Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

BLANCO Y NEGRO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en BLANCO Y NEGRO

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán relatos que desarrollen el concepto BLANCO Y NEGRO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE DICIEMBRE

Relatos

22. PASAMANOS (Juan Manuel Pérez Torres)

Su vida es ya como una escalera de caracol dentro de un laberinto -me dijo, hablando de la abuela. Va bajando peldaños lentamente y, en cada paso, el suave giro le va dando la espalda sin saberlo ¿sabes, hija? parecen escalones sutiles, pero son determinantes porque no tienen retorno. Así explicado, lo entendí entonces. Su experiencia como geriatra era reconocida por todos.
Ahora solo lo acompaño, le leo a ratos, miramos fotos, de alguna manera, le hago más cómodo su tiempo.

Y veo cómo cada mañana se despierta sin pretenderlo, cómo sobrevive esperando que sus ojos también olviden.

21. ANGELITA (Paloma Casado)

El barullo de la familia de arriba interrumpe el silencio del piso de Angelita. Al poco de llegar, la mujer fue a presentarse con sus tres hijos y a ella, resignada al protocolario: “buenos días, buenas tardes” apresurados de los vecinos, le pareció un buen detalle a pesar de sus prejuicios: «estas “panchitas” paren como conejas».

-Señora Angelita ¿podría quedarse un ratico con Estela? Es que tengo que hacer unos recados y con este frío…preguntó una mañana “la de arriba” tras llamar a su puerta. Y antes de que pudiese contestar se encontró con la mirada de unos adormilados ojos negros y unos bracitos alzados hacia ella.

Así es como Estela se enseñoreó de su casa y de su vida. A partir de entonces acude a menudo “a donde Lita” para comer galletas y jugar con los cachivaches y aprender sus antiguas canciones de corro.

Hoy, sin que nadie lo sepa, ha acudido al notario para hacer testamento. Con solo poner unas escaleras podrán unir los dos pisos y hacer un dúplex cuando ella falte. Mañana será la madrina en el bautizo de la pequeña. La han llamado Lita como a ella.

20. Orígenes

De noche tengo pesadillas. Mientras desayunan, escucho decir a los más pequeños que la casa cruje de noche, que les da miedo que se les caiga encima. Los mayores le quitan importancia: Solo es la madera de las escaleras.

Pero es cierto. Grito en sueños. En los suyos y en los míos, recordando mis orígenes: De cuándo me talaron, desgarraron mis raíces, se deshicieron de mis ramas, mis hojas y mis nudos. Incluso noté cómo mis anillos se detenían y se encogían.

Todos esos recuerdos duelen, aunque haya pasado el tiempo.

Y es que llevo conviviendo con esta familia más días y noches de los que viví con los míos.

A veces unos primeros pasos tambaleantes, una pisada en zapatillas, o mimos en forma de cosquillas de cera para que siga brillando, me relajan, y casi me hacen olvidar de dónde procedo.

Pero cuando suben y bajan a la carrera, dando pisotones y gritos, la herida se reabre y me desgarro de nuevo.

Es, en esas noches, cuando mi alma de madera deja salir todo ese sufrimiento; contenido en mis quince, perfectamente rematados y alineados, escalones. Dentro de un chalet unifamiliar de dos plantas y parcela privada con piscina.

19. Huella y Contrahuella (A. Barceló)

Le obsesionan las escaleras, él las entiende como herramientas que el destino utiliza para llevar a cabo su función. Incontables son los sucesos de su vida que dan veracidad a esta teoría. En su infancia, por ejemplo, su padre anunciaba sus temibles borracheras tambaleándose de escalón en escalón antes de entrar en casa, hasta que un día, completamente ebrio, se desnucó en uno de los peldaños. En la pubertad, la última vez que subió las escaleras que conducían al despacho del director del instituto, fue expulsado definitivamente del centro, así se libró de la banda de hijos de puta que no dejaban de hacerle la vida imposible. Años después, conoció a la mujer de su vida en las escaleras de una discoteca y, hace poco, la perdió para siempre cuando se cruzó con ella subiendo las que conducían a la habitación del hotel donde se acostaba con su amante.

Hoy, de nuevo su destino le espera en una escalera, concretamente en el descansillo de la de servicio. Allí se encuentra apostado un matón a sueldo del promotor de la timba que acaba de abandonar con las ganancias obtenidas gracias a una increíble escalera de color.

18. Tres escalones

No pude evitar mofarme de la fascinación de mi amigo por las profecías de la enésima pitonisa que visitaba. Pero no debí aceptar su apuesta, ni, sobre todo, subestimar la infinita crueldad de aquella maldita bruja. «Los tres escalones de cualquier escalera guardarán los mismos años que te resten de vida». Ese juramento corrompió mi destino.

