Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

QUIJOTERÍAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en QUIJOTERÍAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el tercero serán QUIJOTERÍAS Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE MAYO

Relatos

10. Apreciaciones

Llevo horas delante del espejo. Me resulta extraño verme sin ropa ni adornos. Mi cuerpo desnudo, el espejo y yo; solamente los tres, un buen número. O igual no, dicen que dos son compañía, tres multitud. Y a mí nunca me gustaron los ménage à tróis, siempre termina estorbando uno. Hoy, apuesto a que es mi cuerpo el que sobra. Si me viese Freud, hablaría de pulsiones, del yo, del narcisismo o del autoerotismo. Y suena bien: la soledad y el erotismo pasado el meridiano. Es más divertido que charlar sobre los beneficios de comer fruta a diario. Pero yo diré que, a la vejez, viruelas. Viruelas y la resaca de los años, los estragos gravitatorios, las deformaciones artríticas y el resto de alifafes que me van desdibujando. Me rediseñan a su antojo. Descodifican la fecha de caducidad en mis arrugas, mientras los recuerdos se me enredan con las canas y los poros de la piel se agrandan, tanto que por alguno se escaparan los veintiún gramos de mi alma. Aunque no será hoy, no porque todavía no he acabado de contemplar este cuerpo imperfecto, finito. Creo que hoy retiraré mi apuesta y, quizás, más tarde, el espejo.

09. Tres veces por semana (Jesús M. Valls)

Tenía tan solo dos meses de vida, pero recuerdo una sala llena de batas blancas y olor a desinfectante. Voces que recitaban mis síntomas y un futuro bastante negro, mientras yo pasaba de unos brazos a otros hasta que cierto día resbalé de unas manos accidentalmente y caí de bruces al suelo. Todos pensaron lo peor. Mi madre se acercaba cada día al hospital para probarme el último gorrito que había tejido a ganchillo para el día del entierro, pero como no me decidía a morirme, la pobre se pasó los años tejiendo infinidad de gorros. La verdad es que mi fortaleza era tal que los médicos se empeñaron en evaluar mi grado de resistencia a los traumatismos. Me arrojaban tres veces por semana desde una cierta altura y aumentaban varios centímetros en cada sesión. A pesar de todo no pudieron enviarme al otro mundo y conseguí llegar a adulto. No les guardo rencor, al fin y al cabo la gente de ciencias son así y así hay que aceptarlos, bastante tienen con no creer en milagros.

08. HABITACIÓN 326 (Modes)

Anoche mi mujer me susurró: «Haz las paces con Pilar y dile que vuelva a casa.

Está desamparada y necesita a su padre.

Y el bebé, a su abuelo».

Y yo, acariciando su pálida mano, sólo pude sonreír.

Por no llorar.

07. Buscamos hombre

Mi madre puso un anuncio en el periódico local. Yo no quería, pero ella era tan tacaña que cuando teníamos que comprar un par de zapatos se ponía de mal humor.

Una mañana, en la sección de anuncios por palabras, lo vi. Puso las justas para que se entendiera, si eras listo:

«Buscamos hombre compartir zapatos, izquierdo, 41».

Para mi sorpresa, se entendió y al día siguiente me dijo que podíamos ir de compras. Doblé lo que me sobraba del pantalón y lo ajusté con un imperdible a la altura de mi ausente rodilla izquierda, cogí la muleta y nos fuimos a la zapatería, en el centro de la ciudad.

En la puerta nos esperaba un señor mayor, al que le faltaba la pierna derecha, apoyado en su muleta. Parecíamos un reflejo cuando nos pusimos de frente para saludarnos.

Mi madre nos azuzó para que entráramos, con la seguridad de que nos pondríamos de acuerdo enseguida. Así fue y así pasaron los años, hasta que Evaristo murió. Mi madre también había muerto tiempo atrás.

Hace meses publiqué un anuncio idéntico al suyo en el periódico, pero nadie contesta y en mi armario guardo entre lágrimas los zapatos izquierdos sin estrenar.

06. Sintonismo

Mónica corrió hasta la parada del autobús. Ansiaba llegar a casa, ponerse el kimono y agasajarle con la ceremonia del té, si es que él quisiera aparecer.

Alberto esperaba el autobús. Estaba harto de no poder usar su coche los días de matrícula par por culpa de esa maldita lluvia que nunca acababa de llegar.

Mónica preguntó: ¿sabe si pasó el 27?  Lo siento, acabo de llegar, y ella se sentó a esperar.

