Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

33. A MÍ TAMBIÉN, AUNQUE NO LO CREAS (Rafa Olivares)

Frances siempre soñó con triunfar en el cine. Desde bien joven quedó deslumbrada por las estrellas de la pantalla y se propuso ser una de ellas, si bien, sus encantos físicos estaban muy lejos de los cánones de cualquier época. Siendo generosos podría decirse que tenía una belleza más bien abstracta. Ello no mermó ni un ápice su ilusión y su afán.

Con los ahorros, que consiguió reunir sirviendo cafés y tortitas de maíz en la cafetería de una perdida gasolinera de carretera en Illinois, sacó un billete de autobús y se plantó en Hollywood dispuesta a realizar su sueño. Pronto descubrió que para ello tendría que pagar ciertos peajes sexuales y, en su caso, las oportunidades quedaron limitadas a libidos muy desesperadas de productores de menor nivel. Bien que mal, a falta de virtudes estéticas, Frances se fue abriendo camino gracias a las interpretativas de las que iba sobrada. Tanto, que varios Oscar fueron cayendo en su currículum. Cuando apareció el movimiento «Me too», tuvo una primera intención de levantar también la mano pero algo la detuvo. Fue un pensamiento: ¿Para qué, si nadie me va a creer?

32. EL COMIENZO DE UNA NOCHE ESTRELLADA

 

Mi ciudad duerme la noche desapasionadamente, desposeída del resplandor de esa diosa que ilumina. Mi calle guarda un silencio que será eterno hasta que llegue el nuevo  día.

Desde la cristalera, miro el cielo sin sol y sin luna. Sé que será entonces cuando dé comienzo la gran fiesta. Todas las estrellas vienen de oriente, desde  la más pequeña a la más luminosa y  cuando llegan frente a mi ventanal, me bailan una hermosísima danza ocupando todo ese espacio sobrenatural; se divierten dando vueltas y más vueltas llenas de luz mientras algún ciprés se estira intentando acariciarlas.

La ciudad sigue muy muy quieta.

Yo no puedo dormir. Cojo el pincel, y entonces, todos los astros penetran frenéticamente en el lienzo desnudo sin dejar de trazar curvas y más curvas en el cielo nocturno.

31. ESTRELLITA

Siempre tronando contra todo, Estrellita era un torbellino de tres palmos y de piel albina, y además escritora, aunque vivía, como todos, de un oficio menos brillante y algo más lucrativo, eso sí, sin renunciar a alcanzar la fama.
—Como no lleguemos, te tragas los folios.
El plazo del concurso con el que saltar al firmamento literario vencía en unos minutos, por eso traía a su amigo el escritor JM Sánchez con la lengua fuera por esas calles, a esas horas y con zancadas impropias de una persona tan menuda. Estrellita se preocupaba por las cosas pequeñas: las tildes, los peldaños, las minúsculas, la altura del timbre, pero nunca se quejaba de su propia estatura ni siquiera cuando, llegados a la editorial, el mostrador escondía todo salvo una voz que recogía los manuscritos recitando:
—Relato, título y autora Úrsula García.
Para reconocer a su interlocutora, el empleado se deslizó sobre aquella repisa hasta descubrir una figura de aspecto improbable observándolo con gravedad.
Ya en la calle, el escritor JM Sánchez, viéndola más relajada, quiso invitarla a un café y así poder preguntarle algo.
—¿Quién es Úrsula García?
—Pues yo.
—Entonces…, ¿Estrellita?
—Dicen que soy como una enana blanca.

30. LA PRISIONERA Nº A19201

En la fila de la incertidumbre, bajo un manto de estrellas escupiendo indiferencia, Katharina obedece órdenes y  desnuda su cuerpo. Después viene el rapado. Al caer, las finas hebras de su abundante cabellera cobriza, se funden con la estrella cosida en la manga de la prenda que yace a sus pies. Siente el zarpazo del miedo que, como una herida letal, no deja de morder. Un empujón la urge a avanzar. Es su turno. Cuando la tatúan y la guían junto a las demás, va pensando en Jasibe, en sus ojos de pajarillo asustado, en su extrema delgadez. No lo habría soportado. Ella estaría en la otra fila, en la de aquellas que no merecen ni un número tatuado… Por eso no se arrepiente de haber cambiado su costoso abrigo por el suyo cuando oyeron llegar a los soldados.