Primero fueron mis seres queridos, después, miles de generaciones las que irían desapareciendo mientras confeccionaban inexorablemente la autodestrucción de nuestra especie. No quedó nada entre las ruinas. Nadie, solo yo. Yo, que debería ser polvo y, sin embargo, estoy vivo.

Esos tres escalones… Imposible terminar con ellos. La muerte seguirá ignorándome mientras quede alguna escalera, y la historia humana atestó el planeta de ellas. Ahí siguen, enterradas, preservadas de la erosión. No he parado de buscar. Si encuentro alguna, intento destruirla y continúo buscando, famélico, consumido, desde hace ¿cuánto?, ¿cientos de milenios…? No recuerdo si alguna vez comí o bebí.

No importa que me dejara ciego; sigo mirando al sol, cada vez más ardiente, más rojo, más gigante. Algún día, por fin devorará a la tierra con todas sus malditas escaleras para dejarme a merced del final más inconcebiblemente aterrador: los tres años siguientes.

17. El sentido de la marcha

Aunque casi nadie lo sepa, hay una escalera ideal para cada persona y momento.  Y, aunque nadie lo sepa, me paso el día pisando escalones, buscando el acople perfecto según el sujeto y sentido de la marcha (que casi nunca coincide al subir o bajar). Hay quien ha nacido para el caos de los escalones irregulares o quien detecta unos pocos milímetros de diferencia entre cientos de rigurosos peldaños; quien insiste en usar escaleras mecánicas y se siente un completo idiota porque, en realidad, está predestinado a las de caracol.

Cada día recorro la ciudad tomando notas. Apunto «varón barbilampiño con cojera en pierna izquierda, excelente perfil para escalera ligeramente peraltada» o «escalinata de la Cuesta de los Ciegos, recomendable para parejas en crisis». Y puede ser que esta vocación mía me haya empujado a reformar el tramo de escaleras que baja a mi sótano. Tras dar con el tamaño de huella y material indicados, he conseguido que se adapte inmejorablemente a mi bajar melancólico. Ahora no tengo más remedio que concebir otro tramo a la altura —diferente, aunque perfecto también— para poder subirlo al trote, como a mí me gusta, antes de que se terminen las provisiones aquí abajo.

16. Resignación (Aurora Rapún Mombiela)

Cada vez que voy a casa de mi amiga Inma, me llevo alguna reprimenda. Reunidas en torno a la mesa baja del cuarto de estar, mis amigas esperan a que me siente mientras me quedo plantada como un bonsái. Ya me han llamado varias veces la atención: que si alucino, que si estoy tonta, que si tengo que salir más. Por eso suelo rehusar cuando me invita, pero hasta mi madre insiste en que acepte, que pase página, que hay que ir retomando la vida poco a poco. Todas piensan que sufrí una crisis nerviosa causada por el estrés del trabajo. Así que hago lo de siempre, disimular. Agachar la cabeza y seguir adelante. Ya llegará el día en que ellas también puedan ver esa escalera y el altillo al que conduce. Y la sangre. Pero todavía no, así que me siento y me tomo el poncho, con mi cara de alelada de siempre, mientras mis amigas bromean sobre lo pánfila que puedo llegar a ser algunas veces.

15. La casa de muñecas (Susana Revuelta)

Que en su primer día como asistenta en aquella casa le encargase doña Asun fregar el suelo de su casita de muñecas, pasar el polvo y repartir por la diminuta sala dedales decorativos con brotes de lentejas, le pareció a Fernanda una chaladura. No sabía si contárselo a la hija que la había contratado para limpiar un poco entresemana y dejar algo hecho para la comida y la cena. Y que además ese viernes le pidiese la anciana, antes de irse a la peluquería, que envolviera en papel transparente un dadito de queso curado de oveja, otro de paleta ibérica, un biscote, una fresa y un botellín de cava de los de hotel que guardaba en la alacena y que lo metiera en la mini nevera, le hizo sospechar de una posible demencia.

Pero cuando el lunes, tras no lograr despertarla de su sueño, se arrodilló a regar con un cuentagotas las lentejas, observó atónita que en los peldaños de la escalera estaban esparcidos, como un reguero, unos mocasines, un traje y camisa gris marengo, una corbata y, en el suelo del dormitorio, unos calcetines y unos calzoncillos negros.

Y, como era de esperar, las sábanas de la cama revueltas.

