Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

BLANCO Y NEGRO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en BLANCO Y NEGRO

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán relatos que desarrollen el concepto BLANCO Y NEGRO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE DICIEMBRE

Relatos

59. El último idealista

Cada mañana, a las cinco en punto, Roberto Fernández saltaba de la cama dispuesto a enfrentarse al mundo, convencido de que la puntualidad era el primer ladrillo que armaba la utopía. Vestía siempre de blanco, símbolo de claridad y transparencia. No tenía empleo formal, su trabajo consistía en servir a la humanidad, decía ilusionado a quien le quisiera escuchar, y su día entero lo dedicaba a ayudar a quien tuviera necesidad: recogía basura de las calles, proponía mejoras al ayuntamiento, atendía a los ancianos, alimentaba a cualquier animalillo abandonado… Sus vecinos lo miraban con un aire de ternura exasperada. «¡Ahí va Don Quijote!», se burlaba alguno, al verlo pasar con su sonrisa a cuestas y su halo de felicidad.

─Lo imposible no existe ─repetía Roberto Fernández, una y otra y otra vez, ajeno por completo a los sarcasmos─. Imposible es solo una palabra. Algo que la resignación inventó para justificar su pereza.

Y así, un día tras otro, transcurría su vida. Entre la alegría y la esperanza. Entre el sueño y la poesía. Al filo de un abismo que él llamaba amor y los demás locura o fantasía.

58. Molinos manchegos

Una densa niebla había secuestrado el paisaje: ¡no podía ver mis viñas! Mientras el sol buscaba los campos, yo disfrutaba un delicioso vino manchego. Gota a gota, trazo a trazo, se dibujaban las vides. Bulliciosos y alegres cantaban los vendimiadores, mientras los racimos caían en sus hábiles manos. De súbito ,aparecieron negras nubes que lloraron su rabia sobre las cuarteadas tierras. Surgieron charcos: lagos cuyas aguas engendraron vida. Niños y niñas reinaban en mi finca. La tormenta fusionó los tiempos: jugué con mis abuelos y con mis nietos ,hasta que ,,, apareció el ejército. Eran muchos soldados, hombres y mujeres de diferentes razas y edades. Todos vestían el uniforme de Quijote: «lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor».

Apuré la copa y mis ojos ocultaron la realidad, oí aquella maldición: «Su ceguera es irreversible». Y sonreí, porque aún existen Quijotes: los investigadores que luchan por nuestra salud. Muchos trabajan en precario, sin estabilidad, desoyendo las sensatas voces de padres y amigos: « Busca otro trabajo>. Y ellos contestan: «No son gigantes, son molinos».

57. UN BÁLSAMO CONTRA LA VANIDAD (Belén Sáenz)

El repartidor lanzó el paquete a la ínsula, sin esperar a que le firmaran el recibo, y se alejó con su moto en la misma nube de polvo que le había traído.

El gobernador Panza extrajo cuidadosamente tornillos y tablones imitando la sonrisa ladeada de la caja. Gracias a los dibujos del folleto fue capaz de ensamblar los tramos, incluso instalar la iluminación de emergencia. Ya tenía su escalera de caracol, con una barandilla funcional pero elegante, para arengar desde las alturas a sus súbditos. Los hombres más fornidos de Barataria la enderezaron y todos lo celebraron con danzas y cánticos hasta la extenuación. Al término de la tercera luna, un chiquillo gritó: Y ahora, ¿dónde la apoyamos? En aquel erial, los escasos árboles estaban a cientos de metros de distancia de las casas.

Sancho, negándose a asumir responsabilidad por el quijotesco pedido, decretó que la estructura quedara olvidada bajo los excrementos del gigante Caraculiambro y se durmió plácidamente.

Roncó y babeó hasta que don Quijote, que se las daba de guasón, se las ingenió para recostar contra su barriga la escalera y avisar al rey de las chinches para que subiera a arengar desde las alturas a sus súbditos.

56. De la inexcusable aventura que llevó a don Quijote a embarcarse en una galera y atravesar el mar

Arrojaba Sancho desde la borda cuanto acababa de zampar cuando, oyendo acercarse a su amo, masculló entre arcadas:

—Sepa vuestra merced que, de todas las desventuradas empresas que hemos acometido, esta será la más desastrosa, por lana vamos y trasquilados volveremos. Presto nos descubrirán bajo estos hábitos, pues no hay fraile tan seco como vuestra merced, ni ninguno tan falto de mollera como yo. Y más diré, que ni por pienso esos infieles piratas creerán ducados los puñados de bellotas que con sus embelecos transmutó en oro el mago Frestón. ¿Quién nos manda a nosotros rescatar a ese tal Miguel, un soldado muerto de hambre que han confundido con un gran señor? Mire vuestra merced que el hacer bien a villanos es echar agua en el mar.

—Dígote, Sancho, que esta aventura no puede tener más que un feliz desenlace, pues si así no fuera no habría Sansón, ni Dulcinea, ni mago Frestón; ni tampoco Sancho, ni Quijote, ni estaríamos aquí, disfrazados de trinitarios, arrostrando los peligros de liberar a un infeliz cautivo que, aunque mozo, bien podríamos llamar padre.

