Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

QUIJOTERÍAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en QUIJOTERÍAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el tercero serán QUIJOTERÍAS Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE MAYO

Relatos

39. Bichos raros

Nos gusta coleccionar todo tipo de bichos. Nuestros padres nos enseñan cómo recogerlos y nos dejan sus congeladores para disecarlos. Un gran bote de cristal, un poco de acetona y a enfriarlo bien para luego pincharlo en la pizarra. Al principio nos conformábamos con los más pequeños, ahora ya vamos a por los grandes. Para ello hay que tener técnica y un cierto valor, porque suelen enfadarse bastante. Ante todo, no deben vernos. Ni siquiera sospecharnos. Por eso nos escondemos detrás de las montañas más altas. Es difícil para un cíclope no ser visto, pero lo logramos. Y cuando vemos a uno de esos, lo atrapamos con mucho cuidado. Hay que intentar no separarle las dos piernas del cuerpo. O uno de sus brazos, que entonces no cuenta para colección. Y así pasamos los días en esta parte del mundo: aumentando nuestro bestiario con esos seres de dos ojos y caminar extraño. Bichos raros.

37. OSTE

El tratamiento ha sido intenso, devastador algunas veces, pero ha merecido la pena. Después de tres años de terapia, hoy abandono OSTE. Tomo un taxi por prescripción facultativa. Es necesario establecer un contacto paulatino con el resto de la gente, de lo contrario podría recaer. Las calles, sin embargo, aún están vacías. Así que lo dejo sin recelo y sigo caminando. Al instante me siento vigilada. Examino las fachadas de los edificios y descubro a los balcones acechándome. Balcones con macetas-ataúdes de plantas secas, típico de personas despreocupadas. Balcones tendederos con minúscula lencería femenina, para chicas impetuosas y libres. Balcones llenos de triciclos, muñecos y pelotas donde las parejas desprecian los anticonceptivos. Balcones cubiertos de cascos de cervezas tan vacíos como sus  jóvenes inquilinos. Balcones con telescopios para personas que buscan las ilusiones perdidas. Balcones enrejados porque sus ocupantes sienten pánico. Yo no. Ya no temo a  mi adicción. Antes mi único deseo era indagar en la vida de los otros; una obsesión que anuló mi propia realidad. Yo misma decidí internarme en un centro de Observa Solo Tu Existencia. Ahora sé que no prestaré atención a los demás, sino a sus balcones. Tienen tanto que contar.

36. Desencuentro (Alberto Jesús Vargas)

Bajamos del avión dispuestos a bebernos la isla. Semejante destino nos ofrecía alcohol barato y puro desmadre. No teníamos más plan que quemar unos días de libertad low cost. Ella no estaba prevista. La conocimos la primera noche. Abandonó a sus amigas para convertirse en musa de nuestras borracheras. Nunca he visto ojos más azules ni tetas más hipnóticas. Aventajándonos en edad, aseguraba que le parecíamos chavales divertidos. Debía ser verdad en lo que respecta a mis amigos. Con ellos no paraba de reír mientras encantada, se dejaba querer. Yo, en cambio, volví a ejercer de insignificante. Ni siquiera logré que se aprendiera mi nombre. Cuando la tercera noche acabamos los cinco en nuestro apartamento, con osadía etílica aposté que lo haría. En un salto que pretendí impecable, me lancé desde el balcón sólo para ser su ángel, pero al dejar atrás la barandilla, me faltaron alas para rectificar la trayectoria. Varios pisos más abajo, la piscina iluminada, tan azul como sus ojos, se movió lo suficiente como para que no nos encontráramos.

35. AL FIN SOLA

 

Juan la vio subir por la barandilla del balcón, de espaldas a aquel precioso mirador. También la vió crear su propia telaraña con largos hilos de seda.

Cada día, al volver del trabajo,  observaba cómo  atrapaba su presa y la desmenuzaba con sus dientes y garras, observaba cómo la desmembraba antes de llevársela a su estómago. No se atrevía a contárselo a nadie, pero la verdad es que estaba orgulloso de ella, le demostró ser una  buena cazadora.

Bela, así la llamó, era hermosa. Tenía el cuerpo redondeado y bien abultado, de color negro, con unos pequeños lunares rojos de los que presumía a diario mientras restauraba su fino telar. Crecía apresuradamente, feliz.

Aquel día, como siempre, la buscó y la llamó para ofrecerle su bicho favorito. Bela apareció por detrás, sin dejarse ver y con sus picos encorvados le mordió en el cuello para dormirlo. Poco a poco lo despedazó y lo digirió.

