Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

BLANCO Y NEGRO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en BLANCO Y NEGRO

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán relatos que desarrollen el concepto BLANCO Y NEGRO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE DICIEMBRE

Relatos

68. Cuando un mal escritor se cruza con un mal conductor

 

Mateo vio algo en la carretera y dudó un momento, apenas una décima de segundo. Finalmente dio un volantazo a la derecha, que podría haber sido a la izquierda, pero no lo fue, porque el arcén le pareció más seguro. Lo justo para recibir el impacto del vehículo que avanzaba despacio.

«¿Qué cojones hace este imbécil por el arcén?» —fue lo último que pensó durante el impacto y antes de desmayarse sobre el airbag a medio abrir. Cuando despertó, creyó reconocer la estancia: ¿un hospital? Multitud de máquinas lo rodeaban y le dolía la cabeza. Palpó su cuerpo, se miró las manos y levantó los pies para comprobar que estaba completo y consciente. Se alegró de ver el rostro sonriente de Laura; llevaba un libro en las manos: ¿un ejemplar de la novela que él mismo tiró a la papelera aquel nefasto día?

Le explicó que el conductor del otro vehículo era el propietario de una editorial famosa y que su chófer estaba de baja ese día. Se la había publicado en compensación por los tres meses que había estado en coma. Favor por favor, Laura había retirado la denuncia y declarado que Mateo fue el culpable del accidente.

 

67. Advertencias de seguridad (Patricia Collazo)

Escribía manuales de instrucciones. No era ese “ganarse la vida escribiendo” que había soñado, pero le daba de comer. 

Las paredes de su despacho estaban cubiertas de textos en distintos idiomas, hojas con frases resaltadas, gráficos emborronados, pósits con palabras garabateadas que rodaban al suelo y terminaban pegados en el sitio equivocado. 

Ningún producto se le negaba. Tanto elaboraba manuales para manejar fotocopiadoras, como instrucciones para conseguir el algodón de azúcar perfecto. Podía explicar el modo correcto de remontar una cometa o enumerar las configuraciones posibles de una cafetera.

Montar productos y elaborar instrucciones que garantizaran su seguridad y correcto funcionamiento le hacían sentir que tenía el mundo bajo control.

Hasta que el montaje de la mujer perfecta llegó a su mesa de trabajo. Intentó durante años, a prueba y error, montándola y desmontándola, sin conseguir que ella no tuviera defectos. Cuando lograba una sonrisa angelical, los dedos del pie le quedaban torcidos, y cuando ella resultaba ser muy inteligente, un hueco entre la axila y el pecho se le llenaba de aire.

Tanto se empeñó que terminó enamorándose de ella, aunque no fuera perfecta. Nunca publicó su manual de instrucciones ni hizo caso a sus propias Advertencias de Seguridad.

66. Perihelio

El Big Bang, las galaxias, la Vía Láctea, el Sol, la Tierra, el agua, el oxígeno, LUCA, Ardi, Lucy, Ledi, Jebel Irhoud, Omo-Kibish I, tú, yo. Tú y yo.

65. 8 días, 7 noches

-Bienvenida al «Príncipe de los mares» – me dijo una valquiria rubia que me sacaba una cabeza. Avancé por un dédalo de pasillos interminables camino del camarote. Por una puerta entreabierta ví a Albano
y Romina Power, las estrellas de la naviera, discutiendo  agriamente en el idioma universal del desamor.
«Mal presagio para un crucero de singles», pensé.
En aquel barco no había clase media. O adonis tatuados que se miraban al espejo hasta para cambiar de postura en la tumbona, o indigentes sentimentales buscando  comer caliente.
Le conocí en cubierta. Hablamos de la vida  y  de los  miedos, los ya superados y los que se insinuaban en el horizonte de nuestros cincuenta y pocos. El barco se convirtió en góndola veneciana con sólo dos pasajeros. La Tramontana y el Levante  bendecían lo nuestro revolviéndonos el pelo. Hasta el escurridizo Mistral bajó de las montañas regalándonos lejanos aromas de pino y Romero. Por megafonía anunciaron la avería del barco.
– La pieza  puede tardar semanas- anunció sombrío el capitán.
Albano y Romina se habían reconciliado, estaban cantando «felicidad».  Entonces me recosté en la tumbona y  comprendí  que en el mar, como en la vida,  el secreto está en dejarse llevar.

64. De esas ciudades que se pierden sin ninguna explicación – María Rojas

Le dicen La ciudad perdida. ¿Perdida por quiénes?, preguntó.

Perdida por ellos y ganada por nosotros.

Nadie supo a ciencia cierta qué fue lo que pasó. ¿Recuerdas tú algo?

