Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

BLANCO Y NEGRO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en BLANCO Y NEGRO

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán relatos que desarrollen el concepto BLANCO Y NEGRO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE DICIEMBRE

Relatos

111. El Dorado

La selva se les muestra esquiva y traicionera. Saben que si aguantan la humedad, el cansancio y los mosquitos, al norte, más al norte, les aguarda todo lo prometido, con su fulgor dorado. Acabarán para siempre con todas las miserias y humillaciones que les trajeron hasta este lugar remoto del mundo. Tendrán la oportunidad de empezar de nuevo, de ser dueños de su destino. Serán ricos.

Pero los expedicionarios no han percibido un brillo semejante en los ojos de sus guías. En sus oídos indígenas resuenan todavía las promesas del cacique: si le llevan sus cabezas, sus cascos brillantes y sus armas, tendrán una nueva vida.

110. Clausura

Sor Josefina Ndongo era la novicia más alegre del convento de la Piedad. Sus trinos y arpegios luminosos reverberaban en las columnas salomónicas de la capilla. Solo la madre superiora, atenta siempre a su rebaño, advertía que, tras las doradas rejas del coro, la tez oscura de la novicia viraba al amarillo canario mientras la cara y las manos se le iban cubriendo de plumas.

109. El Post-it

Siempre tenías la costumbre de dejarme un pos-it pegado en la puerta de la nevera, cuándo llegaba tarde del trabajo. «Tienes la comida dentro de la fiambrera. Caliéntala en el microondas». «Cariño, estoy en casa de Silvia. Tienes la cena encima de la mesa».

Hasta aquel día en que me dejaste uno que ponía: «Volveré tarde. No me esperes levantado».

Y ya nunca regresaste.

Denuncié tu desaparición a la policía. Estuvieron buscándote durante meses. Pero no encontraron ninguna pista. Nadie te vio salir de casa. Nadie vio adónde ibas. Toda posibilidad se diluía en un mar de brumas.

Desde entonces, mi vida ya no es vida sin ti. Lo único que me queda de esperanza es ese pos-it de color amarillo, en él que dices que volverás…

108. El camino de vuelta

El reflejo de mi rostro me dolió más que lo que sucedió horas antes. Sin apenas poder abrir los ojos, hinchados, me acerqué al espejo. Al rozar mi vientre en el lavabo, sentí que me desgarraba por dentro. Los huesos de la cadera crujieron. Me mareé.

Veía borroso y solo por un ojo. Acerté a ver unas manchas azules en el pómulo, amarillentas en la zona de la sien. Tenía el labio partido. La sangre, ya seca, se confundía con la que había brotado de la nariz.

Sentí una fuerte arcada que me esforcé por contener. Instintivamente giré la cabeza. Contemplar mi imagen, irreconocible incluso para mí, me castigaba.

Entonces te oí. Oí tu llanto. No supe si te tocaba biberón de cereales, papilla salada o fruta. Quizás no fuera hambre…

Y tuve miedo. Por primera vez me descubrí temblando. Por lo que me hacía un hombre incapaz de amar y por no haber sido yo misma capaz de amarme lo suficiente para no dejar que ocurriera.

Fui en tu busca y te cogí en mi regazo. Noté tu calor en mi pecho. El dolor y el pánico desaparecieron. Tu llanto también.

Serena, marqué el 016. Nunca más.

107. Del rosa al amarillo, sin transición. ¿Y qué?

Se le acabaron los dedos cuando comenzó a contar los lustros que habían transcurrido sin verla. «Sesenta y cinco años», dijo cuando el pulso se le normalizó. La adolescente que con sus trenzas doradas le robó el corazón entonces estaba allí esperando impávida —como todos los residentes— la hora de la cena. Al ver sus labios, todavía sonrosados a pesar de la edad, recordó que antaño apenas le pudo robar un fugaz y casto beso. Luego vino eso de You are the only one. Lo cantó y pensó quizá demasiado tiempo.

El rosa se aletargó en manos de ese tren que les alejó Five hundred miles, disuelto de entre aletargadas cartas cargadas de grandilocuentes intenciones. «Vivir, mejor que perder la cabeza», se impuso la practicidad.  Just to past the time, como decía ese blues. Vivir a pesar de.

