Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
días
1
0
horas
1
4
minutos
5
1
Segundos
4
5
Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

2. BICHOS

Carlos Javier revisa cada dos días su amplia colección de coleópteros. Procura que no se llenen de polvo y que formen filas y columnas perfectas de naturalezas muertas.

En un Congreso de Entomología regional conoce a Isabel, lo suyo son los lepidópteros.Las mariposas son más difíciles de mantener, pero son más lucidas.

Los dos hablaron sobre sus colecciones en el bar de la Facultad, comentaron los últimos artículos publicados en sus  revistas científicas y compartieron trucos para mantener en buenas condiciones la colección.

Sin darse cuenta se echó la noche encima y cerraron el bar. Carlos pidió un taxi y levó a Isabel a su casa. Se despidieron con dos tímidos besos en la mejilla, intercambiaron sus móviles y quedaron en verse pronto. Carlos durmió apaciblemente esa noche, Isabel se acostó con una sonrisa dibujada.

En el bar de la Facultad de Biológicas, en una repisa cercana a la ventana, descansaban dos cajas, una de coleópteros y otra de lepidópteros. Esa noche nadie las echo en falta.

 

1. DESDE LA CÁRCEL

Me lie con el bedel de Anatomía y una tarde me invitó a sus dominios.
Entramos en un recinto enorme con grandes vitrinas y armarios de madera como de otra época.
Grandes frascos llenos de un líquido amarillento y turbio dejaban ver cabezas cortadas por la mitad, apreciándose el cerebro, los dientes y la lengua en una mueca de asco y terror.
Fetos, con sus posturas encogidas y el cordón umbilical como el cable de los astronautas, que a veces por las irisaciones del líquido y la iluminación parecían moverse.
En una especie de rotonda estaban los abortos monstruosos, con dos cabezas, varios miembros, parte de un cuerpo que emerge de otro y una cabeza de un bebé sin calota.
Me apoyé en el lateral de una de las vitrinas medio mareada, levanté mis ojos y tras mi imagen, empezó a definirse una multitud de tarros grandes con penes y testículos de diversos tamaños y formas que flotaban libremente.
A mi lado, el bedel se había bajado la bragueta y se abalanzó sobre mí, lo único que tenía en la mano era un bolígrafo bic que introduje en su ojo izquierdo, más por su ímpetu que por el mío.

113. LA BELLEZA

Cuando llegué a casa, se marcharon todos, le bañe con mucho cuidado, con miedo que se me escurriera entre los dedos, probé la temperatura del agua tantas veces que se quedó fría, añadí caliente mientras la toalla se calentaba en el radiador.

Con la esponja más suave, como alga entre mi mano, jaboné su cabecita posada en la palma de mi mano, el cuerpo entre mi antebrazo y la muñeca. Parecía un angelito. Me sonrió. Después seco y perfumado lo metí en la cuna.

Dejé una lámpara en la mesita encendida. El silencio se hizo espeso .Puse todos los sentidos pero no escuchaba nada. Me asusté. Le saqué de la cuna y le metí en la cama debajo de mi brazo pegado a mi pecho escuchando sus latidos, respirando su olor nos quedamos dormidos.

Hoy cuando le he visto entrar por la puerta, hecho un hombre de casi dos metros me he puesto a llorar, él no sabe por qué, me ha cogido en brazos, me ha acostado en la cama, se ha sentado,  he ido acurrucándome a su pecho, él acariciando mi pelo gris. He levantado la vista y me sonría mientras me buscaba el pulso en la muñeca.

112. Belleza fría (Ernesto Ortega)

Creo que ya te lo había contado. De niño me encantaban las películas de Hitchcock. Siempre acababa enamorándome de la protagonista: Grace Kelly, Tippi Hedren, Kim Novak, Janet Leigh. Rubias de elegancia inquietante, belleza fría y mirada azul, aparentemente frágiles, pero capaces de conseguir lo que quisiesen de cualquier hombre. No he tenido suerte con las mujeres, todas me han tratado con indiferencia y frialdad. Tú, en cambio, parecías distinta. Ardiente. Cariñosa. Pura pose. Eres como todas. No has dicho una palabra en toda la noche. Quizás debería ofrecerte una copa, porque ya no sé qué más puedo hacer para romper el hielo. Te he susurrado palabras bonitas al oído. He acariciado tu pelo y he besado tu cuello al calor de la chimenea. Y, como no me lo has impedido, hasta me he atrevido a deslizar mi mano por debajo de tu jersey. Te aseguro que he sentido la dureza de tus pechos y tus pezones completamente erguidos bajo mis dedos. Pero sigues estando fría. Muy fría. Todavía tienes escarcha en el pelo. La próxima vez quizás debería subir un poco la temperatura del congelador.