Recuerdo que los venidos de abajo enfermaron; veían grotescas apariciones que los empujaban al abismo por las terrazas de piedra.

Arqueólogos, científicos y funcionarios despavoridos huyeron escondidos en la niebla. No encontraron lo que venían buscando.

Y los estudios y todas las utopías, ¿en qué quedaron?

En nada; todo quedó en la inopia.

Los indígenas dicen que fueron los infalibles azares del alma los que apabullaron a los extranjeros, obligándolos a abandonarla.

La ciudad se quedó en un espejismo del que quién sabe si algún día despertará.

 

63. Con más vagancia que escrúpulos (Alberto BF)

Mi objetivo vital siempre fue subsistir sin pegar un palo al agua. Por eso, tras una formación básica, ingresé en el seminario. Pensé que, con un poquito de oración y cierto dominio sobre la Biblia, bastaría para mantenerme sin demasiado esfuerzo, pero en cuanto vi la cantidad de versículos que había que aprenderse, cambié de opinión. No pasé del Génesis, y, antes del primer año, ya estaba buscando otra ocupación.

Mi siguiente tentativa para vivir sin esfuerzo fue la docencia. Dos meses de vacaciones, casi tres con Navidades y Semana Santa; menudo chollo. Los chavales eran majetes, pero cuando me tuve que enfrentar a la pesadez de sus familias, entendí que ni de broma era el camino. Meses después acumulaba mi segundo intento fallido de subsistencia fluida.

Mucha mejor pinta tuvo lo de ser todólogo tertuliano. Sobre el papel, era la opción ideal, pero una discusión con Pepelu, el hijo de un magnate televisivo, mandó todo al traste. Aún me duele recordarlo.

Afortunadamente, todo cambió desde que llegó aquella carta con sello de Tegucigalpa. Una pariente lejana, desconocida y multimillonaria, nombraba heredera universal a mi madre. Desde entonces, me he especializado en toxicología para deshacerme de ella sin levantar sospechas.

62. NO DIGAS QUE FUE UN SUEÑO (Belén Sáenz)

Me aferré con las dos manos a la barandilla para ver si el frío metal me despertaba de aquel sueño. No cabía duda de que todo estaba allí, como si mi espejismo personal se estuviera representando en un escenario. El orejero de color pardo donde me sentaría a escuchar a los Beach Boys, la cálida alfombra sobre la que gatearía Jandro. Porque se llamaría Jandro, como mi abuelo. Aleteaban los pelícanos en el papel pintado y podía vislumbrar la luz cálida del dormitorio a través de la puerta entornada. Había ideado cada milímetro y cada detalle la noche anterior, después de apagar la luz en mi cuarto de la pensión. Entonces, aquella tenía que ser una señal: le pediría a Inés que se casara conmigo y nos iríamos a vivir a aquel piso que se había hecho yeso y madera ante mis ojos. Lo había encontrado. Con el cosquilleo de quien se siente tocado por las hadas, sentí que el suelo se hundía bajo mis pies. Mi compañero había terminado de limpiar su parte de la ventana y había pulsado el botón de descenso de la barquilla. Tocábamos asfalto y ya no podía verlo. Todo se había acabado.

Fuera de concurso

61. Asuntos pendientes (Juana María Igarreta)

Sandra está apenada. Ha perdido uno de los pendientes de plata envejecida. Se los regaló Lucas el primer año de convivencia. Cuando todavía sin comprometerse a nada las horas separados se les hacían eternas. Cuando aún no sabían que si te abandonas en brazos de la rutina los días se vuelven grises.

Después de echar un vistazo por la casa, le dice a Lucas que baja al garaje a mirar en el coche.

Utiliza la linterna del móvil y un bulto en el asiento de atrás llama su atención: es el jersey beis de Lucas hecho un ovillo. Varios cabellos largos y cobrizos brillan arremolinados en la pechera de la prenda. El hallazgo le genera sentimientos que van de la decepción al alivio. Se pregunta si Lucas se está viendo con alguien. Ojalá. Si pensaba decírselo. Ojalá.

Continúa con la búsqueda del pendiente, mirando minuciosamente debajo de los asientos delanteros. No aparece.

Mientras sube en el ascensor no aparta los ojos de los pelos rojizos adheridos al jersey de Lucas. De pronto le asalta una duda: “¿Y si Juan se llevó enganchado el pendiente en su chaqueta?”.

 

60. CARAMBOLA

La acompañé a aquel sitio solo porque me lo pidió. Ella estaba muy nerviosa y yo intentaba hacer puntos para dejar ser su amigo y pasar al siguiente nivel.