«¡A cenar!», gritó alguien cariñosamente en la sala. Cruzaron sus ojos, ajenos a la cola que los agolpaba a las puertas del comedor. Se cogieron tiernamente de la mano. Del rosa pasarían al amarillo, su pasión se reduciría a largos paseos, agolpadas cenas, manos entrelazadas… Pero She loves you with a love like that you know you should be glad. Yeah, yeah!

106. TKM (La Marca Amarilla)

Tras una ligera vibración, la luz amarillenta iluminó la estancia.
Él se asustó, no recordaba haber dejado el móvil allí.
Miró la pantalla.
La poblaban un montón de emoticonos de aquellos que lanzan besos con coranzoncitos, otros había de los que lloran…
Pudo leer el mensaje de su ex sin que ella lo supiera, por suerte así lo tenía configurado. Decía que le quería más que nunca, que algún día volverían a estar juntos… Y todo aquello que se suele decir cuando ya has perdido a esa persona.
Sí, ahora es fácil, pensó él, pero las cosas hay que expresarlas en su momento, cara a cara y mirando a los ojos.
No en la distancia.
Puso los pulgares en el teclado para contestar y añadir una de esas caritas amarillas de enfado, de sorpresa, o de asco, pero rápido cayó en la cuenta de que lo liaría todo, de que era mejor callar.
Apagó el teléfono con la intención de olvidar y con la curiosidad de saber cómo habría conseguido ella meter el móvil en el ataúd.

105. Mamón (Jerónimo Hernández de Castro)

La vida en Madrid le resulta más difícil de lo esperado. En casa, la tienda de moda familiar se fue a pique y su madre enviudó. Él tuvo que marcharse a la capital en el viejo Ford Fiesta blanco de su padre, para conseguir un trabajo de sueldo casi decente y saldar las deudas.

Su ilusión es una chica preciosa. Nunca se habría acercado a alguien con pareja, pero no podía soportar como la trataba aquel niñato, que usaba adjetivos posesivos para referirse a ella y lloriquea ahora a escondidas exigiendo que se la devuelva.

Esta noche se verán de nuevo. Mientras se arregla en el cuarto de la pensión mira el póster de un José Luis Perales sonriente delante de las Casas Colgadas, la portada de su disco preferido. Lo encuentra muy elegante con su jersey amarillo de escote a pico, como la mayoría de los que él tiene, su única herencia aún sin vender. Hoy estrena otro. El último quedó inservible por los polvos picapica y las quemaduras, regalo de su rival. Ignora todavía que es una pérdida mínima comparada con lo que encontrará en el aparcamiento, la venganza de alguien que le llama pijo y marica.

104. CERRADO POR AMOR

María quedó sorprendida al encontrar aquel cartel prendido en la pequeña librería “Tres Rosas Amarillas”, que decía “Cerrado por Amor”.
No podía entender que razón habría podido llevar al cierre de ese lugar de encuentro, en cuyo escaparate se reflejaban, a menudo, los sueños hechos realidad de sus amigos escritores.
Por mucho que echara a volar su imaginación jamás comprendería ese tipo de amor opresivo, capaz de llevar a la desaparición de aquel espacio de libertad, ideas y esperanzas.
Y es que en su fuero interno María esperaba que esa fatal decisión no fuera la imposición de un corazón tiránico sobre otro. Deseaba que ningún latido pudiera tener ese influjo negativo sobre quién, como ella, solo ansiaba dejar atrás su soledad.
Quería pensar que la bajada de la persiana solo podía deberse a un motivo positivo como la entrega, amor o pasión, aunque temía que, en verdad, las razones escondidas fueran la maldad, la envidia, el sufrimiento o la codicia.
La aprendiz de escritora decidió que debía emplear lo que la fortuna le había concedido, el premio de la Primitiva, en reflotar aquel pequeño templo de cultura.