Alberto bajó la mirada y ya no pudo apartarla de flor tatuada en el brazo de ella. El aire cálido de octubre trajo olores dulces y suspirando dijo en voz alta “Ren”, que significa flor de loto en japonés. Ella comprendió en sus ojos negros que había servido a un falso dios. Un taxi se detuvo y él le tendió la mano. Mónica, confiada, subió. Ambos tenían la impresión de dejar algo pesado atrás.

Sobre esteras de bambú Alberto le dio de comer. A ella le gustó la delicadeza con la que sus palillos dejaban la comida en su boca, como si fuera un gorrión.

¿Y ahora? Preguntó Mónica. Él dudó un segundo y luego decidió no hacer con ella lo mismo que con las demás.

05. SONRISSUS

Perfectus, Eternus y Completus jugaban a ver quién tenía más poder.

Eran incipientes proyectos de dioses alborotadores y competitivos que nunca se daban por satisfechos hasta que salían vencedores de sus trifulcas.

Los observaba atentamente su mentor, un dios menor dedicado a la docencia que aconsejaba a los futuros dominadores del universo.

Esperó tranquilo hasta que la disputa subió de tono y comenzaron a elevar el volumen de los insultos.

Con atronadora voz que retumbó en los cielos de todas las galaxias habitadas puso fin al conflicto.

Les espetó con tranquilidad: “Mucho debéis aprender todavía, cachorros. Os creéis los reyes del infinito y quizás jamás lo consigáis. Vais a recibir la mayor lección de vuestras interesantes historias. Únicamente seréis importantes cuando comprendáis a la mejor de todos, la pequeña diosa que allí está disfrutando de los juegos con otros compañeros. Es Sonrissus. Ninguno de vosotros alcanzaréis el máximo rango sin dominar su insuperable arte de la sonrisa”

El Maestro les deseó feliz jornada estelar y se despidió hasta la siguiente clase, más o menos después de unos miles de millones de miríadas universales.

04. TURBULENCIAS (Fernando García del Carrizo)

Por mi trabajo tenía que volar con regularidad y ya estaba acostumbrado. Ese vuelo empezó como siempre; colas para embarcar, instrucciones de seguridad a las que nadie hace caso y las palabras de bienvenida del comandante. Quizá si hubiera prestado atención habría descubierto el temblor en su voz y ese discurso lleno de dudas que terminó con un inapropiado “buena suerte”. Nada es perfecto.

Yo, que jugaba a ser escritor, aprovechaba estos viajes para anotar ideas o modificar algunos textos. Encontraba muy productivo ese rato. Siempre pedía un café que multiplicaba mi creatividad. Sin embargo, aquel día no tenían. Frente a la pantalla del portátil no se me ocurría nada ingenioso y tras revisar dos relatos los dejé inacabados. Nada está completo.

De pronto, fuertes golpes de viento generaron sacudidas que a pesar del cinturón nos hicieron botar en el asiento. Una ola de miedo se extendió entre el pasaje. Las mascarillas cayeron. La tripulación, asustada, corrió a sentarse para evitar daños. Entre gritos de pánico, agarré las manos de los desconocidos sentados a mi lado, cerré los ojos y contuve la respiración. Nada es eterno.

03. FÉLIX (Puri Rodríguez)

Era mayor. Vamos, que ya hacía tiempo que había doblado el codo del siglo. Cuando le
preguntabas, mecánicamente, qué tal estaba, el tipo iba y te lo contaba, detallando durante un rato su colección de goteras físicas: Una pierna más larga que la otra, una leve sordera, imsomnio recurrente, algo de artrosis en una rodilla… En fin, que, según él, se le adelgazaba el futuro un poco más cada día.
Así, de entrada, parecía un auténtico cenizo pero, al rato, cuando callaba y se le perdía la
mirada en el horizonte, en un objeto cualquiera, en la gente que paseaba ante él o, más
excepcionalmente, en tus propios ojos… Uffff, entonces todas sus taras, sus defectos y sus años se desvanecían y sólo tenías frente a tí a un ser excepcional, inteligente y sensible, que te regalaba la serenidad y la belleza indescriptible de los ojos más extraordinarios que nos es dado contemplar en toda una vida.
Ayer, Félix se durmió y ya no volvió a despertar. La luz de su mirada gatuna se fue y nos dejó en la más negra oscuridad.
Descansa en paz, querido amigo.

