Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

46. Fenomenología del espacio-tiempo en manuales de Física Cuántica

Poco después de que mi mujer haya salido de casa cierro el estudio Relativismo espacio-temporal en Física Cuántica, cuyas leyes tan peculiares acabo de desenredar, y entonces veo que de sus páginas sobresale una estrecha y delgadísima cinta negra.

Al tirar de ella me doy cuenta de que son las fórmulas y los enunciados físicos que contiene, y que he provocado, por inercia, que vayan descosiéndose del mismo, mientras oigo cómo mi mujer entra en casa y me grita un «!ogeul atsah¡», antes de seguir caminando de espaldas por el pasillo. Me quedo tan aturdido que no logro moverme hasta que me asusta el llanto de mi hijo, casado hace más de dos años, cuando lo escucho berrear desde su cuna. A toda prisa recojo la maraña formada y la embuto como puedo entre las hojas ahora en blanco del libro, confiando en los principios inquebrantables de la física para que todo vuelva a la normalidad.

Sin poder reprimir un último escalofrío compruebo aliviado que mi mujer no está en casa, cierro el estudio Relativismo espacio-temporal en Física Cuántica, cuyas leyes tan peculiares acabo de desenredar, y entonces veo que de sus páginas sobresale una estrecha y delgadísima cinta negra.

 

45. El comienzo de la creación (Aurora Rapún Mombiela)

Ceño fruncido, puñetazo en la mesa. Caperucita roja camina confiada hacia casa de su abuela mientras el lobo se oculta tras el tronco de un árbol. Colillas humeantes aplastadas en el cenicero. Ulises intenta en vano desatarse del mástil cuando escucha el canto irresistible de las sirenas. Minas partidas con rabia. Anna Karenina vive hastiada una vida gris hasta que Vronski irrumpe en ella. Así empiezan todas las historias, las grandes y las pequeñas, nacidas del doloroso enfrentamiento a la hoja en blanco.

44. La Paloma de la Paz

Aprieto las manos de los niños y acaricio al bebé, que porto en la mochila.

Sorteo a reporteros- en busca de la mejor noticia- en el día Internacional de la Paz.

Camino…No quiero parar. Miro, una vez más, los ojos de mis hijos. Ellos me dan fuerza.

Autómata en movimiento. He cruzado varias fronteras huyendo de un gobierno borracho de poder, que nos quita la vida.

Mi desaliño y desesperación, no me nublan la mente. Estoy alerta.

Sé de las palabras, infladas de levaduras de proyectos, que impregnan las paredes de regios y modernos edificios.

-Lenguas que escupen promesas, aparentes y bienintencionadas, que jamás se cumplirán-.

Visibilizo un pin, de la Paloma de la Paz, sobre la solapa de la negra blazer de una de las reporteras.

Me sonrío, sin quererlo, de esta sociedad inclinada a toda clase de símbolos.

Blanca paloma cargada de inocencia, verdad, paz y sobre todo luz- como síntesis de un universo de colores.

También vuela la esperanza.

 

43. NÍVEA (homenaje a Alfonsina Storni)

Él la pretendía blanca como si la vida entendiese de rostros sin mácula, de caminos diáfanos, de opciones claras y decisiones sencillas.

Él la pretendía alba, como si el amanecer despejado no fuese preludio de tormentas, como si los aguaceros del alma tuviesen sumidero suficiente como para no emponzoñar.

Él la pretendía de nácar, como si no fuese la minúscula imperfección que se cuela entre las valvas el origen de la perla.

Ella se sentía nívea, a pesar de los chismes, de los cuchicheos y las voces escandalizadas. Honesta consigo misma, ama de sí misma, rostro sereno, camino espinoso, opciones enturbiadas, decisiones complejas. Amanecer inconcluso el que despuntaba en su última noche de aguacero, donde el mar acogió el dolor que ya no le cabía en el pecho.

Ella es de nácar, sirena recuperada de las aguas. Verso reivindicativo.

Sin duda, imperfecta. Sin duda, perla. Sin duda, blanca.

42. NUNCA HABRÁ CLARIDAD SIN SOMBRAS (Modes)

Mi hermana gemela se llama Blanca. Yo, Alba.

Estamos muy unidas, y el amor y la alegría anegan nuestros corazones.