111. La joven de la perla

Su mirada quería decirme algo. Durante meses no falté a nuestra cita. El vigilante del museo ya me conocía y ni tan siquiera me pedía la entrada. Únicamente que dejara que el resto de visitantes se pudieran acercar a ella, que no los ahuyentara. Me quedaba embelesado observándola. Al principio analicé su rostro en cientos de bocetos, como buen estudiante de arte, hasta memorizarlo milímetro a milímetro. Su belleza, suprema y serena, me hacía sentir el hombre más afortunado. Un día su perla proyectó un brillo especial, parecía llamarme. Sucumbí a su resplandor como a un canto de sirenas. Me acerqué tanto que pude notar su respiración.

Convertido en un joven dios Bacco observo cómo una chica acude al museo. La recuerdo de las clases de historia del arte. Se sentaba con dos amigas detrás de mí, pero ninguna de su belleza. Me contempla y dibuja en su cuaderno durante horas. En ocasiones creo que me reconoce. Cada vez que parece acercarse a mí lo suficiente, y beber de mi cáliz, aparece ella. El resplandor de su perla vuelve a deslumbrarme, alargando así mi condena.

110. Trece (Anna López Artiaga / Relatos de Arena)

La chica del espejo le sonríe con pose sugerente. Ella dispara. No le gusta como ha quedado. Se ve gorda y desgarbada.
Se coloca de nuevo el cabello, encoge la barriga, saca un poco el culo e imita el gesto de la Gioconda, procurando que no se le vean los hierros de los dientes. Dispara de nuevo. La envía y espera.

No entiende porque él se pone tan contento cuando le manda esas fotos. A ella no le gustan. Tampoco sabe porque sigue haciéndolas. Tal vez sea porque sus comentarios procaces la hacen sentir mayor o por las palabras cariñosas que emplea cuando le pide que se quite algo más de ropa.

Él es muy guapo.
Y a ella nunca, nadie, le había dicho que era bella.

109. Vivir es bailar descalzo (Mel)

Será mi carácter de melón, duro por fuera y blando por dentro, que me hace llorar con música alegre. O será la nostalgia de otros tiempos cuando girábamos las dos al ritmo del vals de los patinadores al llegar a casa, justo antes de la nocilla y los deberes. Quizás sea que la música tiene allegros, andantes y silencios. El que los años pasen y los estribillos se repitan no ayuda. Mirarse y mirarse en el espejo, tampoco.  La imagen es solo la partitura y la realidad no cabe en la inmensidad de una sinfonía. Sigue bailando, no importa si duelen los pies ni lo que silben los demás, porque el cisne que veo nunca ha sido ni será un patito feo.

108. Vivir entre fariseos (Yashira)

Necesitamos compañía física, y atraemos a seres que, si los viésemos con los ojos de la verdad, no los querríamos a nuestro lado. Pero en esa carrera loca contra la soledad, a la que nos lleva el miedo, les permitimos entrar y quedarse. Así llegaste a mi vida.

Te abrí las puertas de mi alma, mi corazón puse en tus manos, fingí no ver tus rechazos, día tras día, la venda que coloqué en mis ojos, la apretaba más fuerte, para que ningún resquicio de realidad empañara nuestra vida.

Pero de tanto apretar se rasgó. Un día, de tan rota que estaba la armonía, estalló en mil pedazos. Aquella belleza perfecta, fingida, no soportó tus gritos ni mis sollozos.

Podemos tratar de no ver, callar, no escuchar, pero ¿Durante cuánto tiempo? La venda cae, la mordaza ahoga y los tapones estorban. Y mientras tanto, nos piden que nos mantengamos fuertes, que seamos coherentes y caminemos como si nada estuviera pasando. No salgas a la calle a mostrar tus miserias, la ropa sucia se lava en casa, es normal que un día algo falle, pero aguanta, sufre, calla, no enturbies la paz general, mantengamos limpia la ciudad.

