Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

43. Y vuelta a empezar

12. Cada día nos sentamos frente al reloj. Como si examinásemos su marcha.

1. Pero sucede al contrario. Arriba, en su atalaya, no cesa de vigilarnos colgado en la pared.

2. Mi marido lo considera imprescindible. Tanto como para cambiarlo por la cometa que incluí en la lista de boda llena de ilusión.

3. Según él, solo su maquinaria tan precisa es capaz de transformar el caos en orden.

4. Por eso, durante las mañanas del café, apuramos su aroma al “prestissimo” tempo de la aguja más fina, casi invisible.

5. Y, cuando regresamos al hogar, es la más larga quien marca el plazo de silencio que compartimos antes de ir a dormir.

6. Los fines de semana, la aguja corta se impone a las otras dos.

7. Es la cadencia más lenta. El movimiento “grave” que extiende su sombra entre él y yo.

8. Una curiosidad: grave significa tumba en inglés.

9. En esos días de asueto, se obstina en mostrarme las piezas que lo componen una y otra vez.

10. Y siempre se detiene en el muelle. “El alma del motor”, dice admirado.

11. Yo, sin embargo, prefiero la fuga. Qué magnífico nombre.

42. Ayer

La luz del atardecer de otoño iluminaba el viejo paraguas de madera, reclamo de la antigua sombrerería que ocupaba un local de la calle más comercial de la gran ciudad.

En la fachada, aparte de la imagen publicitaria, un reloj señalaba las horas con algunas notas de piano de Chopin, y un gran escaparate mostraba toda su artesanal oferta. En su interior, estanterías cargadas de sombreros, gorras, boinas y monteras, algún tocado de mujer, y un par de solideos y birretes; dos paragüeros en una esquina y una percha con cinturones de cuero en la otra; todo ello cubierto por una fina capa de polvo. En el centro, la mesa con la escribanía y cientos de papeles en un perfecto desorden y, sentado tras ella, el dueño del establecimiento tomando notas en su libro de cuentas bajo la luz mortecina de la lámpara con tres de las seis bombillas encendidas.

Me gustaba pararme y escuchar como el reloj desgranaba el ocaso en forma de Nocturno, hasta que un día, una tormenta descargó su furia en la ciudad y arrastró el paraguas. El reloj de cuco entonces se paró y el polvo se enseñoreó para siempre del pasado.

41. Volar a contracorriente

Entras en el quirófano segura de ti misma. Siempre has sabido lo que querías, sin importarte lo que pensasen los demás, y aunque dices que no vas a experimentar ningún dolor, te anestesian por protocolo. El cirujano te practica una incisión en el bajo vientre, donde está tu reloj biológico. Te reirías si lo pudieses ver. Cable rojo. Cable azul. Es igual que en las películas, salvo que él no duda al desactivarlo. Luego hurga en tu interior para encontrar el saquito de arroz. Comprueba que ya ha comenzado a hervir y corta el pedúnculo que lo une al útero. El resto de la operación se dedica a realizar un legrado a tu instinto maternal hasta que lo deja estéril.

Cuando te dan el alta abandonas Maternidad con la angustia de haber estado rodeada de cuerpos grotescos, deformes, monstruosos. Instintivamente te llevas las manos a tu vientre plano, duro, sin estrías, y sales del hospital respirando aliviada, como si despertases de un mal sueño. Allí, en la misma puerta, empieza a golpearte con furia el aire hostil de la sociedad, hinchado de reproches, pero tú solo sientes que te has librado de una pesada cadena. Que ahora ya puedes volar.

40. Relojes parados (Montesinadas)

Dos metros treinta es la distancia exacta que separa el suelo de los pies de los ahorcados que cuelgan de las farolas en la avenida. Por los escalones que llevan a la parte alta de la ciudad corren cataratas de sangre hacia el río donde flotan los cadáveres decapitados, cuyas cabezas, se alejan amontonadas en una barca conducida por un monstruo envuelto en una bandera.
La muerte marca su hora desde los tejados: se detiene, apunta, dispara y una víctima más sobre el asfalto con un pie atrapado en los radios de la rueda de su bicicleta que gira hasta ser aplastada por las botas de los gigantes del séquito del dictador que después, pisotean la bolsa de pan duro que la niña llevaba a su casa. Y crujen los mendrugos como crujen sus huesos.
De las alcantarillas centenares de peces disparados hacia el cielo gris y otra explosión que revienta el quiosco y las postales que compraban los turistas de una ciudad, que ya no existe, llueven en pedazos sobre el grupo de ancianos que apoyados en las vallas, alrededor del último socavón, esperan sin miedo su hora mientras observan la brutal obra de ese gran hijo de puta.