Pero, desde el día de nuestra Primera Comunión, ella no deja de llorar y me rompe el alma verla triste.

Por eso, hoy le he susurrado que fue nuestro vecino.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Y que mi cuerpo está en el fondo del pozo.

 

 

41. Ancestros

Buscando algo para intercambiar por agua, descubrió unos fósiles de huellas humanas impresas en la piedra caliza.  Antes de extraerlos, John amoldó sus pies a las compresiones y caminó sobre ellas. Conforme avanzaba se vio envuelto en una nube blanca. Tras atravesarla, se halló frente a un estanque. En la superficie cristalina, la imagen de la luna descaderada se movía como la cola de un gato al acecho. Se abalanzó sobre la fuente con avidez. Una vez satisfecho, se sintió culpable al recordar la sed de su pareja apenas saciada con orines. Retrocedió sobre sus pasos y se encontró de vuelta en la vieja cantera. Fue en busca de su esposa e hicieron el mismo recorrido, a través de la calina, hacia el círculo dorado que rompía la claridad a punto de nieve del alba. Iluminadas las formas de aquella nueva tierra, John pudo reconocer los ojos de su esposa bajo los pronunciados arcos superciliares que le servían de balcón a la uniceja. Solo tuvieron que mirarse para saber que no volvería a un mundo agotado. A la entrada de aquel edén, quedaron adheridas, entre la vegetación, unas pálidas pieles de homo sapiens que se constreñían al calor del sol.  

 

40. TORTURA

Habría querido quedarse en blanco, como la hoja impoluta que espera acoger los más íntimos pensamientos, como la nieve virgen de altas cumbres o las tiernas ovejas que pastan en el campo.
Pero era imposible. Por mucho que lo intentaba, no lograba parar su cerebro.
Siempre estaba maquinando, pensando en los últimos acontecimientos, taladrando su consciencia cuando ésta, únicamente, querría descansar.
Conforme vivía, esa desconexión resultaba cada vez más difícil.
Y ella estaba cansada, exhausta, agotada…
Solo pretendía recobrar sus fuerzas para gestionar esos episodios que habían tomado al asalto su existencia.
Quisiera tener, como los aparatos electrónicos un botón de ON-OFF para parar o poner en marcha lo que pasaba vertiginosamente por su pensamiento.
Quizás así desaparecieran las escenas del genocidio que había presenciado en Ruanda mientras cubría esa información para su periódico. O tal vez lograra detener, como en una moviola, las imágenes de la guerra en Yugoslavia o las muertes originadas por el tsunami y el accidente nuclear en Japón.
Pero ahora que estaba a punto de retirarse, las imágenes que había plasmado con su cámara y que tantos prestigiosos premios le habían reportado, se habían convertido en una tortura.
¡Como le gustaría poder quedarse en blanco!

39. PROGRAMA DE LAVADO

El blanco debe de ser el color de la muerte. En esta habitación tan anodina no han de acabar los días de un ganador, de un fuera de serie que, viniendo de la nada, logró llegar a la cima. Alguien así nunca entregaría el alma vestido con una bata blanca que deja el trasero al descubierto. Me desprendo como puedo de las vías, aparto el gotero, me visto y, aunque con molestias, salgo al pasillo con naturalidad, la misma que finjo al atravesar la puerta de la calle.
Cuando a duras penas llego a casa, abro una bolsita de polvo blanco para calmar el dolor, y me alivia de inmediato. Desde la ventana veo que mi coche tiene un lamentable estado de abandono, ya no reluce su pintura blanca ni brilla la estrellita del capó, y eso es lo primero para un triunfador, de modo que me acerco al lavadero.
Sentado en el coche, me asusta la soledad, pero otra dosis me apacigua. Me hacen gestos desde el final del túnel pero yo solo veo espuma blanquecina cubriendo el parabrisas de un tono anodino, parecido al del hospital, al del olvido, al de la muerte.