 

29. Dark side Paloma Hidalgo

Seguí las instrucciones al pie de la letra, orden de añadido de ingredientes, cantidades exactas, tiempos, y mezclé con energía. El cóctel reposó durante tres días. Lo abrí el viernes noche. Nada. El mejunje grisáceo siguió igual durante el fin de semana. Sin embargo, el lunes, al volver del colegio, me encontré un grupo de Perseidas diminutas flotando en el salón, una mini nebulosa que se asomaba al espejo del baño grande, y había bastantes microsatélites acampando en el cuarto del abuelo, vacío hasta que volviera a las cinco del centro de día. Papá, lloroso, pero feliz al contarle lo que había hecho, entró en la cocina a observar la bandada de planetas bebé aprendiendo a rotar, mientras mamá, que repetía emocionada que a Laura le encantaba la astrología, estaba eufórica, también lloraba, y me abrazaba tras enterarse de que había sacado de la basura el libro de hechizos de mi hermana. Del resto de la historia, de cómo encontré de verdad la receta con la que acababa de dar una segunda vida al contenido de la urna en la que ella había acabado, siguiendo un sortilegio meses atrás, por mi culpa, es mejor que no conozcan lo detalles.

28. Apagón

Has venido a por tus cosas. Has querido que fuésemos igual de equitativos a la hora de desarmar nuestro hogar, como lo fuimos para montarlo. En la despensa solo quedaron dos cervezas de un pack de cuatro y seis huevos de una docena; en el dormitorio, el armario desvencijado busca boquiabierto su segundo cuerpo y, del edredón nórdico seccionado, tres o cuatro plumas de tu mitad se disputan, en el suelo, una esquina de las dos que me dejaste. En la biblioteca ya no ha sido reparto, ha sido matanza. En equilibrio inestable sobre serrín de estanterías, los libros agonizan, desmembrados, desvalidos, no son más que mitades de historias y prólogos. Te miro desde la ventana escondido tras un jirón de visillo. Es de noche. Te veo «entera» cargando el maletero de tu coche, mientras yo me encuentro roto. Entonces voy a por el destornillador de estrella, me subo en el alféizar y, aunque creas que aún te quedan muchos astros en tu cielo, uno a uno los iré aflojando.

 

27. Gotas de esperanza para un planeta moribundo

La oscuridad ha borrado el nombre de las calles. Y, abandonados en las aceras, se encuentran grandes arcones de titanio que, cargados de reliquias, parecen aguardar el momento de emprender el último viaje.

El Sol se escondió hace ya décadas y tras él la Luna y los colores, pero según aseveran los viejos cosmonautas que nos instruyen, las estrellas siguen ahí, suspendidas en la espalda de las nubes. Y nos esperan. Hoy, mientras escuchábamos sus cuentos, el llanto de un recién nacido nos ha arrancado un suspiro, y unas gotas de colonia fresca han salpicado de esperanza el aire opresor de este maldito búnker. Después, sin más herramientas que nuestras quebradizas manos y una mochila de agua y oxígeno, hemos continuado trabajando en la construcción de la nueva nave.

Algunas veces, el resentido que me habita quisiera enfrentarse al Comité de Sabios. Sus decisiones imprudentes nos han negado el sosiego de la lluvia y el consuelo del paisaje, y ahora pretenden empujarnos, con engaños, a soñar sus quimeras. Sin embargo, aunque mi pulso se agita en la penumbra, entibio la mirada y callo: me falta valor para desvanecer la ingenua fascinación de mis compañeros. Además, ya casi no queda colonia.

26. Veinte minutos

A través de la escotilla, Bourbon me mira con esa expresión de interrogación tan suya, la misma que puso esa noche en el pub, después de que yo le llamara por el nombre de la bebida que tenía en la mano, y antes de poner su sonrisa torcida de granuja y su réplica cómplice: «tú, Zumo de Piña». Hace dos años de aquello, y me parece tan lejano como la infancia, como si las dieciséis horas de entrenamiento y estudio en la base hubieran aniquilado al ingeniero juerguista y puesto en su lugar a un anciano gruñón con una pecera en la cabeza. La que llevo puesta ahora mismo, limitando mi mundo a unos centímetros de tejido aislante y los ochenta minutos de aire que permite el equipo autónomo; en realidad sólo veinte después de la pantomima de una hora sobre la cubierta, fingiendo reparar una fuga de oxígeno que no hay quien pueda arreglar. Tapono el boquete con una mano, para dar a Bourbon quizá unas horas más, y con la otra le enseño mi pulgar hacia arriba. Él me responde con su sonrisa torcida de granuja y un movimiento de labios conocido: “Bien hecho, Zumo de Piña”.