39. TRAMPA MORTAL

Abrió los ojos. A su alrededor tan sólo oscuridad, compacta y espesa, con cierto tufillo a rancio. Las superficies a su alcance lisas, tersas, madera quizás. El opresivo silencio punteado únicamente por un rítmico eco lejano.

De súbito, un chirrido metálico a su espalda, acercándose con mortífera rapidez, la impulsó a cubrirse la cabeza y arrojarse al suelo, un suelo que comenzó a deslizarse hacia delante a toda velocidad, como huyendo de una amenaza invisible. El enemigo era enorme, podía intuir su presencia a escasos centímetros, terrible, hambriento, dispuesto a devorarla sin piedad alguna. Y cuando ya se daba por perdida, un sonoro golpetazo abrió frente a ella el camino hacia la libertad.

Momentáneamente cegada por la luz exterior, no se veía capaz de esquivar al pájaro que se abalanzaba sobre ella… para levantar la cabeza y cantar: «cu-cu, cu-cu, cu-cu» con voz aguda y poco natural.

La mosca, con un suspiro aliviado, se apresuró a alzar el vuelo y alejarse de aquel maldito reloj de cuco.

38. La pasión de D. Ricardo

 

No estaba en la Iglesia. Jugaba con él, un ratón manejando al gran gato. Se equivocó cantando el salmo, estaba irritable, fulminó a un monaguillo con la mirada. Después de misa dobló cuidadosamente la casulla y se levantó la camisa. El cilicio había dejado una fea marca en la cintura. El mordisco del alambre en la carne le daba un aspecto torvo que, junto a la ceja izquierda levantada, intimidaba a los fieles. Rezó ante una imagen de San Agustín y se sintió reconfortado, limpio. En una de sus aldeas le dieron viandas de la matanza, pero hoy ayunaría. Sudó hielo esperando la hora, fumando un Ducados tras otro hasta que los santos se difuminaron en una niebla de ansiedad. Por fin escuchó el bullicio de la chiquillería y vio las rodillas rojas de mercromina, los tirabuzones de querubín, un diablo que olía a Nenuco. Se obligó a pensar en sangre, pus, mocos, miasmas que ocultaba su apariencia angelical. Se sintió fuerte, rebosante de fe y con vocación renovada . Después de la catequesis le despidió con frialdad, esta vez no caería en la tentación. Como le pasó con su hermano mayor.

37. ANTOJO DE REALIDAD (Belén Mateos)

Fue en marzo. Lo recuerdo porque era el mes de nuestro aniversario. Fue a las doce. Lo sé porque se escuchaba el ángelus en el campanario de la iglesia y las agujas de su reloj marcaban con esa desmedida puntualidad tu ausencia. Fue el portazo que diste al marchar el que me despertó de una realidad que no quería ver entre las saetas de nuestro tiempo.

 

Ahora miro al cielo, que es mi refugio. Me escondo entre cartones y me asomo al escaparate de la bollería con el antojo de tu vuelta.

 

Espero escondido para verte caminar hacía la escuela y en tiempo de recreo observo, sin rencor, como hablas con el profesor de inglés. No importa, ya nada importa.

 

En una esquina devoro un cruasán con ansia mientras las campanadas ensordecen tu abandono y el reloj marca la hora en punto de mi deshora.

 

 

 

36. Yo, soltero

El chaparrón cayó súbito, violento. Para resguardarme, entré en el primer comercio abierto, una tienda de antigüedades que recorrí sin mucho interés hasta descubrir un reloj de pie tan bello que quedé embobado contemplándolo.

—¿Te gusta? —preguntó una joven voz de vendedora.

—Me encanta

—Soy Francesca —se presentó la atractiva pelirroja—, amo este reloj y aunque lo tengo en exhibición, no sé si podré separarme de él.

Buena comerciante, pensé.

—Te interesa? —preguntó.

