Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

LO INCORRECTO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en LO INCORRECTO

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el cuarto será LO INCORRECTO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 de JUNIO

Relatos

21. No eres tú, soy yo (Luisa R. Novelúa)

Acabo de leer en Google que el verde es el color más relajante para el ojo humano, así que ya he decidido qué pintura voy a comprar para nuestro dormitorio. No es que piense que sea necesario, pero nunca está de más prevenir, porque quizá haga falta algo más que una mentira piadosa.

20. VICTORIA AMAZÓNICA (Carmen Cano)

La joven pareja canadiense rema extasiada por el Amazonas. Han conseguido una beca para investigar comunidades indígenas.
Bajo sus gorras verdes albergan la esperanza de un ambicioso proyecto: preservar alguna lengua en peligro de extinción. En la de él asoman mechones rojizos; de la de ella cuelga una coleta rubia.
Cuando se adentran en la selva, sienten la exuberante vegetación y los sonidos de la vida animal como un recinto sagrado. Caminan despacio, en silencio. Ignoran que decenas de ojos los espían entre el follaje.
Una mordedura de serpiente derriba a la antropóloga. Al alzar la vista, se encuentran rodeados por hombres pintados de verde que los apuntan con sus flechas.
Les desagradan los intrusos, pero se apiadan de los ojos esmeralda de ella. El chamán le cura la herida y les ofrecen un líquido verduzco. Lo toman en señal de agradecimiento y caen en un profundo sueño. Dos mujeres les untan el cabello con el jugo de una planta acuática de grandes dimensiones, la victoria amazónica. Todavía inconscientes, los conducen hasta la embarcación. Cuando despierten, solo tendrán recuerdos inconexos y el pelo negro.
Los indígenas intuyen que su pequeña tribu corre peligro si contactan con los humanos vestidos.

19. LA TARASCA

Satisfecho, se limpió en el hábito de la novicia, acurrucada y llorosa en su camastro.
Se subió el gregüesco, se cerró la bragueta y dándose la vuelta salió con sigilo al claustro. Llegó a la ventana por la que había entrado y dejó caer la cuerda, que hizo un ruido sordo al golpear el empedrado de la travesía que rodeaba el convento de las Capuchinas.
Dos alguacilillos de la Santa Hermandad le dieron el alto y sacando su espada ropera se lio a mandobles con ellos, hiriendo a uno de ellos con una estocada en el pecho y al otro en la pierna.
Echó a correr hacia la plaza de Zocodover, donde se celebraba la procesión del Corpus. Unos gigantones danzaban y giraban sin cesar.
Detrás, los campesinos tiraban frutas podridas a una especie de dragón, con cuerpo de galápago que llevaba encima una mujer de trapo y que tenía una cola escamosa de color verde, con un aguijón en el extremo.
Al llegar a su altura, unos gañanes metieron palos entre las piernas de los que llevaban el engendro apocalíptico, que se derrumbó.
Vio venir al monstruo, se tapó con la capa, pero el aguijón le atravesó el corazón.

18. OJOS VERDES

Vivo en el desierto. No me gusta el fútbol. Jamás votaré a Vox. Tengo alergia al césped. Prefiero el té rojo. Soy fan de Garfio. En el estuche de pinturas de mi hijo siempre falta un color.

A él, siempre le odiaré. Por todo lo que me hizo cuando era niño, en la sacristía, ante la mirada compasiva de aquella Virgen.

17. Desesperanzado

Ya entras en el próximo tramo. Espera aquí. Tienes snacks para picar, chocolates con menta y bebidas. Sólo sin alcohol. ‘Con’ está prohibido. Y tampoco se puede fumar. Los servicios están saliendo por esta puerta verde, a la derecha.

