Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

BLANCO Y NEGRO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en BLANCO Y NEGRO

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán relatos que desarrollen el concepto BLANCO Y NEGRO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
días
3
9
horas
0
6
minutos
3
3
Segundos
3
2
Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE DICIEMBRE

Relatos

82. La vida en escalones

El edificio de la casa de mi infancia tenía muchas escaleras. recuerdo que las contaba a menudo, desde el mismísimo piso bajo hasta mi puerta en el cuarto piso. Recuerdo también que subía los escalones de tres en tres e incluso al bajar me «comía» ocho escalones de un solo salto.
Cuando bajaba y subía las escaleras me encontraba con todo el vecindario, aquellos vecinos de antes, de esos que te prestaban una taza de azúcar, un litro de leche o un kilo de harina… aunque a mí no me gustaba encontrármelos porque era muy tímida y evitaba saludarlos, por eso me gustaba bajar y subir sola. Lo que yo daría ahora por tener aquellos vecinos de antes. Las escaleras del edificio donde ahora vivo son frías, de un mármol de sepulcro, de un silencio de tanatorio. Sin algarabía, con vecinos a los que llamas a su puerta y ni abren… Ya ni siquiera puedo subir de tres en tres porque mis rodillas me duelen. Es curioso cómo algo tan simple como una escalera puede reflejar una vida entera… y puede marcar la diferencia entre el principio de tu vida y el final. En el último piso se acaba todo…

81. ESCALERAS DE VIDA Y VUELTA -VALDESUEI-

A sus noventa y tres años, Práxedes está agotado de aferrase a una vida de la que ya ha deshojado todos los pétalos.
Separados por la escalera que comunica ambas plantas del hospital, Luisa, una madre primeriza, comienza a sentir fuertes contracciones.

En la sala de espera, una familia habla con resignación, como si él ya no estuviese; la otra, con alegría contenida, como si ya hubiese llegado.
Uno se ha cansado de luchar; aquí no queda nadie de los suyos. Al otro no le queda más remedio, lo han sacado bruscamente de su cálida zona de confort.
Ambos sienten un repentino frío, y el instinto les impulsa a recorrer las escaleras que tienen delante. Son las mismas, pero van en sentido opuesto.
En la mitad del recorrido, una mano nudosa de piel curtida y venas azulonas, roza levemente una manita nívea y rolliza. En ese instante, unos diminutos ojos se entornan ante la claridad de un folio en blanco que comienza a escribirse; mientras unos párpados se cierran, como se cierra un libro recién terminado.

80. Peldaño a peldaño

Cada vez me cuesta más volver a la superficie después de unas horas de sueño. Al dormirme me hundo, otros vuelan, cada cual su método. Si antes cruzaba de un salto la frontera que separa los sueños de la realidad, ahora tengo que tomar una especie de escalera de caracol que gira, gira, gira… y echo de menos los buenos tiempos en los que no tenía más que abrir un ojo, luego el otro —nunca los dos la vez, por precaución— para poder emerger.

Una vez en la cocina, apenas si consigo tragarme un café.

— ¿No comes nada? —suele preguntarme mi padre cuando, raramente, coincidimos.

—No.

Nunca nos decimos mucho más. Vivimos en un pequeño piso, un entresuelo cutre, y mi historia sobre escaleras de caracol le mosquearía, aunque… vaya usted a saber cómo hace él para volver a la superficie, y eso, cuando lo logra, cosa que ocurre cada vez menos.

 

79. OSCURIDADES

Nos acostumbramos a subir a tientas, guiados por la escasa luz que arrojaba el tragaluz del último piso, porque en nuestra escalera siempre desaparecían las bombillas.

Don Ramón, del 1º A, solía salir a fumar el último cigarrillo del día al espacioso descansillo. El olor a tabaco y el cabo incandescente del pitillo brillando en la oscuridad lo delataban. Pasábamos a su lado sin verlo, le dábamos las buenas noches y él nos contestaba con un murmullo ininteligible.

El día que doña Paquita, del 1º B, echó de menos a don Ramón, vino la policía y mandaron tirar la puerta. Se había muerto plácidamente en su cama mientras dormía. Ningún vecino quiso perderse el suceso; estuvimos al tanto de idas y venidas, hasta el momento final en que los familiares se llevaron sus cosas. Cuando sacaron las dos cajas llenas de bombillas, un murmullo asombrado recorrió la escalera. Doña Paquita rompió entonces a llorar con un llanto silencioso e inconsolable y se retiró a su casa con la certeza, inútil ya, de que sus encuentros nocturnos en el descansillo no habían sido fruto de la casualidad.

