Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

LO INCORRECTO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en LO INCORRECTO

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el cuarto será LO INCORRECTO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
días
2
2
horas
2
2
minutos
0
9
Segundos
5
0
Esta convocatoria finalizará el próximo
30 de JUNIO

Relatos

11. A QUIEN CORRESPONDA

Me dirijo a ustedes para comunicarles que desde el día de hoy solicito ser relevado de mis funciones.

Todos saben de mi dedicación incondicional a la causa desde mi nombramiento. Siempre he procurado adaptarme a las necesidades derivadas de los cambios sociales y actuar con la profesionalidad que mi cargo exigía.

Me he reciclado asistiendo con entusiasmo a seminarios tan ilustrativos como “Nuevos hábitos amatorios” y “Modelos emergentes de pareja”. Incluso, venciendo mi inicial resistencia, al polémico congreso “Sexo y religiones”.

He hecho la vista gorda ante los casos más complicados que pasaban por mi despacho, reprimiendo la repugnancia que me provocaban. Quién soy yo para oponerme a las decisiones de los jueces terrenales.

Pero mis condiciones laborales se han endurecido de forma intolerable en los últimos tiempos, de lo que sin duda son conscientes. Y yo ya estoy mayor para tantos disgustos.

No podría soportar otro catorce de febrero plagado de bombones envenenados, de rosas teñidas de sangre, de besos asesinos y de cadenas camufladas como lazos rojos.

Atentamente:

Valentín

P.D. Si la situación cambiara en un futuro, no duden en transmitírmelo y consideraré mi reincorporación al trabajo. En el fondo sigo siendo un sentimental.

10. Prevención de riesgos laborales (Susana Revuelta)

Al poco de nacer, nuestros padres ya nos animaban a que peleásemos entre nosotros. Así, jugando, aprendimos a defendernos y luchar. También a salir en estampida, en caso de avistar osos o algún hombre armado con un rifle. Desde pequeños nos enseñaron a cazar, a trocear las presas más grandes y a enterrar pedazos de carne para cuando nevara. Corríamos a diario para ser los más veloces y nos habituamos a dormir ojo avizor y a oler al enemigo a varias yardas de distancia.

Pero sobre todo nos inculcaron que, aunque nos rutaran las tripas, huyésemos despavoridos en cuanto viéramos aparecer por el sendero del bosque a una niñita con caperuza roja y mirada angelical. Por más que nos apeteciera hincarle el diente a ella o a la tarta de manzana que llevaba en su cesta, en eso nos insistieron mucho. Ninguno queríamos acabar como el antepasado aquel, incauto y tragón, al que llenaron de piedras el estómago mientras dormía tras zamparse a la abuela de la niña. Y que horas después despertó con muchísima sed, bajó al río a beber, resbaló y del peso se hundió hasta el fondo y el pobre desgraciado se ahogó.

9. Luces rojas

Años después de cerrar, curiosos y antiguos clientes seguían visitando el farolillo rojo con veneración. María la de Torrelodones fundó el legendario burdel en 1625 tras adaptar una pollería heredada de un cliente. Era una morena brava de ojos enormes y risa franca, con más agallas que cualquier piquero de Flandes. Tenía un vientre colonial capaz de aguantar sin inmutarse las embestidas de arrieros y soldados, y podía convertir una soez coyunda en un encuentro de enamorados. Se había echado a la vida despechada por un marido meapilas que la sometía a severos ayunos carnales. En un tiempo en que la limpieza era una rareza de boquirrubios, por iniciativa suya fue obligatorio el baño polaco ( cara, huevos y sobaco) para los clientes antes de cada servicio. Se dice que Felipe IV, siempre sensible al sentir popular, también visitaba embozado a María. El joven e inexperto Austria quedó tan deslumbrado con las desconocidas técnicas de yacer, que descuidó la real alcoba y el mismísimo Olivares tuvo que intervenir para atajar el escándalo. Así fue como la todopoderosa monarquía hispánica estuvo en peligro, por la industria y arrestos de una meretriz.

8. La cosecha

Una de las leyendas más tenebrosas de la mitología nórdica es la del hombre transformado en un Grolek, o «Siervo del Diablo», por robar la daga que los demonios regalan a las brujas cuando fornican con ellas en los aquelarres.

