Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

13. Desbordamiento

Algo extraño está ocurriendo en nuestro edificio. Todo empezó con una pequeña vibración, como si fuera un espasmo acompasado que provocaba un crujido de pared a pared cuando caía el sol. A los pocos días empezaron a sonar ecos en el portal, acompañados de un extraño olor amargo en la escalera. He de confesar que no hicimos nada más que mirar para otro lado y fingir que no nos dábamos cuenta. Hasta que esta mañana se empezó a humedecer la moqueta del tercero. En pocas horas, la humedad se hizo charco, y el charco torrente. Cuando nos hemos querido dar cuenta, estábamos todos anegados de agua semisalada, saltaban chispas de los enchufes y se desconchaba el gotelé. Ahí fue cuando buscamos el origen del desaguisado: el apartamento 32. Los bomberos acaban de echar la puerta abajo, pero ya ha parado la inundación. Solo quedaba ella, tumbada boca abajo, con los cabellos flotando en el charco de lágrimas y los restos de una fotografía de boda aún en la mano.

12. Hay cosas que nunca cambian (Aurora Rapún Mombiela)

No pude evitar sonreír cuando encontré aquella foto entre las páginas de Madame Bovary. Esas rodillas raspadas, esas manchas de chocolate alrededor de la boca. Mi brazo sobre su hombro. Cuántos recuerdos de la infancia impactaron de golpe en mi viejo corazón, cuántas tardes de juegos en el callejón. 

Con los años, he perdido esos mofletes y esa energía, pero aún conservo el mismo brillo en la mirada. Mi mejor amigo sigue más o menos igual, imprevisible e invisible, como siempre.

11. Infierno grande ( Paz Monserrat )

Para el bautizo de su niña encargó cuarenta imanes con una fotografía del bebé saliendo de un cogollito color crema. Los repartió entre sus familiares y los que vinieron desde lejos de la parte de su marido a la celebración. Una fiesta interminable que montó a regañadientes en una finca alquilada.  Pero su suegra, tras el segundo día de fastos familiares, le dijo que le parecían pocos.  Ella regresaría a su casa y tenía compromisos. Necesitaba más imanes: para todos los vecinos, para sus amigas de las meriendas de los jueves, para los feligreses de su parroquia. Y para unos primos lejanos que no habían podido venir al festejo. A la mamá de la criatura le horrorizó la idea de en el vecindario de su suegra las puertas de todas las neveras lucieran a su niña junto a una imagen de la torre Eiffel. O todavía peor: diluida en una masa indistinguible de niños bautizados en ese pueblo de mala muerte en el que todos tienen que estar en la casa de todos y de cualquier cosa se tiene que hacer una competición. Se negó, desafiante, aún a riesgo de que lo siguiente a celebrar fuera su divorcio.

10 La rata (Marisa Martínez Arce)

La perseguí durante dos días. Los mismos que llevaba en la casa. Jugó conmigo hasta conducirme a la habitación de mi abuela. Estaba igual que cuando nos dejó. Sobre el comodín la caja que nunca me dejó tocar, seguía cerrada. Profané su intimidad buscando la llave. La encontré en un joyero que guardaba en el armario. La abrí, dentro encontré fotos y un montón de cartas, algunas amarillentas, atadas con un elástico que saltó en mil pedazos en cuanto lo toqué. Tomé una al azar y la leí. Me sorprendió la fecha, pero ver en ella el nombre de mi madre, más. Entonces, yo tendría doce años. ¿Cómo podía estar firmada por ella? Según mi abuela, mis padres murieron en un accidente de automóvil al poco de nacer. Continué leyendo. ¿Seguía viva? Tenía la prueba en mis manos y su dirección en… ¿un convento? Preguntaba por mí, estaba orgullosa de su niña, de lo guapa que estaba, agradecía las fotos. Su última carta decía: «Me arrebataste lo que más quería. Me encerraste, inventaste todo para evitar habladurías. Ella se enterará. Como yo, jamás te perdonará. ¡Madre, al contrario que tú,  estoy orgullosa de mi hija!»

