Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

BLANCO Y NEGRO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en BLANCO Y NEGRO

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán relatos que desarrollen el concepto BLANCO Y NEGRO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
días
4
2
horas
0
5
minutos
2
2
Segundos
4
6
Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE DICIEMBRE

Relatos

35. EL CARTERO

Me pregunta si traigo alguna carta de los chicos de arriba. No sabe nada de ellos y está preocupada. Faltó dos días para visitar a su hermana y cuando volvió ya no estaban. Es muy raro que no se despidieran -dice-. Al principio no vio con buenos ojos el trasiego de gente joven por la escalera, y es que tenían un conjunto o algo así porque venían amigos y los oía cantar y tocar la guitarra -vuelve a contarme-. Una vez subió a quejarse del ruido, pero ellos se disculparon y le dedicaron una canción en inglés. No entendió nada, pero le hizo mucha ilusión que se llamara como ella. A pesar de sus melenas -opina- resultaron muy majos y formales. A menudo les subía comida; siempre hacía de más y ellos estaban tan delgados…¡Gracias, doña Lola, LololoLolaaa!

Ahora -suspira- esa cantinela no se le va de la cabeza.

La vieja estúpida ignora que con sus chácharas me hizo sospechar de sus queridos vecinos. Que al entrar en el piso descubrimos una “vietnamita” y propaganda subversiva. Que al final, también nosotros logramos que “cantaran”. No imagina quién soy en realidad. Yo, el amable cartero que la escucha.

 

34. ÉRASE OTRA VEZ

En Hamelín siempre hay ratas. Hace tiempo contrataron a un flautista algo dado a la superchería que se comprometió a limpiar de roedores cada rincón de la ciudad. El músico se dedicó a recorrer las calles tocando una melodía con su flauta, en un intento por alejarlos para siempre. Pero enseguida comprobó que no podía dejar de tocar, porque si lo hacía las ratas regresaban de inmediato a Hamelín.

Debido al mal olor que provocan, los hamelineses se ven obligados a usar mascarilla si salen a la calle, y obligan a sus hijos a que se desinfecten las manos con alcohol de orujo cuando regresan de jugar en el parque. El alcalde prohibió las reuniones con más de diez vecinos, porque dejan demasiados desperdicios a su alcance, y hay corrillos en los que se habla ya de confinamiento.

El flautista vive una auténtica pesadilla, revisa una y otra vez la partitura y ensaya a todas horas en un intento por averiguar si desafina mientras ejecuta la melodía. Además, es incapaz de conciliar el sueño, se despierta aterrorizado en mitad de la noche consciente de que él no es más que un personaje, pero no de este cuento.

33. El pentagrama de la vida

Es curioso como un día de repente, te das cuenta de que todos los acontecimientos que te marcan en la vida van acompañados de música. En el funeral del abuelo sonó el “Agur Jauna” y cada vez que lo oigo me echo a llorar. En el coche cuando por fin logré conquistar a Ramón, nos acompañó una canción de Pereza. El día que pedí la cuenta en la empresa me puse Julieta Venegas, “Me voy, que lástima pero adiós…”, mientras conducía hacia casa. Cuando el Athletic ganó la liga no paraba de sonar el himno. Sí, eso fue hace mucho tiempo.

Recuerdo muy bien el vals de nuestra boda, y también como me mirabas. Ahora estoy en el salón intentando conectar este momento con una canción de U2. He releído una y otra vez esta nota que me has escrito diciéndome que me dejas porque te has dado cuenta de que ya no me amas. Debe estar en clave de Fa, porque no la entiendo. Escucho el sollozo de mi alma que es más intenso que las ondas que salen del altavoz. No consigo consolar a mi mente, no acaba de comprender como he amado a alguien tan cobarde.

32. Llenando silencios (Gemma Llauradó)

De pequeña escuchaba con su padre música clásica, de adolescente llegó a aborrecerla según me contó una vez, de joven sólo le interesaban los éxitos del momento y en su madurez, de nuevo se interesó por esas notas que una vez llenaron sus silencios y aprendió a tocar el piano. Ahora en la vejez, mi abuela sólo escucha aquella música que tanto le aportó en su niñez, aunque ella nunca lo supo entonces…

Hoy, viéndola sentada frente a un antiguo piano que perteneció a mi bisabuelo, descubro que la música corre por sus venas y creo que siempre fue así. La motiva, la seduce, inunda su corazón mientras sus manos se deslizan suavemente de tecla en tecla dónde cada afinada nota se filtra en el aire del salón con suma elegancia. Ese maravilloso sonido lo envuelve todo… Esa música, su música, tan necesaria que ya no podría vivir sin ella.