103. LA IRA DE ELLA

Todo había cambiado. Las hortalizas tenían piojo, la cebada y el trigo amarilleaban demasiado sin ser época. Las cabañuelas se reventaban antes de tiempo y todo el campo estaba grieteado. Un día salí a buscarlo y creyendo que nadie lo íbamos a sorprender, le encontré con lágrimas en los ojos mientras acariciaba las plantas resecas y las berenjenas mustias. Entre dientes maldecía o eso creí entender.
Abuelo me entristece verte así, ─ le dije. Me miró mientras se restregaba los ojos con el dorso de la mano y me contestó: “No te preocupes, no es nada, son las pajas que vuelan e irritan la mirada, además de haber recordado a tu abuela y lo bonita que era cuando nos conocimos; ha sido la emoción al evocarla más que nada. Aunque no quiero mentir; me preocupa el color de los campos y el desprecio que hemos tenido por la naturaleza, nos portamos mal con ella y nos devuelve su ira en forma de bumerán. Hemos dejado de respetar y eso es lo peor que puede hacer el ser humano. Le debemos todo. Hemos creído que somos los más fuertes y no hemos querido admitir que somos simples hormigas irreverentes”.

102. Madre, yo al oro me humillo (Alberto BF)

El elegido* ha llegado para restablecer el orden. O como le gusta decir, a regenerar, que suena más cool.

Le gustan las chaquetas, y posee una colección en su amplio vestidor.

De ordinario utiliza una naranja, pero le encanta probarse otras.

Primero le llamó la atención la roja, pero al ponérsela vio que no era de su talla.

Pronto ha comprobado que le sienta mejor la azul, esa que se ponía de jovenzuelo y por la que se empezó a aficionar por la moda.

La verde le gusta, pero se la prueba en privado. Le avergüenza que le vean con ella, porque es demasiado vintage. Aun así, le favorece.

La morada, ni en pintura. Y la arco iris, para la foto en los días de fiesta, a poder ser con muchas cámaras delante.

Pero sin duda el color que le pirra es el amarillo. Le recuerda sus primeros excesos juveniles, antes de pasarse al blanco puro. Y también, cómo no, al poderoso caballero que le ha elegido como adalid de la “regeneración”.

Lástima que esta chaqueta suele ir con lazo a juego, y eso sí que no.

 

*El elegido es personaje ficticio. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.

101. Tarjeta amarilla ( Manuela Balastegui)

Nada. La palabra repicaba en mi cerebro como timbre de teléfono. Hacía un mes que la respuesta era la misma, nada. Su madre sabría cómo sonsacarle la verdad. Yo no sabía cómo hacerlo. No quería defraudarla. Me devanaba los sesos en la misma idea ¿Tendrá una recaída? Ni siquiera al principio estuvo así. Había pasado un año bastante bien. Ahora su sonrisa era distinta. Estaba siempre pensativo. En su mundo. Su profesora me había comentado que en clase estaba apático y en el comedor jugaba con la comida. Le daré la última oportunidad antes de pedir cita con la psicóloga que lo trató, cuando murió mi mujer. Se lo preguntaré hoy cuando lo recoja de entrenar. Suele estar tan hablador como comentarista de futbol. Se creará la atmósfera de colegas que necesito. Esa tarde lo frené cuando contaba, emocionado, que el árbitro le sacó la tarjeta amarilla a Quique. Me agaché, lo miré a los ojos y le pregunté: ¿Cómo te puedo ayudar?. Cogió el balón entre sus manos. Lo miró y cabizbajo, susurró:

¿ Cómo le digo que estoy enamorado?

 

100. TRAUMAS INFANTILES

Soy mujer curtida en mil batallas. En mi rostro se dibuja la serenidad de muchos años de meditaciones y otros tantos de psicoanálisis. Todo iba bien hasta que apareció ese camarero con el menú equivocado.

—¿Espárragos con mayonesa? Yo no he pedido esto— dije señalando el plato.

—Lléveselos, por favor—

Pero no lo hizo y en unos segundos ocurrió lo que no quería que pasara: volví al momento niña en mi casa familiar, un día cualquiera, con invitados a comer en el momento exacto en el que se me cortaba la mayonesa. La cara desencajada de mi madre gritando con voz distorsionada «otra vez lo has hecho» y yo, presa del pánico, cascaba temblorosa el último huevo sobre la masa cortada y la batía rápido mientras rezaba un padrenuestro tras otro. La tragedia estaba servida, mi madre gritaba «quítate de mi vista» y yo gemía de angustia.

De vuelta al momento restaurante, agarré al camarero por su corbatita negra y le hice ver que le cortaría los huevos in situ si no retiraba el plato inmediatamente.

Dicen que soy agresiva, yo diría asertiva, pero ni he vuelto a probar la mayonesa, ni tampoco tengo nunca invitados a comer.

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