Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

57. Historia General del Arte (fuera de concurso)

Primero fue el caos. Y luego llegó el logos y separó la tierra del cielo, y lo húmedo de lo seco, y puso cada cosa en su sitio y cada ser vivo ocupó su lugar en la cadena trófica correspondiente, y unos comieron hierba y otros no, y en el mar el pez más grande se comió al más chico. Los hombres quedaron encargados de domeñar aquello, y así lo hicieron. Construyeron herramientas cada vez más precisas, y afilaron algunas para matar mejor. Se crearon castas, y amparándose en haber sido elegidas por los dioses, las de arriba se ocuparon de acaparar riquezas y poder a costa de las de abajo. Todo funcionaba con la delicadeza y precisión de las esferas. Pero el descontento crecía en lo profundo como un tumor abyecto. Y un día estalló y los cíclopes salieron a la luz y recorrieron el mundo matando y destruyendo. A ese momento épico cantaron los aedos con armoniosos sones, y de los hechos de armas surgieron esmeradas pinturas y tapices de tramas primorosas.

56. Orgullo y pasión

Tras levantar la niebla matinal, se aprecia un hermoso valle tapizado en verde.

La luz cae sobre las dos laderas plagadas de hombres armados que no tardan en poner en marcha su miedo.

El choque es feroz y estruendoso. Chocan espadas, mazas o hachas contra armaduras y mallas. Crujen los huesos y hay gritos de agonía como plegarias rabiosas.

Se buscan rendijas en los cascos para alcanzar gaznates o globos oculares.

Las mazas revientan cráneos donde antes estaba un todo.

En los espacios cortos, las dagas escudriñan entre las costillas por parar un corazón.

Hachas desgarran músculos y huesos dejando miembros huérfanos por el terreno.

Ese soldado rodeado sabe lo que es el pánico extremo.

Algún malherido, por un compañero entre tal vorágine, es rematado por misericordia.

Un suelo resbaladizo de barro, fluidos y vísceras hará caer a más de uno que será pisoteado o presa fácil.

La sangre fluye, pero también salpica. Todo se va tiñendo a su mando.

Cuando desde la colina ya ve claro el resultado vencedor, decide retirarse a descansar. Su hijo le estira de la capa y le pide exultante quedarse un rato más.

El rey accede y sonríe hacia dentro como su condición exige.

 

55. Efectos secundarios (Juana María Igarreta)

Cuando Paquita se levantó y percibió que las paredes de la casa lucían de color verde, lejos de llenarse de alegría viéndose rodeada de su color preferido, se sintió presa de un desconcierto que fue en aumento al contemplar cómo Chispas, su gato, salvaba la distancia entre el suelo y la ventana de la cocina, no mediante el brinco matutino que tenía por costumbre, sino con una extraña y ralentizada ascensión más propia de un vuelo que de un salto.

Confundida y sudorosa Paquita salió al rellano de la escalera y llamó al timbre de la vecina de enfrente, mientras con un sincopado hilo de voz pronunciaba su extenso nombre: “¡Her…me…ne…gil…da!”.

Hermenegilda abrió, pero no pudo evitar que Paquita se desplomara ante sus ojos.

En urgencias concluyeron que el tratamiento indicado a la paciente para paliar sus vértigos, no era tolerado por la misma. Ante el relato pormenorizado de Paquita explicando sus impresiones en aquella mañana caótica, resolvieron sumar a la lista de efectos secundarios del medicamento “posible alteración en la percepción de los colores y los movimientos”. Paquita pensó que también podrían haber añadido “favorece las relaciones sociales”.

Paquita y Hermenegilda llevaban diez años sin hablarse.

54. Tentaciones

Un hombre desnudo detiene la comitiva de tentaciones tan solo con una cruz en la mano. El caballo blanco que va al frente se encabrita y se alza sobre las patas traseras. Tras él, sobre elefantes con patas de araña, cabalgan mujeres desnudas que transportan riquezas. El desierto es infinito. El cielo es azul. Un hombre lleva a un niño de la mano y otras dos figuras vagan por el paisaje desolado mientras un ángel las observa. El tiempo se detiene y los relojes se derriten. Las nubes grises descargan entonces la tormenta. El hombre desnudo enloquece y rompe la cruz golpeándola contra una calavera, el caballo blanco se desboca y comienza a galopar sin control. El hombre desnudo trepa a lomos del elefante delantero, besa a la mujer desnuda, le agarra los senos con fuerza, copula con ella. Las riquezas que transportan los elefantes se esparcen por la arena. El hombre que lleva al niño de la mano le suelta y le da una bofetada. Las dos figuras que vagan por el desierto se desvanecen. El ángel huye. El visitante se quita las gafas, tiene los ojos ensangrentados, ¡Dalí maldito!

