Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

ANIMALES

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en ANIMALES

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el 5º de este año serán LOS ANIMALES. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de AGOSTO

Relatos

06. Sintonismo

Mónica corrió hasta la parada del autobús. Ansiaba llegar a casa, ponerse el kimono y agasajarle con la ceremonia del té, si es que él quisiera aparecer.

Alberto esperaba el autobús. Estaba harto de no poder usar su coche los días de matrícula par por culpa de esa maldita lluvia que nunca acababa de llegar.

Mónica preguntó: ¿sabe si pasó el 27?  Lo siento, acabo de llegar, y ella se sentó a esperar.

Alberto bajó la mirada y ya no pudo apartarla de flor tatuada en el brazo de ella. El aire cálido de octubre trajo olores dulces y suspirando dijo en voz alta “Ren”, que significa flor de loto en japonés. Ella comprendió en sus ojos negros que había servido a un falso dios. Un taxi se detuvo y él le tendió la mano. Mónica, confiada, subió. Ambos tenían la impresión de dejar algo pesado atrás.

Sobre esteras de bambú Alberto le dio de comer. A ella le gustó la delicadeza con la que sus palillos dejaban la comida en su boca, como si fuera un gorrión.

¿Y ahora? Preguntó Mónica. Él dudó un segundo y luego decidió no hacer con ella lo mismo que con las demás.

05. SONRISSUS

Perfectus, Eternus y Completus jugaban a ver quién tenía más poder.

Eran incipientes proyectos de dioses alborotadores y competitivos que nunca se daban por satisfechos hasta que salían vencedores de sus trifulcas.

Los observaba atentamente su mentor, un dios menor dedicado a la docencia que aconsejaba a los futuros dominadores del universo.

Esperó tranquilo hasta que la disputa subió de tono y comenzaron a elevar el volumen de los insultos.

Con atronadora voz que retumbó en los cielos de todas las galaxias habitadas puso fin al conflicto.

Les espetó con tranquilidad: “Mucho debéis aprender todavía, cachorros. Os creéis los reyes del infinito y quizás jamás lo consigáis. Vais a recibir la mayor lección de vuestras interesantes historias. Únicamente seréis importantes cuando comprendáis a la mejor de todos, la pequeña diosa que allí está disfrutando de los juegos con otros compañeros. Es Sonrissus. Ninguno de vosotros alcanzaréis el máximo rango sin dominar su insuperable arte de la sonrisa”

El Maestro les deseó feliz jornada estelar y se despidió hasta la siguiente clase, más o menos después de unos miles de millones de miríadas universales.

04. TURBULENCIAS (Fernando García del Carrizo)

Por mi trabajo tenía que volar con regularidad y ya estaba acostumbrado. Ese vuelo empezó como siempre; colas para embarcar, instrucciones de seguridad a las que nadie hace caso y las palabras de bienvenida del comandante. Quizá si hubiera prestado atención habría descubierto el temblor en su voz y ese discurso lleno de dudas que terminó con un inapropiado “buena suerte”. Nada es perfecto.

Yo, que jugaba a ser escritor, aprovechaba estos viajes para anotar ideas o modificar algunos textos. Encontraba muy productivo ese rato. Siempre pedía un café que multiplicaba mi creatividad. Sin embargo, aquel día no tenían. Frente a la pantalla del portátil no se me ocurría nada ingenioso y tras revisar dos relatos los dejé inacabados. Nada está completo.

De pronto, fuertes golpes de viento generaron sacudidas que a pesar del cinturón nos hicieron botar en el asiento. Una ola de miedo se extendió entre el pasaje. Las mascarillas cayeron. La tripulación, asustada, corrió a sentarse para evitar daños. Entre gritos de pánico, agarré las manos de los desconocidos sentados a mi lado, cerré los ojos y contuve la respiración. Nada es eterno.

03. FÉLIX (Puri Rodríguez)

Era mayor. Vamos, que ya hacía tiempo que había doblado el codo del siglo. Cuando le
preguntabas, mecánicamente, qué tal estaba, el tipo iba y te lo contaba, detallando durante un rato su colección de goteras físicas: Una pierna más larga que la otra, una leve sordera, imsomnio recurrente, algo de artrosis en una rodilla… En fin, que, según él, se le adelgazaba el futuro un poco más cada día.
Así, de entrada, parecía un auténtico cenizo pero, al rato, cuando callaba y se le perdía la
mirada en el horizonte, en un objeto cualquiera, en la gente que paseaba ante él o, más
excepcionalmente, en tus propios ojos… Uffff, entonces todas sus taras, sus defectos y sus años se desvanecían y sólo tenías frente a tí a un ser excepcional, inteligente y sensible, que te regalaba la serenidad y la belleza indescriptible de los ojos más extraordinarios que nos es dado contemplar en toda una vida.
Ayer, Félix se durmió y ya no volvió a despertar. La luz de su mirada gatuna se fue y nos dejó en la más negra oscuridad.
Descansa en paz, querido amigo.