 

34. LAS TRAMPAS DE LA MENTE (Mercedes Marín del Valle)

Siempre soñé con tener una casa con jardín, a ser posible con hierba de verdad y flores silvestres, pero como no había dinero me consolé pensando que se llenaría de bichos con alas y sin ellas, así que me conformé con un pisito con balcón, uno de esos de losas rojas que tan bien se friegan. Aquí tengo mi sillita de enea y el cesto con los ovillos, y, aguja de croché en mano, mientras miro a la calle, hago círculos circunscritos en cuadrados, todos muy coloridos. Los estoy juntando en una bolsita a ver qué hago luego con ellos.

Ahí va la Juana, ¡qué gorda se ha puesto!

  • ¡Juana! ¿Es que estás coja?
  • Sí hija, sí. Me caí la otra tarde en el jardín.
  • ¿Te has roto algo?
  • No, que se me enredó la zapatilla en la hierba y me fui de narices contra el suelo, solo el golpe.
  • ¡Vaya por Dios! Qué mala suerte, mujer.

 

No puedo menos que reírme, pero no es por la Juana, es por mis pensamientos, ya me gustaría a mí caerme sobre la hierba y que revoloteasen los bichos a mi alrededor porque aquí, en mi balcón, solo hay moscas cojoneras.

 

 

 

 

33. El testigo (María José Escudero)

Fue un coche rojo el que se llevó a la niña. Insisto, rojo. Ella volvía feliz del colegio con la mochila de Disney y la llave colgada al cuello. Su mamá le había dejado la merienda sobre la mesa de la cocina, junto a una nota cariñosa. Así lo hacía siempre que tenía turno de tarde.

Antes de llevársela, el hombre me observó desde la distancia con un rencor desafiante. Pude verlo muy bien porque tengo unas vistas privilegiadas desde aquí. Luego, arrancó con premura y emprendieron juntos un paseo del que sólo él retornaría.

Era rojo. Ya lo he repetido muchas veces. Rojo como los ojos mortificados de su madre que, asomada al antepecho, rezaba por verla de nuevo aparecer entre la gente que transitaba la calle. Como ese chándal de gimnasia que danzó durante días olvidado en el tendal. Rojo como la sangre hallada en la sima. Como las hormigas que tantearon sus restos. Como los geranios que crecen enredados a mi barandilla. Era rojo el coche en el que el padre invitó a subir a su hija, la que fuera fruto del amor y su vivo retrato. Si yo pudiera hablar, lo contaría.

32. Pupa

El hijo de la portera es un bicho – escucha decirle mamá a papá durante la comida. Y no puede evitar imaginarlo con repulsivas antenas y enormes ojos. Es tal el pavor que siente ante la posibilidad de cruzarse con él en las escaleras que finge estar enfermo para no tener que salir de casa. Así, pasa los días metido en la cama, arrebujado entre las sábanas, sin probar bocado. La madre, preocupada, se asoma a la puerta preguntándose cuando saldrá de la habitación.

Pronto – le tranquiliza el padre – Ya se le adivinan las alas.

 

31. Visitas asfixiantes (Juana Mª Igarreta)

Cómo vas a esperar que alguien envuelto en sombra y sigilo irrumpa en tu casa una noche de verano; y que tú, paralizado por la sorpresa y el miedo, seas incapaz de emitir siquiera un grito mientras sus manos te oprimen el cuello con fuerte determinación; y que ese cielo cuajado de infinitos puntos luminosos, que observabas hace unos momentos a través del balcón entreabierto, sufra un repentino apagón.

No ver nada, no oír nada, no sentir siquiera dolor, hace que te preguntes si todavía estás vivo; y si en caso de no estarlo sería posible recordar que lo estuviste.

Sumido en esa nada ensordecedora donde el tiempo y el espacio se desvanecen,  percibes, de pronto, el ingrávido roce de unas minúsculas patitas sobre tus labios; una cosquilleante certeza de vida que agradeces con emoción inconmensurable. Alegría que desaparece en segundos cuando tomas conciencia de que, preso en un cuerpo inmóvil, no puedes impedir que el bichito se afane en explorar el interior de tu boca, muy a tu pesar, abierta.

30. LIKE A VIRGIN

Virtudes hacía poco honor a su nombre. Era una mujer un tanto díscola, de grandes pechos asomados siempre al balcón de su escote, unas piernas más largas que su escasa falda y un amante en cada una de sus perniciosas noches.