38. NADA Paloma Hidalgo

Ayer, cuando hablamos, me prometió que lo iba a dejar. Ayer por la mañana. Y no sé si es que me estoy haciendo vieja pero le creí. Una mezcla grumosa de alegría, emoción y mocos me taponó la garganta en cuanto colgué. Nerviosa, me fui a buscar el álbum de fotos, necesitaba verle. Y allí estaba, jugando en la nieve con su trineo, mirando ensimismado a Copito, el gorila albino del zoo de Barcelona, o comiéndose , hasta por el pantalón, un helado doble de nata. Hace un rato me he enterado de que sí, de que lo ha dejado. Pero todo. Todo. La policía piensa que fue una sobredosis, aunque también que pudo ser porque las papelinas llevan tiza, talco, sosa caústica, y otro montón de productos químicos y anestésicos. La autopsia lo aclarará, dicen. He cogido de nuevo al álbum. Duele. Aún le quedaban muchas hojas en blanco.

37. La paz de las trincheras

La trinchera impone su larga noche, haciéndome pisotear cuerpos, fusiles y cananas; una monstruosa alfombra de sarga verde.
Siguen explotando granadas sobre mis compañeros de pelotón, refugiados hace rato en la muerte, e imagino a sus padres aseverando que el ejército les haría hombres.

Bajo el torso del cabo Molina, a diez pasos de su abdomen, localizo la radio. Funciona, pero suena arenosa, sincopada. Reproduce el mismo mensaje en un bucle infinito que ordena la rendición. Indolente letanía con ínfulas de réquiem.
Comienzo a desnudarme rápido, como cuando hervía en deseo. Me arranco casaca y camisa. Fabrico una bandera amarrando la camiseta al fusil y lo alzo por la culata.

La prenda, sudada, pesa. Le cuesta ondear. Medio encaramado, agito el mensaje visual atravesando la densa humareda. Escucho un alto el fuego entre detonaciones lejanas, espaciadas.

Entonces percibo de golpe esa luz, la antesala de la paz.

Es un parpadeo eterno, un fogonazo inesperado, una pedrada sobre mi pecho desnudo, un soplo helado que quema con su pregunta sin respuesta.
La luz es blanca, cegadora. Como un mediodía salino, tumbado boca arriba.

El proyector de diapositivas deslumbrándome.

La pantalla del cine Apolo refulgiendo.

La noche deshojada bajo un lienzo blanco.

36. Cuando ella llegue

Esta tarde de un otoño crepuscular aún le queda lucidez para salvar —al menos durante un rato— los albores de la estigmática dolencia con nombre de neurólogo alemán.

«Poco a poco lo veré todo más blanco», piensa mientras recopila lo que, bien o mal, le van adelantando. Blanco como el impoluto lienzo, como la indolente página en blanco del Word, como el alma cándida que le invade, como los inmaculados ropajes de los ángeles que cada tarde ve en los frescos de la capilla, como la bata del doctor que no se oscurece ni cuándo —como ahora— da una mala noticia.

Y le dicen que el blanco se hará cada vez más intenso, hasta el infinito, hasta cuando llegue ella.

—Cuando ella llegue y cada atardecer preocupada pregunte por sus niños, calmadla. Aunque se lo expliquéis mil veces nunca se creerá que ahora sean cincuentones. Simplemente calmadla. Cuando ella llegue y anochezca, querrá marchar a su casa sin saber que es justo allí donde está. Cuando ella llegue y os hable de usted, no desfallezcáis, simplemente estad allí. De tanto en tanto miradle a los ojos y pensad que, de alguna manera, esa profunda mirada blanca también es la mía.

35. Mamá

Recuerdo tus manos menudas y delicadas. Hacías un movimiento rápido con los dedos y, ¡zas!, la harina caía como si fuese nieve. De puntillas, sobre un taburete, observaba cómo amasabas hasta convertir aquella mezcla en algo que a mí me parecía algodón. Con los ojos como platos, te miraba ensimismada. Entonces, sin que me diese cuenta, simulabas una caricia y dejabas en mi nariz un polvillo que me hacía estornudar. Nos reíamos a carcajadas. Cuando sacabas la hogaza del horno, me gustaba partirla por la mitad y sentir cómo el aroma se esparcía por la cocina y colonizaba toda la casa. Estaba convencida de que ese era también el olor de las nubes. Sabes, creo que mi infancia fue de color blanco. Ya no soy una niña, pero me he acostumbrado a guardar miguitas de pan en los bolsillos y a esparcirlas por todos los caminos de mi vida. Por si vuelves.

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