 

09. Ética versus estética (Javier Igarreta)

Todavía recordaba su primera cámara. Una de aquellas de plástico que daban a cambio de cuarenta envoltorios de chocolate. Aquel chocolate terroso de las meriendas. Tras los balbuceos iniciales pasó su sarampión fotográfico entre acontecimientos familiares y el entusiasmo redundante por los paisajes. Largos años de profesión fueron forjando en él una reconocida militancia contra la inercia del olvido. A veces recordaba lo que decía un viejo colega: “Bajo la superficie de la realidad, late la verdad íntima de las cosas”. Le costó tiempo y dinero convencerse de que la cámara solo es una herramienta, lo que importa es la mirada. Pese a una trayectoria salpicada de premios, nunca había sentido que una de sus instantáneas hiciera clic en su ser más profundo.

En su enésimo viaje por África, se vio inmerso en una escaramuza mientras descansaba en una pequeña aldea. Cuando cesó el tiroteo, descubrió a pocos metros la mirada agonizante de una niña destrozada. Subyugado por aquellos ojos, suplicantes a la luz del atardecer, empuñó su Leica y disparó varias veces, encelado con aquella terrible belleza. Solo después comprobó desolado que la niña estaba muerta. La “Foto del año” fue su última foto.

 

 

 

08. Nunca se van

Nuestro tío Andrés fruncía mucho el ceño, como si estuviera enfadado con el mundo por no ofrecerle la imagen que, como profesional que era, el objetivo de su cámara se merecía captar.

Durante los veranos en el pueblo, nos sorprendía a mi hermana y a mí en ropa interior o con la braguita del bañador a medio poner. Entonces, escuchábamos el chasquido del flash de su cámara, seguido de una respiración acelerada.

Nuestras caras, congeladas por la sorpresa y el miedo, contrastaban con el calor de la vergüenza de nuestros cuerpos, aún a medio formar.

Todavía siento esa vergüenza cuando me reencuentro con alguna de aquellas instantáneas, situadas de modo casi estratégico dentro de los álbumes familiares. Esos momentos de verano que nunca se nos van de la mente. Mi hermana mira de reojo y pasa rápido las hojas.

‘Qué fotos tan bonitas hacía el tito…’, comenta mi madre, con ojos transparentes, al punto de lágrima.

Mi hermana detesta ir a visitar a mi madre temiendo ese momento. Yo también. Pero beso a mi madre, demasiado mayor ya para todo.

‘Ay, mis niñas lindas’, suspira, secándose con un pañuelo arrugado. Y las lágrimas cambian de cara.

07. Una nueva amiga

La profe nos ha pedido que traigamos una foto de nuestro mejor amigo. Después del recreo nos hemos puesto a verlas. Marta ha traído una de Elena y Elena una de Marta. Era de esperar porque son inseparables. Juan nos ha enseñado una de Pipo, su gato. ¡Estaba tan simpático con el sombrero y las botas de vaquero! Como no se decidía, Chechu ha sacado de su carpeta cinco fotografías. Es muy popular. Cuando ha llegado mi turno les he mostrado la foto de mi amigo Tomás. Se han quedado tan asombrados que no se han reído de mí, como hacen siempre. Creí que nadie lo vería porque Tomás es invisible, pero Susana me ha dicho que le encanta su sonrisa.

06. UNA PEQUEÑA HISTORIA

Voy a contaros algo que me está sucediendo últimamente.

Veréis, yo siempre amé la fotografía porque me parecía que, proyectando mi mirada a través de una cámara, podía fijar las imágenes del mundo para comprenderlo mejor. La velocidad del tiempo desaparecía cuando, luego, en la soledad de mi cuarto, repasaba con calma todos los instantes que mi objetivo había captado fielmente para mí y que, en un futuro lejano, darían cuenta de mi paso por el mundo. Por eso los guardé como un tesoro.

Pero ¿Sabéis? Resulta que ahora, que casi rondo la tercera edad y ya he llegado a ese futuro, la fotografía está dejando de interesarme para ir cediendo paso a la mirada directa, sin intermediarios.
Vuelvo a la desnudez de mis ojos y, huyendo ya de los días veloces, los voy girando hacia el interior para intentar captar, a estas alturas de mi vida, tan solo la lenta esencia de las cosas que, aunque algo desdibujadas, siguen emocionándome todavía.

Y no sé, queridos amigos, si no acabaré por cerrar definitivamente los párpados cualquier día de estos, porque creo que tengo ya el mundo dentro de mí.