02. ANÓNIMO (Ángel Saiz Mora)

Si refiero una y otra vez mis andanzas no es por inmodestia o protagonismo, sino porque han cautivado a muchos y no dejan de hacerlo.

Nací con el lastre de un origen humilde: huérfano de padre de dudosa honradez, e hijo de una mujer amancebada con otro hombre.

Hube de mutar la ingenuidad en picardía para sobrevivir. No lo pusieron fácil mis nueve amos, colmados de egoísmo e hipócrita apariencia, pero puedo vencer cualquier infortunio tras lo aprendido al servirles.

Pasé de ser un iletrado a contagiarme de la magia de la literatura, en su versión de género epistolar. Bien sabe Vuestra Merced cuántas veces he escrito esta carta novelada, tantas, que ya no digo eso de «por ventura», ahora la lengua es otra. Atrás quedaron también la pluma de ave y la tinta.

Es verdadero que no existe nada ni nadie completo, menos aún perfecto, tampoco yo, que, pícaro al fin, fantaseo sin descanso al asegurar que soy el autor de un libro memorable, compendio de fortunas y adversidades. Nadie conoce el verdadero nombre de quien las imaginó. Era mortal, pero algo divino debió tener cuando al crearme a mí, Lázaro de Tormes, me hizo eterno.

01. FANTÁSTICOS

Oddas, el padre, es un excelente carpintero, y la madre, Merile, tiene la virtud de reparar cualquier estropicio: lo mismo soluciona una avería, que sutura una herida o remienda un pantalón.

Ya llevan unos cuantos meses instalados en Casares. A las afueras, cerca del viejo molino. Tienen un huerto, una camioneta y tres niños. El de la pierna de abedul es Brun: nunca tuvimos mejor zurda en el equipo del pueblo. Como a Leo se le escama la piel, le distinguimos fácilmente por las singulares prendas tejidas con hilo de col que le hacen en casa. Y Ali, tan delicada, tan… enigmática. Adoro cómo pronuncia en latín la especie de cualquier insecto, y cómo suena su corazón cuando me acerco… tic, tac, tic, tac…

89. Urbanidad

El maitre nos dio las habituales instrucciones antes de cada servicio, mientras los clientes ocupaban sus asientos. Debí sospechar al ver las pamelas imposibles de las señoras, al mas puro estilo Ascot. Caballos no había, pero en los jardines descubrí un pony con un lazo rosa en las crines y las pezuñas pintadas del mismo color, que miraba con ojos resignados a la turba ruidosa. Con los langostinos los invitados se entregaron con vehemencia a la succión. En la mesa cinco no dejaban de repetir. Una señora horrible con el maquillaje corrido como la paleta de un pintor, descargaba bandejas enteras en un bolso XL. Después del solomillo tuvimos una clase magistral de higiene dental con mondadientes. Una vez utilizado, el instrumental se abandonaba en infames montoncitos sobre la mesa.
-Tchist – me llamó el padre de la novia metiendo un billete de 1000 pesetas pesetas en el bolsillo de mi camisa. Rondel Oro para todos chaval, que se casa la niña.
Una semana después vi la noticia. Brote de salmonella en una boda, todos los invitados afectados. Entonces pensé que esa bacteria era enviada por la Divina Providencia. Los caminos del Señor son intrincados.

88. Nunca fuimos ángeles

La tristeza se le derramaba por la mirada, sus ojos no estaban acuosos sino secos como el esparto de una antigua mecedora. Así era Jacinto, tenía fiebre con treinta y cinco grados. Su pulso, ni rápido ni lento, venía a ser extraño.

Que me llamara para desahogarse ya me resultó enigmático, pero evidentemente acudí como un rayo en el refajo. Al amigo, al que puedes llamar todavía camarada a esta edad, no se le hace un feo que pueda ser irrecuperable.