78 MUNDOS PARALELOS (Blanca Oteiza)

Paseando se me echó la oscuridad de la noche y me extravié en el laberinto de callejuelas grises e iguales. Deambulé hasta encontrarme perdido más allá de los muros de la ciudad. Una pequeña luz hizo de guía y dirigí mis pasos hasta ella. Unas escaleras ascendían hacía la niebla impidiéndome ver su final. Decidí subir los peldaños y me sumergí en la densa bruma, como un explorador en la selva más recóndita. Según avanzaba, el día iba aclarando y hasta el canto de los pájaros me acompañó junto a la rocosa escala.

Llegué a la cima en el momento en el que el sol asomaba por el horizonte y me mostró un mundo sonriente. Descubrí sus amplias avenidas ajardinadas, llenas de niños jugando y adultos conversando. Los ojos llenos de color lloraron de emoción.

Comprendí que nos habían engañado escondiendo el verdadero universo lleno de estrellas, viviendo bajo el humo cegador de la disciplina impuesta. No dudé en bajar de nuevo y anunciar a los vecinos el descubrimiento. Algunos dudaron, otros me tacharon de loco y unos pocos me siguieron a la cumbre quitándose la venda de los ojos que les había cegado hasta entonces.

77. ¡VIVE LA FRANCE!

Un, dos, tres….Subió los peldaños despacio queriendo así alargar el tiempo, buscando en su memoria algún recuerdo que excusara su condena. Culminó el cadalso cansado, aturdido; el griterío de la gente era un rumor lejano y extraño ahogado por el retumbar de los tambores. Sin saber cómo,  unas palabras brotaron de su boca: » Muero inocente de todos los crímenes  que se me imputan». De un empujón fue colocado en la guillotina que cayó con un sonoro golpe. La cabeza, con los ojos saltones de sorpresa, resbaló de las manos del verdugo y rodando hasta la escalera, comenzó a bajar despacio los peldaños…Un, dos, tres………

76. La entrevista

«Averiado», indicaba el cartel. Maldije en silencio, la entrevista era en la última planta. Miré a mi alrededor. El portal parecía descuidado y por allí no se veía al conserje. Encontré la escalera detrás de una puerta. La luz tampoco funcionaba. A paso ligero, subí un peldaño tras otro. Llegaba tarde y no quería causar mala impresión. Necesitaba el trabajo. A partir de la cuarta o quinta planta tuve que detenerme varias veces a descansar. La escalera era interminable y cada vez parecía más empinada. Estuve a punto de darme la vuelta, pero ¿y si todo era parte del proceso de selección? ¿Si solo se trataba de desechar a los candidatos incapaces de subir andando? ¿A aquellos que no se esforzaban? Aceleré el paso. Empecé a sentir la falta de oxígeno. No sabía en qué planta estaba. La temperatura descendía según iba ascendiendo. Un viento gélido me heló el rostro. Empezó a nevar. El suelo se volvió resbaladizo. Tuve que esquivar varios cuerpos tendidos en la escalera. Otros candidatos, supuse. No podía detenerme a ayudarles. Seguí subiendo muy despacio, agarrado a la barandilla. Pronto caería la noche. A lo lejos, creí divisar al abominable hombre de las nieves.

.

75. LA HABITACIÓN ROSA (Ana María Abad)

La escalera terminaba abruptamente frente a una puerta de color rosa. El hombre del traje gris, en precario equilibrio sobre los dos últimos peldaños, pegó a ella la oreja y contuvo el aliento. Del otro lado no llegaba ningún sonido, ningún movimiento.

Empuñó el picaporte y lo hizo girar despacio, estremeciéndose con el chirrido que arañaba el pesado silencio. Cuando la rendija fue lo bastante grande, introdujo por ella la cabeza para echar un vistazo. El acre olor le asaltó antes de que sus ojos se posaran sobre el montón de cadáveres que abarrotaban la alfombra, una alfombra del mismo tono rosado que la puerta, las cortinas, la colcha de la cama, la pintura de las paredes.

Soltó el picaporte, pero la puerta osciló con fuerza hacia él, haciéndole trastabillar y rodar escaleras abajo. Cuando al fin se detuvo, vio horrorizado que estaba tendido en lo alto de la pila de cuerpos, con los miembros paralizados y la garganta obstruida. Así pues, no pudo avisar al hombre del traje gris que, en ese mismo instante, asomaba la cabeza por la puerta rosa.