107- Lágrimas ácidas (Manuel Menéndez)

Contemplo el odiado reflejo en el espejo. Esta vez no apartaré la vista. Aguantaré la vergüenza que me producen mis ojos de batracio, mis orejas de soplillo, mis dientes torcidos. No derramaré lágrimas que resbalen por entre los cráteres de mi acné, solo estoy lleno de furia. La rabia desfigura aún más, si cabe, mis facciones cuando pienso en mi madre. 16 años repitiéndome que la belleza está en el interior, que cultive mi espíritu, que el físico se marchita con el tiempo. ¿Y para qué? ¿De qué me ha servido esta tarde toda mi sensibilidad cuando le he declarado mis sentimientos a Laura? ¿Cómo olvidar su expresión horrorizada, los cuchicheos de sus amigas o las risitas disimuladas, cuando no carcajadas declaradas, que van surgiendo a mi paso por el patio? ¿Hago poesía con las pintadas de “EL GNOMO ESTÁ ENAMORADO”, que siembran desde ayer el camino del colegio a mi casa?

Mi cabeza golpea el espejo que devuelve mi grotesca imagen centuplicada. No importa, necesito este odio para llevármelo a clase junto con las dos botellas de ácido de batería para el experimento. Voy a comprobar si a mis compañeros les queda el llanto que a mí me falta.

106. El trayecto

Fue una casualidad de esas que a veces vienen a importar más de lo normal. Él estaba en una de sus mesas habituales con esas copas vespertinas que acababan llevándole a casa con el sabor de importar todo menos.

Todavía tenía el sentido del oído fino como para escrutar la conversación de unos tertulianos cercanos. Hablaban de las cosas estéticas que más les habían impresionado.

Alguno nombró “Los templos de Khayuraho”, que no le sonaban de nada. Otros dos nombraron a ”Las meninas” y al “Taj Mahal” y le hicieron aplaudirse un tanto por dentro.

El cuarto se fue por otros derroteros, no había visto nada que le sedujera más que un árbol concreto. Los demás quedaron tan perplejos como él. Tal así que le pidieron todos los detalles para poder encontrarlo.

Lo apuntó todo en su cabeza y no bebió más para no olvidar.

Al día siguiente, salió hacia allí de bien madrugada con un ansia incontrolable.

Cuando llegó a él, pensó que poco era lo escuchado, jamás sus ojos se habían posado en algo tan maravilloso.

Le dio rabia no haberlo visto antes, pero le alegró que fuera lo último de su camino.

105. Goliat.

A Miguel Ángel, ya anciano, le viene a visitar su David en sueños. La imponente estatua le pregunta:
—Padre, ¿por qué me hiciste horrible y desfigurado?
Miguel Ángel, sorprendido, replica:
—¿Por qué dices eso tú, que eres modelo universal de belleza? No pude haberte esculpido más bello.
—Mira mis manos— responde el David, alargándolas hacia el maestro—. Son enormes, desproporcionadas, espantosas. ¿Cómo pudiste hacerme así? Soy un monstruo.
Miguel Ángel niega con la cabeza.
—No tengo por qué darte explicaciones. Eres un ignorante y un desagradecido. Si hubieras estudiado a Platón y a San Agustín no hablarías de esa forma. Tú no sabes lo que es la belleza. Vete.
El David desaparece entre la bruma. Entonces Miguel Ángel cierra los ojos (¿es posible cerrar los ojos en un sueño?) y evoca una tarde de verano en la cantera, hace muchos años, cuando él apenas era un adolescente. Enfrente, un joven aprendiz barrena el mármol blanquísimo. El sol es fuerte, y el joven se ha quitado la camisa. Miguel Ángel observa los rizos empapados de sudor cayendo sobre los hombros, los músculos de los brazos que se tensan, las manos que sujetan la barrena con fuerza. Las manos, enormes, desproporcionadas, perfectas.

104. Con la marea

La trajo el mar.

Salió desnuda cual sirena, vestida de espuma y algas. Los cabellos brillantes con conchas y caracolas como horquillas. Su cuerpo cálido emana olor a sal y brisa marina. Los ojos de colores irisados brillan cual peces del abismo y medusas.El corazón latiendo al ritmo de batir de las olas sobre las rocas.

Paseó su belleza, en una sensual danza de ir y venir salpicando perlas, hasta que llegó el anochecer en tonos rosas y naranjas.Sus huellas apenas un roce en la arena y con la bajamar, en una limpia zambullida desapareció y con ella el retumbar de las ondas, dejándome una sensación de vacío, que hizo que me despertarse angustiado por su marcha y asombrado al ver un montoncito de nácar a mis pies…a tantos kilómetros del océano.

 

Nuestras publicaciones