Por cierto, me encantó tu interpretación en la peli… ¿Cómo se llamaba…? Sí, esa del laberinto verde… Ah, ¿No eras tú? Perdona… Un segundo… Me reclaman de realización. Me dicen por el pinganillo que ahora vienen anuncios…

Siento tener que dejarte solo en la green room… ¿No te importa? Sí, los sillones son muy relajantes, así la espera no es tan aburrida. No, no hay videojuegos. En la última renovación de los estudios nos ‘perdieron’ bastantes cosas.

Bueno, te dejo. Sí, el color verde helecho es bonito. No sé por qué es. Cosas de los ingleses, de la época de Shakespeare y tal. Ser o no ser, piensa en verde que te quiero verde, qué verde era mi valle y eso… Venga, chao.

¿Me oís en plató? Que el invitado está harto de esperar. Parece un primo de Shrek cabreado… ¿Cómo? ¿Qué el tiempo se ha terminado? Pues verás… Nos va a poner verdes. Este ya no vuelve por aquí.

16. LA ESPERANZA ES LO ÚLTIMO QUE SE PIERDE (A. BARCELÓ)

Cuando la piel de muchos de los habitantes de La Esperanza comenzó a tomar un tono verde fluorescente, la pequeña, deprimida y olvidada población se convirtió en centro de atención de todo el mundo.

Miles de estudios, especulaciones y teorías de la conspiración concluyeron que la razón era la extraña mutación de un gen responsable de la pigmentación de la piel, aunque nadie fue capaz de dar una explicación a por qué solo afectaba a los habitantes autóctonos de aquella localidad.

Aquel suceso significó el resurgir de un pueblo sin futuro, condenado a la desaparición. Los visitantes comenzaron a llegar en tropel atraídos por el misterio y la curiosidad, la economía se reactivó y la curva demográfica invirtió su devastadora tendencia.

Un grupo de prestigiosos biólogos ha consensuado que lo sucedido en La Esperanza debe considerarse como el primer caso de respuesta genética humana, de carácter evolutivo, forzada por la necesidad de adaptación a los cambios socio-económicos del mundo actual.

 

15. IN MEMORIAM

Mentiría si dijera que lo desprecio.

Sería una traición a la libreta en la que anotabas tus cuentas, a los montoncitos que reservabas para reponer los zapatos que se me quedaron pequeños, a los restos del puchero que transformabas en croquetas al día siguiente, a los pantalones con los bajos descosidos para aprovecharlos un año más, a la desazón de las cuestas de enero, a tus noches de insomnio repasando la factura de mis libros a principio de curso.

Sería una ingratitud hacia la magia del juguete deseado el día de Reyes, del prodigio de la bicicleta nueva, del milagro de unas vacaciones en la playa, de tu triunfo sobre una época en la que supliste la escasez con imaginación.

Sería un desaire al portento de tus manos de hada, que desteñían su color verde de tanto estirarlo para llegar a fin de mes.

14. Verde no te quiero verde (Rosy Val)

Venían encerradas en unas mallas de plástico de un subidito color bermejo que te sugerían en el paladar sensaciones dulces y jugosas.

Otros aparecían envueltos en redes de nylon de un atrayente amarillo ambarino que te sumergían en un viaje gástrico y que comenzaba en las papilas gustativas hasta llegar al estómago.

Otras se alojaban en unas bolsas tipo rafia de un tono ocre siena. Las intuías de color pardo suave con toques dorados prontas para ser saboreadas al vapor o en tiras ahogadas en un ardiente aceite.

Una vez en casa, al tiempo que eran despojados de su disfraz y el efecto óptico se desvanecía, descubrías cuán prematuros estaban y la estafa en la que colaboraban, primero los recolectores y después los supermercados y tiendas… ¡Anda que no les faltaba a aquellas naranjas, limones y patatas, tiempo y sol para madurar!

 

 

12. Farmacia de guardia

El letrero derramaba su verde luz sobre la solitaria calle. Reparé en la ventanilla enrejada que se abría a un lado. Y con cierta timidez acerqué la cabeza a sus barrotes. ¡Buenas noches! Y a través de éstos pude ver como un señor adusto se acercó con ademán solemne hacia mí.