14. PERSONALIDAD MÚLTIPLE ( Fernando García del Carrizo)

Conforme envejezco me vuelvo cada vez más excéntrica y cambiante. Sé que estas rarezas se deben al contacto diario con los vecinos. Convivir con sus defectos y caprichos me hacer ser más tolerante y humana. Poco queda ya de mi rectitud y brillo inicial. Tan pronto soy el joven del séptimo y vibro cada vez que baja saltando los escalones de tres en tres, como el tímido del cuarto que siempre sube pegado a la pared . Cada mañana me convierto en la abuela del primero que pasito a pasito y bien agarrada a la barandilla desciende para ir a misa. Me transformo en la mirada del conserje al pasar la fregona y al igual que él, me enojo cuando alguien pisa si mi rostro todavía está mojado. De madrugada me encarno en la chica del octavo cuando se cita con el novio en la oscuridad de mi rellano para besarse con pasión. Por eso no oculto mi satisfacción cuando la otra noche ayudé a escapar a la vecina del quinto del ogro con el que vivía, al que hice tropezar con tan mala suerte, que al caer se desnucó con uno de mis peldaños.

13. CARRUSEL DEPORTIVO

Sentí unos dolores tan ochentones, que la esquiva madrugada en vela me obligó a meditar. Pero la vela debió prender mi inocencia llevándome directa al ayuntamiento: cuarenta escaleras diarias eran demasiadas. En el amplio hall de estilo churrigueresco planteé mi necesidad de un ascensor. Pero la displicencia mostrada me remitió al plan B: hacerme deportista. Socia del club de fútbol desde 1940, hablé con el “míster” y, contra todo pronóstico, prometió ayudarme. En el ayuntamiento, la apatía mutó en preocupación. ¡Oiga, que es únicamente para aconsejarle algunos ejercicios gimnásticos! El alcalde amenazó con renunciar al palco. Numerosos aficionados se pusieron de uñas. Colgaron pancartas en los alrededores del estadio. Y la subvención al club se postergó sine die. La caja de los truenos se destapó cuando el primer edil lo dejó bien claro: ascensores o subvención.
Las escaleras, como la vida misma, se vuelven más pesadas a medida que envejecemos. Nos hablan de caducidades, de estar aquí de paso, de preparar la maleta y despedirse dignamente…
Aquella temporada echó a andar zigzagueante. Pero los truenos apenas fueron una tormenta seca. Llegaron los triunfos. Pocos recordaban los ascensores. Menos aún me veían llorar de rabia siguiendo los partidos en el Carrusel Deportivo.

12. Esa cueva oscura, de Jose María Escudero Ramos

De niño vivíamos en el bajo del edificio. Antes de que llegara el ascensor, la gente pudiente vivía en el piso principal. Luego cambió y los más pudientes comenzaron a disfrutar de las viviendas de los pisos de arriba, abajo las de los porteros o humildes ciudadanos.

Recuerdo una mañana en la que jugaba con la peonza, el mejor regalo de cumpleaños que nunca había tenido. Al primer lance se fue debajo de la escalera, un lugar siniestro en el que, según decían, se escondían los peores monstruos del vecindario. Mi mente respondió antes de que pudiese hacer el intento de moverme ¿Yo meterme en esa cueva oscura? Dejé ahí la peonza. Nunca me atreví a cruzar la frontera a lo desconocido.

Con el tiempo aprendí a tener más coraje y a superar mis miedos, justo cuando fui consciente de que te paralizan.

Para sacar provecho de mis fracasos, empecé a coleccionar peldaños. Ya tengo unos cuantos, casi finalizo la escalera del primer piso hacia el éxito. Cuando la termine, tapiaré ese hueco de la escalera que me hace temblar, no sea que descubra el lugar en donde se esconde el monstruo que llevo dentro… y me paralice.

Jose María Escudero Ramos

www.escuderoramos.com

11. Blowing in the wind

Esperas impaciente tu turno. Al fondo distingues a un anciano barbudo con unas llaves al pie de una escalinata de mármol que se pierde en las nubes, un pasillo lateral envuelto en la niebla y una rampa humeante directa al inframundo. La mayoría descienden cabizbajos, envueltos en llamas; unos pocos, muy pocos, suben cantando las escaleras; y rara vez desaparece alguno meditabundo por el pasillo lateral. Cuando llega tu turno, el de las llaves exclama: “Pasillo”. Tú preguntas que a dónde va. Te dice que al limbo. “Imposible”, contestas. “El Papa aseguró que no existe”. El barbudo se ríe de ti, “otro panoli que se lo ha creído. Venga, elige: pasillo o rampa”. Te amenaza con el pulgar hacia abajo. Tú le das la vuelta y escapas escaleras arriba. Maldice. Grita. Te persigue. A pesar de la edad es muy rápido. Cuando por fin te alcanza te lleva de las orejas de vuelta al limbo. Tú finges arrepentimiento, mientras tanteas en tu bolsillo. Para cuando se dé cuenta de que le falta una llave ya habrás escapado y regresado al tanatorio, a tiempo de rellenar con una X la casilla de incineración. “Vuela”, piensas mientras tarareas Stairway to heaven.  

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