31. PRELUDIO PARA LA MANO IZQUIERDA (Mariángeles Abelli Bonardi)

Ella es pianista; ha perdido su mano y él no quiere perderla a ella… Para que su mano menos hábil encuentre cómoda la digitación y a ella le reporte un gran placer tocarla, transcribe esa pieza de Bach y la incluye en el sobre que guarda palabras de amor:

«¿Qué me has hecho?… ¿No puedes deshacer el hechizo que me has lanzado?… Escríbeme una bella carta pronto. Tus cartas son como besos», le dice Johannes Brahms a Clara Schumann…

30. Amy, Amy, Amy (María José Escudero)

La encontré abrazada a sí misma en aquella cama que era un descampado. Entre poemas abandonados y botellas de vodka, parecía dormida y, ovillada en su levedad, la trasladé a la ambulancia: Fue la única vez que la tomé entre mis brazos. A menudo, veíamos las mismas estrellas por la noche y las mismas nubes al amanecer. Pero, cuando no la vigilaba, ella vomitaba su desdicha por las esquinas de Camden. Atrapada en su propia luz, comenzó a arrastrar los pies en los conciertos y, aunque disimulaba, su aliento apestaba siempre a soledad.  Hacía tiempo que habían saltado las alarmas y   tardé en comprender que los músicos genuinos prefieren improvisar sus melodías en bares pequeños. Lamento mi falta de audacia. Su vida estaba en mis manos, debí salvarla de ovaciones y abucheos, de su padre y de su novio, de aquella cohorte de oportunistas.

Digan lo que digan, era dulce y vulnerable. Caprichosa…Puede que fuera excesiva. Sin embargo, su voz prodigiosa era un regalo, un sollozo inquietante disfrazado de obstinado desafío.

El informe del forense  reveló que tenía una alta dosis de soul en las venas. Omitió que ya había muerto cien veces antes de morir.

29. Adiós Nonino (ana-liliana)

Hoy murió mi papá. Luchó contra la enfermedad lo más que pudo. Mi hermana está haciendo todos los procedimientos que deben hacerse. En unas horas lo velamos. Se me vienen todos los recuerdos. A la vez, siento un poco de culpa porque, de a ratos, se me cruza el pensamiento de que el siguiente en la lista soy yo ya que mi madre ya murió también. Sé que no es momento de pensar en esto.
Estoy en casa con mi señora e hijos. Se me mueven solos los dedos, no aguanto más y voy a mi habitación. Les pido a los demás que no me interrumpan. Agarro a mi fiel compañero y empiezo. Nota tras nota, saco el dolor que siento en el pecho, es como si el bandoneón se uniera a mi cuerpo. Ya no tengo que gritar o usar palabras, simplemente me expreso a través del instrumento. Empiezo con fuerza, sacando todo mi dolor por tener que separarme de él; sigo, acordándome de todo lo que vivimos juntos; y termino, con un ritmo suave, diciéndole gracias, adiós y hasta pronto.

28. La canción del verano (Aurora Rapún Mombiela)

El perro mueve el cabezón descoyuntado sobre el salpicadero al ritmo de Shakira. A mí, sin embargo, lo que se me remueve es el desayuno. Por lo poco que veo desde mi asiento, todavía faltan unas cuantas curvas para llegar a destino. La cartica que guarda donde le escribió no sé qué se me clava en el cerebro mientras la espalda se arquea en cada nueva sacudida. 

Mi hijo mayor se empeñó en sacarme de la tranquilidad de mi casa para llevarme con su familia de vacaciones y tantas veces me lo dijo que no fui capaz de negarme. Me repitió hasta la saciedad, como si fuera tonto en vez de sordo, que el clima suave iría bien para mi salud. En lo que llevamos de viaje, he estado a punto de vomitar, me duele todo el cuerpo y estoy perdiendo el gusto por la música pachanguera. No sé si la brisa marina irá bien para algo, pero lo que está claro es que a mí otro año no me vuelven a llevar de viaje ni en coche ni en bicicleta.

27. De cómo acallar voces y ser el mejor sin lograrlo (Ana Tomás García)

Félix José Buenaventura de la Paz y la Concordia oía voces. Unas veces eran quejas, otras veces discusiones, casi siempre insultos y malas maneras. Al principio se puso a tocar el violín para acallarlas, pero el ímpetu hacía que sobresalieran a las notas. Descubrió que todos y cada uno de los vecinos de Villa Disputa de la Tormenta vivían enfrentados en un altercado permanente: Que si mírame y no me toques, que si no te cruces en mi camino, que si alcornoque, que si cebollino, que si gaznápiro, que si a ver si te arreo un mamporro… y por cada altercado fue añadiendo un instrumento en su propósito por silenciar aquel tormento.