Desde la proa del bajel, que cabeceaba a merced de las olas, comenzaban a avistarse las costas de Berbería.

55. Desatino cervantino

Se llegaron hasta donde los ajedrecistas y, al darse cuenta Sancho de que a su señor no lo animaba ninguno de sus habituales arranques de locura, sino tan sólo la mera curiosidad, comenzó a dar zapatetas de contento, tantas que daba gloria el verlo tan gozoso, puesto que había temido que empezara a imaginar ejércitos, princesas fermosas y reyes bellacos, según su costumbre de desfacedor de entuertos, donde únicamente había piezas de tosca madera, y que todo aquello acabara en una somanta de terribles consecuencias.

Permanecieron un buen rato a prudente distancia. Observaba Sancho, que no comprendía ni jota de lo acontecido en el tablero, cómo valoraba en silencio don Quijote las estrategias de los contendientes, cuando sucedió, de pronto, algo inesperado. Se levantó bruscamente el cura, que llevaba las blancas, y la emprendió a puñadas contra el escudero, creyéndolo peón que amenazaba su torre, mientras el barbero, con la misma mirada fanática y delirante que su compañero, se concentraba en el descalabro del andante caballero, cuyo movimiento en ele violentaba su enroque.

Cuentan que fue tal el quebranto provocado, y tales los insultos proferidos, que el propio Cervantes hubo de acudir, presto y jugándose la mano buena, a separarlos.

54. El hidalgo y las visitadoras

«¿Y cómo tan bellas y distinguidas señoras viajan en semejante carreta sin damas de compañía que las atiendan ni escolta que las proteja? ¿Acaso son desconocedoras del peligro que esconden estos caminos habitados por bandoleros y gentes de mal vivir?»

La que parecía llevar la voz cantante y que apodaban «la Colombiana», soltó una sonora carcajada que fue secundada por todas las demás. Estas, con gran algarabía, se remangaban las enaguas y hacían exageradas reverencias dejando al descubierto sus voluptuosos escotes. Todo ello para solad del embobado escudero, que en esta ocasión no quiso desdecir a su señor de la condición de tales mujeres.

Cuando el hidalgo fue informado de que aquel viaje tenía una finalidad real secreta, no solo se sintió elegido por Dios para tal misión, como defensor de la fe católica que era, sino que se enorgulleció de ser partícipe de semejante aventura.

«Será un honor para mí darles escolta, junto con mi escudero, hasta su respetable destino»

Y con estas palabras continuaron la marcha

53. Fragmento de un certificado de defunción

La testigo afirma que el sujeto sin identidad dijo llamarse don Quijote y que se refirió a ella como su señora Dulcinea. Que, a pesar del encantamiento, sabía que el lugar donde se encontraban no era Deseos Club, tal como indica el  luminoso, sino un palacio situado en el Toboso manchego. Que el maligno Frestón había puesto otra vez nubes y cataratas en sus ojos para transformar la sin igual hermosura y rostro de su amada en el de una ramera carirredonda y chata. Que, después de pronunciar dichas palabras,  el desconocido perdió el conocimiento por unos minutos y que al volver en sí comenzó a toser tinta. Que entonces dijo haber recuperado la cordura y que su nombre era Alonso Quijano, protagonista de una obra universal escrita por Miguel de Cervantes. Que se negaba a formar parte de este escrito que por menor en todos sus aspectos es conocido como microrrelato. Que su deseo era regresar de inmediato a El Ingenioso Hidalgo Don… Y que antes de terminar la frase falleció.

Nota adicional: Tras una laboriosa investigación, concluimos que tanto Miguel de Cervantes como Dulcinea, don Quijote y demás mencionados no son más que invenciones del difunto.– Vale.

52. @CaballeroHidalgo

En un lugar de las redes, de cuyo nombre no quiero acordarme, conocí a @DonDeLaPalabra. Aseguraba que se estaba perdiendo el cortejo. Que los hombres se estaban embruteciendo. Que llegaría el día que no se entendieran con las mujeres de bien y que estaba en peligro el futuro de nuestra civilización. Hablaba de zagales, bausanes, catervas. Me prendí de su bagaje cultural. Lo aprendí todo de él.  Desde entonces, lidiaba a su lado contra bichicomes inflados de testosterona. Y conocí a @SeñoritaPiparra, toda picardía y sensualidad. Sus citas picantonas acompañaban fotos de su cuerpo trabajado con sudor. Y para sudores los que yo padecía cuando los groseros mamelucos las comentaban. Entonces, armado de paciencia, me las veía con ellos para defender su honor. Hasta que, agotado por la desmesura de las hordas contra mi persona, contacté con ella con el mayor de los respetos. Le confesé que mi corazón le pertenecía, que no podía seguir publicando esas cosas. Debía pensar en mí. Me llamó fucking freaky y me dijo que no la stalkeara más. Después me bloqueó. Profundamente herido por no entender sus palabras, abrí otra cuenta y, ahora, sigo luchando por su honra hasta que descubra que me quiere.

