Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

BLANCO Y NEGRO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en BLANCO Y NEGRO

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán relatos que desarrollen el concepto BLANCO Y NEGRO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
días
0
4
horas
0
0
minutos
5
6
Segundos
1
9
Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE DICIEMBRE

Relatos

42. ¡Qué mañana la de aquella noche!

El sol del mediodía le golpeó como el martillo al yunque, con una tenacidad desnuda de misericordia. No se sobresaltó cuando sus dedos rozaron la piel de otro cuerpo, muchas noches inundadas de ron añejo caribeño y wodka de las estepas, concluían en una mañana compartida con desconocidos. Eso, y una resaca en la que Dios y el mismísimo Satanás se habían puesto de acuerdo para castigarle.

Ahogó una carcajada cuando reveló el color de su eventual pareja, negro como el carbón de una mina de Gales. No menos gracia le hizo descubrir el tamaño del buen mozo que roncaba plácidamente a su lado. ¿Dos metros? ¡Menuda pareja! Él, que probablemente era el hombre más bajo de Noruega, y el gigante africano.

Le extraño mucho que la cama estuviera rodeada de confeti y pétalos de rosas. Era romántico aunque no a tal extremo, y ese tipo cosas le resultaban demasiado edulcorantes. Tan solo había recurrido a algo similar en ocasiones señaladas, como la noche de bodas con su ex.

Alarmado, comprobó que una alianza rodeaba el dedo anular de su mano derecha. Aterrado, vio que en la silla colgaba una banda en la que brillaban dos palabras: recién casados.

41. Mi versión del episodio

Los que habéis leído los primeros números del Génesis sabéis que yo me dedicaba a la agricultura y que mi hermano era ganadero. Mientras yo me deslomaba cavando la tierra, el contemplaba el rebaño y tocaba la flauta a la sombra de algún algarrobo. Lo que no explica el Génesis es que un día sorprendí a mi mujer tocándola ella, la flauta de mi pariente, pero no la de caña sino la otra. Y eso solo fueron los preliminares, ya que a continuación comieron la manzana. Entones, todos entenderéis que, cegado por la ira, me abalancé sobre Abel, lo tiré al suelo y le aplasté la cabeza con una piedra. En consecuencia —y en esto coincido con lo que explican las Escrituras—, se me desterró. A mi ya me pareció bien, porque pude dejar la azada y ver mundo, pero una especie de pesadilla me acompañaba allá donde íbamos. Creedme que no hay penitencia más dolorosa que ver como el hijo que mi mujer parió meses después del episodio, se parecía cada día más y en todo a mi hermano Abel.

40. GRIS

Lloviznaba, tarde-noche de domingo; una gata enfermiza llamada Nora; el puto cáncer; viejas fotos en una caja de hojalata; el perchero de la entrada huérfano de gabardina. Todo parecía un escenario de película en blanco y negro de esas en las que acabas llorando. Ah, y era otoño.

Tres años después te seguimos añorando. Ayer compré una gabardina para que el perchero también te recuerde y todas las semanas pongo a girar algún vinilo de carpeta ajada y descolorida, para escuchar las viejas fotos. Se echa en falta algo de lluvia, pero ya sabes cómo se las gasta la pertinaz sequía. Ah, y tenemos un gato bicolor, hijo de Nora. Se llama Gris, como aquel domingo en blanco y negro.

39. LA MUERTE BLANCA

Ha pasado horas parapetado tras la nieve y ahora se siente reconfortado por el calor del refugio y del vodka que baja ligero por su garganta. También por la acogida de sus compañeros que le palmean la espalda alabando su puntería. Ha sido una buena jornada de caza, ocho piezas abatidas sin fallar un tiro. Las canciones compartidas, las risas con que celebran la vida les hacen ignorar el viento helador que aúlla tras las ventanas, esperándoles. Pronto el alcohol y el cansancio los sumirán en un sueño profundo en el que quizás, consigan olvidar el miedo, el frío y el olor a muerte. Fuera, amparadas por un cielo de oscuridad mineral, unas sombras se deslizan buscando los ocho cuerpos de sus camaradas.