05. INSÓLITA INSTANTÁNEA

Comencé en este quehacer como la mayoría de los fotógrafos de acción, participando en incontables deportes antes de atreverme a pausar el tiempo con mi primera cámara. Después, sin darme cuenta, aprendí los trucos de la Leica.
Recuerdo la gesta de un famoso piloto americano saltando con su moto de nieve desde un sexto piso. No fue fácil captar la instantánea, puesto que se necesitaron tres años para adecuar el espacio al grosor de tan gélido colchón, que requería semejante caída libre.
Para que pudiese realizar la foto, el especialista de semejante vehículo tenía que saltar de un edificio a otro, por lo que resultaba obvio el peligro al que se exponía. Más, cuando la montaña de nieve fue idónea, no dudé en «hacer clic» y respirar aliviado sin que se produjese ninguna desgracia.

Al revelar la instantánea me asombró descubrir la presencia del rostro de una persona debajo de la moto que me fue difícil identificar.
Poco después, en el edificio donde yo residía, asistí estupefacto al hallazgo del cadáver de una joven con el mismo semblante.

04 CREATIVO (Ángel Saiz Mora -EdH 2020-)

A esa mujer le debía todo. Ella no dudó en acogerle tras el accidente de tráfico de sus padres.
Era buen muchacho, aunque no le entusiasmaran los estudios. Tampoco hacía esfuerzos por ganarse la vida.
Mermada algo de su lucidez y otras facultades, la abuela ingresó en una residencia.
El joven la visitaba a diario. El desvelo de la anciana era que su nieto saliese adelante. Un día dijo que al fin había conseguido triunfar. Para favorecer tal embuste manipuló una fotografía. En ella, el rey y otras personalidades le felicitaban. Un trabajo perfecto.
Sin dejar de reinventarse, otra tarde llevó una lámina dedicada por su ídolo, Manolo Escobar, que la octogenaria aún creía en este mundo y a quien él aseguraba conocer.
La mujer amaneció sin vida una mañana de julio, con cientos de imágenes entre las manos. Su sonrisa mostraba orgullo y plenitud.
En medio de la congoja, punzado, además, por el engaño, un rincón de su mente le hizo asimilar que había sabido dar a alguien lo que necesitaba. La chispa dio inicio a llamaradas de ideas imaginativas y proyectos en su ordenador.
Las agencias de publicidad se disputan al diseñador gráfico hecho a sí mismo.

03 La foto del abandono (Jesús Alfonso Redondo Lavín)

Junto al puente sobre el río Miera, que bifurca los caminos a la Cárcaba y a Linto, hay una casa y un molino. Hiedras y sabucos van cubriendo sus muros. Hace pocos años todavía colgaban algunas cortinas y quedaban pinzas en el tendal de la balconada.

Aun a pesar del asuelo de los quincalleros, quedaban señales de vida reciente. Era como si sus habitantes hubiesen huido deprisa, como atemorizados por una maldición o por una desgracia que los arrojara de aquel hogar. Una mecedora raída, una banqueta verde, periódicos viejos por doquier, sobres con señas en tinta azul que no me atreví a tocar. Lo que sí recogí del suelo fue una foto, una de esas en la que con gesto serio, junto a una media columna de atrezo, se hacían los soldados el día de la jura en el servicio militar. ¿Quién abandona una foto como esa?

No solo había desaparecido una familia, también se despreciaron sus recuerdos.

Cuando derribaron, por seguridad, la casa de Rubayo ya habíamos retirado con devoción todo lo que no estaba pegado a sus muros, Hoy, en las Callejas, aún enhiesta, se puede ver la torre-pozo del ariete donde están colgados mis recuerdos infantiles.

02 RECUERDO (Fernando Antolín Morales)

No había nada más triste en el mundo que encontrarse a don Alejo con sus ojos ausentes sobre aquel papel en blanco enmarcado en la pared. Otros ancianos de la residencia tenían fotos de sus nietos y, los que no tenían a nadie, de algún hermoso pueblo con aroma a pasado. Sin embargo, don Alejo, únicamente observaba una ausencia nívea.

Los cuidadores habían llegado a la conclusión de que aquella nada representaba todos los seres queridos que le quedaban, aunque la chica que venía de voluntaria los fines de semana opinaba que aquellos eran en realidad sus recuerdos, o al menos, lo que había dejado de ellos el Alzheimer.

Don Alejo, tras las espesa opacidad de sus cataratas nutridas por el tiempo, tan solo era capaz de contemplar con nitidez aquella foto del día que conoció a María, cuando fueron retratados por aquel feriante ambulante armado con un fotoaparato de escasa calidad. Ella seguía preciosa, como el primer día. Por aquella imagen nunca pasaban los años.

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