53. DESORDENAR LAS ESTRELLAS

«Mira, esa de ahí es la Osa Mayor, arriba de la Estrella Polar está la Osa Menor, y debajo Casiopea».

Todavía recuerdo tu rostro en las noches de aquel verano, tumbados en la hierba, mientras con mi dedo dedo dibujaba una línea imaginaria que convertía las estrellas recién colocadas en constelaciones.

Yo te preguntaba si las veías, y tú contestabas que sí. Pero antes de irnos a casa las desordenabas, con la esperanza de que la noche siguiente las volviera a ordenar para ti.

«¡Uy, otra vez se han desordenado!», decías cuando llegábamos, cogidos de la mano, y tu risa tintineaba entre mis labios.

A veces, quizás inspirada por mis besos, improvisabas firmamentos para mí. Bóvedas celestes repletas de corazones brillantes, galaxias de algodón de azúcar y planetas con aristas.

Desde que tú no estás, en las noches de verano soy incapaz de mirar al cielo.

Me parece demasiado aburrido.

52. El gato

La bufanda es un pez. El chaleco verde es una culebra. El niño no puede apartar la mirada fascinada del tambor en movimiento. Sus ojos, como hipnotizados, persiguen las caprichosas formas que adoptan las prendas girando en el agua. Sentado en el suelo, igual que lo hacen los indios de las películas, y con la boquita entreabierta, frente a la lavadora, disfruta con la belleza de las aleatorias combinaciones de colores que ve. Con las abruptas paradas. Con la camisa de cuadros; con el jersey caqui, que parece un soldado apostado en la trinchera; con la alfombrilla celeste del aseo, que es una nube. Con las burbujitas de jabón.

Se acerca la madre y se sienta a su lado. Le dedica unas palabras cariñosas que él ni siquiera escucha. Disfruta también del mágico espectáculo que el niño, en silencio, le ha descubierto. De las nuevas vueltas del tambor. Aunque ella hace mucho que dejó atrás esos juegos infantiles y no consigue sacarle parecidos ni a la toalla morada de baño ni a la falda ni a la blusa con la cual combina. Quizás a la mancha naranja que se le acaba de parar delante. Quizás a esa sí.

51. Bibliófilo en ciernes

Acariciaba fascinado los lomos de su última adquisición cuando, tras un aterrador estruendo, contempló el lento desplome de su preciada y combada librería de madera. A sus pies y entre nubes de polvo, una comunidad de personajes sobresaltados escapaba de los libros revueltos bajo las estanterías caídas. Todos, héroes y villanos, hacían piña para librarse de las cubiertas que los apresaban sin compasión. Una niña rubia auxiliaba a un conejo blanco que desertaba de una página descosida, un joven mohíno buscaba entre líneas el camino hacia el castillo de Elsinore y un extranjero abandonaba su indolencia sobre una contraportada descolorida. Olas de espuma arrojaban a un viejo del mar mientras, vigiladas por un forastero misterioso, cuatro mujercitas juguetonas saltaban de tomo en tomo y un caballero de triste figura corría de la mano de un hobbit desconcertado. Un pirata cojo y un intrépido reportero eran perseguidos por un enorme insecto al que un pequeño príncipe esquivaba para proteger a una rosa distante…

Aquella gozosa barahúnda lo mantuvo subyugado hasta que un rechinar fantasmagórico entreabrió la puerta y, alarmado, escuchó la voz conminatoria de su madre: “O pones orden en esta habitación o todos esos libros van derechos a la basura”.

50. Sonrisas impuestas

Abro la boca con recelo, se que no es suficiente, pero aún así, me resisto. Cuando ella me lo pide, no dejo atrás el miedo, obedezco.

No me creo sus palabras, sus aseveraciones proféticas. “No te va a doler”. Sí, sí duele, no me voy a morir por ello, pero duele. “Solo será un pinchacito” Y no, no es tan solo un pinchacito, es un señor pinchazo con apellido, un Pinchazo Morrocotudo.