Con su filo, forjado en el infierno, lograba extraer las almas condenadas de los ajusticiados en el patíbulo antes de que abandonasen sus cuerpos. Después las sumergía en agua bendita para conseguir una falsa apariencia de pureza que le permitiese intercambiarlas por otras de recién nacidos. Así el mal se perpetuaba en el mundo. Las de los inocentes que podía sustituir acababan arrojadas desde un acantilado al mar, que la tradición sitúa en un fiordo cercano a Soderling, al norte de Noruega. En aquel lugar de cielos grises y aguas cristalinas, donde una tristeza opresiva permanece suspendida como la niebla, puede escucharse por encima del lamento de las olas el llanto eterno de esas ánimas que nunca podrán unirse a Dios.

El grito repentino de un bebé al que han dejado solo en su cuna, una fiebre inexplicable que lo consume o el oscurecimiento de sus ojos infantiles serían evidencias de que la cosecha del Grolek aún no ha terminado.

 

7. No me mandes flores

No, ya no me hace falta. Me gustaban. Sí. Sobre todo los geranios reventones. Y aquellas enormes rosas rojas sin olor que conseguiste en tu invernadero, después de mil experimentos. Y las amapolas del campo, mecidas por la brisa y acariciadas por el sol cálido en primavera.

Y eso que yo era de las urbanitas que, si se manchaba con un poco de tierra, enseguida ponía cara de asco buscando un baño hiperesterilizado.

Tú y tus flores. Y tus obsesiones. Y yo y las mías. Que no llegaron a ser totalmente nuestras.

Cegada de roja ira, porque te vi un día de la mano de otra, quien de verdad entendía tus pasiones y tu fascinación por las flores.

Solo pensaba en rojo. En arder. En quemarlo todo. En que ardieras en el infierno. En que también ardiera ella.

Y al final fue el cruzar un semáforo en rojo lo que me llevó a mí allí.

Aquí… Allá…

No sé dónde estoy. Está todo rojo, pero no veo nada.

Tampoco hay flores.

6. VACÍOS (Modes)

Cuando la anciana se sienta en un banco del parque, una neurona ilumina el agujero negro que es hoy su cerebro.

Pero se apaga al instante.

Y ella, mirando los árboles, siente tristeza y nostalgia y no sabe por qué.

Y es que la enfermedad lo ha borrado todo y ya nada recuerda.

Ni siquiera que su nombre es Caperucita.

05. LA MUERTE (María José Viz)

A Loli le dolía la tripa. Tanto que se creía morir. Al tratar de incorporarse en la cama vio todo lleno de sangre. Gritó, alarmada. Un tono rojo oscuro y gelatinoso impregnaba su cuerpo. Solo tenía once años. Muy joven para morir. Para colmo, su madre estaba en la tienda situada en la planta baja, ajena a la tragedia. Loli se desangraba… ¡Y había quedado con Pili!

Al levantarse le iban cayendo gotas rojas gordas de entre las piernas. Decidió bajar, llorando, para que su mamá la salvase de la muerte inminente. Ella, que estaba hablando con doña Remedios, la miró y, cuando Loli dijo, con voz entrecortada, que estaba muy mal, que sangraba sin parar, la madre soltó una carcajada y, eufórica, vociferó: ¡MI NIÑA YA ES UNA MUJER! Todos los presentes la felicitaron por ello. Loli no daba crédito. Su madre se había vuelto loca, pensó, mientras su cara se le arrebolaba, por la vergüenza y la furia.

Tras ver el episodio de Verano azul en el que Bea también se hizo mujer, a Loli y a Pili les salió la risa floja con la escena, pero, sin transición, sus rostros se tornaron extrañamente serios y maduros.

4. FLORIOGRAFÍA (Mariángeles Abelli Bonardi)

¿Qué flor elegir para hablar de tu belleza delicada? Sin duda, el hibisco.
¿Para que sepas lo que suspira mi corazón? El coqueto clavel.
Ardo por ti, como el sol por la peonía; como el gladiolo se abre al colibrí, así me abro yo.
Curvilínea como un tulipán, eres pensamiento en mi cabeza, alhelí encarnado que me enciendes como el sol a la amapola.
Miro el ramillete recién armado: sentimientos que, de otro modo, mi corazón victoriano no podría expresar.
¿Qué flor dirá que te voy a amar, y para toda la vida? Inequívocamente, la rosa roja que aquí te ofrezco.