38. ANTAGONISMOS CROMÁTICOS (A. BARCELÓ)

-La silueta negra que se dibujaba delante de aquel potente foco de luz blanca era espectacular. Me quedé completamente extasiado. De aquella figura surgió un chorro de voz incomparable, por encima incluso de las de Whitney Houston o de Celine Dion. Sólo puedo definirlo como un canto de sirena celestial. Se hizo un vacío y en mi cabeza sólo existía aquella canción. La recuerdo perfectamente, es preciosa y muy reveladora, ¿quiere usted que se la cante?
-No, no, ya veremos eso luego, prosiga con el relato.
-Poco más puedo contar. De repente, me sobrevino un fundido a negro y no logro recordar nada más. Después de aquello, los tres días siguientes los tengo en blanco.
-Y dice usted que todo esto le sucedió cuando estaba observando desde su telescopio de aficionado el objeto interestelar 3I-Atlas.
-Tal cual.
-Bueno, bueno, no se preocupe. Ha hecho bien en acudir a nosotros. Enfermero, vaya administrando un tranquilizante a este señor mientras yo busco el teléfono de la NASA, de la ESA y de la TIA para dar parte del suceso…

37. Corazones blancos, sangre roja y un alma negra

Magüi le había contado cientos de veces cómo su madre murió en el parto y cómo su padre la llevó a la cabaña, recién nacida, envuelta en una estera vieja. Había cuidado de la niña desde entonces, alimentándola con leche de cabra y curando sus bronquitis con una flor que crecía junto a las plantaciones de azúcar, previamente cocida y mezclada con la leche caliente.

La pequeña aprendió a amar a los pájaros, las selvas y a todos los animales que vivían en la tierra. Hasta que un día su padre vino a buscarla. Le dijo que ya era mayor para aprender el negocio y encargarse de la hacienda cuando él muriera.

Eloise se abrazó a su madre negra, que correspondió al abrazo con lágrimas. El amo las separó y empujó a la esclava con tal fuerza que cayó contra el suelo formando un gran charco de sangre roja.

Su padre la cogió con fuerza de la mano y la condujo hasta la casa grande. Encerrada en su nueva habitación, con los ojos muy abiertos pensó que la mejor manera de vengar a Magüi era liberar a todos los esclavos que trabajaban en la casa y en la plantación.

36. OVERBOOKING

Aquella noche en la pista todo eran sombras y motores lejanos. Aun así, él consiguió encontrar mi mirada. Sonrió con ese gesto que no alcanzaba a ser consuelo, pero sí despedida. Siempre tuvo ese talento extraño: hacer que lo imposible sonara razonable.
—Si ese avión despega y tú no vas con él, lo lamentarás.
La aeronave esperaba, impasible, ajena a los corazones que dejaba atrás. Quise decir que me quedaba, que se quedara, que aún había tiempo. Pero él me miró con esa mezcla de ironía y ternura que era su forma de decir “no esta vez”.
—¿Nunca volveré a verte?
Acarició un instante mi mejilla, con un gesto breve, casi clandestino.
—No. Pero escucha: donde vayas, lo que hagas… siempre te llevaré conmigo.
Subí al avión sin mirar atrás. No hizo falta: ya lo llevaba conmigo, del único modo que importa cuando el mundo se vuelve blanco y negro.
Eso creía.
Hasta que la azafata me habló. Había un problema de sobreventa. Me ofrecían, a cambio, dos plazas a Tenerife.
La pista parpadeaba bajo la niebla, como un proyector antiguo a punto de detenerse. Entendí que el destino no buscaba cerrar una puerta… sino ofrecerme una toma extra.

35. MADRE TORMENTA

Mi madre era en blanco y negro. Y, aunque de lejos se veía grisácea, nos quería igual que si fuera azul cielo o naranja fanta. La recuerdo mucho en la cocina, destacando contra los azulejos de rosetones y los botes de especias. No, no destacando. Ella siempre hacía que resaltara lo demás. Cuando la miraba tendiendo las sábanas desaboridas de tantas camas, parecían estampadas de flores, rodeando a una madre en ceniza.
Ella, que siempre lo sospechó, por nosotros, se esforzaba intentando canturrear coplillas de colorines. Pero, incluso en celebraciones, su risa sonaba en tonos grises, en medio de las carcajadas vistosas de los demás. Y cuando lloraba, ay, cuando lloraba… Era tan oscuro su llanto, que anochecía temprano y nos acostábamos todos de pena.
El día que, descoyuntados, la velábamos, le fue apareciendo el color. Empezó por las mejillas, que se le pusieron rosa muñeca. Luego, los labios, en el carmín que se mereció toda su vida. La que se dio cuenta fue mi hermana la mayor, siempre tan responsable y pendiente. Y, mientras nos lo contaba, notamos, sin querer decírselo, cómo ella misma comenzaba a nublarse, y el dorado que había tenido hasta entonces su pelo, se ennegrecía.