02. ANÓNIMO (Ángel Saiz Mora)

Si refiero una y otra vez mis andanzas no es por inmodestia o protagonismo, sino porque han cautivado a muchos y no dejan de hacerlo.

Nací con el lastre de un origen humilde: huérfano de padre de dudosa honradez, e hijo de una mujer amancebada con otro hombre.

Hube de mutar la ingenuidad en picardía para sobrevivir. No lo pusieron fácil mis nueve amos, colmados de egoísmo e hipócrita apariencia, pero puedo vencer cualquier infortunio tras lo aprendido al servirles.

Pasé de ser un iletrado a contagiarme de la magia de la literatura, en su versión de género epistolar. Bien sabe Vuestra Merced cuántas veces he escrito esta carta novelada, tantas, que ya no digo eso de «por ventura», ahora la lengua es otra. Atrás quedaron también la pluma de ave y la tinta.

Es verdadero que no existe nada ni nadie completo, menos aún perfecto, tampoco yo, que, pícaro al fin, fantaseo sin descanso al asegurar que soy el autor de un libro memorable, compendio de fortunas y adversidades. Nadie conoce el verdadero nombre de quien las imaginó. Era mortal, pero algo divino debió tener cuando al crearme a mí, Lázaro de Tormes, me hizo eterno.

01. FANTÁSTICOS

Oddas, el padre, es un excelente carpintero, y la madre, Merile, tiene la virtud de reparar cualquier estropicio: lo mismo soluciona una avería, que sutura una herida o remienda un pantalón.

Ya llevan unos cuantos meses instalados en Casares. A las afueras, cerca del viejo molino. Tienen un huerto, una camioneta y tres niños. El de la pierna de abedul es Brun: nunca tuvimos mejor zurda en el equipo del pueblo. Como a Leo se le escama la piel, le distinguimos fácilmente por las singulares prendas tejidas con hilo de col que le hacen en casa. Y Ali, tan delicada, tan… enigmática. Adoro cómo pronuncia en latín la especie de cualquier insecto, y cómo suena su corazón cuando me acerco… tic, tac, tic, tac…

89. Urbanidad

El maitre nos dio las habituales instrucciones antes de cada servicio, mientras los clientes ocupaban sus asientos. Debí sospechar al ver las pamelas imposibles de las señoras, al mas puro estilo Ascot. Caballos no había, pero en los jardines descubrí un pony con un lazo rosa en las crines y las pezuñas pintadas del mismo color, que miraba con ojos resignados a la turba ruidosa. Con los langostinos los invitados se entregaron con vehemencia a la succión. En la mesa cinco no dejaban de repetir. Una señora horrible con el maquillaje corrido como la paleta de un pintor, descargaba bandejas enteras en un bolso XL. Después del solomillo tuvimos una clase magistral de higiene dental con mondadientes. Una vez utilizado, el instrumental se abandonaba en infames montoncitos sobre la mesa.
-Tchist – me llamó el padre de la novia metiendo un billete de 1000 pesetas pesetas en el bolsillo de mi camisa. Rondel Oro para todos chaval, que se casa la niña.
Una semana después vi la noticia. Brote de salmonella en una boda, todos los invitados afectados. Entonces pensé que esa bacteria era enviada por la Divina Providencia. Los caminos del Señor son intrincados.

88. Nunca fuimos ángeles

La tristeza se le derramaba por la mirada, sus ojos no estaban acuosos sino secos como el esparto de una antigua mecedora. Así era Jacinto, tenía fiebre con treinta y cinco grados. Su pulso, ni rápido ni lento, venía a ser extraño.

Que me llamara para desahogarse ya me resultó enigmático, pero evidentemente acudí como un rayo en el refajo. Al amigo, al que puedes llamar todavía camarada a esta edad, no se le hace un feo que pueda ser irrecuperable.

Transitaba en un abandono, una soledad no esperada, una trampa del destino. Lo entendí todo, podía componer todos los entresijos sin esfuerzo. Si alguno era la uña, el otro era la carne.

Me alcé y lo levanté también a él. Lo estreché entre mis brazos como jamás lo había hecho y él respondió con la misma intensidad.

Era lo que debía hacer y lo hice. Solo en un abrazo así puedes saber si tu dolor es mayor o menor que el del otro; los átomos chocan, se esquivan, bailan alrededor y puedes sentir, junto a la empatía cariñosa, un consuelo interior deleznable.

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