 

3. MI ABUELA LO MATÓ: EL BARÓN ROJO

Mi Abuelo escribía historias. Le ayudaba mi Abuela.
• “He imaginado un aviador alemán de la Gran Guerra. ¿Qué nombre se te ocurre?”.
• “Ponle Von y algo que tenga que ver con la panadería del barrio”.
La panadería se llamaba Rich.
• “Hecho. Von Richtoffen queda muy sonoro”.
Creó toda una lucha caballeresca de aviadores, miradas infinitas, disparos angustiosos, enfrentamientos que evocaban duelos medievales.
• “Di que era noble”.
Pasó a ser Barón Von Richtoffen, siempre respetuoso con sus contrincantes.
• “Su avión tiene que ser diferente”.
• “Que sea rojo. El Barón Rojo”.
Sus victorias y su humanidad se convirtieron en leyenda.
• “Tengo que darle un final”.
• “¿Fue bueno en su vida?”.
• “Sí”.
• “Pues un disparo aislado desde tierra le atravesó el corazón cayendo su avión a suelo enemigo. Los ingleses le dedicaron un funeral reverente y entregaron su cuerpo a los alemanes en ceremonia militar”.
Mi Abuelo, llorando, lo escribió con detalle.
Cuando lo leí, un día que fui a visitarles, me emocioné, pensando que hay historias que deberían ser ciertas. Al despedirme discutían sobre icebergs y un gran barco. Cerrando la puerta oí que mi Abuela lo llamaba Titanic.

2. AÑO NUEVO – EPI

Me deslizo suavemente entre las sábanas de raso buscándola, amanece fuera y una tonalidad rojiza inunda la habitación.
Del embozo de la sábana encimera emerge su cara, los labios pintados y poniéndose de pie en la cama se muestra desnuda, perfecta, con un tanga rojo como única ropa.
Repto a su alrededor y me froto en sus piernas, subo mi cabeza lamiendo su pierna, engancho la gomilla con mis dientes y se lo bajo despacio.
Me siento un poco embotado por el alcohol, pero la música lenta que he puesto y sus manos expertas consiguen que empiece el año como a mí me gusta. Se sube a mi cuerpo y galopa a toda velocidad, entro en vértigo y me dejo ir.
Bueno, quizás he durado muy poco y yo ya no estoy como para repetir, se restriega contra mí como una gatita, ronronea unos segundos, busca su tanga, lo encuentra, acerca su cara a la mía y me besa.
Se sienta en el borde y se gira, “Sus labios de rubí de rojo carmesí, parecen murmurar mil cosas sin hablar”, canta Sandro en ese momento y ella me tiende la bacaladera.
Cuando se va, queda menos para fin de año.

86. Tres cargas

Ha aparcado temprano, frente a la puerta principal del centro comercial. Una furgoneta rosa. Es la primera. Cerca del tiovivo llama mucho la atención. La encontró abierta, lo que le confirmó que el mundo de la cosmética está poblado de gente frívola y descuidada. 

La segunda es una moto de tres ruedas, de esas tan llamativas, anchas como un coche. Debajo del asiento tiene espacio para una maleta. Cupo una buena carga. Ha sido la mejor opción para el aparcamiento de motocicletas frente a la catedral. 

Y el deportivo es la tercera. Está contento de haber conseguido dejarlo frente al Costa Carlton. Y, aunque le pareció ridículo al principio, la llave gigante de la carroza de carnaval pegada en el capó atrae mucho a los niños. Parece un bólido que funcione a cuerda.

Este sitio, el hotel, es su preferido. Desde la ventana de la habitación lo verá todo y aquí habrá más gente que donde el triciclo o la furgoneta. Además, el coche será el último que vuele, tres minutos después que la moto y tres más tras la furgoneta. Falta poco ya: programó el reloj de la primera maleta a las tres y tres. 

85. Ojo por ojo

Fue un impulso irresistible y después me pudo la vergüenza. Nunca me atreví a confesar que fui yo quien hizo desaparecer el descapotable de juguete que le regalaron a Ernesto por la primera comunión. Por más que lloró y rebuscó no fue capaz de encontrarlo. Estuvo escondido en el fondo de un altillo −mamá no era mucho de ordenar− hasta que desmantelamos la casa y me lo traje a escondidas. Hoy, cuando me enteré de que lo de Ernesto no tiene cura, decidí llevárselo como una ofrenda de paz, un símbolo de todo lo que hemos compartido a lo largo del tiempo. Mi hermano lo recibió con una sonrisa sardónica. «Abre el cajón», me dijo. Allí, entre el revoltijo de gasas, jeringas y cajas de calmantes, yacía mi tesoro más preciado: una navajita suiza que no volví a ver desde que regresamos de aquel campamento en Covaleda, hace más de cincuenta años.

De lo de los cuernos que le puse con Marisol preferí no decirle nada. Ha pasado mucho tiempo, ellos forman un matrimonio feliz y yo quiero seguir pensando que mi Isabel es una santa.

Nuestras publicaciones