Al contrario, su marido Azazel, era un santo varón, hombre casi celestial que provocaba en mí una bendita humedad cuando lo veía pasear con ese andar angelical, ese porte alado y una provocadora áurea para mi hastiada virginidad.

 

Anoche me llevé puesto lo único que podía tentar su incólume espíritu, un rosario.

Hoy rezo, saciada, por nuestras pecadoras almas.

29.- Simbiosis

De noche correteaban desde las axilas hasta la ingle, de los tobillos a las orejas. Trepaban por mis piernas hasta enredarse en el vello púbico y pataleaban intentando liberarse para continuar su recorrido, unas veces errante, otras siguiendo los  senderos marcados por sus predecesores.

Los grillos eran mis preferidos. Aunque resultaban especialmente ruidosos  llegamos a comunicarnos mediante chirridos, en una suerte de diálogo para grillados. Y qué decir de la suavidad de los  gusanos verdes, residentes de la parte baja de la espalda, cerca de las arañas. Las hormigas iban a lo suyo, siempre serias, siempre ocupadas. Nunca entablaron relación con sus vecinos los ciempiés, ni con las urticantes procesionarias. Del ombligo emergían escarabajos negro charol que refulgían bajo la luz de la mesilla, presumidos, dejándose mirar. Cada especie había conquistado un territorio en mi cuerpo, pero en ocasiones debía reordenar las colonias, sobre todo cuando eclosionaban los huevos y algunas  larvas andaban perdidas.

Desgraciadamente, sobrevino una plaga descontrolada. Tuve que pedir ayuda y mis bichitos huyeron en estampida en cuanto dejé de consumir ciertas sustancias.

Desde entonces me encuentro genial, pero ahora, al acostarme, tardo en quedarme dormido. Echo de menos esas cosquillitas en la entrepierna.

28. Tertulia de bichos

Por la rendija, justo por donde el sol entraba oblicuo iluminando el polvo, desde allí podía observarlos, sin ser vista.

Las hormigas pasaban de largo. Sin embargo, el resto parecía haberse dado cita en el alfeizar de la ventana para criticar a los humanos.

—Son tercos. No aprenden de sus errores. Egocéntricos y obstinados —decía la polilla.

—Pero si no saben ni hablar —replicaba el pulgón, al tiempo que agregaba—. Porque ya me diréis qué significa «claroscuro». ¿Es claro o es oscuro? Lo mismo que «trampantojo”, o «puntapié». Y como esas, tienen miles.

El mosquito por su parte, solo se lamentaba:

—Lo cierto es que nos odian y conforme avance el verano, harán todo lo posible para exterminarnos.

—Conmigo lo intentan, pero no pueden —le respondía altiva una cucaracha.

—Pues, podríamos decapitarlos —ironizó entonces la mantis y todos estallaron en una carcajada.

El jolgorio acabó pronto, justo cuando se acercó una bella mariposa, de recién estrenados colores. Venía visiblemente alarmada y los dejó a todos preocupados y rascándose las cabezas con las antenas.
Ninguno encontraba una explicación cuando la mariposa contó lo sucedido: la larva había desaparecido y la crisálida… ¡estaba hueca!

Inquietante, muy inquietante, le decían.

27. El encuentro (Paloma Hidalgo)

A pesar de estar tan negra, a la abuela la veo mejor, sin el rollo de la artritis reumatoide está más ágil, puede subirse a cualquier cosa para oler el jazmín que trepa por la pared. El abuelo, lo mismo, además ahora está tan delgado que puede compartir pipas y palomitas conmigo, cuando hace bueno y mamá abre el balcón y acerca mi silla para que pueda tomar el aire. Nunca vienen solos a verme, se traen muchos amigos, poco a poco les voy conociendo. Hay una niña del colegio, creo, aunque a esa no he podido verla bien con la lupa aún, mamá me la confiscó hace poco, mientras estaba observándola, y desde entonces, tampoco abre las puertas del balcón. Hoy ha llamado al médico asustada, decía algo de unas secuelas, de unas vueltas de campana de un coche, de no sé qué accidente, que he empezado a mirar a las hormigas con lupa y que hablo con ellas. Me temo que me va a ser muy difícil organizar ese encuentro que papá, por cierto está guapo de negro y sin gafas, quería que preparara para pedirle perdón por lo del exceso de velocidad. Quizá, la próxima primavera.

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