Transitaba en un abandono, una soledad no esperada, una trampa del destino. Lo entendí todo, podía componer todos los entresijos sin esfuerzo. Si alguno era la uña, el otro era la carne.

Me alcé y lo levanté también a él. Lo estreché entre mis brazos como jamás lo había hecho y él respondió con la misma intensidad.

Era lo que debía hacer y lo hice. Solo en un abrazo así puedes saber si tu dolor es mayor o menor que el del otro; los átomos chocan, se esquivan, bailan alrededor y puedes sentir, junto a la empatía cariñosa, un consuelo interior deleznable.

87. SIN ACRITUD (Domingo J. Lacaci)

Mientras firmas, el notario me mira discreto por encima de sus gafas. Las raíces blancas del pelo, supongo. No he tenido tiempo ni cuerpo para ir a la peluquería.

En la calle te despides incómodo. Estás torpón y no das con la fórmula; tres décadas es mucho tiempo para caber en un solo adiós.

Ella te espera enfrente, tras un seto para que yo no la vea. Pero la veo, y veo también su edad, su falda, su talla, y su escote. Pasan dos repartidores y se vuelven a observar su imponente derrière. Tú ni te das cuenta porque, coqueto siempre, te has quitado las gafas antes de cruzar.

Tras tantos años y tres hijos, no puedo desearte ningún mal, ojalá seas feliz. Pero cuando te veo acelerar el paso de tus piernas gruesas y cortitas a su tranco largo de gacela, se me escapa una sonrisa. Ahí, me avergüenzo de mi reacción.

Cuando aprovechas el semáforo para alcanzarla y te subes al bordillo para hablarle a su altura, ya estallo.

Al detenerse el taxi, no soy capaz de darle la dirección. Es que me acordé de algo muy divertido, me disculpo. El taxista se contagia y acaba riendo también.

86. INSUPERABLE

En los grupos de amigas siempre hay alguna que destaca. En el nuestro era Carlota: las mejores notas sin esfuerzo, un cuerpo escultural comiendo de todo y Marco, el novio perfecto. Cuando la contrataron en el bufete más prestigioso de la ciudad le organizamos una cena sorpresa para celebrarlo. Incluso compramos máscaras con la cara de la afortunada y encargamos camisetas con la puñetera frasecita: “todas queremos ser Carlota». Y tanto que queríamos. Pero no.

Desde entonces siempre daba excusas para no unirse a nuestros planes. Solo la veíamos en las redes, alardeando de éxito, viajes de lujo y mucho bótox.

Hace un mes recibimos las invitaciones a su fiesta de compromiso: sobres rosa pastel, sus nombres en letras doradas, instrucciones precisas sobre el atuendo, pero ni una palabra escrita a mano por ella.

Al llegar al restaurante, el espectáculo: Carlota saliendo de la limusina, vestido divino, gesto descompuesto, una nube de paparazzi interrogándola sobre su relación con el director del bufete, investigado por trama de corrupción. Marco dejándola plantada, la esposa engañada abofeteándola delante de las cámaras. Y en primer plano, sus mejores amigas sonriendo con unas camisetas en las que puede leerse: «que te den, Carlota».

85. A discreción

De pequeño, tironeaba de las trenzas a las niñas de la guardería y, desde un rincón, disfrutaba escuchando los lloros. En el colegio, escondía los bocadillos de la clase para regocijarse con las quejas de sus compañeros tapado por los abrigos. Si alguien del barrio tenía una desgracia, ahí estaba, siempre, el primero, observando el dolor en la distancia. Otros días, camuflaba la sonrisa por las lágrimas de tantos desconsuelos entre los árboles del cementerio. Y ahora, observa y babea, lo hace aún más lejos, a través de la mira telescópica.

 

84. Espíritu navideño (Elena Sanz)

Su hija no era distinta a las demás adolescentes. Tampoco lo fue para elegir regalo de Reyes, unas Nike Air Force 1 negras y abotinadas. Con ánimo de reina maga recorrió tiendas y centros comerciales con idéntico resultado: agotadas. El mismo día cinco de enero entró en el último comercio. Ahí estaban, al fondo. Vio entonces a un hombre abalanzarse como loco hacia las deportivas. Ella se abrió paso a empujones. Justo cuando él las iba a alcanzar, le puso la zancadilla y el hombre cayó de bruces tiñendo el suelo de sangre. Aprovechó el caos para pagar antes de que se levantara.

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