Al final se convirtió en el famosísimo y  más virtuoso hombre orquesta que hubo en el mundo, y como su arte era reclamado por todo el globo terráqueo y sus giras no tenían fin, nunca más volvió a Villa Disputa de la Tormenta, por lo que dejó de oír las voces de sus paisanos, que no las del resto de las demás gentes, que esa era otra, pero bueno, cargar con semejante número de instrumentos y hacerlos sonar melódicamente ya  tenía su mérito.

26. Alemania (Susana Revuelta)

Sacude alfombras, barre cuartos, friega las baldosas del baño. Y todo lo hace cantando, pero solo por mitigar el dolor que tiene en el pecho, por reprimir el llanto.

Son las mismas coplas con que su abuela, allá en su pueblo del mediterráneo, espantaba la soledad de sus últimos años. Pese al cielo plomizo y acerado que día tras día descarga su furia sobre esta ciudad gris, ella entona su canto. Los grajos que anidan en los tejados enmudecen, el canario que trajo consigo de España tuerce el cuello y la mira, callado.

Desde otro de los barracones surge, algunas mañanas, una voz masculina que junto a la suya se eleva bien alto e inician una danza, a lo agarrado. Suena el estribillo alegre, y ella siente como si bailara en el aire con aquel extraño. Son sus instantes de felicidad, hasta que regresa Paco de la fábrica agotado, amargado, tachando un día más del calendario. Un día menos, aunque aún falte tanto.

Los domingos, se reúnen todos los obreros a comer paella y tortilla de patata y ella, notando el rubor de sus mejillas, le busca en los ojos de cada uno de sus paisanos.

25. Un cuento de Navidad

La tarde del 24 de diciembre la artillería se mantuvo en silencio. En la trinchera francesa, el cabo Antoine preparó su violín y, como si estuviera ante el público más selecto de París, tocó «Noche de paz» como nunca lo había hecho. Los hombres recibieron una andanada de nostalgia y pronto un maltratado trapo blanco surgió de las líneas enemigas. Cubiertos de barro, empezaron a salir como conejos temerosos de sus refugios. Llorando, se abrazaban y se daban la mano; armas y bagajes descansaban olvidados en el mismo montón. Compartieron chocolate, snaps, tabaco. Brindaron por la paz y declararon París, Londres, Viena y Berlín ciudades hermanas. Se entendían sin problema, porque sólo eran jóvenes asustados que querían irse a casa, y no hay nada mejor para entenderse que las ganas de hacerlo. Acordaron no matarse en unos días y no atacar la zona de letrinas, porque el silbido de los obuses provocaba  severo estreñimiento.
En el consejo de guerra por la tregua de Navidad de 1914, nadie pudo identificar al misterioso violinista que había parado la contienda. Cuando preguntaban a los soldados la respuesta era siempre la misma, «yo soy el cabo Antoine».

24 – CONCIERTO CELESTIAL

Entre al teatro y me senté en un asiento de la tercera fila, cómo hacía siempre.
Espere pacientemente a que se apagaran las luces.
Se abrió el telón, y los focos se encendieron, iluminando el escenario.
Y allí estabas tú… sentada al lado de tu mágica arpa.
Cuándo se acallaron los aplausos, empezaste a deslizar los dedos grácilmente por las cuerdas, arrancándole sonidos que no parecían ser de este mundo. Sólo podían estar compuestos por la materia que da forma a los sueños
Durante una hora estuvimos escuchando, embelesados, acorde tras acorde, hasta que diste por finalizado tu actuación con un último tañido que hubieran firmado los propios ángeles.
Estuvimos aplaudiendo más de diez minutos. Tuviste que salir a saludar tres veces. La emoción nos embargaba a todos.
Finalmente cogí mi abrigo, me puse el sombrero y salí del teatro. Saludé cómo siempre al guarda de seguridad. Hoy había otra persona con él.
Mientras me alejaba le oí preguntar: ¿ quién es ese anciano?.
– No lo sé- respondió el guarda.- viene aquí todos los jueves desde que se cerró el teatro. Dicen que hace tiempo tuvo un affaire con una de las músicas… Lo dejo entrar porque es inofensivo…

Nuestras publicaciones