34. NEGRAS Y BLANCAS

—Siéntate ahí, ahí, y cuéntate los dedos —dijo con una voz grave e implacable la maestra de piano.

La pequeña intérprete, poco acostumbrada a quedar segunda en los concursos, sollozaba tras sus dorados tirabuzones.

—Siéntate ahí, ahí, y cuenta esas gotas de lluvia –volvió a repetirle.

Aquella señora desgarbada prefirió decirle la verdad en vez de darle la razón, y por eso la muchacha se sonó la nariz y escuchó atenta.

—¿Quieres el diploma? Pues pelea por él, pero no lloriquees, que no tienes motivo, tú, niñita caprichosa. ¡Niñita triste! Tú naciste varios peldaños por encima del resto. No desprecies el segundo cajón del podio.

La cría no podía dejar de mirar aquellas manos enormes de dos colores, como las teclas de su piano, y entonces comprendió que aquella mujer de piel oscura había practicado tanto sentada al teclado, que solo las palmas de sus manos, casi tan blancas como toda la piel infantil de la niña malcriada, escaparon a los rayos del sol.

33. Bruja

Cada mañana, al recogerse el pelo, prende en él semillas, hojas secas, pétalos… A veces un papel doblado con unos versos:

Un cuervo grazna,

enmarcado en la nieve

sus plumas brillan.

Por la noche lo lee y se ríe. Ha pasado toda la jornada. Desenreda. Sus hebras canas van ganando espacio. Lo vivido allí impreso.

Al morir la anciana que la recogió y cuidó, que le había enseñado su saber; ella se quedó en la misma casita junto al río, fuera del pueblo y ya no volvió al colegio.

Más tarde llegaron las reuniones secretas. Sólo por divertirse habían creado entre ellas aquella contraseña: “En el moño traigo estramonio”. Denuncias y persecuciones. Desprecio y descrédito de todos. Tuvo que huir.

La noche de tormenta su perseguidor se despeñó. Le fallaron su ira y los pies. Se lo atribuyeron a ella.

Más lejos, más arriba en la montaña, más aislada. Sola.

Aún así, sabían cómo encontrarla. Pedían sus hierbas, un conjuro, lo que fuera. Acudían a ella.

El misterio y lo oculto habían sido su abrigo, su certeza, su asidero al mundo. Su vida apuntaba a la verdad.

La larga melena, que ahora mudaba al plata, un toque de luna.

 

32. DEMONIO CONOCIDO

Mi hijo llevaba una vida particular, como lo fue su muerte. Me llegaron barbaridades de lo ocurrido. Algo horrible con un gato. Supongo que eso hizo que me inquietase ver uno cerca de su tumba el día del entierro.

Me siento responsable de esa vida que mi hijo eligió. No fui el mejor padre. Con su muerte reciente y la mía próxima reflexiono mucho sobre ello. Puede que esto tenga algo que ver con lo que me está pasando.

El gato del cementerio empezó a rondar mi casa. Lo reconocí enseguida por su aspecto inusual. El blanco y el negro lo dividen exactamente por la mitad desde la cabeza hasta la cola. Y sus ojos ponen la piel de gallina. Está en los huesos, pero se le ve fuerte. Empecé a dejarle comida. La ignoraba. Parece fiel al instinto de matar para seguir vivo. A pesar del miedo cedí al impulso de acogerlo.

A veces le sorprendo observándome mientras se relame con parsimonia. Es perturbador, aunque me despierta ternura. Su primer día en casa destrozó con saña la foto de Halston. Estaré loco, pero sé lo que siento, por eso doy gracias… no sé si al cielo o al infierno.

Nuestras publicaciones