74. ESCALERA AL CIELO

Regresar. Como si quedara un lugar para eso… Cargó a su padre en el viejo Skoda con dos colchones y unas bolsas de ropa y pensó en bajar hasta Sufa con la ilusión de que su tío hubiera tenido más fortuna. No existían carreteras, ni calles siquiera, solo esqueletos y despojos de edificios sobre los que vagaba gente buscando una mínima esperanza entre los cascotes. Y ese olor hiriente a fulminación.

Le costó situarse en ese escenario unificado por la demolición, pero sus recuerdos del edificio eran nítidos. Abajo el taller de bicicletas y, subiendo aquella escalera, la casa de Jamil «el cerrajero». La escalera era una demostración magnífica de su oficio: barandas torneadas de forja, escalones de baldosas y un pasamanos de acacia suave por lo gastado. Era única, y reconocible en cualquier lugar. Y no le costó distinguirla, cubierta de esquirlas, sobresalía del suelo, elevándose hacia… donde no quedaba… nada. El último de sus peldaños era un trampolín a un inmenso mar de escombros. Pero se mantenía en pie, intacta, desafiante, como aquel monolito cinematográfico de Kubrick, pero esta vez clavada en los vestigios de una necia civilización, como símbolo de un nuevo tiempo, de un nuevo holocausto.

73. Make Heaven Great Again

Urdió el malévolo pero necesario plan, Jacob tenía la facultad de ver aquella escalera por la que transitaban querubines y benjamines, por eso, cuando vio subir a ese diantre de cara anaranjada y rubio tupé, supo que algo no iba bien. Con su compinche, su ángel de la guarda, dulce compañía, decidieron embadurnar con aceite los escalones de la escalera y provocar un accidente que evitara que aquel diablillo cumpliera sus amenazas; últimamente se paseaba brabucón por la escalera, p’arriba y p’abajo, vociferando que Dios le había elegido para recuperar el esplendor del Cielo y deportar a todas las almas ilegales, reclamaba en tono chulesco el control del gasto, la reducción drástica del funcionariado celestial, y unos altos aranceles para todos los postres y dulces terrenales. Jacob deseaba que la aparición de aquel maldito demonio fuese otro de sus sueños, una pesadilla transitoria.

72. Foto de familia

La primera foto en la que salgo en las escaleras de nuestra casa de la playa estoy en brazos de mi madre. Mis padres están en la parte superior, y mis dos hermanos mayores, que no tendrían más de cuatro años, un peldaño más abajo. Durante mucho tiempo solo aparecíamos en las fotos mis padres y los cinco hermanos, porque después de mí llegaron dos hijos más. Son fotos ajadas, en blanco y negro, una cada verano, idea de papá. Poco a poco la familia fue creciendo, llegaron las parejas, las bodas, y los hijos, y el espacio de la escalera se fue ocupando hasta los escalones inferiores. Las fotos cogieron color, cosas de la nueva tecnología. Pero hace tres veranos faltó mi padre, por primera vez en una infinidad de años él no estaba, y las fotos volvieron con tristeza al blanco y negro. Ahora siento vértigo, porque ya ocupo la parte superior de la escalera y este verano tampoco estará mi madre para sostenerme en sus brazos como en aquella primera imagen.

71. Siempre quedará un salvaescaleras

Hay certezas ineludibles.

Acudí al teatro el fin de semana pasado a la obra que presentaba un afamado humorista nacional que no está pasando por sus mejores momentos de salud, aunque él con su innegable talento lo revista todo de humor, pero ¿era necesario empezar la función así?: «Me estoy muriendo………….y ustedes también».

Obviamente no llegaré a todo, pero no veo la necesidad de recordar a todas horas que la vida es finita, no me gustan los límites y hay temas que deben seguir en una nebulosa, al menos para mí, no entiendo esta moda de reivindicar hablar de la muerte como un valor en alza compartiendo detalles y miserias.

Hace algún tiempo vengo observando que bajo los escalones de uno en uno y he oído varias veces: «Mamá, bajas las escaleras como la abuela». Voy asumiendo otra certeza, ha llegado el momento de que las rodillas me empiecen a doler, (ojo que nadie me advertía a diario de este desenlace del paso de los años y yo he vivido feliz sin tanto recordatorio).

Son sólo cinco escalones para subir a casa, internet me ha enseñado ejercicios para mejorar, las escaleras no serán un obstáculo mientras haya ¡VIDA!

Nuestras publicaciones