Tras explicar mi dolencia, aquel extraño farmacéutico me ofreció beber en una elegante copa que rechacé de inmediato. Llámenme suspicaz pero la serpiente que tenía enroscada no me daba ninguna confianza.

Me conformo con un ibuprofeno – espeté. Pero aquel hombre con pinta de dios griego (y no lo digo solo por la recia barba sino por que arrastraba una túnica blanca como sí al incorporarse de la cama se hubiera llevado consigo la sábana) visiblemente contrariado, echó mano de una vara de la que asomaba, sí, otra serpiente.

Huelga decir que tras ésto no dejé ni una sola gota de aquel brebaje. Sé que lo que les cuento es difícil de creer pero que me alcance un rayo del mismísimo Zeus si miento.

11. DE PROFUNDIS (Toribios)

A mi madre le gustaba el verde. Quizás fuese por su viaje a las húmedas tierras del norte, desde  la paramera de su infancia, siendo una mocita en edad de merecer. De este viaje me hablaba mucho en las largas noches de invierno, trasplantada ya a la ciudad de interior de donde no volvería a salir. En aquellas semanas de gloria conoció las verdes pomaradas que habitaron sus pupilas para siempre. En las tardes de lectura y confidencias, mientras el sol reposaba su oreja en los tejados, sus ojos adquirían un tornasolado verde musgo que titilaba de emoción recordando su amor de aquel verano. Él era uno de aquellos cíclopes que horadaban las entrañas de la tierra. Su silueta contrastaba con el brillo de los prados, cuando emergía llamado por el ulular de las sirenas. Así hasta el día aciago en que Gea cobró su tributo de sangre. No lo supe hasta mucho tiempo después, siendo ya adulto; su nombre permanecía aún en su memoria cuando solo era ya una esponja de sílice llena de galerías.

 

10. Animales de granja

Aparta la vista del microscopio y se frota los ojos vencido por el cansancio. El número de bebés muertos alcanza cifras preocupantes y hace mucho que ha avisado de que esta epidemia podría suponer el fin de la especie humana. El gobierno, interesado en no alarmar a la sociedad, sostiene que si la civilización ha evolucionado hasta el punto de eliminar prácticamente todas las enfermedades, superar una más solo será cuestión de tiempo. Y sin embargo, los datos demuestran todo lo contrario, en pocas semanas los efectos van a resultar devastadores. Las glándulas humedecen la piel verde del científico, como las gotas de sudor que resbalan por la frente de los humanos cuando están nerviosos. Teme que el virus deje a sus descendientes sin alimentos.

 

09. EL VERDE VERDE (Jesús Alfonso Redondo Lavín)

Todos mis ancestros trasmeranos, por generaciones, agacharon el espinazo, día tras día, segando en los prados de la costa el verde para el ganado. Los mis predecesores merachos y pasiegos hicieron lo mismo pero la abrupta orografía les obligaba a arrastrar sobre sus hombros el peso de los coloños de hierba verde atrapados a belorta allí donde la recogida no era posible ni a rueda ni a corzón. Y arrastraron peñas arriba sus ganados y a caballo sus cahizos hasta los pastos verdes de sus cabañas de altura de los portillos del Pas o del Pisueña.

Siempre miraban al suelo verde de las riberas del Merilla, del Miera o del Aguanaz preocupados por el aspecto del trébol, del llantén o la acedera para rumio de sus vacas o el de las hojas verdes de los salces, los zarzales y espinos que crecen entre las garmas de los montes para el ramoneo de sus ovejas. Solo miraban al cielo de Cabarga o Porra-Colina para predecir la lluvia, la surada o la cellisca.

Creo yo que, gracias a ellos, los de mi generación, libres de las penas del pan, somos los primeros que pueden, por encima de ese verde, admirar el paisaje.

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