25. ALMAGESTO

 

Habíamos reservado habitación para dos noches en un coqueto hotel en plena Plaza Mayor de Cáceres. Desde tan majestuoso epicentro hicimos varias rutas turísticas.  Cuando preguntamos por un lugar para comer, el chico de una tienda cercana, nos recomendó dos y entre ellos, Almagesto.

Salimos a pasear por la tarde en busca del restaurante para cenar y aunque preguntamos a los lugareños, nadie sabía dónde estaba. Después de callejear un rato, decidimos sentarnos en una terraza cualquiera. Al día siguiente nuestro viaje nos llevaría a una visita de la que regresaríamos, agotados, casi al anochecer.

Y llegó la mañana siguiente y nuestra despedida, bajamos a desayunar y ¡oh sorpresa!, ¡allí estaba Almagesto!, recomendado por la guia Michelin y para nuestro asombro, ¡su nombre estaba sobreimpreso en las puertas de cristal de acceso al hotel! El lunes cerraban por descanso nos explicó sonriendo el recepcionista ante tanta estulticia y el martes no paramos allí en todo el día…

Dejamos las maletas en la consigna, llegar a la meta, estando en ella, había sido paradójicamente difícil.

No podían haber elegido mejor nombre, todo un tratado de platos estrella, migas y Torta del Casar entre ellos.

24. AMANTIS (Belén Mateos)

Albertina cada noche corría las cortinas de su habitación, abría la ventana y suspiraba viendo las estrellas.

Su oración musitaba en la gravedad, en un punto fijo al techo, en la fusión del helio e hidrógeno en su núcleo.

Alfonso cerraba la ventana, corría las cortinas, ignoraba la noche y se servía su cuarta copa de bourbon.

Se conocieron en una noche de luna llena entre copas y un universo sin constelaciones, entre una conversación con sabor etílico y a fresas. Él, de barba canosa, ella de escote pronunciado desde la inocencia.

El espectro de su cuerpo era luminosidad para Albertina.

Se tomó la temperatura, era perfecta, un numero redondo, 98, él 35 grados.

Lo llamó a las cuatro de la mañana, Alfonso corrió a su encuentro ebrio de ansiedad.

Sin mediar palabra ella acarició su frente, humedeció sus labios, apresó su miembro, lo inmovilizó con su lengua y aferró sus piernas durante el apeamiento.

Hoy la habitación huele a feromonas, el cielo está nublado de astros, un festín de patas y alas salpican el cristal de su ventana.

Pone sus huevos en la nevera y un imán le recuerda que ya casi es primavera.

 

 

 

23. LuZeros

Con la última estrella que conseguí seducir leyéndole algún que otro poema, construí un faro en lo alto de un camino. Uno de esos senderos que no llevan a ninguna parte; en tierra adentro, allí donde el trigo se bate en duelo con el viento y la avena está más loca que nunca. En el mar de Castilla.

Hicieron uso del faro una lechuza tuerta, un mochuelo huérfano y un autillo cantarín que  le ponía cada noche banda sonora a nuestras veladas poéticas.

Su brillo era fulgurante. Emitía destellos con olor a retama y sabor a hierbabuena, pero ahora ya no puedo tocarla, ni ella a mí. Es solo un recuerdo de lo que fue. Vestigios de una luz menos brillante e insuficiente  para iluminar mi tumba. Aunque también ella lleve muerta mucho tiempo.

22. Carta de un suicida

El hombre estrella surgió de la nada, apostando fuerte. Yo le conocí bien. Trabajó, especuló, se enriqueció.

Fue temido tiburón en los negocios, sin reparar que el mar esconde mil tesoros.

Conoció la adulación sin haber saboreado la verdadera amistad.

Viajó sin descanso aunque no llegó a disfrutar de la magia de los lugares.

Tampoco se emocionó ante una puesta de sol porque su dios era el reloj.

Tocó la luna en pleno éxito, pero no se detuvo a contemplar su plenitud.

Cambió besos y ternura por noches de amores falsos.

Regaló joyas; no supo ver que la más preciada llevaba su apellido.

Se dejó seducir por el brillo de las estrellas y quiso subir más alto, atravesando fuertes tormentas y huracanes para alcanzarlas. Non sabía que éstas no se tocan, se admiran.

Ese hombre soy yo, solo y enfermo, ante la tumba de mi malogrado hijo.

Vuelvo a la tierra de donde no debí alejarme.

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