biiiiiiiiiiiii…. (FUERA DE CONCURSO)

Tic, tac, tic, tac, tic, tac. Zzz, zzz, zzz. Ringgggggg. Paf. ¡Uaaaah…! Muac, muac. Achís. Ñeeeec, ñeeeec. Pof-pof-pof. Ñiii. Shhhiiiiiic. Clic. “Las seis en las Islas Canarias…”, grsss. ”Lloverá durante toda la mañana en..” , grsss. “El Presidente de la patro…”, grsss. “Desde que me dejaste, la ventanita del amor se me cerró. Desde que me dejaste, las…”  Ñiii. Clic. Pof- pof- pof- pof.  Ñam, ñam. Glup, glup. Pof- pof- pof-pof.  ¡Slam!

Drip,drop, drip, drop. Brrruuumm, brrruuuum. Clic. “Tengo el alma en pedazos, ya no aguanto esta pena…”  ¡Piiii!, ¡piiiii! ¡Crash!!  Ni-no-ni-no-ni-no. Bum- bum, bum-bum, bum-bum.

 

 

54. “Dont worry, be happy”

Está triste desde que me fui. Recuerdo que le esperaba todas las noches de verano junto a la ventana abierta, con las luces apagadas para no gastar y una vela encendida en la mesa del comedor. Le oía llegar con su caminar rítmico y silbando una melodía alegre. Se acercaba a mi sin decir nada, me daba un beso y se iba a la cama, sin dejar de silbar. Yo sabía que esta vez tampoco había encontrado trabajo.

Pasamos el otoño comiendo sopa de cebolla y pan duro. Cada mañana oía su eterno silbido saliendo de la ducha. Mientras. las facturas se iban acumulando en el cajón del aparador.

En invierno me dijeron en el hospital que tenía cáncer. Él pasó cada noche sentado junto a mi cama, silbando bajito hasta que me dormía.

Ahora le veo arrodillado junto a una lápida. Abre los labios como cuando iba a besarme, suelta un poco de aire, pero no sale ningún sonido de su boca. Quiero decirle que no hay de qué preocuparse, que sea feliz. Pero ya no puedo.

 

53. Sé que no me convienes

 

Es madrugada. Todo está oscuro. No sé por qué motivo siempre paso por ese parque con  lo  siniestro que es. Las ramas de los árboles crean horribles monstruos. Mi corazón se acelera cuando alguien se acerca. Me doy la vuelta bruscamente para localizar al intruso. Oigo una música que provoca que mi terror aumente. Me desconcierto. De repente me tranquilizo. Ahora estoy confusa. Veo una silueta negra que parece llevar una pequeña navaja en una mano y un aparato de música en la otra. Suena el estribillo de Enemigos, ¿se supone que debo asustarme de alguien que escucha una canción tan adorable mientras acorrala a sus víctimas? Imagino que sí, pero mientras ese ser acerca su cuchillo a mí estómago solo puedo seguir el ritmo de la música con el pie.

52. Son sin fronteras

Cada mañana, al verla pasar camino del andén, el saxofonista le dedicaba lo mejor de su repertorio, pero ni el jazz, ni las bulerías, ni el merengue, ni los boleros conseguían que la muchacha acompasara sus pasos al ritmo de la música. Aquella cintura de guitarra y aquellas nalgas, redondas y duras como timbales, ondeaban con un cadencia particular, ensimismada, que él solo comprendió el día en que la vio bajar las escaleras conversando por gestos con una amiga. Desde entonces estudia la lengua de signos, decidido a contarle que está componiendo una sonata para piel y dedos, por si ella quisiera  que la interpretasen al alimón.