—No estaba en mis planes…

Pero ella descubrió en mis ojos que yo lo deseaba intensamente.

—-Quieres dejarme tus señas por si me decido a venderlo?

Unas semanas más tarde llamaron a mi puerta. Era la anticuaria. ¡Quería ver si mi casa era apropiada para alojar al reloj!  La casona la deslumbró y preguntó si, de vendérmelo, podría venir alguna vez a verlo.

Acepté. Y Francesca volvió varias veces.

Ayer llegó toda sexy con una botella de vino. Sentados muy juntos en el sofá, bebimos y charlamos largamente. Me propuso varios cambios en la decoración, lo que encendió mis alarmas y cuando, más tarde, aseguró que sentía la necesidad de ver el reloj cada día, temblé. Hoy se lo mandé, no sin pena, envuelto para regalo.  

35. HERMANOS

Vidas alejadas. Diferentes personalidades. El día y la noche. Nada que ver el uno con el otro. Son dos personas viviendo en diferentes ciudades, con círculos de amistades antagónicas y gustos opuestos. Aficiones que no coinciden. Seres humanos de diferentes planetas. Quizá son de especies diferentes. Pese a todo lo anterior, son hermanos. Aunque pase el tiempo entre ellos, aunque haya distancia, saben que siempre se tendrán. Alegría al verse. Risas satisfechas cuando se escuchan. Orgullo sobre todas las cosas que consigue el otro. Deseos de triunfo mutuo. Esperanzas en sus respectivos proyectos de vida. Y sobre todo respeto.

Lo dicho, hermanos.

34. Melodrama en la madrugá

Tras los años felices vividos con Jezabel en la cofradía de Jesús del Amor y la Entrega, ella le confesó su infidelidad en medio de la procesión de Jesús de las Tres Caídas y Nuestra Señora de los Misterios Dolorosos. Él entonces se trasladó a la Fervorosa de Jesús de la Paciencia y María Santísima de las Penas e intentó también unirse a la de la Venerable e Ilustre de Jesús del Perdón.
Todo en vano, deambuló entonces por la de Jesús de la Amargura y María Santísima de las Lágrimas. Ya de noche oscura, desfiló esperanzado con el Jesús del Rescate y con la Sacramental de Nuestra Señora de la Consolación. De inmediato pusieron estos sobre aviso a los del Gran Poder y Nuestra Señora de la Esperanza Coronada, que lo consolaron con siete palabras y se lo llevaron a la Hermandad de Nuestro Señor de la Meditación y María Santísima de los Remedios.
Esta Remedios era ebúrnea y morena, cofrade de la Venerable del Santísimo Cristo de los Favores, miembra entusiasta de la carrera oficial, y con ella vivió al amanecer el mágico momento de la levantá.
Pero sepan ustedes que nunca olvidó a Jezabel. Eran como hermanos.

33. SOLEDAD

Me enteré de la  muerte de mi hermano  por una carta de mi tío Jaime, mellizo de mi madre. Ellos  solían comentar en las reuniones familiares , como los niños de un mismo parto, a veces, podían sentir, el uno del otro, la alegría o la tristeza . Mi madre en ocasiones entraba en un denso silencio, y lo rompía diciéndonos que a Jaime le ocurría algo, o  que Jaime  nos vendría a visitar esa tarde. Por eso, cuando Jaime murió, mi madre no solo lo supo anticipadamente, sino que durante mucho tiempo , paseó su llanto por la casa, en soledad. La misma soledad que yo siempre sufrí  desde niño y  a la que pude dar explicación, al recoger la casa de mi tío y encontrar la carta fechada veinte  años antes y  en la que Jaime  intentaba calmar  el dolor de mi madre por haber perdido a uno de los niños.

32. Desconectados

Juan le prometió que la llamaría al día siguiente a las seis en punto.

A esa hora, ella estaba sentada junto al teléfono, aunque no descolgaría el auricular enseguida,  no quería mostrar impaciencia.  Él esperaba, mirando fijamente, a que su reloj de muñeca marcara la hora exacta pero decidió dejar pasar un par de minutos más; quería hacerse el interesante.

Isabel fijaba su mirada en aquel teléfono mudo, pensando que hubiera sido mejor no hacerse ilusiones con esa clase de hombres. Juan no dejaba de marcar, una y otra vez, ese número al que nadie respondía.

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