La cita era en una planta baja y un enjambre de chicas, ninguna tan guapa como ella, revoloteaba en la puerta del local. «El trabajo es tuyo», le dije, convencido de que ninguna podría hacerle sombra.

Cinco minutos después salió una mujer con gafas verdes y anotó los nombres en una lista. Después, nos fue haciendo pasar. «Solo un acompañante, por favor», dijo con su voz de campanilla.

Cuando llegó su turno le dieron un papel, que ella leyó con emoción contenida. Uno de los miembros del equipo no dejaba de mirarla. El otro me miraba a mí.  «¿Puedes leer esto?», me preguntó.

Cogí el folio que me tendía, lo leí un par de veces en silencio y lo recité sin mirar el papel.

Hoy ella está casada con un afamado director de cine y yo resido en Beverly Hills.

Por cierto, en aquella ocasión el papel se lo robó otra aspirante. La misma que, durante aquel rodaje, también le robó mi amor.

 

59. Cambio de planes (Ana María Abad)

Su matrimonio agoniza pero no quiere pasar por un divorcio, traumático tanto emocional como financieramente, de ahí que recurra al arsénico en el cordero asado. ¿Cómo iba a imaginar que su marido le mentía al decirle cuánto le gustaba y que el plato en el que ella tanto se esmeraba terminaba siempre en las fauces del perro? El segundo intento acaba con el pobre gato que, glotón como es, se zampa enterita la taza de leche en la que ha disuelto la estricnina. Su tercera y última mascota se reúne con las dos anteriores la mañana que le espolvorea los cereales del desayuno con cicuta en vez de azúcar: qué fatalidad que, justo ese día, el jilguero se escape de la jaula y los confunda con su alpiste.

Como en la tienda de animales no tienen caimanes, propone una excursión al Zoo. Primera parada: los cocodrilos del Nilo. Pero el empujón definitivo falla cuando su marido se inclina a recoger del suelo un billete de lotería huérfano y es ella quien, con su propio impulso, se precipita a las aguas turbulentas.

El cándido esposo no puede creer su buena suerte: el décimo tiene premio.

58. Caminos convergentes (Alfonso Carabias)

Mi padre solía decir que nadie confía en los extraños, hasta que el tiempo los vuelve necesarios.

Las guerras acaban, pero las heridas permanecen, y en los pueblos alejados del bullicio, donde solo vale el trabajo duro, el ánimo acaba cubriéndose de una costra difícil de romper.

La tierra, sin embargo, es sabia. Por ello, pese a las miradas esquivas, los portazos y las noches al raso, he permanecido aquí, escuchando el murmullo del viento, escudriñando los pliegues del terreno y dejándome llevar por las brumas que nacen al alba.

Las señales me guiaron hasta un pedazo de tierra a las afueras del poblado, junto a una de las líneas de ley olvidadas en los mapas.

Allí vivía otra alma solitaria, con la que compartí los conocimientos que mi padre me transmitió para rastrear los ríos ocultos que buscan la luz. Ella me escuchó con calma y me permitió buscar en el corazón de su tierra.

Al principio la vara de avellano temblaba sin rumbo, incierta, hasta que la mujer puso su mano sobre la mía.

Entonces comprendí que el camino del agua que ahora se me mostraba, y el de mi destino, en cierto modo, siempre fueron el mismo.

57. Entretelas de un matrimonio de extrarradio o la ascensión a los cielos de Anita Ekberg (fuera de concurso)

Mamá está desnuda. Nunca la había visto así. Tiene las nalgas tan blancas como el mármol de Macael, pero más blandas. Los pechos también, y más firmes de lo que imaginaba. Parece no haberme visto; sale de la habitación y recorre el pasillo hasta la puerta de la calle. Sus carnes se mueven armónicas a cada paso, generosas, rotundas, igual que un enorme flan recién salido del horno. Quizá debería haber cogido alguna de las mantas que cubren el sofá y correr para taparla, haberla detenido, evitar que se expusiera de ese modo al murmurar de los vecinos. Sin embargo, mientras baja la escalera, la sigo de puntillas para no sacarla de su trance, disfruto con el vaivén de su opulencia: la coreografía de sus muslos, el vals de sus caderas, la habanera de sus mamas, el tango, seductor y sereno, con el que avanzan sus glúteos. Una diosa en busca del Olimpo. Al alcanzar la acera, los rayos del sol se enredan en la maraña gris que laurea su pubis, los peatones se frotan los ojos entre incrédulos y conmovidos y papá, que llega distraído del trabajo, descubre, por fin, el tesoro que siempre había tenido ante sus ojos.

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