51. MIS PROPIOS MOLINOS DE VIENTO Rosa Gómez

El sueño se resiste, siento que la cabeza me bulle alrededor de un tema. Pienso en una historia inconclusa y sin sentido que pretende salir a la luz.

Mi marido, harto de movimientos de sábanas y paseos al baño, protesta: «ya está bien, ¿te puedes estar quietecita?».

También yo estoy harta, pero: ”o vomito, o vomito”. Salgo de la cama y me siento en la oscuridad. Escribo de un tirón, con puntos y comas.

Las exigencias se amontonan: tengo que  entregar seis microrrelatos en una semana. Puede que lo consiga, Solo es cuestión de darle vueltas. De ahí el insomnio.Ya tengo algunos casi cerrados. En este, se me resiste el final.

Mientras escribo, mis dedos son lanzas que arremeten contra los molinos de una extenuada imaginación. En un último impulso creativo, sobreviene ese final: «en un lugar de la mente, de cuyas ideas no puedo acordarme…».

50. NO ES TAN FÁCIL (Ana María Abad)

-¿Estás seguro, mi buen Sancho?

Alonso mira con desconfianza la máquina que exhala densas columnas de humo negro.

-Que sí, mi señor. Que ya está bien de tanto trajín: nos merecemos un cambio de aires.

Arroja un grueso libro a una papelera cercana, donde cae sobre los restos de un plátano pasado, y trepa por la escalerilla, instando a su compañero a seguirle.

Recorren el tren escudriñando cada compartimento, pero ninguno parece satisfacer a Sancho: espadachines con sombreros emplumados en plena escaramuza; un submarino perseguido por un calamar gigante; un enorme caballo de madera vomitando guerreros armados hasta los dientes; chavales con túnicas negras lanzándose rayos con palitos; una ciudad ardiendo hasta los cimientos.

-¿Tan difícil es hallar un sitio tranquilo? -rezonga.

Cuando ya comienza a desesperar, encuentran un departamento ocupado por dos mujeres jugando a las cartas. Sancho pregunta si pueden acompañarlas.

-Por supuesto -responde la más galana-. Ella es Teresa y a mí podéis llamarme Dulcinea. ¿Sabéis jugar a la brisca?

Ambos asienten, se acomodan y comienzan una partida. Alonso mira arrobado a la dama, Sancho intercambia sonrisas con la amiga. Y, en un rincón, un grueso ejemplar de “El Quijote” exhala cierto tufillo a plátano pasado.

49. La belleza y la virtud, la incierta historia de la labriega emperatriz

No quiso saber si estaba embarazada ni el nombre de aquel ser enjuto y medio loco que se metió en su cama a medianoche. Quería salir de su mundo de odres litigantes, de huestes de borregos, de bálsamos curalotodo. Todavía resonaban los alaridos de placer en las paredes mal encaladas de su alcoba, en el papel grosero de las páginas de aquella novela que nunca supo leer, en el fondo impreciso y turbio del aguamanil. Fue un acto de caridad o, quién sabe, tal vez un grito de socorro, una oración desesperada, un incendio provocado en un edén de trigo. Bajó su ventana, el rocín en el que llegó al trote enflaquecía por momentos, apenas tomaba algo de agua, pero desde que desapareció su caballero no volvió a probar el heno, ni aunque lo molieran a palos. Marchó una noche de septiembre con un hato a sus espaldas, las riendas del jamelgo en una mano y el vientre algo abultado. La luna escondía su brillo entre las nubes y el canto de las ranas amortiguaba a coro sus pisadas. No miró atrás ni una sola vez, ni quiso acordarse más de cómo se llamaba aquel lugar que abandonaba para siempre.

48. BUSCANDO DULCINEAS

Recorría cada noche las calles, los parques y los tugurios marginales de Barcelona con un solo propósito: encontrar alguna dulcinea y salvarla de los depredadores que pululaban y regentaban esos lugares. Se hacía pasar por un cliente y les contaba su propósito de ayudarles a huir de esa vida alienante, casi todas le seguían la corriente pensando que se trataba de algún tipo de fetichismo o rareza a las que ya estaban acostumbradas pero sin ninguna intención de seguirle a ninguna parte.

Alonso no desfallecía y perseveraba en su tarea.

Una noche, paseando por una de las calles frecuentada por las que él consideraba explotadas dulcineas, una se le acercó y con afectación le pidió por favor que si podía ayudarla porque le obligaban a prostituirse. Sin dudarlo cual Quijote contemporáneo, Alonso agarrándola del brazo hizo ademán  de alejarse de allí. Su sorpresa fue mayúscula cuando, de pronto, todas las mujeres que estaban en esquinas y portales y la propia chica que le había pedido ayuda comenzaron a reírse diciéndole que volviera al manicomio del que se había escapado.

Había corrido la voz en ese mundillo de sus andanzas y le habían bautizado como el loco salvador de doncellas.

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