51. Coplas en el tercero izquierda (MVF)

Asunción leía el alma de su vecina a través de las notas que temblaban en su voz de coplista vocacional. Después de tantos años de oírle desgranar temas podía prever, con poco margen de error, la canción que iba a entonar ese día. Los días nublados eran de Gardel o Machín casi con un noventa por ciento, en los de sol dominaba Antonio Molina o  Escobar si el calor se disparaba de grados.  Las noches de los sábados  la Piquer y Mari Fe de Triana ganaban posiciones y, si hacía falta echar la manta, los honores eran para Imperio Argentina o Estrellita Castro. Los días ambiguos, esos en los que el sentimiento amenazaba con inundar el barrio, eran de la Jurado casi en exclusiva, aunque algunas tardes de terraza no faltase el Marinero de luces o el A tu vera que lo mismo valían para cubrir un roto que para un descosido.  Con todo, lo peor era cuando Chavela, nuestra Vargas anónima, cantaba coplillas de iglesia, entonces Asunción echaba mano del relicario, el agua bendita y la misa de doce, porque sabía que su vecina necesitaba el favor del párroco.

50. Los sonidos del silencio (Blanca Oteiza)

Las últimas luces del día se cuelan por la ventana mientras escucho los sonidos de la calle y el silencio de mi casa. Cada tarde es lo mismo desde que ya no estás conmigo.
El otro día el médico me dio los resultados tras varios meses de calvario que achacaba a tu pérdida, a no acostumbrarme a estar solo. Pero no, me dijo que un monstruo me está devorando con rapidez, que seguramente para final de año se habrá comido todo mi ser. Si no fuera por el dolor, estaría feliz, ya queda menos para volvernos a encontrar de nuevo.
Mientras tanto paso las tardes, después de tomar la medicina que me alivia, sentado en mi butaca escuchando viejos vinilos. Bueno cariño, que ya comienza a sonar una de mis favoritas. «Hello darkness, my old friend. I’ve come to talk with you again»…

49. Composición interminable (Montesinadas)

Cada mañana, la nueva vecina, la pianista, cuelga del tendedero hojas mojadas de papel pautado que rezuman pentagramas y partituras llenas de nostalgia. Los acordes de tinta descienden por el papel y se derraman, gota a gota, en trágico silencio.

Todos podemos sentir cómo caen al vacío las notas sin emitir sonido. Un sentimiento de enorme tristeza impregna las paredes y la ropa tendida que, la mayoría de las veces, no tenemos tiempo de retirar y cuando las usas conservan un aroma extraño, mezcla de suavizante, tinta y sal de lágrimas. Al final de la tarde Marina, la del bajo, recoge con la fregona el charco negro que anega su patio y lo hace en silencio, sin quejarse.

Cuando llega la noche, la compositora recoge las hojas ya secas, sin rastro de métricas o compases escritos y vuelve a tocar. El sonido melancólico del piano se filtra por las ventanas, envuelve los cuerpos de los durmientes, acompaña a los desvelados, atraviesa la carretera y llega a los adosados de las afueras. De madrugada, la ciudad entera siente el pesar de la artista despechada cuyo llanto no le permite terminar la sinfonía.

48. LA MÚSICA EN COLORES – Epi

Se enciende la luz del despertador, son las 7:30. Tengo examen de Violonchelo. Ayer repasé las partituras y coloreé todas las notas. Cuatro cuerdas. La cuerda LA tiene todas sus notas de color azul, la cuerda RE de color naranja, SOL de color verde y DO de color rojo. Enciendo mis oídos azules, me los pongo. Estoy conectada. Llevo audífonos desde mis quince, pero en ocasiones prefiero la música sorda, vibratoria y poderosa. El violonchelo es de los instrumentos más agradecidos para nosotros, las personas sordas. Abrazas literalmente la vibración. Me da clases Evelyn Gleenie. En su escuela hay sensores de sonidos con las cuatro luces de colores mencionados anteriormente. Es una maravilla poder VER lo que mis compañeros interpretan, para que yo también pueda participar.
Se enciende la luz del despertador. Ha sido un sueño, estoy en España, y no existe tal adaptación, tal sensibilización, tal empatía. No existe ninguna escuela de música para personas sordas. Enciendo el ordenador, en Inglaterra, Estados Unidos o Alemania hay programas para personas sordas, aquí no, lo apago.
Vuelvo a coger mi querido violonchelo y con sus vibraciones me siento y no estoy sola.

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