Se apodera de mi una sensación nebulosa, no podría cerrar la boda aunque quisiera y soy incapaz de decidir entre quedarme quieto o salir corriendo. Me decanto por la primera opción. Entonces ella, previsora y para cortar cualquier iniciativa de retirada, se abalanza sobre mi con sus instrumentos de tortura en las manos.

Me siento inmóvil, indefenso, derrotado. No opongo resistencia, deseando que lo peor haya pasado. Los minutos transcurren como caracoles paseando en el rocío. Cuando me dice que ha concluido, creo que han pasado años desde que me senté en el sillón. “En unos dieciocho meses te los quito” me dice satisfecha. Me marcho a casa cabizbajo. En el calendario tacho el día de hoy, uno menos para que me quiten los malditos brackets.

49. Unidos por la catástrofe (Alberto BF)

Desde que Vicente perdió a Amparo, su vida se había convertido en una triste combinación de nostalgia y horarios ordenados.

A su jornada de trabajo anodina en Paiporta le sucedía cada día indefectiblemente la comida a las tres en La Trillaora, su inexcusable misa de siete en San Jorge y una liviana y silenciosa cena en casa a las nueve en punto.

Pero una tenebrosa nube otoñal lo cambió todo. Nunca antes había visto llover así, ni escuchado unos truenos como aquellos. Mientras rezaba, asustado, pudo observar desde su ventana cómo riadas de coches flotaban calle abajo como lo hacían las hojas secas por el arroyo de su pueblo.

Comprendió que la virgen no iba a venir a achicar agua, y un impulso le llevó a abandonar sus oraciones y bajar a socorrer a sus vecinos.

Ese fue el momento en el que despertó de su letargo y constató una sorprendente realidad: a su alrededor había otras personas, lidiando como él con sus penas y fracasos, que luchaban por sobrevivir. Y solo la unión entre ellos podría salvarles de la hecatombe.

Rodeado de muerte, tragedia y consternación, a Vicente el caos le devolvió a la vida.

48. (DES)ESPERANZA

Cuando te fuiste deseé que la tierra me tragase, pero mi deseo no se cumplió y en lugar de ello se me juntó el cielo con la tierra. Un pedazo de luna se quedó prendida en mi ventana y por la chimenea se colaron cuerpos celestes que alfombran el salón, he de ir con cuidado para no pincharme con sus luminosas aristas. Ya no sé cuándo amanece porque el sol, opacados sus rayos por las nubes unos e inmersos en el lago que hay detrás de casa otros, ha perdido su tonalidad y tiene permanentemente un tono desvaído. Puedo decir que todo está patas arriba y, como la esperanza es lo último que se pierde, me agarro a ella. Pronto llegará la primavera y puede que en la materia espesa que cubre mi corazón, broten unas alas que me permitan salir del hoyo en el que me has dejado.

47. Sin palabras (Josep Maria Arnau)

En el patíbulo, el verdugo le preguntó con sorna si quería decir unas últimas palabras para pedir un deseo. El reo esbozó una sonrisa. Le habían cortado la lengua y solo soltó un gruñido. Entonces apareció un viento huracanado y la tierra se puso a temblar.

46. ADN

Cuando mi familia me llevó a Nueva York, se cayeron las torres gemelas; tras mi paso por Portugal se incendió medio país; en Praga las lluvias torrenciales desbordaron los ríos. Mamá empezó a decir que éramos gafes, que donde íbamos sucedían cosas horribles: un tsunami, un tornado, la erupción de un volcán. Sin embargo, ser testigo de todas esas tragedias me causaba un placer inmenso. Luego vivía pegado a la tele, embelesado con la belleza de cada imagen de caos y destrucción.
De vuelta a casa intentaba crear mis propias catástrofes a pequeña escala. Destrozaba los hormigueros para ver cómo las hormigas corrían desorientadas de acá para allá. Mentía, manipulaba y enemistaba a todos.
Así hasta que me confesaron que era adoptado y me devolvieron al orfanato, seguros de que no iba a cambiar.
Desde entonces recibo la visita secreta de mi padre biológico. Es muy divertido. Con él estoy aprendiendo a provocar nuevas calamidades e infligir castigos a la población. Hoy me ha prometido que pronto me enseñará a reclutar almas, tentarlas y pactar.
—Entonces, padre, tú eres el diablo, ¿no? —pregunté ilusionado.
Pero por desgracia contestó que solo era el dirigente de un partido político deseoso de gobernar.

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